El neoliberalismo ha sido la ideología económica
dominante durante casi 40 años. Aunque empieza a encontrarse seriamente
cuestionada, tanto desde la Academia (por Stiglitz y Mazzucato, entre otros)
como desde la prensa especializada (Martin Wolf, en Financial Times), es el
cuerpo doctrinal que ha conformado la realidad regulatoria e institucional en
el mundo. La descomunal elevación de la desigualdad, con sus dramáticas
consecuencias económicas, sociales y políticas, es en gran medida el resultado
de ese dominio ideológico. Las características de la innovación tecnológica y
el fenómeno de la globalización, que se han apuntado como las causas del
deterioro de la distribución, no habrían producido los resultados actuales en
otro contexto institucional.
Por otra parte, en contra de lo que proclamaba, el
marco que ha alumbrado no ha dinamizado la innovación sino que ha mermado
notablemente su impulso. De hecho ha sido un freno para la inversión productiva
y para la innovación. Más que desarrollar una amplia clase de innovadores y
emprendedores ha fomentado una de rentistas: individuos que amparados en el
andamiaje institucional se han ido apropiando de una elevada proporción de las
rentas, sin haber aportado valor, o con una aportación infinitamente inferior a
la retribución que han recibido.
La elevación de la desigualdad y el deterioro del
dinamismo productivo han sido en buena medida causados por los cambios
experimentados en las reglas y prácticas que configuran la realidad
institucional. Estos cambios están íntimamente ligados, si no directamente
impulsados y legitimados, por un conjunto de sofismas encubiertos en la
doctrina neoliberal.
Sofisma 1. El mercado no es solo una institución que
coordina las decisiones y acciones de los agentes económicos (lo que, por
cierto y sin discusión, le confiere una gran importancia), sino que proporciona
una valoración correcta e indiscutible de los bienes, servicios y activos.
Sofisma 1.1. La valoración que el mercado de capitales
hace de las empresas es la correcta. Corolario: las acciones que elevan la
cotización de una empresa “crean valor” y la maximización de ese valor de
mercado debe ser el criterio que guie las decisiones de los directivos. Pero
son muchos los factores por los que se puede dudar de la valoración de las
empresas realizada por el mercado de capitales y la verdad de las cosas es que
la maximización de ese valor de mercado ha conducido al cortoplacismo, a
priorizar la cotización y el beneficio inmediato por acción frente a la
inversión productiva y la innovación, y a la explotación de los otros actores
del esfuerzo colectivo que conduce a la generación de rentas (los llamados
stakeholders, distintos de los accionistas, los shareholders). Este último
punto se ha empezado a introducir en la literatura financiera, incluso por un
banco de inversiones como JP Morgan (¿otro oxímoron?), pero, de nuevo, con el
enfoque incorrecto: insistiendo en la autorregulación de las propias empresas
en lugar de en la definición de restricciones (regulaciones) a las que se tendrían
que someter las decisiones para que se tengan en cuenta los intereses de
clientes, empleados, proveedores, comunidad científica, medio ambiente y otros
stakeholders.
La perdida de competencia en los mercados de bienes y
servicios, ha sido posible por una relajación de la regulación
Sofisma 1.2. Las retribuciones de los ejecutivos
determinadas por el mercado son correctas. Este es un sofisma que escuchamos
frecuentemente cuando se comenta la estratosférica elevación de las
remuneraciones de los ejecutivos (en algunos casos hasta 350 veces la mediana
de las retribuciones de su empresa). Pero la pregunta es ¿a qué mercado se
refieren? Más que un mercado parece ser un club. En el sentido de que las
retribuciones de altos ejecutivos en el mundo anglosajón son acordadas por un
conjunto reducido de personas con similares intereses (un club), formado por
ejecutivos de fondos de riesgo y de capital, que tienen una posición importante
en el accionariado de las empresas, y por ejecutivos de las empresas. Que los
esquemas retributivos, en consonancia con el principio de la maximización del
valor de los accionistas, estén ligado a las cotizaciones es una perversión
adicional: cualquier cosa que hagan los ejecutivos para elevar la cotización a
corto plazo (endeudarse para comprar acciones propias, por ejemplo) aumenta,
supuestamente, el “valor de la empresa”, y eleva la retribución de los
ejecutivos.
Sofisma 2. Los mercados tienen capacidad para
autorregularse por lo que la regulación y supervisión externa carecen de sentido.
Este sofisma ha conducido, por un lado, a la hipertrofia del sistema financiero
y, por otro, al debilitamiento, sino dejación, de las políticas de competencia.
La primera ha permitido una descomunal extracción de rentas por el sector
financiero, con una hiperactividad que no ha contribuido realmente a la
producción de bienes y servicios, en donde se generan las rentas, ni tampoco,
apenas, a la reducción del riesgo financiero, pero ha capturado una proporción
muy elevada de la renta generada. Por su parte, la notable pérdida de
competencia en los mercados de bienes y servicios ha sido posible por una
relajación de la regulación y de la supervisión y también por cambios
normativos que facilitaron la toma de control de empresas por terceros (que, en
contra de la jerga financiera al uso, no crea valor) y que se dispararon a
mediados de los noventa. Ello redujo la competencia en los sectores, destruyó
tejido productivo y contribuyó a consolidar una dimensión de poder político
complementario al poder de mercado. Curiosamente, en cambio, ha habido una
excesiva regulación de la propiedad intelectual, que lejos de favorecer la
innovación ha permitido la extracción de rentas por parte de unos pocos,
consolidando estructuras de mercado fuertemente monopolistas y desalentando la
innovación de terceros. Por último, la desregulación del mercado laboral, y el
debilitamiento de las organizaciones que defienden los derechos de los
empleados, en un momento en el que por la revolución digital era necesario
redefinirlos, ha elevado la explotación y ahondado los déficits de información
de los buscadores de empleo.
Cuanto más desigual sea la distribución, mayor es la
probabilidad de que las rentas más altas crezcan
Sofisma 3. Los impuestos sobre las rentas y ganancias de
capital y los que gravan a los “creadores” de riqueza desalientan la inversión
productiva. No hay ninguna evidencia de que las reducciones de impuestos a los
ricos haya contribuido a intensificar la inversión productiva. Sí, en cambio,
que ha empeorado la distribución y sí, también, que han incentivado estrategias
cortoplacistas. El tratamiento fiscal de los esquemas de retribución de los
ejecutivos y de las plusvalías generadas tras las tomas de empresas, estarían
entre los cambios tributarios que han tenido esas consecuencias,
Sofisma 4. No hay razón para preocuparse de la
distribución de la renta; solamente, en su caso, de la pobreza extrema. Una
mala distribución es muy relevante, más allá de los casos de pobreza extrema
que albergue. La distribución de la renta está ligada a diferencias en salud y
esperanza de vida. Y cuanto más desigual sea la distribución, mayor es la
probabilidad de que las rentas más altas crezcan a una tasa superior que las
bajas y más probable será que los que se encuentran en los tramos superiores
condicionen a su favor los cambios en las reglas.
Parecen obvias las consecuencias sobre la desigualdad de
los cambios impulsados por estos sofismas. También sus efectos sobre el
estancamiento en la inversión productiva y en la productividad.
El País
Digalo Ahi digital
15 de Enero del 2020
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