El supuesto acuerdo entre partidos minoritarios y el régimen de Maduro ha enturbiado el aire en sectores opositores. Cumplió así con uno de los objetivos que buscó el madurismo: lograr ser reconocido por quienes dicen ser opositores, desmoralizar con ello a la población e intentar confundir a los países democráticos que depositaron su confianza en Juan Guaidó. Pero los descalificativos ad-hominem –contra la persona y no contra su argumento—no se justifican. Además de restar fuerzas en vez de sumar, el torneo de dimes y diretes obnubilan el sentido de la lucha contra la dictadura. A riesgo de “llover sobre lo mojado”, conviene retomar aspectos que muchos dan por sentado a ver si evitamos tal extravío.
El problema
Venezuela se encuentra colapsada en prácticamente todos
los ámbitos salvo, hasta ahora, en la disposición mayoritaria de sus habitantes
por desalojar del poder a los responsables de este desastre. Sobran
diagnósticos y cifras: Somos el país que, no estando en guerra, registra el
mayor desplome económico en el mundo moderno. Hambre, desolación, servicios
destruidos y muerte es lo que hoy queda de una nación antes reconocida por sus
oportunidades: un estado fallido. De ahí la imperiosa necesidad de cambios
fundamentales que permitan rescatar sus enormes potencialidades y dotar a sus
residentes de la oportunidad de vivir dignamente conforme a sus esfuerzos, talentos
y aptitudes. Se trata de acortarles los terribles padecimientos que hoy sufren
y devolverles un país en el que prive la libertad y la justicia. En fin, evitar
convertirnos en el “ex país” de que habla Agustín Blanco Muñoz.
Para ello es imprescindible desalojar a la oligarquía
militar - civil que hoy usurpa el poder político. Ésta se niega a irse o a
cambiar sus políticas porque de ello depende su depredación de la riqueza
social. Recurre, por ende, a medios represivos crueles –asesinatos, secuestros,
torturas, persecuciones, razias de exterminio (FAES) y demás elementos del
arsenal del terrorismo de estado—para preservar sus privilegios, en el puro
estilo fascista. El informe de la Bachelet es bastante elocuente al respecto.
Le entrega la seguridad de estado a la inteligencia castrista y, más allá,
empodera a bandas de malandros y cuerpos o agentes de seguridad (FAES) como
fuerza de choque para intimidar o eliminar a opositores. Asimismo, ha entregado
zonas importantes del territorio nacional –fronteras y áreas mineras de
Guayana—a la guerrilla colombiana y/o al narcotráfico. Conforma una
organización criminal –un atajo mafioso—cuyo eje central lo constituyen altos
oficiales militares prostituidos por corruptelas, fuentes de oportunidades para
el lucro inusitadas.
Esta oligarquía potencia su crueldad al ampararse en una
construcción ideológica basada en símbolos patrioteros y elementos de la
mitología comunista, que la hace refractaria a todo entendimiento con las
fuerzas democráticas. Como genuinos herederos de Bolívar y depositarios de
conquistas providenciales de una prometida “revolución”, se sienten envestidos
de una superioridad moral ante sus críticos, devenidos en enemigos. Se aíslan
en una falsa realidad que les exime de tener que rendir cuentas o de justificar
sus acciones y que, cual bálsamo limpiador, les absuelve sus crímenes. Esta
ideología propicia la conversión de sus seguidores en sectas, inmunes a toda
increpación racional, e invoca la solidaridad automática de mentes retrógradas
en otros países que, insólitamente, se auto califican de izquierda (¡!).
¿Negociaciones?
Es iluso pretender que a esta oligarquía militar – civil
la anima la búsqueda de consensos o de propósitos compartidos, que está
dispuesta a respetar las posiciones del otro. Cerró las salidas políticas al
impedir el referendo revocatorio y demás manifestaciones de la voluntad popular
al inhabilitar a la oposición en elecciones que no gozaban de garantía alguna,
confiscar las atribuciones de la Asamblea Nacional, negar los derechos civiles
y políticos de la población --incluidos los diputados a la AN—y violentar, en
general, el ordenamiento constitucional. Abandonó las negociaciones auspiciadas
por Noruega por no estar dispuesta a concertar unas elecciones presidenciales
confiables.
