Ernesto Araújo y Olavo de
Carvalho, dos de los principales gurúes del bolsonarismo, sostienen que las
ideas de Gramsci son nefestas para la familia tradicional y culpan al teórico
literario marxista Georg Lukács por la presencia de una dictadura invisible que
adoctrina a los niños en las escuelas. ¿En qué se basa la obsesión de los
intelectuales de Bolsonaro por el «marxismo cultural»?
Los intelectuales del
bolsonarismo Ernesto Araújo y Olavo de Carvalho coincidieron en Estados Unidos
la semana pasada y sus declaraciones no pasaron inadvertidas. Mejor dicho, no
pasaron inadvertidas para los estudiantes de los rebuscados filósofos marxistas
de la escuela de Fráncfort a los que los cerebros de la nueva derecha brasileña
consideran todavía sus grandes rivales ideológicos.
Araújo, el ministro de
Asuntos Exteriores, que ha dinamitado en ocho meses la histórica fama de la
diplomacia brasileña de ser la más pragmática del mundo, advirtió en Washington
sobre el peligro del denominado «marxismo cultural», una alianza, según su
tesis, cuando menos original, del «narcotráfico y las ideas de Antonio
Gramsci». Al oír esto, hasta los reaganistas se mostraron perplejos en la sede
de la Heritage Foundation, donde Araújo pronunció su discurso el pasado jueves
12 de septiembre. Más tarde, el canciller arremetió contra el filósofo del 68
de París Herbert Marcuse, responsable, según el ministro bolsonarista, de la
degeneración moral provocada por la llamada «ideología de género».
Acuñó el término
«climatismo» para criticar la supuesta rentabilización del cambio climático
orientada a imponer una dictadura de la izquierda medioambientalista y desafió
a toda la ciencia reconocida al constatar que el cambio del clima no tiene por
qué ser el resultado de emisiones de CO2 causadas por los seres humanos.
Las referencias se harían
aún más difíciles para el público, al menos los que no eran lectores habituales
de la revista New Left Review. Araújo culpó al teórico literario marxista Georg
Lukács y al marxista argentino Ernesto Laclau por la presencia de una dictadura
invisible que adoctrina a los niños en las escuelas. Afortunadamente, los
presidentes brasileño y estadounidense, Jair Bolsonaro y Donald Trump, están
liderando «una rebelión universal en favor de la libertad y en contra de
la bullshit (pura mierda o mentiras)», dijo.
Cuando el canciller hizo un
rápido repaso de las diferencias entre el estalinismo y el leninismo, el
columnista del Washington Post Ishaan Tharoor, que asistía a la
conferencia, tuiteó exasperado: «¿No se da cuenta de que en el Heritage
todo esto les importa un bledo?». Y, en efecto, la moderadora de la conferencia
en el famoso think tank conservador agradeció a Araújo al final de la
conferencia con una suave dosis de sarcasmo: «La próxima vez traeré mi
libreta».
Tantas referencias al
«marxismo cultural» y a la nefasta influencia de Gramsci para la buena familia
tradicional tienen una explicación. El canciller brasileño es un converso al
pensamiento de Olavo de Carvalho. Este exmilitante juvenil del Partido
Comunista de Sao Paulo reciclado es ya el astrólogo y filósofo de la nueva
derecha, afincado en EE.UU. y aficionado a fumar en pipa, vestir sombreros de
vaquero y camisas de leñador. Es el gurú veterano de Bolsonaro y sus tres
hijos, y recomendó a Araújo para encabezar la cartera del prestigioso Itamaraty
(Ministerio de Exteriores) en Brasilia.
Horas después del discurso
del canciller en Washington, de Carvalho divulgó desde su casa en Virginia su
último video-monólogo dedicado a cuestiones de la cultura pop.
