Rómulo Betancourt es el más grande líder político que ha dado Latinoamérica. Escritor, activista, organizador, ideólogo, gobernante de crisis. Con pocas excepciones, las demás leyendas de la región, Fidel, Perón, Villa, Velasco, Torrijos, Guevara, Cárdenas, son caudillos autoritarios, déspotas o simples bandidos. Valiente en el peligro, decidido, honrado, profundo, trabajador, clarividente, triunfante, generoso, es lo más parecido posible a un héroe. Pensó que la atrasada hacienda Venezuela, debía ser un país libre como las grandes naciones.
Se rodeó de importantes hombres de su época, Rómulo
Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto, Alberto
Carnevalli, Leonardo Ruiz Pineda y de la inteligencia política más prodigiosa
del siglo XX, Gonzalo Barrios, quien lo contrariaba y complementaba. La
democracia no hubiera sobrevivido sin la llave Betancourt-Barrios. Fundó el
primer partido moderno AD, el régimen de partidos, la democracia, y la defendió
de la barbarie de izquierda y derecha cuando llegó a la Presidencia. Demasiadas
hazañas en la vida de un solo hombre.
Desconfiaba de la Asamblea Constituyente de 1946
porque era un poder absoluto, una figura anacrónica en el siglo XX. Por eso en
1958 se empeñó en que el Congreso, institución sometida a Estado de Derecho,
elaborara la Constitución de 1961.
En la caída de Gallegos en 1948, además de la impericia
del gran novelista, jugaron papeles estelares Rafael Caldera y Jóvito Villalba.
Por su generosidad y genialidad estratégica, lejos de guardar rencores,
Betancourt incorporará ambos al Pacto de Puntofijo y al gobierno.
La oposición a Betancourt en el partido era tan
poderosa que su candidatura presidencial se aprobó por apenas un voto en la
Convención de 1958. La otra mitad proponía un candidato independiente, como
Rafael Pizani o Francisco De Venanzi. Ya electo inició la política de
desarrollo industrial llamada sustitución de importaciones. Mientras, su
ministro Leopoldo Sucre Figarella emprendía la masiva construcción de cloacas,
acueductos, represas, escuelas, viviendas populares, aeropuertos, sistemas de
riego, tendidos eléctricos. Eso cambió la fisonomía y la fisiología de
Venezuela. Proseguido por Raúl Leoni, convirtieron en diez años a Venezuela, de
un país atrasado en el más moderno de América Latina. Una hazaña pocas veces
lograda en algún lugar del mundo.
Fundó un partido que venía inficionado de marxismo
y tuvo que vivir en batalla sin cuartel para derrotar en la lucha interna esas
ideas que él compartió en su juventud. Fue el único líder político de la región
que se enfrentó abiertamente a Fidel Castro cuando su prestigio y el de la
revolución cubana estaban en el cenit. Con eso ganó el odio de la
izquierda cultural y artística del mundo entero.
Entre 1958-1963 derrotó más de veinte conspiraciones
militares de izquierda y derecha, entre ellas golpes efectivos como el del
general Castro León en Táchira, el “porteñazo”, el “barcelonazo” y el
“carupanazo”. También la insurrección armada del MIR y el PCV y superó dos
divisiones del partido, las del MIR y ARS. AD concurre a las elecciones de
1963, en medio del boicot armado, con la tarjeta electoral negra, porque el
Consejo Electoral le quitó la blanca. “Por encima de las tumbas”, dejó la banda
presidencial en manos de Leoni.
Valoraba las resistencias que despertaba en
izquierda y derecha, y en su segundo gobierno designó Secretario de la
Presidencia a R. J. Velásquez, bien visto por ambos sectores. Hombres clave, el
mismo Velásquez y Leandro Mora, avisaban a Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y
otros jefes de la insurrección cuando la policía develaba sus “conchas” e iban
a apresarlos. Lo hacía porque en los cuerpos de seguridad abundaban renegados
izquierdistas y otros que actuaban con saña asesina.
En las elecciones de 1968, decididas por 30 mil votos
adulterados en Socopó de Barinas, Betancourt y Barrios tomaron la decisión
dramática para la historia y contra la opinión del partido, de reconocer el
triunfo de Caldera aunque no hubiera ganado. “Prefiero una derrota discutida
que un triunfo cuestionado”; dijo Barrios en una frase más duradera que el
bronce.
Toda alegría trae su tristeza pero la nuestra es trágica.
A la obra creadora de Betancourt durante 40 años de democracia, la liquidó el
Leviatán, el espíritu de la destrucción que se apoderó del alma de los
venezolanos, en pleno proceso de reformas, descentralización, aperturas desde
1989. El de Caldera en 1993 es el primer gobierno chavista. Y se empañan sus
aportes al proceso político haber sido esencial en la exterminio de la
democracia en 1948 y 1993 y de Copei, el partido que creó.
Por desgracia las generaciones posteriores no pudieron
mantener la democracia ni el monumental legado de Betancourt. A la muerte de
Barrios el país quedó sin horizonte en manos de seudo elites ineptas que
acabaron todo y continúan en eso. Ahora falta que dividan el territorio
nacional.
Y la pregunta inevitable: ¿aparecerá un estadista
entre nosotros? ¿Alguien que ponga orden y restañe las heridas? ¿Con talento y
habilidad suficientes para mantenerse en los mandos en medio de la zozobra?
Si no hubiera hecho nada más, Betancourt estaría en
la historia del pensamiento por su extraordinario libro; Venezuela, política y
petróleo.
Digalo Ahi Digital
11 de Octubre del 2019
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