martes, 26 de noviembre de 2019

Educación y Crisis en Venezuela. Inventario de las distintas crisis y corolario a las oportunidades por venir - Wilberth Suescun Guerrero




Precisión teórica necesaria. Contexto de la reflexión 

Lo primero que debe decirse es que estudiar o analizar a la educación no se restringe a hablar de la escuela, del sistema educativo formal. Casi todos admiten y reconocen que la educación como proceso social, como fenómeno cultural, como base de la construcción humana individual, está provisto de una complejidad que lo ata a otras instituciones, tiempos, dinámicas, significados, intereses, demandas y conflictos que aquellos que puedan darse en las escuelas, colegios, universidades, que aquellos que atañan a profesores, directivos u otros mal llamados gerentes educacionales.


La educación, desde una perspectiva interpretativa amplia, y en tanto proceso histórico, ha sido y puede ser interpretada como puerta de la cultura (Bruner dixit), como el más humanizador de los procesos (Kant, reivindicado por Savater), como base de la vida del estado democrático (Prieto), como la mayor aspiración y producto social (Durkheim) en fin; como tantas otras cosas que aquel que quiera, como en esta ocasión, referirse a la educación como la actividad formal e instituida en la escuela, con la finalidad de interpretarla, criticarla o valorarla debe dejar por sentado sus límites de interpretación.

La educación a la que esta pequeña plática estará referida sí es la escolar, y es la educación escolar de un contexto geográfico específico, la educación venezolana que está a las puertas de la tercera década del siglo XXI, la que está o pretende estar coordinada,  planificada, supervisada, regulada y evaluada  por un “ente rector” (artículo 6 de la LOE, 2009), la que tiene como actores esenciales a profesores y estudiantes venezolanos que, a pesar de que puedan ser concebidos como sujetos o personas con infinidad de identidades, juegan roles específicos y tienen tareas más o menos concretas, la educación venezolana que se sirve en gran medida de una inversión pública de carácter oficial o privada.

Bien pudiera hablarse de “la otra” educación, la que es más amplia, la que se bate día a día en hogares e instituciones y se materializa en la vida comunitaria, patentada en la cotidianidad compleja en las ciudades, pueblos, aldeas, barrios y calles del país, esa educación también está en una crisis de valores, contenido, credibilidad, coherencia. Pero la restricción o delimitación para hacer referencia a la educación formalizada en las escuelas es necesaria por varias razones: por un lado, se trata de una elaboración limitada en tiempo y espacio, por otro, es el campo de mirada sobre el que quien esto escribe podría tener un poquito más de certezas (o de menores dudas) y porque, finalmente, se trata de un campo de lucha que indefectiblemente vendrá en el futuro cuando se quiera y se pueda acometer la reconstrucción ansiada del país y de la sociedad venezolana, cuando se destranque el juego político, se “normalice” la actividad económica, productiva, se recuperen las garantías mínimas de una ciudadanía democrática.

Y esa es otra coordenada  (como le gusta decir al compañero de este Panel, el profesor Pedro Rivas) de la discusión, aunque pueda hablarse de una educación universal, latinoamericana, caribeña, el punto de mira es sobre la venezolana de estos años porque es ella la que ha sido sacudida por tantos avatares en los últimos tiempos, porque es la que compete y duele, porque es la que requiere y requerirá vocacionalmente a todos sus actores mientras se pueda estar.

No se olvide tampoco que en la última década del siglo XX un Ministro de Educación, un universitario cabal, como el profesor Antonio Luis Cárdenas, atizó un debate público y nacional al decir que la educación venezolana era “un fraude”, y a partir de esa sentencia y ese diagnóstico, se acometió una importante reforma que aún hoy tiene impacto sobre la vida y el hacer de las escuelas. Poca gente recordará que cuando el primer ministro del gobierno de Chávez, Héctor Navarro Díaz, fue consultado sobre aquella sentencia de su predecesor de que la educación en Venezuela era un fraude respondió que no sabía si se podía hablar de fraude, pero que sin duda la educación venezolana que estaban hallando en su primer diagnóstico era “un verdadero desastre”. Más irónico es que 15 años después, en 2014, hubiera que hacerse una Consulta Nacional por la Calidad Educativa, en la gestión de otro Ministro de nombre Héctor, pero de apellido Rodríguez, luego gobernador de Miranda, consulta amplia y profunda de la que no se pudieron conocer con seriedad y responsabilidad resultados concretos. Después del fraude y el verdadero desastre ¿cómo puede definirse en 2019 la educación venezolana? Buscando respuestas a esa pregunta en las siguientes páginas vamos a dar cuenta de distintas crisis de la educación escolar venezolana y de la oportunidad que ofrece ese escenario.

