Clara Diament en el taller de Tecla Tofano. Fotografía de Ángel Hurtado | Archivo Fotografía Urbana
Es posible que lo único que quede del día en que coincidieron, de
izquierda a derecha, Tecla Tofano, Clara Diament y la luz de Caracas sea esta
fotografía. No puede ser, dirá el observador atento, porque en el centro de la
imagen está una cámara de cine y las luces están encendidas: ese día quedó
registrado en una película. Y así fue… pero no por mucho tiempo.
La foto fue hecha por el artista plástico y cineasta Ángel Hurtado en el
año 1961, cuando recibió el encargo de Antonio Pisani Pardi, entonces director
de la Televisora Nacional de Venezuela, de hacer una serie de programas con
artistas locales. El resultado sería una decena de documentales sobre artes
plásticas, que se tituló El arte en la pantalla. Poco después de
concluido el trabajo, Hurtado marchó a Europa donde permanecería seis años.
“Cuando regresé –dijo en entrevista– me enteré de que los habían destruido.
Habían botado las películas para usar las latas y los riles. No quedó ningún
vestigio de ese trabajo, salvo las fotos. Todos los documentales se perdieron,
con excepción del que dedicamos a la figura y obra de Pedro Ángel González”
.
Cada pieza duraba entre 20 minutos y media hora. A cargo de Ángel
Hurtado corrían la cámara, el montaje y dirección. Las entrevistas y el texto
eran responsabilidad de Clara Diament. “Una vez que yo había hecho el montaje,
ella escribía el texto”, dice Hurtado.
La cámara con que están filmando, explica el cineasta Carlos Oteyza, es
una Bolex 16 mm. “Es una cámara amateur o semi profesional, que no registra
sonido, solo imagen. Cada rollo de película apenas dura tres minutos. Es
interesante que, aunque hay una gran ventana, tienen dos focos de luz para
ayudar a la imagen. Eso se debe a que en la época la sensibilidad de las
películas era baja y necesitaban mucha luz, a diferencia de las de hoy, cámaras
digitales, que graban bien con muy poca luz. Por cierto, esas luces daban
bastante calor, sobre todo si se disponían cerca de la persona, como están en
la foto. También llama la atención el lente, un zoom, costoso para la época,
que permite acercarse a primeros planos. El trípode parece de aluminio”.
En esa época, año 61, Tecla Tofano tenía un espacio en el “Taller de la
Nena” (lugar de trabajo de la artista gráfica, pintora y ceramista Luisa
Palacios). Allí fue hecha la foto. Unos pocos años después, Tofano tendría su
propio taller en el estacionamiento del edificio El Turpial, en Bello Monte,
Caracas, donde se instaló con su esposo de entonces, el escritor Alfredo
Chacón.
Pero en este momento Tecla Tofano está soltera. Tiene unos cuatro o
cinco años divorciada de Armando Córdova, con quien tuvo sus dos primeros
hijos, Lucía y Daniel.
Tecla Tofano había nacido el 5 de marzo de 1927, en Nápoles, Italia,
“donde vivió una vida más que holgada hasta la muerte de su padre, quien fue un
prestigiado profesional del Derecho”, dice Alfredo Chacón. “Luego se mudaron a
Roma, donde por cierto tiempo vivieron una vida castigada por la pobreza y las
consecuencias inmediatas de la guerra. Su nombre de pila respondía al designio
familiar de comenzar los nombres de todos los hijos por la letra T: Teucro,
Tilde, Tulia, Tulio”.
Ya instalada en Caracas, Tecla ingresó en la Escuela de Artes Plásticas
y Aplicadas, (1954-56), donde estudió cerámica y esmalte sobre metal. Hizo
cerámica, escultura, dibujo y diseño de joyas. Escribió cuentos y poesía, así
como artículos de prensa; y ejerció la docencia, en la cátedra de expresión
plástica y arquitectónica en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la
Universidad Central de Venezuela,UCV (1959-80).
Este día, Tecla Tofano está exactamente en la mitad de su vida. Tiene 34
años y va a vivir otros 34 años. La vida la ha golpeado duro, pero ella
persiste. Volverá a casarse, tendrá dos hijas más y dará un vuelco a su trabajo
creativo, que pondrá su nombre en la historia del arte venezolano. Más aún, la
crítico de arte Marta Traba, cuya aprobación constituía una sanción
consagratoria, dirá en 1973 que el trabajo de Tofano “configura uno de los
hechos artísticos más importantes del continente”.
