Un millón de dólares es burda de plata. Es mucho
más de lo que una persona con un excelente trabajo decente puede ahorrar en
toda su vida.
Un millón de dólares puede resolverle la vida a
cualquiera e incluso, si hay prudencia, hasta al hijo y al nieto de cualquiera.
Puedes alquilar un lujoso apartamento en Sunny Isles
Blvd. de Miami durante los próximos 20 años.
También puedes abrir un depósito de plazo fijo en un
banco y obtener 1666,66 dólares al 2% de interés, lo que le permite vivir y
siempre tener tu real y medio.
Con un millón de dólares puedes gastar 3000 dólares
mensuales durante 30 años.
Para la gente que sabe invertir, con un millón de dólares
puede comprar acciones de empresas que produzcan rentas, comprar inmuebles y
ponerlos a producir alquilándolos por Air B and B.
También puedes comprarte un yate Quincy C de 27 metros de
eslora de tres camarotes con capacidad para seis personas. Una villa en el lago
de Como, en la exclusiva zona residencial de Mezzegra, a solo 600 metros del
Lago.
Un reloj Greubel Forsey Art Piece 1, con una hermosa
cubierta de esfera azul y la parte trasera de la caja en zafiro, un reloj que
es una obra de arte del británico Willard Wigan.
En fin, la lista de lo que puede hacerse con un millón de
dólares es tan larga como quiera uno hacerla en función de sus gustos, pasiones
y preferencias.
La compra de conciencias y de voluntades políticas no es
nueva.
De ella se ha dicho mucho, como por ejemplo que cada uno
de nosotros tiene un precio y que aquel que lo encuentra puede adueñarse de
nuestra voluntad.
La compra de conciencias tiene muchos modos y maneras de
producirse, la mayor parte de ellas son sutiles, porque a la conciencia le
resulta muy feo eso de sentir que se está vendiendo, puesto que su naturaleza
es ser coherente con los principios a toda costa.
Por ello, los entendidos en este tipo de negociaciones la
realizan con la mayor delicadeza, tratando de que la susodicha no se entere que
tiene precio y ha sido vendida por su dueño.
En Venezuela no nos andamos con miramientos: los
compradores de conciencias tienen hasta tarifas cambiantes en función de la
dimensión de los principios que haya que negociar.
Asumen como principio de vida el viejo refrán de que
«cree el ladrón que todos son de su condición», dejan a un lado las sutilezas y
te lo dicen abiertamente: «te compro tu conciencia», dando por descontado que
todo el mundo anda en lo mismo.
La conciencia de un diputado, por ejemplo, para el
régimen tiene el valor de un millón de dólares.
Que las conciencias resistan, siempre nos produce
confianza y esperanza en el alma humana.
Es de esas actitudes que se esperan de la gente, pero
cuya constatación emociona igualmente y nos estimula a emular la entereza y la
dignidad.
Ahora bien cuando a una conciencia se le pide que escoja
entre un millón de dólares, por un lado y cárcel, tortura, persecución,
maltrato, por otro y escoge lo segundo, muestra con ello una dignidad de
espíritu que merece nuestro profundo respeto y admiración.
Son este tipo de conciencias la que a lo largo de la historia
han salvado a la humanidad.
Nos recuerdan que Sócrates no ha muerto y que tomar el
camino de la justicia y los principios, hacer lo correcto aun a riesgo de la
propia seguridad es también un camino de santidad.
Una de las definiciones que el diccionario de la Real
Academia ofrece de «gracia» es: «En la doctrina católica, favor sobrenatural y
gratuito que Dios concede al hombre para ponerlo en el camino de la salvación»
A esas conciencias que resisten en estas duras
circunstancias, un millón de gracias.
Digalo Ahi Digital
La Patilla
17 de Enero del 2020
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