Crisis de identidad, de estándares y de uniformidad.  

A partir de un conjunto de hechos y circunstancias sobre los que sería largo discutir pero que se pueden mencionar[i] la educación venezolana no parece tener una identidad definida. Difícilmente pueda decirse que se trata de educación popular, integral, holística o cualquiera que fuere el calificativo que se desee en función de intereses y deseos más o menos bien intencionados. La identidad educativa de las escuelas del país está fragmentada porque hay una gama importante de instituciones que labran más o menos como pueden su camino en el quehacer pedagógico y didáctico. Hay un modelo de escuelas, las bolivarianas, que en primer lugar no pudo ser extendido[ii] por el país como alguna vez se aspiró y en segundo lugar nunca pudo establecerse como modelo pedagógico e institucional de referencia, sus problemáticas son más o menos conocidas[iii]. Por lo que coexisten escuelas oficiales con dos turnos de 5 horas, en la mañana y en la tarde, con instituciones de carácter privado de carácter crematístico y otras que, sin pretender ser empresas o negocios son administradas por privados pero con un importante subsidio  o subvención del estado, más aquellas que son administradas por entes descentralizados: gobernaciones y alcaldías y posiblemente algunas instituciones autónomas.

En todas ellas se han difuminado más o menos los estándares de contenido, se han reservado para sí los materiales instruccionales[iv] que consideran cónsonos a sus esfuerzos, se han cerrado en sí mismas para, según lo crean, dar una formación más o menos aceptable a la comunidad a la que sirven. De manera que si correspondiera a la familia de un niño o niña de un 3er o 4to grado cambiarlo de institución a mitad de un año escolar, llegaría a un lugar donde quizás los énfasis formativos sean otros, los ritmos de trabajo, las exigencias, contenidos y rituales difieran enormemente.

Crisis de continuidad, políticas educativas contradictorias, constante experimentación. 

Asociado con lo anterior, a pesar de que el Estado haya reivindicado para sí su rectoría sobre los procesos escolares, se podría decir que las políticas  educativas  no se han consolidado en el tiempo y que la continuidad no es una garantía de la vida escolar. En los últimos 25 años ha habido más o menos 15 gestiones ministeriales[v] en las que se ha probado con transformaciones al currículo, la gestión de la carrera docente, la supervisión y evaluación escolar, la ley orgánica que regula la educación, los materiales instruccionales, otra vez en con el currículo, la administración de las escuelas y su posible o deseable integración comunitaria, y hasta la definición de sus propias identificaciones formales[vi]. No se olvide que después del trabajo curricular hecho en el último lustro del siglo XX impulsado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial[vii] que llevó a cambios significativos en la vida de las escuelas, sobre todo las que atendían los primeros seis grados de la que en aquel momento se llamaba la educación básica[viii], se lanzó con toda pompa un Proyecto Educativo Nacional que aún deambula en ciertas declaraciones oficiales, luego el programa “bandera la escuelas bolivarianas”, posteriormente la iniciativa de supervisión amparada en el decreto 1011, después, el experimento fallido de “bolivarianizar” las escuelas a través de un currículo con ese signo nominal, más adelante la ley orgánica de 2009, el decreto 0058 de los Consejos Educativos, en medio de ello la dotación de los computadores portátiles llamados Canaima que hacen parte de un esfuerzo educativo poco apreciado y valorado, incluso poco conocido[ix], o los textos de la Colección Bicentenario, también subutilizados y casi desechados, para que década y media después el Estado, en un gesto de honestidad y sinceridad a la que terminó por tenerle miedo lanzara un proceso de consulta para reconocer la calidad de lo que venía haciéndose; sin olvidar los ajustes administrativos como los que llevaron a montar un reglamento para el ingreso y el ascenso en la carrera docente que las mismas instituciones oficiales desconocen o irrespetan por no haberse consolidado, o los últimos esfuerzos por supervisar y coordinar a través de circuitos escolares y de unas bastante pormenorizadas “orientaciones” que indican (semana a semana) el conjunto de actividades en las que deben participar estudiantes, docentes y algunas comunidades en cada año escolar más o menos desde 2012 o 2013.      
Ante ese maremágnum de iniciativas que se solapan, unas sobre otras, se va olvidando que el Estado pretendía instalar como concepto pedagógico la “soberanía cognitiva”, que la noción de lo educativo como un “continuo humano” pretendía darle piso a sus proyectos, que la educación estaba sostenida sobre “pilares” como el de aprender a reflexionar, o que ahora uno de los ejes de integración era la interculturalidad o que la educación religiosa debería ser un tema de las familias y no de las escuelas, que el proselitismo político está prohibido en sus espacios, que los consejos educativos tienen un poder nominal por pocos asumido, que la docencia debe estar a cargo de personas de reconocida moralidad y comprobada idoneidad, que el estado ha de “garantizar” una remuneración y un nivel de vida acorde a su “elevada” misión, o que las escuelas con varios niveles de la Educación Básica tienen el deber denominarse Complejos Educativos. La educación del país ha sido, como nunca y casi en ninguna otra parte, un verdadero conejillo de indias, un ratón de laboratorio por pocos protegido, ni la consigna opositora “con mis hijos no se metan”[x] se pudo sostener en el tiempo.