«El sufrimiento fue una constante en la vida de mi madre», dice la
periodista Carla Tofano, hija de la artista y de Alfredo Chacón. «A las
pobrezas de su primera juventud le siguió la emigración, que aunque ella la
vivió de manera voluntaria, porque se había casado con un venezolano. Ella se
reconstruyó en Venezuela, para mejor, porque aquí hizo cosas que en Italia
jamás hubiera podido, pero igual experimentó el desarraigo y el dolor que
conlleva; después murió su hija Lucía; ella, entonces, se va a Italia por una
temporada, para refugiarse en el afecto de su familia y, cuando regresa, se
encuentra que su marido se ha enamorado de una amiga de ella; se separa; sufre
una agresión sexual; vuelve a casarse y el nuevo marido también va a dejarla.
Creo que mi mamá estuvo un poco rota siempre. Tenía la fortaleza y la severidad
del sobreviviente, del guerrero que ha enfrentado muchas batallas; y un
carácter muy duro, que según su familia se le había forjado tras sobrevivir al
tifus en su infancia”.
La pequeña Lucía había nacido en 1952. Sus padres y su hermano están
muertos, y su madre evitaba hablar de la tragedia, ocurrida en 1957, cuando la
niña tenía cinco años. Carla, quien nació más de una década después, ignora los
detalles. El relato, armado con los testimonios de varios amigos, apunta a que
Tecla mandó a la niña a buscar algo en un abasto ubicado frente al edificio
donde vivían, en Sabana Grande. Lucía solo tenía que cruzar la calle y recoger
lo convenido. No era la primera vez que lo hacía. Su madre la miraría desde una
ventana. Y ahí estaba cuando un carro embistió a la pequeña. “Mi madre tenía la
voz muy ronca», dice Carla. «De hecho, la operaron dos veces de la garganta.
Decían que había perdido la voz por el grito desgarrador que pegó cuando vio a
su hija atropellada en la calle”.
Años después, las dos hijas que tendría con Alfredo Chacón estaban
mirando la televisión en la noche. Tenían mucha expectativa, porque su madre
aparecería en el programa de Napoleón Bravo, Dimensión Humana, que se
transmitía en RCTV. “Yo tenía ocho años”, dice Carla. “Y no tenía idea de lo
que iba a escuchar de labios de mi madre. Muy serena y con su entereza
habitual, lo dijo. Hacía unos años, antes de nacer nosotras, la habían violado.
Tres tipos. Ella iba caminando por la calle y se le acercaron en un carro, la
engañaron y la hicieron subir. A mí lo que me marcó es que ella no se quebró
nunca, con la excepción del momento en que tuvo que explicar que entre los
asaltantes había un joven que no quería participar y a quien obligaron a
violarla. Ella, que siempre había sostenido que los hombres son tan víctimas
del machismo como las mujeres, usó eso como prueba de los estragos del
machismo, incluso en la psique de los hombres. Como decía que las mujeres
debían denunciar la violencia sexual, lo hizo en televisión”.
En la foto no vemos la cara de Tecla. Ella está torneando una vasija
cuyo interior acapara su atención. Parece que en la panza de la tinaja se
ocultara un secreto vital para ella. En cierta forma, es así. Muy pronto dejará
de hacer piezas utilitarias, abandonará el torno que, como vemos, maneja con
maestría, y se dedicará a modelar el barro con las manos. Este periodo irá de
1964 a 1977. “En el 67 –escribió Marta Traba– da el definitivo golpe de gracia
a los cacharros para entregarse al modelado. ¿Por qué? Oigamos sus
explicaciones: la vasija es ‘clara y abierta’: el objeto, lleno de recovecos,
laberintos, meandros, tiene un misterio interior que debe desentrañar. Como
siempre, se decide por la dificultad contra la facilidad, lo más rico contra lo
menos rico, lo más cargado contra lo más descargado […] Tecla Tofano ya se
define sin ninguna timidez: el modelado ha liquidado el torno, lo bonito ha
sido reemplazado por lo feo, lo intencionado ha barrido con la inocencia, lo
político ha sustituido a lo poético”.
Ya sabemos que entre una etapa y otra le han sobrevenido mandarriazos
como para abatir un elefante. “El resultado de mi trabajo es dictado por una
gran necesidad de decir cosas, hablar con todos, hablar de todo y no saberlo
hacer”, escribió Tecla en 1964. “…si es barroco, si abigarrado, si poco
agradable a la vista, si chocante en algunas ocasiones, es porque lo que busco
decir no es bonito”.
Sus siguientes exposiciones, nutridas de gran cantidad de piezas,
presentarán objetos satíricos, grotescos, inesperados. En Hábitat y
habitantes, Museo de Bellas Artes, 1968, mostró flores que más parecían
amenazas y animales rencorosos; Enlatados, Museo de Bellas
Artes, 1970, tenía manos deformes, flores de alguna botánica corrosiva y
vulvas; en Del género femenino, Galería Viva México, Caracas, 1975,
se desataron los penes y las vulvas.
