lunes, 15 de abril de 2019

Entre Guaicaipuro y Cervantes - Américo Martín



Juan Guaidó y su principal soporte institucional, que es la Asamblea Nacional, se consolidan con los días. Tanto el presidente interino como el poder legislativo han sido arbitrariamente inhabilitados al tiempo que enaltecidos aquí y en el mundo. Mientras más agredidos, más pulido el acero de su cauce. Guaidó es mandatario provisional conforme al artículo  233 constitucional y la Asamblea Nacional es la única rama del Poder Público que puede jactarse de su constitucionalidad formal y su legitimidad real: goza de legalidad por emanar de una elección irreprochable, y de legitimidad por contar con la aceptación ampliamente mayoritaria del país, del Hemisferio americano y de, hasta ahora, más de 50 Estados-miembros de la ONU.

La volcánica tragedia y la desesperada resistencia de los venezolanos no permiten que semejantes convicciones sean relegadas. El régimen alterna perversidades contra Guaidó y la Asamblea Nacional. Sabe que arriesga todo si materializa su plan de exterminio, pero persiste. Deshoja la cebolla con el joven líder, le atribuye falsos delitos y complicidades, 

Cualquier carrera presidencial suscita rivalidades. Es posible que los méritos de Guaidó, conjugados con circunstancias que él y la AN han aprovechado con maestría, alienten enfrentamientos. El drama del oficialismo es que no puede incentivarlos mucho sin descubrir el juego al poder sancionatorio internacional. Guaidó es una realidad, su articulación con la Asamblea es universalmente apoyada. No por casualidad es víctima principal del encolerizado oficialismo. La victoria democrática pasa por defenderlo a todo dar. ¿Cómo escapan, a valiosos opositores, esas obviedades? Enervar los actos del liderazgo reconocido solo conviene a la cúpula de Miraflores. El fracaso de Guaidó arrastraría a todo el país

Buscando en el carácter hispanoamericano la razón de la sinrazón que vela el juicio de gente inteligente, releí mis fichas de Américo Castro, Ortega y Gasset, Menéndez Pelayo y José Enrique Rodó. Encontré respuestas al ilógico regodeo en fórmulas que no aceptan el renacimiento de Venezuela si “malas compañías” (¿quién probó que lo fueran?) lo manchan con su presencia. Ganar la más grande de las causas no es más importante que dejar la reputación en alto, al punto de sacrificar primero aquella que ésta. En la misma vía va la pasión por restar y dividir con el objeto de reducir el movimiento al exclusivo club de quienes piensen como uno y confundan la justicia con la venganza. “Si se incluye a chavo-maduristas decepcionados,  renacerá automáticamente la dictadura”  Ese “eticismo” nada tiene en común con la Moral, siempre abierta a sanas rectificaciones, ni con la Historia, si solo recordamos que los grandes virajes político-sociales tendieron la mano a oleadas de disidentes de la corriente rival. No se autocondenaron a la derrota por la absurda intolerancia de rechazar a quienes, asumiendo el riesgo de romper con el Poder, decidieron sumarse a la causa democrática. Es, en otro sentido, la ilusión de trascendencia del sabio atorrante que no se “ensucia las manos” apoyando, llegado el caso, al mejor aviado para triunfar.

 Cervantes resalta otro ángulo,  más bien cómico: luchar para que nos vean luchar y no para vencer.

–           ¡Dichoso el soldado que cuando combate sabe que su príncipe lo está mirando!

Pelear, pues, no es nada; que lo miren pelear, es todo. Incluso se enaltece a quien se abstiene cubierto de frases rotundas que protegen su dignidad. Juan de Austria probablemente no vio batiéndose al célebre manco. Si fue así, Cervantes no lo olvidó. Era hispano. El mejor.

¿Habrá quien crea que Guaicaipuro está más en nosotros  que el milagro literario de don Quijote?


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