Thomas Piketty (Clichy, 1971) se consagró hace cinco años
como uno de los economistas más influyentes de su generación. Su libro El
capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica) contribuyó a colocar las
desigualdades de rentas y patrimonio en el centro del debate en Europa y
Estados Unidos. Piketty, profesor en la Escuela de Economía de París, publica
ahora Capital e ideología (Deusto). A lo largo de 1.200 páginas que cubren casi
medio milenio y cuatro continentes, disecciona las ideologías que han
justificado las desigualdades. Y fija el foco en la propiedad privada: la llave
que todo lo explica.
PREGUNTA. Habla usted de “superar” el capitalismo y la
propiedad privada. ¿Superar es un eufemismo? ¿Por qué no abolirlos,
directamente?
RESPUESTA. Prefiero “superar”. Si dijésemos “abolir” o
“suprimir”, sería meramente negativo. Superar permite mostrar que se trata de
un proceso, y obliga a decir con qué sistema lo superaremos.
P. ¿El resultado, se “supere” o se “suprima” la
propiedad, no es el mismo?
R. El buen resultado es el que funcione. Defiendo un
sistema de socialismo participativo. También se puede hablar de economía
participativa o circular. La idea es que necesitamos la participación de todos,
no solo en la vida política, sino también en la económica. No puede haber una
hiperconcentración del poder en un número reducido de personas. El poder debe
circular. Y este movimiento está en marcha: el capitalismo hoy es diferente al
del siglo XIX. El capitalismo puro consistiría en concentrar todo el poder en
los propietarios y los accionistas, poder despedir a quien uno quiera y cuando
quiera, o triplicar el alquiler al inquilino de la noche a la mañana. Un
capitalista del siglo XIX vería como una herejía las
reglamentaciones actuales
para limitar los derechos de los propietarios.
P. ¿Las cosas mejoran?
R. Hay una evolución hacia una mayor igualdad. Las
desigualdades, aunque hayan aumentado desde los años ochenta o noventa, son
menores que hace un siglo. El mundo del siglo XIX, con una propiedad
concentrada en unos pocos, no solo era injusto, sino que producía menos crecimiento
que el que hubo en el siglo XX con la clara reducción de las desigualdades.
P. Este proceso hacia una mayor igualdad, ¿no es
atribuible también a la propiedad privada y al capitalismo?
R. La cuestión es qué capitalismo. La lección de la
historia es que la propiedad privada es útil para el desarrollo económico, pero
únicamente si se equilibra con otros derechos: los de los asalariados, de los
consumidores, de las diferentes partes. Yo digo sí a la propiedad privada,
mientras se mantenga en lo razonable.
P. Podría explicarse la historia de Capital e ideología
por medio de ideas como la libertad o la innovación. Usted opta por la
propiedad. ¿Por qué?
R. El desarrollo de la propiedad privada es una
transformación fundamental, con una dimensión emancipadora, ligada a la
libertad, y a la vez una dimensión de alienación y de dominio. El paso de las
sociedades que llamo trifuncionales del Antiguo Régimen, compuestas por los
clérigos, los guerreros y el tercer Estado, a las sociedades de propietarios en
el siglo XIX, tras la Revolución Francesa, representa un progreso. El problema
es detenerse a medio camino: desarrollar la igualdad formal ante el derecho de
la propiedad sin ir hacia la igualdad real, hacia la verdadera difusión de la
propiedad. En el momento de la Revolución, no se hizo una gran reforma agraria
en Francia. No se dio a los campesinos 10 hectáreas, ni se limitaron las
propiedades individuales a 200 o 500 hectáreas. Otras sociedades lo hicieron.
Cuando se ofrece a la gente la posibilidad de trabajar la tierra para sí
mismos, se mejora la productividad. Lo mismo vale en general.
P. ¿En qué sentido?
R. La propiedad privada es un buen sistema para coordinar
las acciones individuales y permitir a cada uno realizar sus proyectos, con una
condición: que haya acceso a la propiedad. Y, en algunos casos, la
sacralización del derecho de la propiedad convierte las relaciones sociales en
algo brutal.
P. ¿Por ejemplo?
R. En los debates sobre la abolición de la esclavitud en
el siglo XIX, intelectuales liberales como Alexis de Tocqueville consideraban
que había que compensar a los propietarios de esclavos, en vez de a los
esclavos. Y recuerde que en 1825 Francia hizo pagar a Haití —la mayor
concentración de esclavos del mundo atlántico y la primera revuelta de esclavos
en 1791-1792— el 300% de su PIB, con intereses enormes, por el precio de su
libertad, y Haití lo arrastró hasta los años cincuenta del siglo XX. Ahí se ve
la contradicción de la filosofía de la propiedad. Tiene una dimensión
emancipadora y otra que sacraliza el derecho de la propiedad hasta tal punto
que perpetúa las viejas desigualdades, incluso bajo su forma más brutal, que es
la propiedad de seres humanos por otros seres humanos.
P. ¿Puede compararse la propiedad de esclavos con la
propiedad de bienes no humanos?
