La desconfianza pulula en nuestros días. Es un mal
mundial y generalizado que se hace más evidente en la vida política, pero que
abarca todos los sectores. Desconfiamos de los alimentos, de las vacunas, de
los médicos, de las investigaciones científicas, de los medios de comunicación,
de nuestros vecinos y parientes. En fin, desconfiamos de todo y de todos. El
francés Alain Peyrefitte, en su obra La societé de la confiance,
atribuye a ese factor inmaterial el mayor o menor desarrollo de los
pueblos. De ser cierta esta tesis, y apostamos que sí, estamos en vías de
regresar al período neolítico. La mayoría de las informaciones que nos llegan
son ciertas, pero tenemos la tendencia a darle más credibilidad a las más
inverosímiles. La mayor parte de las personas son confiables, pero preferimos
pensar que no lo son.
Analicemos los casos de nuestros militares y políticos.
Durante muchas décadas hemos escuchado a los dirigentes
civiles predicar que los militares no deben ser árbitros en política. Que las
instituciones civiles son las que deben designar a los presidentes por la vía
del voto y destituirlo cuando violan la Constitución y las leyes. En teoría
esto es lo correcto. El problema se complica cuando un presidente viola la
Constitución y las instituciones civiles se hacen las desentendidas o incluso
avalan las fechorías, como sucede frecuentemente en Venezuela. Nuestra
Constitución contempla en su artículo 333 que Todo ciudadano, investido o
no de autoridad, tendrá el deber de colaborar en el restablecimiento de su
efectiva vigencia, lo cual es un mandato que no excluye a los militares.
El punto es quién decide cuándo se viola la Constitución y quienes son los
culpables. Obviamente, en condiciones normales no deben ser los militares los
que deben calificar el delito.
Por otra parte, algunos políticos consideran que sería
nefasto que los militares intervengan, lo cual envía un mensaje confuso a
quienes están en los cuarteles. Los oficiales que decidieron actuar o que
expresaron su desacuerdo con el régimen están presos, algunos fueron
torturados, uno fue además asesinado, el capitán de corbeta Rafael
Acosta, y otros pasados a retiro o exiliados. A pesar del elevado número
de militares que han sufrido atropellos, existe una fuerte tendencia a descalificar
a la institución armada. Desconfiamos de todos los verde oliva y los tildamos
de corruptos.
Los políticos constituyen el otro sector frecuentemente
vilipendiado. Muchos desconfían porque no actúan como solicitan quienes ven los
toros desde la barrera o quienes están en el ruedo, pero son solo ayudantes en
la cuadrilla. Dos políticos fueron asesinados Albán y Rada y hay muchos
políticos presos, refugiados en embajadas y exiliados, pero eso tiende a no
valorarse.
Desde luego que la desconfianza hacia militares y políticos
tiene alguna base. Hay militares militantes del PSUV como Padrino López y
Remigio Ceballos, muchos corruptos y también hay torturadores, como en la
Dirección General de Contrainteligencia Militar, y en la Guardia Nacional hay
oficiales y guardias que reprimen manifestaciones con uso abusivo de la fuerza.
Entre los políticos hay corruptos y también integrantes
de la quinta columna del régimen. Escarrá y Arias Cárdenas son ejemplos
evidentes de hipocresía. Otros, como Timoteo Zambrano, Claudio Fermín, Felipe
Mujica, Rafael Marín y Henry Falcón despiertan desconfianza más con razón, que
sin ella, de ser colaboracionistas del régimen.
El llamado G4, integrado por Voluntad Popular, Primero
Justicia, Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo, es visto con desconfianza por
insistir en la vía electoral para salir de la usurpación. Por su parte
Vente Venezuela y Alianza Popular no inspiran confianza por la terquedad
de insistir en las protesta de calle y en un TIAR que ningún país
quiere aplicar.
Con todo y sus errores y defectos, debemos aceptar que no
saldremos de esta narcodictadura sin el concurso de militares y de políticos.
Un paso necesario, aunque no suficiente, es que los ciudadanos de a pie dejemos
de criticar a ambos sectores y que estos se unan alrededor de los principios y
valores. Los militares solo darán un paso al frente si perciben que el sector
político está unido y con un acuerdo y un plan de mediano plazo. Los ciudadanos
de a pie solo dejaremos de desconfiar cuando los militares dejen de reprimir y
los políticos depongan posiciones y remen en la misma dirección. La difícil
situación que vivimos amerita que descartemos la desconfianza. Se debe seguir
protestando y apoyando las sanciones, y paralelamente prepararnos para
elecciones siempre y cuando se den las condiciones de transparencia que
exigimos.
Como (había) en botica:
Por sustraer de un pesebre unas figuras para
jugar, dos niños de 8 y once años fueron torturados por un oficial de la
Guardia Nacional en San Tomé. Al general que acudió a conversar con la
comunidad parece que le preocupó más que el video ruede en las redes que el
hecho criminal.
La masacre en Ikabarú, Gran Sabana, evidencia que la
Fuerza Armada brilla por su ausencia en ese municipio o es cómplice en el
negocio del oro.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
eddiearamirez@hotmail.com
Digalo ahi digital
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