«Verla allí con el torno y las manos firmes en la arcilla me conmueve
mucho», dice Carla Tofano. «Y me llena de nostalgia por todo lo que he vivido
solo desde la intuición. Mi mamá rara vez hablaba del pasado de un modo
nostálgico. De su propio pasado, de hecho, hablaba muy poco. En esta foto veo
dos mujeres, elegantísimas, plenas, despiertas y diestras, llenando el espacio
de una viñeta de nuestra memoria colectiva, con gestos de concentración y
reafirmación de las libertades individuales. Esta foto me hace escuchar la voz
ronca de mi mamá. Su aroma limpio de mujer segura, su mirada directa y su
impecable sentido del deber. Esta imagen en blanco y negro de dos mujeres con
las manos en la masa y la cabeza en las esferas de la creación, me devuelve la
fe que habita el instante fugaz».
«De mi madre podían venir cosas fabulosas, pero también muy difíciles,
porque era regañona, hipercrítica, severa. De tan crítica podía llegar a ser
censuradora. Para ella ser una buena madre era lo mismo que ser una persona
sólida, íntegra. Ponía muchas normas y muchos condicionamientos. En la
cotidianidad había mil reglas. Era muy organizada, metódica, llena de horarios
y agendas minuciosas. Pero en lo creativo era volada, hipervanguardista. Era
demoledora en sus opiniones. Ese contraste siempre me fascinó. Y, por suerte,
siempre lo entendí”.
«Yo tenía –sigue Carla– dos años cuando mis padres se separaron. Así
como era con nosotros, era también con él. Era muy difícil vivir con ella. Mi
hermana me contó que una noche fueron al cine y, cuando regresaron a casa, él
no entró al estacionamiento. Detuvo el carro en la puerta del edificio y le
dijo: ‘Tecla, yo no regreso a casa. Atrás está mi maleta’. Eso la desgarró para
siempre. Creo que no lo veía venir. Pero él ya no podía más con ella. Mi mamá
lo había vuelto loco, lo criticaba por todo».
“Ella perdía mucha energía en batallas minúsculas. Las de: quita el pie,
saca el codo, muévete para acá, enderézate… Tonterías, pero a ella la consumía.
Para ella era tan importante una discusión sobre feminismo como un codo mal
puesto. Esa cotidianidad épica podía ser una maldición. Yo la sufrí como
cualquier niño puede sufrir a un adulto así, pero yo me salía de la
circunstancia y siempre la vi como una persona maravillosa. Yo, de niña, la
leía entre líneas. Sabía que era brutalmente honesta y no sabía administrar su
energía, que iba cien por ciento con todo, que era una persona de un altísimo
compromiso y consistencia frente a todo. Y todavía lo valoro, porque con su
ejemplo enseñaba solidez, solidaridad, compasión”.
Alfredo Chacón, quien no sabe que Carla ha contado esta versión de su
separación, admitió en entrevista que la herida de Tecla “durante toda su vida,
había sido esa incapacidad demoledora de los seres humanos para convivir con la
injusticia social. Durante una buena parte de su vida, la pérdida de su hija.
En los últimos años de su vida, nuestra separación”.
Según recuerda su hija, Tecla vivía en una constante lucha, una gran
tensión. “Era como que siempre tenía que bregar muy duramente por tener un
lugar, una voz, para ser respetada, ser amada. Concebía la existencia desde la
lucha. Esa era su gran herida”.
Tecla Tofano murió en Caracas el 20 de octubre de 1995.
Con una libreta de notas, estirando el cuello para no perder detalle de
la transformación del barro en ánfora, está Clara Diament. Se ve encantadora
con sus zapatos de cuña, su ropa de algodón y como flotando en el estante que
ha escogido como asiento.
Galerista, coleccionista, investigadora del arte, traductora,
empresaria, Clara Diament de Sujo nació en Buenos Aires el 29 de agosto de
1921. Este día tiene 40 años. Su padre era un judío polaco, que había emigrado
a la Argentina, donde estableció un negocio de exportación de pieles de zorros
rojos de la Patagonia. En realidad, su apellido era David. Se llamaba Salomon
Diament David. Diament era su segundo nombre. Pero en algún paso de fronteras
le pusieron el nombre de apellido y así se quedó.