R. El argumento entonces era que, si empezamos a
redistribuir las propiedades, no sabremos dónde parar. Hoy, aunque las formas
de propiedad sean diferentes, existe el mismo temor. Pienso que es posible
debatir colectivamente para limitar la propiedad. Muchas personas lo rechazan
diciendo, como Tocqueville, que, si se empieza a poner más impuestos a las
personas que tienen mil millones, después serán los que tienen un millón y los
que tienen 100.000 euros. Pero la historia muestra que, por medio de la
deliberación democrática, se pueden encontrar límites a lo que es una propiedad
privada razonable y lo que es una propiedad privada excesiva.
P. Propone un impuesto del 90% sobre el patrimonio de los
más ricos. ¿Por qué el 90% y no expropiarlos?
R. El objetivo es hacer circular la propiedad, permitir
que todo el mundo acceda a ella. El impuesto sobre la propiedad permitiría
financiar una herencia para todos de 120.000 euros a los 25 años. Ahora la
mitad de la población no posee patrimonio. Aunque uno tenga un buen diploma y
un buen salario, puede que una parte importante del salario sirva para pagar
toda la vida un alquiler a hijos de propietarios y carezca de medios para crear
su propia empresa.
P. ¿Todos propietarios?
R. Quiero una sociedad en la que todo el mundo pueda
tener algunos centenares de miles de euros, y en la que algunos que crean
empresas y tienen éxito tengan unos millones de euros, quizá a veces unas
decenas de millones de euros. Pero, francamente, tener varios centenares o
miles de millones no creo que contribuya al interés general. Hoy tenemos muchos
más ricos con mil millones o más en Estados Unidos que en los años sesenta,
setenta u ochenta. La promesa de Ronald Reagan en los años ochenta era que se
reducirían los impuestos para los empresarios y que, aunque esto crearía más
desigualdades, no sería grave porque habría tanta innovación y crecimiento que
los salarios e ingresos aumentarían como nunca. Lo que se observó fue que el
crecimiento se dividió en dos.
P. En Europa no hubo revolución reaganiana, pero tampoco
la innovación de Silicon Valley.
R. El problema es que esta innovación tampoco se traduce
en un crecimiento de los ingresos. Lo que me interesa es el crecimiento y los
salarios, y el crecimiento en Estados Unidos se redujo a la mitad. Hay dos
razones. Reducir los impuestos a los más ricos y tener más milmillonarios no
aporta nada al crecimiento. Pero la verdadera razón fue que se estancó la
inversión en educación. El resultado es que hoy muchas personas van a la
universidad sin los medios que necesitarían. La lección es que lo que llevará
al crecimiento en el siglo XXI es, ante todo, la educación.
P. ¿Por qué los milmillonarios deben pagar un 90%? ¿Por
qué esta cifra y no otra?
R. Un 90% a quien tenga 1.000 millones de euros significa
que le quedarán 100 millones de euros. Con 100 millones todavía uno puede tener
un cierto número de proyectos en la vida. El objetivo es regresar a un nivel de
concentración de la fortuna que era más o menos el de los años sesenta, setenta
u ochenta en Estados Unidos y en Europa. Mi enfoque es empírico. Lo que
queremos evitar es la sedimentación. Mark Zuckerberg tuvo una buena idea a los
25 años. Pero, ¿esto justifica que a los 50 o 70 años continúe decidiéndolo
todo sobre una red social mundial?
P. Si no se hace nada ante el aumento de las
desigualdades, ¿qué ocurrirá?
R. El riesgo es una explosión de la Unión Europea, otros
Brexit. O bien una toma del control por parte de movimientos xenófobos. Puesto
que no logramos regular el capitalismo, hacer pagar impuestos a los más ricos y
tener una economía más justa, nos desatamos golpeando a los pobres de origen
extranjero. Lo hemos visto en la historia europea, o de Estados Unidos con la
segregación racial. Mejor no probarlo.
P. ¿Usted es propietario?
R. Sí. Pero el presidente Emmanuel Macron decidió
exonerarme del impuesto sobre la fortuna [en Francia, el impuesto de
solidaridad sobre la fortuna o ISF se suprimió en 2017 y se sustituyó por el
impuesto de solidaridad sobre la fortuna inmobiliaria o ISI, que no se aplica
al patrimonio financiero].
P. ¿Le habría gustado pagarlo?
R. Sí. Cuando uno escribe un libro como El capital en el
siglo XXI, del que se venden 2,5 millones de ejemplares, no significa que sea
mil veces mejor que aquellos de los que se venden 2.500 ejemplares. En parte es
la suerte. Y me beneficié de las ideas de colegas y del sistema educativo
francés. Es una ilustración perfecta de que las rentas y la propiedad siempre
tienen orígenes sociales. No lo inventamos todo nosotros solos. Desde el
momento en que uno obtiene altos ingresos, se ha beneficiado de muchas otras
personas. Mi experiencia ha confirmado mis convicciones.
El País
28 de Noviembre del 2019
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