Crisis de afectación y pertenencia. Una educación sin dolientes. 

La educación venezolana que se puede sostener con pinzas en las escuelas, parece afectarle poco a la sociedad atribulada como ha estado con el debate político, las pugnas electorales, los conflictos de convivencia y de supervivencia de los distintos actores del país, y últimamente la asistencia a una economía en demolición. Aunque a partir de lo dicho líneas atrás pudiera quedar la impresión de que el tema educativo es de dominio y preocupación de mucha gente lo cierto es que aún afectando a tantos duele y pertenece a pocos. Los niños y sus familias circulan por las escuelas, saben que no hay otra oferta que la que puedan tener en sus espacios territoriales definidos (de hecho, con la crisis de transporte de los últimos tiempos, se produjo por decantación una sectorización de estudiantes y docentes como la que se había deseado desde hacía hace mucho), y en algunos periodos han contado con la fortuna de una educación que, al menos materialmente, parece darles ciertos beneficios (en tantos hogares el computador portátil del niño o niña terminó por ser el único equipo para que la familia entera tuviera acceso a internet, en tantos otros la dependencia del programa de alimentación escolar fue clave en el sustento de los infantes), pero los estudiantes y familias pasan y las escuelas quedan. Las identidades y proyectos institucionales dependen en gran medida de docentes y trabajadores, y en ello es clave la figura de los directores. No es que un director sea ni tenga por qué actuar como dueño de una escuela, pero como cuentadante y líder está comprobado** que su rol, su pertenencia, y compromiso, le dan la posibilidad de marcar el ritmo y el sentido de la vida escolar. Eso no ha sido muy posible en la educación venezolana del último tiempo por el desmantelamiento de la carrera docente, su promiscua partidización, lo que ha hecho posible que en cargos docentes y directivos el interinato, la suplencia o la encargaduría sean demasiado comunes. En esos términos es muy complicado que las escuelas tengan defensores, tengan quien les proteja, salvaguarde y defienda, tengan quien construya una historia y la haga suya con otros. En un estudio de reciente finalización[xi] un docente quien estuvo en roles de supervisión reflexionaba sobre el origen del poder, o el poder de origen, como una evidencia de que el Estado, al no facilitar el ascenso  o ingreso a la dirección de los planteles a partir de una carrera y de comprobados méritos, garantizaba así el control de las escuelas y la fidelidad a sus políticas que, como ya se dijo, están sujetas a innumerables vaivenes.  

