El triunfo de Axel Kicillof en las elecciones primarias de la provincia de Buenos Aires será central en la elección general de Argentina. Un candidato resistido por la oposición y por parte del oficialismo, al que se lo sindicó de «marxista» y que fue acusado de tener el perfil de un «joven de la ciudad», podría ser el gobernador de la provincia más importante del país.
En Argentina, las elecciones
primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) deberían servir para
seleccionar las candidaturas que se presentarán en las elecciones generales. En
las celebradas el 11 de agosto, no obstante, ningún partido tuvo competencia
interna, por lo que se vivieron como un simulacro de las generales. Y así
ocurrió también en los niveles provinciales. No se decidía nada pero,
como escribió el politólogo Andrés Malamud se decidió casi todo. Alrededor
de la mitad de los argentinos votaron por Alberto Fernández, acompañado por
Cristina Fernández de Kirchner como candidata a vicepresidenta, y castigaron al
actual presidente, Mauricio Macri, por incumplir sus promesas: durante su
gobierno la inflación fue cada vez mayor, las inversiones prometidas no
llegaron y la economía pasó de la recesión a la crisis, con el endeudamiento
con el Fondo Monetario Internacional (FMI) como espada de Damocles. Lejos de
modernizar el país, Macri cometió el mismo pecado que otros gobiernos de la
derecha: profundizó los problemas que venía a resolver.
Así, se abrió en Argentina
una transición presidencial de cuatro meses, mientras que la primera vuelta
electoral del 27 de octubre ya se vive casi como la segunda. Macri vive en
carne propia la tensión de ser presidente y candidato, mientras se le hace más
cercana la condición de ex-presidente. Por otro lado, si bien Fernández es el
candidato presidencial del Frente de Todos, funge como una suerte de presidente
electo para el empresariado, los mercados y la ciudadanía, así como para varios
mandatarios extranjeros que lo recibieron en dos giras recientes.
Lo cierto es que la elección
argentina (y la eterna transición) está en boca de todos. Se analizan las
razones y las formas que condujeron al candidato peronista a imponerse en las
primarias sobre el presidente Macri, un hombre que, basado en las estrategias
del marketing político contemporáneo (y de los gurúes del «algoritmo»), parecía
indestructible. Por el momento, y a menos que sucedan hechos políticos
extravagantes, se espera que Fernández revalide su triunfo el 27 de octubre.
Hay algo, sin embargo, de lo que se habla menos: de cómo en la principal
provincia del país el ex-ministro de Economía Axel Kicillof le ganó por un
ostensible margen, en las zonas más populosas de Argentina, a la actual
gobernadora, María Eugenia Vidal, hasta ahora la estrella que más brillaba en
el firmamento oficialista y que incluso era considerada una candidata
presidencial mejor que Macri. Y aunque se hable poco de ella, hay una verdad
evidente: que la elección de Buenos Aires es crucial para los comicios
nacionales. La provincia más importante del país está produciendo un cambio de
signo político que, hasta hace poco tiempo, parecía impensable para muchos.
Kicillof es un candidato sindicado como «marxista» y acusado de tener el
perfil demasiado asociado a las clases medias urbanas universitarias para
seducir a los sectores populares.
Al igual que lo que sucedió
en términos nacionales, el resultado de las PASO bonaerenses dejó la impresión
de que la elección está casi decidida: Kicillof se impuso a Vidal por 18 puntos
(52% a 34%). Se trata de una victoria rutilante, tal vez más que la del propio Fernández:
Kicillof venció a la figura más taquillera del oficialismo. Para algunos, la
victoria fue sorpresiva. Vidal, una conservadora en un gobierno liberal, fue
una de las grandes vencedoras en las elecciones de 2015 y 2017 y se creó a su
alrededor una sensación de imbatibilidad. Sin embargo, si se piensa la
provincia de Buenos Aires en relación con el gobierno federal, podrá verse que
la derrota de Vidal no fue tan sorprendente. Empecemos, sin embargo, por los
ganadores: ¿quién es Kicillof?
Peronista y keynesiano
Axel Kicillof nació en la
ciudad de Buenos Aires en 1971 y finalizó los estudios secundarios en el
Colegio Nacional de Buenos Aires, dependiente de la Universidad de Buenos
Aires. Se graduó como economista y realizó su doctorado con una tesis que pinta
cabalmente sus ideas: era sobre la teoría del economista John Maynard Keynes.
Por aquellos tiempos, Kicillof militaba en una agrupación independiente de los
partidos tradicionales (Tontos pero No Tanto) y ejercía la docencia. El
kirchnerismo todavía no había llegado al poder y la disputa se daba entre
peronistas alineados a posturas neoliberales y opositores que tampoco
pretendían tocar las características más generales de ese modelo. La hora de
Kicillof llegó, sin embargo, con el kirchnerismo.