Sólo aumentando la presión, profundizando las sanciones
internacionales contra los esbirros y demás personeros de la mafia
cívico-militar y potenciando por distintas vías la protesta popular, sin
abjurar de la amenaza velada de aplicar, en última instancia, acciones más
contundentes, podrán arrancársele concesiones al régimen fascista. Ante este
“cuadro cerrado”, es que Putin exhorta a Maduro su regreso a la negociación.
Pretender que la liberación de Edwin Zambrano y de uno que otro preso político,
y el retorno de la fracción fascista a la Asamblea Nacional fue gracias a
Fermín, Mujica y Timoteo, y que de ahí se desprende “negociar” el levantamiento
de algunas sanciones y/o de exigencias --¿elecciones con Maduro en el poder? —
a cambio de “conquistar” más concesiones, es no entender en absoluto lo que
está en juego. Es el eterno juego cubano: levantar temporalmente la represión,
liberar algunos presos que nunca debieron estarlo, para después encarcelar a
otros cuando la presión amaina, buscando, engañosamente, revertir la absoluta
falta de legitimidad ante el mundo de fuerzas democráticas.
Pero la AN continúa
en “desacato” sin sus potestades constitucionales, la asamblea constituyente
sigue activa --con diputados fascistas jactándose de pertenecer a ambas
cámaras--, el tsj cómplice busca liquidar lo que queda de las universidades
públicas y se mantiene el terrorismo de estado. Y la mafia militar recurre cada
vez más al saqueo de las riquezas minerales y a otras actividades
delincuenciales, para atornillarse en el poder, ahora en alianza con el ELN y
la Farc cimarrona.
¿Dónde estamos?
A pesar del deterioro acelerado de la situación del país,
el avance hacia una salida democrática parece estancarse. El estamento militar
corrupto y la contrainteligencia cubana todavía mantienen su control sobre lo
que queda de una FAN disminuida. Alternativamente, se recurre cada vez más a
bandas paramilitares: colectivos fascistas y FAES. Aunque las sanciones han
restringido las oportunidades para sus ilícitos, las mafias siguen depredando
al país con impunidad al detentar el poder de manera irrestricta. No les
importa que se agrava el sufrimiento de la población. Al haber obturado el
juego político, se inmunizan ante las presiones por el cambio.
La enorme
tragedia de esto es que puede perpetuar una situación de estancamiento crónico,
en que las fuerzas democráticas no logren desalojar al fascismo, pero en la que
éste tampoco consiga abatir las amenazas a su poder. Tal eventualidad tendrá
terribles consecuencias para los venezolanos. Los precios internos se han
dolarizado, pero el país no genera dólares. Mientras se desploma la economía y
la productividad, también lo hace el salario: el mínimo está en apenas 2
dólares ¡al mes! Si bien en algo lo compensa el hecho de tener servicios
públicos y gasolina regalados, éstos están cada vez más colapsados. Por su
parte, pretender que el reparto de cajas CLAP, sea una solución insulta la
dignidad del venezolano. La corrupción hace estragos con este reparto, cada vez
menor y de disminuida calidad. Lamentablemente, tal estado de miseria agónica
puede perdurar si nos resignamos a ello.
La viabilidad del juego político implica necesariamente
restituirle poderes plenos a la Asamblea Nacional, levantar la persecución a
diputados y líderes democráticos, liberar los presos políticos y disolver la
asamblea constituyente fraudulenta. La negociación puede facilitar este proceso
si la correlación de fuerzas no le deja más opción a la mafia milico – civil.
Para ello será decisivo el fortalecimiento de una opción democrática unida,
aglutinada, con sus aciertos y errores, en torno a Juan Guaidó, y la
intensificación de las presiones de los países amigos en contra del régimen de
Maduro.
Economista, profesor de la UCV.
Digalo Ahi Digital
09 de Octubre del 2019
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