Crisis de profesionalidad, bases docentes empobrecidas y debilitadas: 

No se refiere sólo a la pobreza material, que en los últimos tiempos no es exclusiva del magisterio sino de toda la masa asalariada del país, sino del estructural debilitamiento en Venezuela de la docencia y su competencia profesional, su fragilidad en lo de ser reconocidos como los encargados de la formación de los niños, niñas y jóvenes del país. Por un lado, la carrera docente fue parte de las ofrecidas en el proyecto de emergencia llamado Misión Sucre a través del Programa Nacional de Formación de Educadores. Aunque no es posible acceder a información oficial y clara de los impactos de Misión Sucre y de la cantidad de las personas tituladas como profesionales de la educación de allí egresados es conocido que se trata de millares de personas que, finalmente, pudieron ser captados y empleados en el sistema escolar en un porcentaje mucho menor al que supusieron las expectativas iniciales. Muchos egresados de esa Misión sólo recibieron la certificación oficial pero nunca obtuvieron el empleo porque no había plazas suficientes y porque su plan formativo, independiente del diseño teórico inicial, tuvo dudosa calidad en la ejecución, y muchas irregularidades en la administración académica. Pero además, los docentes egresados de otras instituciones, públicas o privadas, libraban desde antes su batalla contra el desprestigio de un campo que ha sido subestimado por la clase política más allá de la retórica reivindicativa que suele usarse. A los docentes les asiste, en su experticia profesional, una base científica, técnica, una ética real, que suele ignorarse porque se cree que trabajar con niños es algo que puede hacerse con cierta facilidad y sólo contando con ciertos atributos personales. Muchos contribuyen con esa carga de prejuicios, incluidos una parte de los docentes mismos, por las dificultades que tiene transferir sus saberes universitarios al ejercicio real de la docencia, a su discurso oral y escrito, a su obra pedagógica visible.

El Estado, por su parte, al reservarse para sí los planes de estudio, actualización, perfeccionamiento, ha menoscabado el aporte que, históricamente, pudieran haber dado las instituciones formadoras de docentes al subyugarlos y desconocerlos en casi cualquier política pública educativa que quisiera emprender. Los intentos de consulta, asesoría y acompañamiento  que pudieran haberse dado en los últimos años fueron más bien excusas o trampas de legitimación pero siempre privó el interés, el propósito o la finalidad de quienes superpusieron el proyecto político e ideológico del país bajo el amparo de sus victorias electorales. Que ahora mismo, los estudios profesionales de cuarto nivel, bajo el mote de “sistema de estudios avanzados”, estén inscritos en la plataforma del Ministerio de Educación, que no es un ente que pueda o deba otorgar titulaciones, es una evidencia más, y no la última[xii], de ese propósito de debilitamiento.

En esto hay una responsabilidad importante de los distintos gremios del magisterio venezolano, acaso el más agremiado de los campos profesionales del país** por la cantidad de sindicatos, colegios, federaciones, que han desaprobado su misión de crear identidad profesional, defenderla, más allá de las justas y necesarias reivindicaciones laborales.

Corolario. En este panorama siempre hubo y habrá oportunidades. 

Bajo la lógica de la sabiduría popular que señala que nunca fue más obscuro como antes de amanecer podemos cerrar esta mirada un tanto negativa y pesimista con un aliento y una esperanza. Es verdad que en la educación de Venezuela muchas cosas han lucido caóticas, poco estructuradas, frágiles. Pero acaso también en ellas se han abierto profundas y esperanzadoras oportunidades. Si no ha habido uniformidad, ni estándares rígidos en la educación del país, eso facilita la aparición de un tipo de escuela donde lo más importante no son los objetivos o competencias específicas establecidas desde la verticalidad del estado sino los procesos vitales que los estudiantes y los niños pueden vivir espontánea y naturalmente según sus necesidades e intereses lo que ha sido una aspiración histórica de las mentes más liberales y críticas a la cultura escolar. Si la educación del país ha sobrevivido al conjunto de experimentos, iniciativas, cambios nominales, y se mantiene de puertas abiertas, es porque hay un algo en ellas que le reviste de energía, una herencia por defender, un sino protector; las escuelas pueden haber consolidado estos años, en una consecuencia inesperada, índices de autonomía insospechados porque, al final del camino, si algo terminan por hacer las experiencias de control es no controlar nada. Acaso también, la nueva fisionomía de la escuela otorga el chance, la coyuntura, para que aparezcan liderazgos genuinos, para que, renovada, se mire a sí misma como un espacio con grandes y fieles defensores y protectores. No se pierda la fe en que los docentes, que en principio parecen adormecidos y desencantados, han desarrollado, en esa tan en boga resiliencia, competencias y saberes que darán brillo y calidad a la educación por venir. A eso hay que aferrarse, por eso vale la pena seguir acá, seguir hablándolo, seguir escuchando. Gracias.





