A partir del 10 de diciembre próximo, las relaciones
entre Argentina y Brasil atravesarán una etapa inédita desde la
redemocratización de ambos países. Con la elección de Alberto Fernández como
próximo presidente de Argentina, por primera vez entre la Casa Rosada y el
Palacio del Planalto habrá visiones antagónicas (simultáneas) en relación con
cuatro aspectos claves: la política, la economía, la región y el mundo. Más
allá de los momentos de menor o mayor intensidad que atravesó el vínculo en los
últimos 35 años y de importantes divergencias estructurales, el relacionamiento
mutuo se ancló en las visiones y percepciones en uno o varios pilares
indicados. Un breve repaso de la interacción bilateral desde 1985 así lo
demuestra.
Raúl Alfonsín y José Sarney discreparon en torno de la
concepción de democracia, pero comulgaron en el enfoque heterodoxo en materia
económica, y principalmente, en relación con la importancia de la integración
regional. El radical y el peemedebista sentaron las bases de lo que hoy es el
Mercosur. Carlos Menem y Fernando Collor de Mello coincidieron en la necesidad
de liberalizar la economía y de acoplarse a Estados Unidos como eje de la
política exterior. Con la llegada de Fernando Henrique Cardoso en 1995, los
desacuerdos con el menemismo en torno de la reforma del Consejo de Seguridad de
la Organización de las Naciones Unidas y de la conformación del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) se matizaron en torno de una visión favorable
de la globalización financiera y del orden internacional liberal. A pesar de
las fricciones comerciales por los efectos de la devaluación del real producida
en enero de 1999, el presidente argentino Fernando de la Rúa intentó equilibrar
la dependencia con Estados Unidos mirando a Brasil. La primera Cumbre de
Presidentes de América del Sur impulsada por Cardoso en 2000 fue acompañada por
la Casa Rosada. Por su parte, las visiones socialdemócratas compartidas con el
presidente brasileño ayudaron a transitar una coyuntura muy delicada para el
relacionamiento mutuo.
El breve hiato de Eduardo Duhalde coincidió con el año
electoral brasileño. El gobierno de Cardoso fue un aliado externo clave desde
un principio para el ex-gobernador de la provincia de Buenos Aires. La
estabilidad regional fue un activo central a preservar por ambas administraciones.
La crisis argentina generó mucha preocupación en Brasilia (respaldar el
gobierno interino) y muchas expectativas en San Pablo (oportunidades de
inversión tras el fin de la convertibilidad). Con el arribo de Luiz Inácio Lula
da Silva en enero de 2013, confluyeron rápidamente las visiones regionales y
económicas. Los planteos neodesarrollistas en Brasil tuvieron eco en el
ministro argentino Roberto Lavagna, como así también la propuesta de relanzar
un Mercado Común del Sur (Mercosur) que venía a la deriva desde 1998. El viaje
de Duhalde a la asunción de Lula da Silva fue simbólico, más si se tiene que en
cuenta que fue el último presidente argentino en asistir a una ceremonia de ese
tipo.
El triunfo del kirchenrismo en Argentina abrió una
extensa etapa (2003-2015) de entendimientos mutuos (no exentos de tensiones y
discrepancias) producto de una sintonía con el Partido de los Trabajadores
(PT), aunque con muchos grises, en las cuatro dimensiones planteadas:
progresismo político, neodesarrollismo económico, fortalecimiento regional como
plataforma de inserción internacional y reformismo en relación con el orden
internacional para evitar la cristalización de poder en las relaciones
internacionales. Dos aspectos deben resaltarse. Más allá de las percepciones gubernamentales,
distintos poderes fácticos de Brasil no se sentían cómodos con la dinámica
adquirida. El concepto de «paciencia estratégica» acuñado por Lula da Silva era
un intento de blindar la relación de sus externalidades negativas. Por su
parte, la sintonía bilateral fue perdiendo intensidad con el paso del tiempo,
hasta llegar aun enfriamiento del vínculo con Cristina Fernández de Kirchner y
Dilma Rousseff.
La asunción de Mauricio Macri coincidió con la crisis
brasileña y el proceso de impeachment a Rousseff, que se materializó
a poco de asumido el gobierno de Cambiemos. Con la presidencia interina de
Michel Temer primó una visión compartida en torno de los males del «populismo»
y de la necesidad de una mayor apertura económica conjunta y de reinsertarse en
el orden internacional liberal (a través de la Organización para la Cooperación
y el Desarrollo Económicos, por ejemplo). En el último año, con el arribo de
Jair Bolsonaro, junto con la profundización de la agenda heredada
(materializada en la firma del acuerdo Mercosur-Unión Europea) en Buenos Aires
y Brasilia primó además una importante sintonía regional en relación con el
tema Venezuela. Sin embargo, la decisión del ex-militar de visitar Chile como
primer destino internacional mostró el lugar secundario de Argentina en su
política exterior. El conservadurismo recalcitrante de Bolsonaro y la visión
«antiglobalista» fueron puntos disonantes y funcionales a Macri para mostrarse
como un referente de la derecha moderna y liberal en la región.
El triunfo de Alberto Fernández en las elecciones
presidenciales del 27 de octubre pasado fue un baldazo de agua fría para el
gobierno de Bolsonaro, que había jugado abiertamente a favor de la continuidad
de Macri. El regreso del peronismo al poder introduce muchas dudas en torno de
cómo se desarrollará el vínculo bilateral en los próximos tres años, ante la
anomalía histórica de visiones y percepciones divergentes respecto a la
política, la economía, la región y el mundo. De manera resumida: progresismo
versus conservadurismo popular, hetorodoxia económica versus ultraliberalismo,
Grupo de Puebla versus Grupo de Lima, acoplamiento versus oposición limitada al
hegemón.
Asimismo, a las discrepancias señaladas se suma la caída
de la interdependencia económica entre Argentina y Brasil, factor que opera
como fuerza centrífuga. En términos interanuales, el comercio bilateral
disminuyó 40% en el primer semestre de 2019. Las compras de Argentina a Brasil
pasaron de representar 26% del total importador a 21%. Por su parte, las compras
de Brasil de bienes y servicios argentinos representaron apenas 4,7% del total
importador, siendo 7,7% en el mismo periodo de 2018.
El inicio de la tercera década del siglo XXI pone como
nunca en cuestión la idea de la «alianza estratégica» entre Argentina y Brasil,
forjada, con sus ideas y venidas, desde la redemocratización. A la pérdida de
intensidad material, se le suma un contexto bilateral inédito de profundas
divergencias entre la Casa Rosada y el Palacio Planalto. Los contrapuntos y
desacuerdos han sido importantes en las últimas tres décadas, pero siempre en
el marco de importantes puentes entre ambos países, los cuales parecen haberse
roto de cara al próximo 10 de diciembre. Por las asimetrías estructurales (los
costos de una desconexión bilateral son mayores para Argentina), el presidente
argentino y sus hacedores de política tendrán el arduo desafío de construir
canales y salvoconductos con Brasilia que eviten el «Brasilexit» para la
política exterior argentina.
Nuso. Org
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