Cuando Clara tenía trece años, se empleó como asistente en la sucursal
argentina de Laboratorios Abbot y un par de años después la empresa la trasladó
a Chicago, donde estuvo cinco años. La cercanía del Art Institute of Chicago,
que dio en frecuentar y el hecho de que Abbot tuviera una importante colección
de arte contemporáneo le marcaron un destino. De vuelta a su ciudad, el
peronismo había echado de las universidades a muchos profesores críticos del
gobierno y uno de ellos, Jorge Romero Brest, abrió en su casa un curso de
teoría del arte al que ella se apuntó. Esto terminaría de cambiar su vida.
Encontró una pasión a la que dedicaría su enorme sensibilidad y capacidad de
trabajo.
No solo los intelectuales eran blanco de la persecución de Perón,
inveterado antisemita. Llegó un momento en que una cuñada de Clara, hermana de
su marido, la actriz y violinista Juana Sujo, fue expulsada de la emisora donde
trabajaba en radionovelas. Alguien le dijo que en Venezuela había trabajo para
actores y sin mucho pensarlo empacó y emigró. Su hermano y cuñada no tardarían
en seguirla.
«Clara Diament –recuerda la escritora Elisa Lerner– llegó al país en
diciembre de 1953 en compañía de su marido Abi Sujo (Sujovolki), hermano de la
ilustre actriz Juana Sujo, y sus tres hijos. Judía argentina, había hecho
estudios con el profesor Romero Brest y su más famosa compañera fue la crítico
de arte y escritora Marta Traba. Al igual que su cuñada Juana, se entusiasmó
con el país. Clara ha sido una mujer inteligentísima y por demás cultivada. Una
dama elegante, de excepcional buen gusto. Aquí hizo amistad con la pintora Elsa
Gramcko, con Alejandro Otero y Mercedes Pardo».
Clara no tardaría en hacer amigos y vincularse con el Museo de Bellas
Artes de Caracas en cuya colección de arte latinoamericano influyó de manera
decisiva. En 1968 abrió en Caracas la galería Estudio Actual con una exposición
ni más ni menos que de Marcel Duchamp, a quien contactó ella misma por teléfono.
La prensa de buena parte del mundo reseñaría la apertura de una galería en
Suramérica con obras de la colección privada de Duchamp, uno de los artistas
más importantes del siglo XX.
Estudio Actual era mucho más que una venta de obras de arte. Era una
librería y un salón artístico-literiario. Y Clara Diament no solo haría buenos
negocios, que sí, muchos y muy buenos, sino una labor pedagógica entre los
coleccionistas e incluso entre los artistas. Ya en el momento de la foto tenía
una red de contactos internacionales que muy poca gente en el mundo tenía,
puesto que los de ellas estaban regados no solo por toda América Latina sino
también por Europa y Estados Unidos. De hecho, aún cuando vivía en Caracas
colaboraba con museos de todos esos lugares. Era una autoridad en Arte de las
Américas, como solía decir.
La galerista Águeda Hernández se inició en el oficio en Estudio Actual,
donde trabajo tres años. “Era una galería de vanguardia, una de las más
importantes del continente”, dice. Para ella, Clara Diament fue una maestra.
“La primera persona que empezó a promocionar el arte latinoamericano en
Venezuela. Ese era su propósito. Era muy disciplinada. De mucho carácter y
excelente formación. Muy comprometida con su trabajo”. Estudio Actual hacía
seis exposiciones al año. Todo lo que se colgaba en sus paredes encontraba
comprador, porque para que una obra llegara a aquel templo de la calidad y la
belleza tenía que haber pasado por los filtros de Clara Diament. “Era una
escuela”, dice Águeda Hernández. “Había gente que iba a comprar y no sabía
quién era quién. Clara los orientaba, les explicaba por qué una obra de arte
producía disfrute y era una inversión… En ese momento había una ebullición
cultural en el país nunca antes visto”.
La escritora Cristina Guzmán también llegó a trabajar en Estudio Actual.
No por mucho, porque no le hacían mucha gracia las maneras autoritarias de la
dueña. “Estudio Actual quedaba en el Centro Comercial Chacaíto. Era una sala
magnífica, muy grande, muy bien puesta. Muy bien presentada. Clara asignaba una
mensualidad a los artistas mientras preparaban una exposición, para que se
mantuvieran y compraran sus materiales. Esto no lo hacía nadie y no creo que
nadie lo hace. Esto, naturalmente, estaba muy bien, pero ella podía tener un trato
un poco rudo. Y a cuenta de esa asignación, les exigía mucho a los artistas.”.
Al terminar la década de los 70, Clara Diament sintió que todo aquello
se le había quedado pequeño. Abandonó su casa en Altimara, la quinta Jacaranda
y se fue a Nueva York, donde abrió la CDS Gallery, que fue un gran éxito. Su
esposo no la siguió. Abi se quedó en Venezuela, pero esa es otra historia.
Prodavimci
09 de Octubre del 2019
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