[i] La polarización política, por ejemplo, facilitó que en Venezuela la base programática y curricular que había sido homogenizadora y reguladora de la educación, la que le otorgaba una profunda uniformidad a la vida de las escuelas, sus grados, contenidos, niveles, se convirtiera en algo más “al gusto del cliente”, así, las escuelas privadas atienden el currículo y los programas  que deseen, las escuelas bolivarianas, que son tan oficiales como las otras de régimen convencional pero que tienen un mayor control por parte del Estado, llevan una programación distinta, e incluso escuelas públicas de otros entes descentralizados, todo dependerá, al final, de la discreción y autonomía de los mismos profesores pues los estándares se han perdido.

[ii] Hubo claras aspiraciones e intenciones, públicamente conocidas, de convertir a todas las escuelas del país al régimen bolivariano, que pasó de 5 horas a 8 horas de atención de los estudiantes.

[iii] Una atención en jornada larga requiere una cultura pedagógica menos tradicional, diversidad formativa: arte, deportes, espacios para recrearse, esto no se consolidó como programa, antes bien, muchos estudiantes y profesores pasan 8 horas haciendo lo que siempre hicieron, habar y copiar de la pizarra. Luego, mantener un programa alimentario de tres comidas, (desayuno almuerzo y merienda) es algo que no pudo sostenerse en el tiempo, no al menos con la calidad y cantidad inicial.

[iv] Los textos de la colección bicentenario son el ejemplo más visible, en un esfuerzo editorial que entregó a millones de niños y jóvenes de 4 a 6 libros de texto escolar de carácter público, pero no oficial, sino de apoyo, algunos estudiantes y familias decidieron recibirlo y desecharlo, mientras otros no. Igual con el computador portátil.

[v] Héctor Navarro (2 veces), Aristóbulo Istúriz (3 veces), Adan Chávez, Jennifer Gil, Héctor Rodríguez, Maryan Hanson,  Rodulfo Humberto Pérez, Elías Jaua.

[vi] Jennifer Gil, ministra que quizá no alcanzó un año de gestión, lanzó una resolución donde se pautaba cuáles ern Complejos Educativos, Unidades Educativas, Escuelas en su sentido lato

[vii] El Currículo Básico Nacional fue un proyecto tan ambicioso y prominente que no se le puede negar hegemonía aún hoy, 20 años después, en ciertas prácticas y definiciones de los procesos de enseñanza y aprenidizaje

[viii] Recuérdese, Educación Básica era,  para la LOE de 1980, el segundo nivel del sistema educativo, un nivel de 9 grados, en tres etapas de 3 años, del que se otorgaba certificación. La “nueva” Educación Básica surgida hace 10 años por definición de LOE es mucho más ambiciosa, costosa y amplia, y no sólo por haber aumentado el tiempo de 9 a 17 - 18 años

[ix] Sobre este programa, como tantos otros víctimas del debate polarizado e ideologizado, hay poco conocimiento en el mundo de la academia porque la comunidad de investigadores han preferido no incorporarse después de tantos desplantes

[x] Reacción del activismo opositor, más mediático que real para entonces,  al decreto 1011 y la figura de los supervisores itinerantes

[xi] Wuilmer Gutierrez, 2018, Especialización en Administración Educacional. Título del trabajo

[xii] Ahora mismo, con la conformación de la Universidad Experimental del Magisterio, el programa avanza raudo y veloz, sostenido y avasalladoramente.


G Miradas Multiples


26 de Noviembre del 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario