Preguntamos a cinco especialistas en Historia
Contemporánea cómo vivieron el acontecimiento que anunciaba el fin de la Guerra
Fría
Si usted se acerca más a los cuarenta que a los treinta,
es probable que recuerde haber visto por televisión imágenes en directo de la
caída del Muro de Berlín, un momento de inflexión en la historia mundial y un
hito en la vida de ciudadanos de ambos bloques. Se iniciaba el desmoronamiento
de la órbita comunista y pareció, por un momento, que el mundo entraba en una
fase democratizadora irreversible.
Europa dejó de estar dividida por el “Telón de Acero”, y
la Guerra Fría pasó a ser cosa del pasado. Desde que el Muro se levantó en
1961, unas cinco mil personas lograron cruzar al otro lado en pos de la
prosperidad de Occidente. Más de doscientas perderían la vida en el intento. La
propaganda comunista había prometido superar los estándares económicos del
capitalismo en un tiempo razonable, pero la experiencia demostró que ese era un
sueño imposible.
Una mujer saluda desde el sector Oeste a sus conocidos
del sector Este tras tres horas de espera (1961). (Dominio público)
A mediados de los años setenta, bajo el control de una
gerontocracia radicada en Moscú, la Europa comunista se vio arrastrada a una
fosilización política y económica. Sin embargo, era difícil anticipar que el
dominio soviético, de aparente solidez, pudiera desaparecer a corto plazo.
Nadie tomó en consideración el aviso del demógrafo francés Emmanuel Todd cuando
pronosticó su fin próximo en La chute finale (“La caída final”), un libro
aparecido en 1976. Pocos años después, la historia se aceleró de repente.
Como detallamos en nuestro dossier de este mes, el 9 de
noviembre de 1989, hace hoy treinta años, un anuncio, no se sabe hasta qué
punto improvisado, del secretario de Información y Propaganda germano-oriental
en una rueda de prensa dio a entender que quien quisiera podía salir del país.
El Telón de Acero se desplomaba como si fuera de seda. En Berlín, los
ciudadanos orientales se apresuraron a acercarse a los pasos fronterizos para
cruzar al otro lado, con la emoción de comprobar que lo lograban sin problemas.
El muro acabaría demolido con picos y martillos por los propios alemanes en los
días siguientes.
Tras la desaparición del Muro, los regímenes comunistas
se esfumaron uno tras otro en un prodigioso efecto dominó. Alemania dejó de
estar dividida en dos países enemigos y, bajo el liderazgo de Helmut Kohl,
volvió a constituir un solo estado. El grupo alemán Scorpions inmortalizó
aquella revolución pacífica con la balada Wind of Change (Vientos de cambio),
auténtica banda sonora de aquellos momentos cargados de esperanza.
Convencidos de que no puede haber historia sin vida,
hemos preguntado a cinco reconocidos expertos cómo vivieron aquel instante en
el que todos imaginaron un futuro mejor y de qué forma lo valoran discurridos
tres decenios. Julián Casanova, Ian Kershaw, Max Hastings, Ricardo Martín de la
Guardia y Ángel Viñas nos dan su visión. Animamos al lector a contarnos sus
propias impresiones en los comentarios.
Cuando cayó el Muro me encontraba en Zaragoza, como
profesor de Historia Contemporánea. Impartía “Historia de los Movimientos
Sociales Contemporáneos”, una asignatura que había creado. En aquel momento,
pensé que aquello formaba ya parte de la historia que estaba explicando, que
1989 era algo más que la caída del Muro, porque ese año era el bicentenario de
la Revolución Francesa –algo que, por cierto, marcaba los debates de los
historiadores en aquel año, antes de noviembre–, y ese era el punto de partida
de unas transiciones a la democracia cuyos resultados, como había pasado con
España, no tenían un guion marcado.
Treinta años después, queda claro que las revoluciones de
1989 en Europa Central y del Este causaron los cambios de mayor alcance que
experimentó el continente desde las dos guerras mundiales. Fue el fin de un
orden que, salvo en Checoslovaquia entre 1919 y 1938, no había conocido la
democracia en todo el siglo XX. Quienes mandaban en 1989 en esos países habían
nacido antes de la Primera Guerra Mundial. Era el fin de una época, aunque
después llegaría el epílogo en la ex Yugoslavia, en forma de guerra étnica.
Yo me encontraba en Berlín Oeste, pasando un año en un
instituto de investigación. Experimentar las conmovedoras escenas en la
apertura del Muro fue excitante. Fue maravilloso ser testigo de la alegría y el
entusiasmo de multitudes de personas en el Berlín occidental, entre ellas, los
miles de berlineses orientales que por primera vez podían cruzar el Muro. Vivir
en directo una revolución es emocionante, pero también confuso.
Cambios rápidos empezaron a tener lugar casi a diario.
Por supuesto, Internet y las redes sociales no existían, así que teníamos que
recurrir a los periódicos o la televisión para informarnos. En aquel momento,
poca gente pensó que se daría una rápida reunificación de Alemania. Muchos,
como la mayoría de los grupos de oposición de Alemania del Este, creyeron que
una forma mejor de socialismo era posible y deseable.
Con el tiempo han aparecido nuevos problemas, pero
¿querríamos volver a los años del Muro?”.
