Les escribo desde Roma donde participo en el Sínodo especial para la Amazonía. Una experiencia novedosa, producto de la preocupación del Papa Francisco por estar presente allí donde pareciera que nadie quiere visibilizarlos. La Amazonía es un espejo de la “casa común”, y más allá de sus especificidades regionales, es un llamado de atención a todo el planeta para que lo hagamos vivible, en justicia y equidad, para las actuales y futuras generaciones.
Me llama la atención la entrega y pasión de todos los obispos que atienden y conviven en esta enorme región de nuestra América. Es un ejemplo de servicio, marcado también por la trasparencia en hacer ver las luces y las sombras del trabajo que durante siglos allí ha realizado la iglesia católica. La participación venezolana es numerosa. Ocho obispos que bebemos en el pozo común de una fe y de unos testimonios que animan a ser más y mejores apóstoles con olor de oveja.
Coincide este encuentro con mi cumpleaños 75 que según la ley canónica obliga a todos los obispos a poner en manos del Papa, la vida de una iglesia diocesana. La costumbre es que una vez puesta la renuncia hay que esperar la respuesta del Vaticano que normalmente acusa recibo y anuncia que se siga en el encargo ministerial, “nunc pro tunc”, es decir, por ahora, hasta que la Santa Sede decida la continuidad institucional de una diócesis. Por tanto, la vida continúa, y como ley de vida, tocará en su momento dar paso a nuevas generaciones. En tiempos de cambio de época como los que vivimos, la fugacidad de la existencia nos obliga a no creernos dueños ni del tiempo ni del oficio que ejercemos. Es un servicio y como tal hay que llevarlo adelante como administradores del don de Dios.
Quiero en primer lugar, dar gracias a Dios por haberme permitido ejercer la mayor parte de mi sacerdocio y episcopado en la grey merideña. Es una bendición por la tradición y la herencia sembrada en las tierras andinas desde hace casi cinco siglos. Gracias por el ejemplo y testimonio tanto de sacerdotes, religiosas, laicos y amigos de buena voluntad por todo lo que han aportado a esta iglesia merideña. A la universidad, a los campesinos, a las ciudades y a los pueblos, a todos, un Dios se los pague. Por otra parte, es también obligado pedir perdón, pues no somos ángeles sino seres humanos con limitaciones. Que la misericordia del Señor nos acoja benignamente y acepte lo que ha querido ser una entrega total al ministerio recibido.
Mañana, 10 de octubre, Dios mediante, concelebraré privadamente con el Papa Francisco, como regalo por el don de la vida y del ministerio episcopal. A todos espero verlos pronto, a mi regreso del sínodo, y darles un abrazo sincero y fraterno. Oremos los unos por los otros y sobre todo por Venezuela para que encuentre la luz, la paz y la reconciliación que alumbre un futuro mejor en todos los órdenes y destierre tanta maldad, violencia y carencias que no ayudan a la convivencia y a la fraternidad.
Que María Inmaculada, patrona de nuestra arquidiócesis, bendiga a todos los que hacen tienda en tierras merideñas, para que sean sembradores de paz y de amor. Recen por mi, Dios los bendiga
+Baltazar
Frontera Digital
11 de Octubre del 2019
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