En la calle Colombia frente a la desaparecida fábrica
de Chocolates “La India”, a media cuadra del Hospital Pediátrico “Elías Toro”,
en la popular parroquia caraqueña de Catia, estaba ubicado uno de los Bares más
populares de la zona, el “Canaima”, cuyo dueño era el señor Ricardo
Carvajal, quien atendía el negocio junto a sus tres hijos. El Bar “Canaima” tenía
su expendio de licores y cervezas, pero su especialidad eran preparaciones y
formulas alcohólicas a base de jugo de frutas (Guayaba, parchita, piña, mango,
guanábana, etc.) y alcohol de “alto octanaje”, caña blanca (conocido como lava
gallo), abundante azúcar y hielo a las que fueron bautizadas “Guarapítas”.
Ricardo Carvajal inventó una bebida afrodisiaca, estimulante que la bautizó
“Zamurito”, era una mezcla de brandy, vino, azúcar y jugo de ciruelas. Esos
deliciosos néctar de los dioses con aromas festivos los envasaban en botellas
sin etiquetas (podías llevar las botellas) y eran disimuladamente envueltas en
papel periódico. Se hizo popular, fue conocido y hoy es recordado
como “El Médico asesino”.
Cuentan los curiosos que el señor Carvajal era fanático
de la lucha libre que se realizaba todos los viernes en el Nuevo Circo de
Caracas. Había un luchador mexicano famoso llamado Cesáreo Alberto Manrique
González, su apodo era “El Médico Asesino”, los caraqueños lo
admiraron y conocieron más su estilo de pelea por una de película estrenada en
Caracas en 1952, donde “El médico asesino” lucha con Santos “El
enmascarado de plata” contra “Blue Demond” y otros, de ahí
creció su fama. En los años de 1955 y siguientes, todos los viernes en la
tarde noche el dueño del Bar “Canaima” ponía su televisor (era un lujo que
pocos tenían) y se llenaba el negocio para ver la lucha libre que se
transmitía por la Televisora Nacional (canal 5), lo que es hoy Venezolana de
Televisión. Con el tiempo el señor Ricardo Carvajal perdió su identidad y se
convirtió en “EL Médico asesino”, así es recordado.
“Si tomas para olvidar, no te olvides de
pagar”
Ese era el lema que estaba en la entradel bar. Al señor
Carvajal lo conocí en 1975, porque El médico asesino, era el favorito de los
estudiantes universitarios que siempre estábamos cortos de dinero, para
todas las fiestas, los viajes a la playa en La Guaira o al Junquito, era una
parada obligada en El Medico Asesino, para abastecernos de guarapita.
El señor Ricardo nunca se preocupó por comercializar
más allá de lo menudo. No patentizó la marca, no enseñó la formula
ni el secreto a su hijos, nunca pagó patente alguna, ni registro de derecho de
autor. De haberlo hecho seguramente se podía haber mantenido en el tiempo.
Todas las noches iban de todas partes de Caracas a
comprar las guarapitas del Médico Asesino, estudiantes, profesionales,
políticos buscaban el sabroso licor casero. El negocio tuvo clientes y
cantantes exclusivos que en sus visitas a Caracas pasaban a buscar el famoso
“Zamurito”, Daniel Santos, Bobby Capó, Rolando Laserie, Héctor Lavoe,
así como el “Negro” Henry Stephens y sus muchachos de los ´60.
En el mandato de Claudio Fermín como Alcalde de
Caracas, todos los negocios de expendio de licores (bares) que estaban cerca de
centros de estudios fueron cerrados por una ordenanza municipal y entre ellos
cayó El Médico asesino. El señor Carvajal vendió el negocio al señor
Roberto Bonilla, quien lo mantuvo durante 18 años más.
El tiempo se lo ha llevado todo, las maquinarias y el
progreso de otrora fue transformando la ciudad, hoy en día donde estaba el Bar
“Canaima” y “El Médico asesino”, hoy es una venta de automotores.