Durante el primer gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner, comenzó a ocupar cargos de trascendencia: en
Aerolíneas Argentinas y en empresas en las que el Estado nacional posee
asientos en el directorio. En el segundo mandato de la ex-presidenta, Kicillof
se mostró como una estrella en ascenso y llegó a la posición más alta a la que
podía aspirar como economista: primero fue designado secretario de Política
Económica y luego, en 2013, como ministro de Economía. En 2015, año de la
derrota kirchnerista, Kicillof fue elegido diputado nacional.
El llano significó un nuevo
desafío para el economista progresista y heterodoxo: comenzó a recorrer la
vasta geografía bonaerense con la mira puesta en la gobernación. En el medio,
tuvo que lidiar con acusaciones de propios y ajenos. Y es que a Kicillof se lo
acusó de marxista y se lo señaló como miembro de La Cámpora, la agrupación de
la ex-presidenta que es resistida por la oposición y por buena parte del
peronismo. Aunque tiene 48 años, mantiene un estilo juvenil de
activista universitario.
Lejos de ser marxista, Kicillof se definió como económicamente
keynesiano y políticamente peronista, porque «el peronismo es poner un modelo
industrial por encima de uno simplemente primarizador y financiero». Alguna vez
se definió como «un hijo recuperado por el peronismo», haciendo referencia
a los nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo cuyos padres
desaparecieron durante la última dictadura militar. Pero su relación con La
Cámpora es lábil: dueño de una trayectoria propia, Kicillof trasciende el
encuadramiento en esa agrupación porque supo crear vasos comunicantes con todos
los sectores del peronismo.
Se lo acusó de marxista y se
lo señaló como miembro de La Cámpora. Pero, lejos de ser marxista, Kicillof se
definió como económicamente keynesiano y políticamente peronista.
Kicillof también fue acusado
(en especial por sus rivales internos) de «extraterritorial», de no haber sido
«nacido y criado» en suelo bonaerense. Es decir, de ser «porteño» y de tener
un habitus cultural diferente al de la tradición del peronismo
bonaerense. Kicillof evitó discutir ese pedigrí y, a bordo de un
Renault Clío, visitó pueblos, conoció de primera mano el entramado productivo
de la provincia y supo los problemas que la aquejan. Además, contaba con el
inestimable respaldo de Cristina Fernández, quien, si bien perdió las dos
últimas elecciones en la provincia, tiene allí una fortaleza indiscutible. Así,
Kicillof llegó al inicio del proceso electoral bien posicionado, mientras que
un conjunto de alcaldes peronistas que impugnaban su candidatura acababan concentrándose
en intrigas palaciegas (lo que en la jerga argentina se conoce como «la
rosca»).
Quienes conocen a Kicillof destacan su ductilidad: durante la campaña,
limó asperezas con los alcaldes, los contuvo y los hizo parte de su campaña. Se
volvió su conductor.
La derrota del macrismo
La victoria de Kicillof se
produjo en un territorio clave para las elecciones generales, pero también en
un sitio muy particular de Argentina. La provincia de Buenos Aires es uno de
los estados subnacionales más hipertrofiados del mundo: concentra aproximadamente
40% de la población del país (casi 17 millones de personas) y 36% del
electorado total (algo más de 12 millones). De estos porcentajes, casi 60% se
agolpa en 24 municipios que conforman el Gran Buenos Aires, el extrarradio de
la capital del país. Para cualquier candidato a presidente, la elección en la
provincia de Buenos Aires es clave por su envergadura electoral.
La provincia se destaca por
su mixtura. De dimensiones gigantescas, agrupa localidades con importantes
bolsones de pobreza con otras que son conocidas por su alto poder adquisitivo.
En un mismo territorio conviven San Isidro (una zona rica y poderosa, aunque
también con sus barrios marginales) con localidades como La Matanza (un
territorio que tiene más de 100 villas de emergencia y asentamientos, pero que
además vive situaciones de pobreza por fuera de esos barrios). La pintura de la
provincia de Buenos Aires es la de un territorio de desigualdades y contrastes.
Es allí donde ganó Kicillof, un joven al que pocos le veían capacidades para triunfar
en un territorio en el que, supuestamente, había que ser un «duro de la
política».
Buenos Aires es el estado
más importante en términos económicos: produce y recauda casi 40% de lo que
produce y recauda el país. A pesar de esto, la provincia no maneja su economía:
depende de las transferencias fiscales del gobierno federal. Pongamos como
ejemplo la coparticipación: por este sistema de redistribución de los tributos,
Buenos Aires recibe aproximadamente 21% de los fondos coparticipables, es
decir, casi la mitad de lo que recauda. Esto es algo que Kicillof tiene claro:
y será uno de los problemas que deberá enfrentar como nueva figura política.
