La lucha por el poder en Venezuela acaba de cristalizar
en un extraño, aunque no original sistema de dualidad de poderes o poder dual,
como también se le conoce. Es un caso que por momentos ha sido objeto de
apasionadas discusiones particularmente en el mundo de los comunistas en
tiempos de Lenin, Trotski y a su modo, Stalin. En general, se caía en el tema
de las instituciones estatales, de su apariencia y sustancia. Un notable
historiador italiano, Benedetto Croce recomendaba no identificar la realidad del
poder estatal con los simplismos que inducían a confundirlo con ciertas
indicaciones que parecen contundentes pero muchas veces se alejan más bien de
la verdad.
Maduro, dirán algunos, es presidente real porque tiene el
ejército. Guaidó tiene popularidad, agregarán, que siempre cede a la fuerza
armada y cuerpos análogos.
Es la melancolía del que espera soluciones inmediatas
eternamente postergadas que, por eso mismo, ponen la suerte del cambio
democrático en manos del azar o del poder armado exhibido como salvador de la
patria.
Confiarse al azar equivale a apostar a los dados quién
sea el ganador sin necesidad de irse a las manos, hacen una breve tregua para
contar los cañones que tiene cada bando y el que disponga así sea de uno más,
es declarado vencedor. Un astuto homenaje a la paz.
Lo que sin duda es cierto es que el destino de las
controversias y tensiones presentes donde combatan dos poderosos búfalos,
engarzadas sus cornamentas y empujándose con toda su alma, el que será el más
fuerte es el que al final se alzará con la victoria.
El asunto es definir la calidad de esas fuerzas y usar la
inteligencia política. De entrada no puedo saber si el más fuerte es el que se
entrega a las armas y grupos que las portan, o quien suma factores distintos y
no deja de ganar gente en el campo adversario y de perfeccionar la defensa de
su causa en el entendido del enorme papel de la opinión pública, decisiva como
la que más. Conspira contra sí mismo quien desprecia la paz y asume la
fatalidad de la guerra y adicionalmente considera que la venganza es una forma
de justicia y no su negación. Porque si triunfa la paz será premiada la
política que la hizo posible. Y si pese a todo, la violencia extrema impone la
guerra, habría que afrontarla empuñando la bandera oficial de la paz y nunca la
calavera pirata y las tibias cruzadas, alguna vez usadas por Augusto César
Sandino.
Esa intangible lucha por ganar la batalla de la opinión
la está perdiendo con sus actos Nicolás Maduro, como le han reprocharon con
energía de un extremo a otro del mundo, también los opositores, digamos
neutrales, y muchos oficialistas que comienzan a no verle sentido a los actos
sectarios, agresivos y excluyentes. Leo que algunos se niegan a seguir
reuniéndose con el PSUV hasta que no cumplan su promesa de liberar presos
políticos. Esa medida siempre partió de los gobiernos como gesto de paz, no
medio de negociación. Bueno, ¡con su pan que se lo coman! Pero como sea hay que
exigirla y extenderla a los muchos militares que los acompañan ¡Mano tendida a
todos los que quieren cambios y presionan la libertad de compatriotas
encarcelados!
¿Dónde está pues el poder real, en el esquema de la
dualidad de poderes? Las fuerzas del cambio contraen nuevas alianzas y más
países del mundo hacen suya la causa que defienden y corrientes plurales
consolidan la unidad de lo diverso para que prosiga sin pausa la serena y tenaz
lucha por acrecer la favorable opinión de terceros, al tiempo que se hacen
visibles retrocesos oficialistas en esos dominios.
Parece que la ubicación del poder real será cada vez más
obvia. Sería un buen momento para acelerar sin cartas marcadas el cambio
profundo y urgente exigido por nuestra atormentada Venezuela.
Tal Cual Digital
Digalo Ahi Digital
17 de Enero del 2020
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