Estudiantes de afganistán estudian en la escuela Papen en
la provincia de Nangarhar. 22 de julio de 2019. Fotografía de NOORULLAH
SHIRZADA | AFP
KUALA LUMPUR – Pese a los frecuentes llamados a promover
la educación primaria universal y eliminar las disparidades de género, pocos
países en desarrollo han hecho avances importantes en dirección a esos
objetivos. Por ejemplo, si bien durante la era de los Objetivos de Desarrollo
del Milenio (2000‑2015) el sur de Asia obtuvo un progreso sustancial hacia el logro de
la paridad de género, la región todavía es la segunda con más niños no
escolarizados en el mundo, y no alcanza los estándares internacionales en
diversos indicadores clave.
De los diez millones de menores de la región que no
reciben educación formal, la mayoría son niñas, y esto se debe a la falta de
escuelas, la pobreza, la amenaza de la violencia y las costumbres sociales. El
progreso ha sido especialmente lento en países como Pakistán y Afganistán,
donde los valores patriarcales y las normas culturales tradicionales militan
contra la educación de las niñas.
En Afganistán, la situación de las mujeres empeoró
drásticamente bajo el dominio talibán entre 1996 y 2001. Se prohibió la
educación pública de las niñas, y muchas escuelas femeninas estatales se
convirtieron en instituciones reservadas a los varones. La tasa bruta de
escolarización femenina cayó de 32% a sólo 6,4% en 2001,
momento en el cual hasta 1,5 millones de menores tenían vedado
el acceso a la escuela. La tasa de alfabetismo de las mujeres afganas se
derrumbó a un 3% en los distritos rurales. Con pocas oportunidades de obtener
habilidades, miles de jovencitas se vieron forzadas al matrimonio prematuro.
Estas condiciones históricas hacen que Afganistán sea
hace mucho un importante caso testigo de los esfuerzos internacionales en pos
de la escolarización universal. Después de la caída del régimen talibán, en
2003 se enmendó la constitución afgana para garantizar a mujeres y niñas el
derecho a la educación. Y desde 2005 las mujeres han podido participar en
política. Pero la influencia del patriarcado sigue siendo fuerte. La
socialización y la movilidad de las niñas fuera del hogar siguen siendo
limitadas, en particular después de la pubertad. Para colmo, después de casi
dos décadas de intervención estadounidense, la insurgencia de los talibanes es
más fuerte que nunca. Los ataques contra escuelas femeninas están
nuevamente en aumento. Y ahora que Estados
Unidos canceló las conversaciones de paz, el
futuro político de Afganistán se ve incierto.
Para comprender lo que está en juego, debemos analizar
los importantes logros obtenidos desde 2001. En un estudio reciente del que soy coautor con Md. Abdul Alim y
M. Anowar Hossain de BRAC International, hallamos que después de la caída de
los talibanes, hubo en Afganistán un marcado aumento de las tasas brutas de
escolarización primaria y secundaria. Entre 2001 y 2013, la cantidad total de
escuelas en funcionamiento en el país pasó de alrededor de 3500 a 14 600,
y la tasa femenina promedio de finalización de la escuela primaria aumentó de 47% a 52%. En 2015, la
relación entre las tasas femenina y masculina de escolarización primaria y
secundaria había aumentado a 69% y 56%, respectivamente.
Aun así, las tasas de participación y permanencia siguen
siendo bajas según criterios internacionales. La tasa de escolarización
femenina se reduce de 39% en primer grado a 35% en noveno (cuando termina el
ciclo secundario inferior), con una marcada caída al final del ciclo primario
(sexto grado). Para explicar estas cifras, el gobierno afgano señala una escasez continua de
escuelas para niñas, de maestras cualificadas y de recursos para las escuelas
que ya hay.