IAN KERSHAW
Mi visión era distinta. Recuerdo declarar en un seminario
en Berlín Oeste pocos días después de la apertura del Muro que el sistema
económico germano-oriental sería relevado por el capitalismo occidental y que
ello conduciría a una unificación política. Pero en ese momento no anticipé que
la unificación tendría lugar en cosa de un año.
Pasados estos años, pienso que el fin de la Guerra Fría,
que simbólicamente empezó con la apertura del Muro el 9 de noviembre de 1989,
ha traído libertad y ventajas económicas a millones de personas en Europa
central y oriental. La amenaza de guerra nuclear entre las dos superpotencias,
Estados Unidos y la URSS, se evaporó. Con el tiempo, por supuesto, han
aparecido nuevos problemas y peligros en Europa y el mundo. Pero ¿querríamos
volver a los años previos a la caída del Muro?.
Yo era jefe de redacción del periódico británico The
Daily Telegraph cuando cayó el Muro. Nos pareció un acontecimiento histórico
asombroso: pocos de nosotros nos habíamos atrevido a esperar el fin de la
Guerra Fría durante nuestra generación. Aunque el Telegraph es un periódico
conservador, criticamos duramente a la primera ministra Margaret Thatcher por
oponerse a la reunificación alemana.
Siempre he sido un tory de centro-izquierda, y escribí en
un editorial titulado “Trabajando con la fibra de la historia” que el mundo
“debería dar la bienvenida, abiertamente y sin reservas, a la llegada de una
Alemania que puede decidir su futuro democráticamente”. Hace pocos años condené
en mis memorias los sentimientos de algunos brexiters británicos que todavía
deploran la Alemania actual.
Su gran mentira, escribí, “es que Europa es un fracaso.
Al margen de la historia, debe juzgarse un extraordinario éxito, del que
deberíamos estar orgullosos de formar parte. La noción de que la reunificación
alemana no proporcionó un motivo de celebración para los defensores de la
democracia es perversa, si no perniciosa”.
En noviembre de 1989 estaba realizando mi tesis doctoral
en Historia en la Universidad de Valladolid. En el verano de 1987 había estado
en Berlín, coincidiendo con el 750 aniversario de la fundación de la ciudad, y
las diferencias entre ambas partes saltaban a la vista. Recuerdo las imágenes
de televisión aquella noche del 9 de noviembre, y, como historiador, pensé que
estaba contemplando un acontecimiento de trascendencia universal.
Había seguido con interés la aceleración de los cambios
en la Unión Soviética y en los países de la Europa centro-oriental después de
la llegada de Gorbachov, y en especial la evolución de la RDA.
La cerrazón de
la élite comunista dirigida por Erich Honecker mostraba lo difícil de llevar a
cabo reformas estructurales en un sistema tan represivo.
No pensé que el fin del Muro se iba a producir como se
produjo. Tuve una sensación de incertidumbre”.
RICARDO MARTÍN DE LA GUARDIA
Me había impresionado la huida masiva de ciudadanos
germano-orientales entre mayo y septiembre de 1989 y la caída en desgracia de
Honecker. Sin embargo, en ningún momento pensé que el fin del Muro se iba a
producir tal como se produjo. Tuve una sensación de incertidumbre, de enorme
sorpresa.
Treinta años después, precisamente publico un libro sobre
aquel capítulo. Por muchas y oscuras que sean las sombras en el proceso
reunificador de Alemania (coste, dificultades de integración...), no bastan
para desviar la atención del significado verdaderamente histórico que supuso la
caída del Muro y el inicio del fin de la Guerra Fría. Las transiciones a la
democracia en el Este insuflaron aires de renovación, y la Unión Europea
alcanzó aquellos países en una atmósfera de entusiasmo.
Aquel optimismo prevalecería hasta las guerras de Irak y
los atentados de las Torres Gemelas, pero, en todo caso, Europa y el mundo ya
habían cambiado para entonces.
Me enteré de la caída del Muro al día siguiente. Mi mujer
estaba casi a punto de dar a luz. Cuando fui a la oficina en la Comisión
Europea en Bruselas, a eso de las 8.30 de la mañana, mi secretaria, Charo
Doménech, no había llegado. No apareció en todo el día. Había cogido su
Volkswagen la tarde anterior y se marchó a Berlín.
Yo no hubiese podido ir. Me dio rabia, porque sí fui a
Berlín en 1961 a los pocos días de levantarse el Muro y regresé al año
siguiente para estudiar en la Universidad Libre. En todo caso, en aquel momento
pensé que se cerraba una época y se abría otra. Me alegró mucho. Había tenido
muchos amigos en la RDA. Había estado muchas veces, de estudiante y de
diplomático, allende el Muro.
Nunca pensé que llegaría a ver el colapso del bloque
soviético”.
ÁNGEL VIÑAS
Lo primero marcó mi trayectoria profesional, política e
ideológica, aunque jamás ingresé en el PCE. Visto hoy, está claro que preludió
el colapso del bloque soviético. Había estado en Praga hasta pocos días antes
de la invasión de 1968 y nunca pensé que llegaría a verlo. Con el colapso y la
reunificación alemana cambiaron los soportes que sostuvieron la Guerra Fría. Un
proceso apasionante.
G miradas multiples
Blogger
26 de Noviembre del 2019
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