Primero destacó la relación
entre la música rock de los sesenta y el satanismo. Luego propuso una tesis aún
más osada que las de Araújo: «Los Beatles eran analfabetos musicales; ni sabían
tocar la guitarra; quien componía las canciones era Theodor Adorno…», remató en
referencia al filósofo marxista de la mismísima escuela de Fráncfort.
Los comentarios paranoicos y
delirantes de Bolsonaro están bien documentados. Desde su amenaza preelectoral
de mandar a «todos los rojos a la punta de la playa» (la costa de Río donde la
dictadura fusilaba a sus disidentes) hasta su insistencia, la semana pasada, en
que «mientras haya indígenas no habrá soberanía brasileña». Sin mencionar la
fijación escatológica del presidente que, según The Guardian, ha sumado cinco
referencias en público al acto de defecar (preguntado sobre el plan de
desarrollo del Gobierno, el presidente brasileño respondió:
«Hace falta hacer
caca cada dos días»).
Sin embargo, las ideas de
Araújo y de Carvalho –más esotéricas pero no menos descabelladas– se conocen
menos. De Carvalho se ha hecho famoso en las redes sociales de la ultraderecha
por su costumbre de proponer audaces contratesis a las explicaciones habituales
de la ciencia, como el cambio climático o el darwinismo. Esto lo comparte con
muchos charlatanes de la nueva derecha cristiana. Pero de Carvalho da un paso
más; las compagina con hipótesis que parecen sacadas más del manicomio que de
la macroiglesia neopresbiteriana. «No hay nada que refute que la tierra es
plana», ha dicho. Estas provocaciones se complementan con una pseudo filosofía
salpicada de referencias a Heidegger y críticas obsesivas a Gramsci.
Todo esto podría ser
anecdótico. Pero de Carvalho y Araújo no solo actúan en el circuito brasileño
de teorías de conspiración delirantes, posverdad y falsas noticias. Buscan
aliados internacionales. Mantienen muy buenas relaciones con Steve Bannon, el
Svengali de la alt right (nueva derecha extrema) mundial. Araújo se reunió con
Bannon el pasado jueves después de su conferencia en el Heritage para diseñar
el discurso que el presidente brasileño va a pronunciar en las Naciones Unidas
este mes. Eduardo, el hijo de Bolsonaro, que fue a visitar a su padre la semana
pasada en el hospital con una pistola visiblemente insertada en su pantalón, es
el acólito número uno de las teorías delirantes de de Carvalho que se jacta de
ser amigo de Bannon.
Los tres ideólogos
ultraconservadores suelen centrar su discurso antisistema contra el llamado
globalismo. Para los brasileños, el cambio climático se ha convertido en el
principal escenario para estos ataques al multilateralismo ya que permite una
defensa nacionalista de la Amazonia frente a los supuestos deseos de
internacionalizar la gestión de la selva. «Varios líderes quieren imponer un
gobierno internacional en Amazonia», denunció Araújo, en una rueda de prensa en
Washington el viernes, aunque no pudo nombrar ninguno de ellos.
Sin embargo, Bannon,
exbanquero de Wall Street, habrá tomado nota en su reunión con el canciller de
que los intelectuales bolsonaristas no tienen nada en contra del
internacionalismo cuando se trata de la venta de activos nacionales a compañías
y bancos globales. En la reunión que Araújo mantuvo con el secretario de Estado
estadounidense, Mike Pompeo, en la misma visita a Washington, se anunció un
llamado Plan de Desarrollo del Sector Privado en la Amazonia, que incluye un
fondo por 100 millones de dólares gestionado por empresas privadas
multinacionales, que supuestamente velará por la biodiversidad amazónica.
Abrir la Amazonia a las
inversiones privadas «es la única manera de protegerla», dijo el canciller
brasileño, tal vez en referencia a los grupos multinacionales mineros y
agroalimentarios que se frotan las manos ante las oportunidades creadas en el
Amazonas por las políticas de Bolsonaro.
Muso. Org
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09 de Octubre del 2019
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