El problema no es ni Claudio, ni Mujica ni Zambrano ni Fernández. Lo crucial a pensar es cómo enfrentar, políticamente, la estafa. ¿Cuál fue la acción que realizó Claudio, Mujica, Zambrano sin Fernández? Estaban en una mesa. Una decoración austera, protocolar y firmaron un cuaderno. ¿Negociaron? Para responder a la pregunta. Pensemos en la cotidianidad, porque la negociación es un acto de la vida ordinaria.
Se negocia el precio de una blusa, unos tomates, un apartamento. ¿Quién negocia? Quien vende y quien tiene para comprar. Si el vendedor está urgido, rebaja; si el comprador está urgido, compra. Entre los dos extremos, hay una multiplicidad de variantes. Un comerciante no pierde el tiempo con alguien que no tenga dinero, a menos que el comprador lo estafe; ni un comprador pierde el tiempo con alguien que no tenga mercancía para vender, a menos que lo estafe. Lo mismo sucede en política. Negocia con un déspota, exclusivamente, quién tiene algún tipo de poder, económico, religioso, social, militar o legal y tiene alianzas con poderosos. ¿Cuál poder de los descritos tiene Claudio, Mujica…? Ninguno. ¿Por qué los reconoce el déspota? Porque la estafa es un buen instrumento para alcanzar sus objetivos. Un buen estafador tiene que realizar una acción que le dé credibilidad a la estafa. Un primer gesto, liberan al Vicepresidente de la Asamblea; tendrán que dar otros similares y con rasgos de verosimilitud.
¿Cuándo venden la estafa? En el momento que Guaidó tiene que explicar unas fotografías con personas despreciables; después de los fracasos como ayuda humanitaria y levantamiento militar; cuando los aliados internacionales, maximizan su presión. Y, después que se comete otro error político: informar que no seguirá la negociación en Barbados, cuando de suyo estaban suspendidas, por decisión del despotismo. Es error porque le da argumentos al adversario, gratuitamente. La estafa le da tiempo de permanencia en el poder al déspota; es su premisa de acción, para cualquier decisión. Segundo objetivo de la estafa, desmoralizar a la población. Porque, aunque se acuse a los firmantes, se genera un conflicto interior. ¿En quién se cree? La duda con dolor trágico, generalizado, paraliza la acción colectiva. El tercer objetivo a mediano plazo es el más complejo y está comenzando su desarrollo, porque la estafa se articula con el vocabulario constitutivo de los valores democráticos, acuerdos, elecciones, CNE y la paz social.
¿Por qué sin tener poder, los mencionados firman? La ganancia es que están en el centro del debate, para bien o para mal; tienen un espacio público; antes eran almas en pena y deseaban el espacio desde enero. Lo segundo, jugaron a estafar, a conciencia, porque les interesa concertar con el déspota, jugando a algún beneficio, el económico es el más idiota, el político no se sabe todavía y dependerá si la estafa se ejecuta, porque está en sus prolegómenos. Eduardo Fernández, aunque no firmó, no jugaba al abuelito de Heidi, dándoles comida a los nietos. Sus acciones desde enero, eran cónsonas con los firmantes; faltó él, al igual que Juan Barreto.
Toda decisión que surja de la estafa es parte constitutiva de ella. Asistir a la Asamblea Nacional, por parte del PSUV, por ejemplo, no tiene nada que ver ni con reconocimiento a la institución, ni es un problema jurídico, ni una contradicción. Esa decisión, como cualquiera, forma parte de un tejido político, a corto y mediano plazo, para darle legitimidad y legalidad a la estafa. Los verdaderos enemigos del pueblo serán todos aquellos que actúen sutil o no, explícita o implícitamente a favor de cualquier decisión de los estafadores y sus cómplices. Lo complejo, delicado y difícil para la dirigencia es cómo diferenciarse, acrecentando la legitimidad, para restaurar la legalidad. Amanecerá y veremos.
En el tapete
28 de Noviembe del 2019
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