Pero también hallamos que otra razón de las bajas tasas
de escolarización y permanencia puede ser la mala calidad de la educación. Las
niñas afganas escolarizadas tampoco aprenden mucho. Entre las niñas de cuarto a
noveno, el paso de la primaria a la secundaria casi no produce mejoras en
conocimiento matemático básico; y un análisis del desempeño en fluidez de la
lectura oral y comprensión lectora obtiene resultados similares. Estos
hallazgos coinciden con los de un estudio anterior en el nivel
nacional, que concluyó que sólo el 43% de una muestra de niños de tercer grado
comprende lo que lee.
Estos datos pueden ser importantes para comprender el
desafío educativo general que enfrenta Afganistán. Hoy hay unos 3,7 millones de
menores no escolarizados, en su mayoría niñas. Pero las reformas para aumentar las tasas
de escolarización pueden fracasar si una de las principales razones por las que
los padres prefieren que sus hijas se queden en casa (o entregarlas en
matrimonio) es la mala calidad de la educación.
La crisis del aprendizaje, por cierto, no es exclusiva de
las escuelas públicas afganas. Falencias similares pueden hallarse en Bangladesh y en la India. Pero estos países, al menos,
hicieron mucho más progreso en lo referido a la
escolarización de las niñas. En el Afganistán postalibán, la educación de las
niñas todavía no es una prioridad de toda la sociedad, en particular porque
grupos religiosos conservadores siguen oponiéndole firme resistencia en
principio.
En términos generales, los organismos de ayuda y sus
socios para el desarrollo no se equivocaron al concentrarse en ayudar a los
gobiernos de estados frágiles, como Afganistán, a construir más escuelas e
invertir en la educación de las niñas. Como señala Gordon Brown, enviado especial
de Naciones Unidas para la educación mundial, “la escolarización de las niñas
es el modo más eficaz de ponerlas a salvo de la explotación, el trabajo
forzado, el tráfico de personas y el matrimonio infantil”.
Pero los esfuerzos en pos de la educación universal
fracasarán si la escolarización no se traduce en habilidades matemáticas y de
alfabetización básicas. Para hacer frente a la crisis del aprendizaje en muchos
países en desarrollo, los gobiernos y los organismos de ayuda deben buscar más
oportunidades de crear alianzas estratégicas con proveedores no estatales. En
Bangladesh, por ejemplo, las escuelas dirigidas por BRAC emplean a
docentes mujeres (lo cual es clave para aumentar la escolarización de las
niñas) y superan a las escuelas públicas en términos de resultados de
aprendizaje.
Felizmente, el gobierno afgano comenzó a aceptar modelos
innovadores de ONG como el programa educativo comunitario de BRAC. Pero la escasez
de maestras cualificadas hará difícil o imposible un aumento de escala de esos
esfuerzos. Las mujeres sólo son la tercera parte del personal docente en las
escuelas primarias y secundarias afganas, lo que se debe en parte a una tasa de
alfabetismo femenino extremadamente baja. Y como hemos visto, la mala calidad
de la educación en las escuelas actuales puede impedir la formación de la
próxima generación de maestras.
No hace falta decir que el apoyo internacional a la
educación en Afganistán debe continuar. Pero en vista de lo extremadamente
superficial del aprendizaje (poco aprendizaje por grado) en las escuelas
femeninas estatales, también hay que prestar atención a fortalecer la capacidad
estatal en el sector educativo. Sólo haciendo las inversiones necesarias para
mejorar la calidad de la educación podemos poner fin al círculo vicioso
intergeneracional del analfabetismo en Afganistán, por no hablar de alcanzar
los Objetivos de Desarrollo Sostenible dentro del plazo fijado en 2030.
Traducción: Esteban Flamini
M Niaz Asadullah es profesor de Economía del Desarrollo
en la Universidad de Malaya en Kuala Lumpur y director del
grupo para el sudeste de Asia en la Global Labor Organization.
Copyright: Project Syndicate, 2019.
Prodavinci
28 de Noviembre del 2019
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