“El Arabito” nació
en Catia.
Hace 45 años en la calle Colombia entre las calles
Panamericana y El Cristo, nació la panadería “El Arabito”,
con Antoun Bakus, un joven empresario descendiente de libaneses, que comenzó
con un horno rudimentario a producir el hoy conocido pan árabe, luego los
chawuarmas, kipe y los tabule. Así como los dulces donde el pistacho, la miel y
el pan filo estaban a la orden del día, para los paisanos sirios, libaneses,
jordanos y palestinos que desde entonces no han dejado de degustar sus platos
típicos árabes, me comenta Antoun.
Los catienses, muchos de ellos oriundos del Oriente del
país (Maturín, Carupano, Cumana, Anzoátegui), pueblos donde el casabe es un
acompañante obligado en la mesa a la hora de la comida, quienes al conocer el
pan árabe (que es redondo, más pequeño que una torta de casabe) les pareció
familiar y fueron ellos los primeros caraqueños en comenzar a degustar el nuevo
pan. Me atrevería a decir que los catienses fueron los primeros caraqueños que
degustaron ese exquisito manjar.
“El Arabito” se comercializaba en las bodegas y los
negocios pequeños, empacados en cajitas o de manera individual, que se le
dejaban a consignación en el mostrador a las cajeras y expendedores. Los
portugueses que tenían sus comercios y las panaderías, cuando les llevaban el
nuevo pan para la venta, lo rechazaban, no les gustaba y decían “llévatelo
eso es casabe”. Era claro no querían la competencia.
El comercio Fenicio
Antoun Bakus repartía su arabito en un auto Chevy Nova
del año 1958, entendió que necesitaba salir de Catia, necesitaba crecer, entrar
a la red de supermercados, y decide poner en práctica el comercio fenicio
(comienza a hacer trueques), solicita una entrevista con Central Madeirense, lo
reciben a los cuatro meses, oída su oferta, le proponen que le reciben 20
paquetes de pan diario, solo para ser vendidos en el supermercado ubicado en San
Bernandino (bien lejos de Catia) durante un mes, con la condición que si no se
vendía, no había devolución y no volvía al supermercado. Me comenta Bakus que
“todos los días a las 4 de la tarde mandaba a sus amigos para ver cómo estaba
la venta, y compraban el pan restante, durante un mes se vendió todo”. Claro el
mismo se compraba el producto. El supermercado viendo la receptividad que tenía
“El Arabito” acepta la entrada del producto en todas sus sucursales, es así
como se inicia la cadena de comercialización, hasta el día de hoy.
En Catia caminabas de madrugada sin temor
Catia con su laguna y su gente siempre fue una
parroquia de atención y referencia para los caraqueños, donde
podíamos caminar y salir de una fiesta a cualquier hora de la madrugada
sin temor del riesgo de la vida, ya que, no solo eran las guarapitas, la
música y la parranda, porque la laboriosidad de los catienses daba para todo, y
hacia grato el paladar de los caraqueños, quienes venían de otros barrios y
parroquias de la ciudad a buscar lo que producían sus fabricas. Encontrabas los
mejores helados EFE, los caramelos Fruna, la leche Silsa, los mejores café,
chocolates La India. Restaurantes italianos, portugueses, árabes, y las casas
donde encontrábamos el menú casero y chicharones que eran los mejores y
más económicos. Hasta mediados de los años 80 del siglo pasado todavía quedaban
funcionando algunos de los siete cines que habían en la parroquia, podías
escoger para ir a ver películas de tu gusto, porque había de vaqueros, de
espionaje, de distintos tipos de series. Así vivíamos en esta gran ciudad.
@marioevaldez
de calidad esa evocacion
ResponderEliminarExcelente gracias por tan épica historia del médico asesino y el origen de Pan o arábito
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