La actual gobernadora, Maria
Eugenia Vidal, demostró antes lo que Kicillof demuestra ahora: que se puede
ganar la provincia sin ser parte de «los mismos de siempre». De hecho, Vidal se
hizo fuerte mostrándose como un «rostro humano» frente a los clásicos
«gobernantes peronistas», frente a los «barones del Conurbano». En 2015, nadie
creía que pudiera ganar la elección. Y, sin embargo, la ganó. Pero a diferencia
de Kicillof, lo hizo desde un espacio no peronista. Ambos, sin embargo, cuentan
con inestimables apoyos de personajes históricos de la política provincial.
Vidal no supo, sin embargo,
hacerse cargo de su propio éxito electoral. En sus cuatro años de gobierno, no
pudo revertir los términos desfavorables que, de antemano, ya tiene la
provincia. A fin de cuentas, esta ley de hierro pesó más que el hecho de que
Vidal sea parte del mismo equipo de Macri. Cuando la economía crece, esto pasa
desapercibido. Cuando la Argentina está en crisis, este aspecto cobra
relevancia. Recientemente el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec)
dio a conocer cifras de desocupación y pobreza y tres regiones de la
provincia de Buenos Aires ostentan cifras que, en algunos casos, se encuentran
por encima de la media nacional: Mar del Plata (13,4% de desocupación y 29,5%
de pobreza), el Gran Buenos Aires (12,7% y 39,8%) y La Plata (la capital
provincial, con 10,5% y 31,9%, respectivamente).
Frente a esto, Vidal estuvo
atada de pies y manos. Así lo reconoció a principios de septiembre. En una
visita a la localidad bonaerense de Junín, reconoció la crisis y aseguró que el
gobierno provincial, en términos económicos, no puede hacer más para paliar sus
efectos. Pero desde lo político sí pudo. Teniendo en cuenta la implicancia de
Buenos Aires en la elección nacional, la gobernadora tuvo la posibilidad de
adelantar la elección a gobernador para plebiscitar su mandato y, en caso de
una eventual victoria bonaerense, impulsar la elección presidencial de Macri.
Nada de eso sucedió: Vidal dio el brazo a torcer ante el «ala talibán» del
macrismo y plegó su reelección a la presidencial. Con seguridad, Vidal debe
estar lamentándose.
Lo único cierto es que, en
lugar de ser gobernadora de los bonaerenses, Vidal escogió ser una gobernadora
de Macri. Eligió, de hecho, ser parte de un equipo que sostuvo (sostiene) a un
presidente que lleva adelante un ajuste que sumergió al país en una crisis que
afectó tanto a la clase media como a los sectores vulnerables. Desde el 10 de
diciembre, un gobierno nacional del Frente de Todos afrontará la resolución de
la crisis y el próximo gobierno bonaerense deberá encarar la misma tarea,
adaptada a su suelo: hoy el equipo de Axel Kicillof diagnostica la gestión que,
supone, le dejará Vidal, con una situación financiera endeble, altos niveles de
endeudamiento en dólares y un «default virtual»
Heidi de Heidi
Axel Kicillof es una figura
disruptiva para la política bonaerense del mismo modo que lo fue Vidal en año
2015. En aquel año, «Heidi» (como la apodaron sus detractores por su imagen de
«buena») generó expectativas por haberse impuesto a los «barones del Conurbano»
y por perfilar un modo de hacer política signado por la juventud y la cercanía.
Este año, perdió en su ley frente al «Heidi de Heidi», como definió el
consultor Ignacio Ramírez a Kicillof. Así, la transición en marcha sitúa la
política bonaerense en una sintonía mundial: líderes jóvenes, que surgen de
fuera de los partidos tradicionales, son encumbrados por la ciudadanía. Y él,
además, tiene un capital ético con el que no cuenta gran parte del
kirchnerismo: nunca fue acusado de corrupción.
Si a Macri los argentinos lo
castigaron por empeorar la calidad de vida de los argentinos, a Vidal los
bonaerenses la castigaron por ser su cómplice. Kicillof obtiene, ahora, la
confianza de los bonaerenses. No hay dudas de que se trata de un fenómeno
singular. Y pesará, con toda seguridad, en la elección general del 27 de
octubre.
Nuso, Org
https://nuso.org/articulo/argentina-elecciones-crisis-kicillof-provincia-buenos-aires-macri-izquierda-kirchnerismo-marxista/?utm_source=email&utm_medium=email
09 de Octubre del 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario