Este
trabajo pretende dar una revisión general al surgimiento de los estudios de las
masculinidades, es decir, describe el contexto de las relaciones de género
desde el actual momento de crisis en que se encuentran las sociedades
occidentales u occidentalizadas y el surgimiento de los estudios de las
masculinidades desde la categoría de análisis género en el ámbito académico,
así como plantear algunas preguntas finales que inviten a la reflexión sobre el
qué hacer de los grupos que intentan problematizar las diversas condiciones
masculinas en la actualidad.
A
partir de los años cincuenta del siglo pasado se crea una coyuntura favorable
para varios movimientos reivindicatorios, entre ellos el de las mujeres. Este
momento histórico posibilitó el surgimiento de los estudios de género: “Con el
fin de la segunda guerra mundial se crea una coyuntura favorable a la no
discriminación por razones de raza, nacionalidad o sexo. [...] como resultado
de dicha coyuntura, se comienza a reflexionar respecto de la condición femenina
en la sociedades occidentales” (Gomáriz, 1992).
Para
esta época se comienza a hablar de la universalidad de los derechos humanos y a
condenar la discriminación en todas sus formas. Sin embargo, para 1950 la
mayoría de las mujeres del mundo aún no votaban. La producción teórica del
movimiento feminista[1] implicó una ruptura con las ideas naturalistas, desde
el planteamiento de que existen roles sexuales hecho por Talcott Parsons, hasta
las ideas provenientes de la antropología norteamericana que señalan a la
cultura como determinante no sólo de los papeles sexuales, sino en sus
conductas y comportamientos externos; pasando por el planteamiento de Lévi
Strauss en Las estructuras elementales del parentesco, donde sugiere que
las identidades sexuales proceden de la cultura y no tanto de la biología.
En
la segunda mitad del siglo XX, se articula lo que se conoce como “el nuevo
feminismo” o feminismo de la segunda ola. Diversos factores contribuyen a esto:
a) la movilización anti-autoritaria del momento histórico, el cambio del ciclo
de vida de las mujeres occidentales -aumento de la esperanza de vida,
disminución de la fecundidad, etc.-; b) la adquisición de la paridad educativa
con respecto al varón y c) la separación entre reproducción y sexualidad
mediante el control científico de la natalidad (Gomáriz, 1992). En los años
ochenta, -paralelamente a la discusión ideológica del feminismo de la
diferencia y el feminismo de la igualdad[2]- en el ámbito específico de la
teoría, se consolida el sistema teórico sexo-género[3] planteado por Gayle
Rubin en su trabajo The traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’
of Sex a mediados de los setenta, que supera en profundidad y extensión
las distintas teorías sobre el patriarcado formuladas hasta ese momento. En
esta misma década, el movimiento de emancipación de las mujeres crece y se
desarrolla en el hemisferio sur y principalmente en Latinoamérica (Bonder,
1998); además, la reflexión feminista se amplía y consolida, especialmente a
través de su posición establecida en las universidades, principalmente en
Europa y Estados Unidos. Se abre el abanico teórico -desde el regreso a la
lucha de sexos/clases hasta las formulaciones del postfeminismo-, pero es la
teoría de género la que se desarrolla más ampliamente cuando acaba la década
(Barret y Phillips, 1995).
Se
continúan los estudios sobre sexualidad y, aunque en los setenta ya se hacían
los estudios sobre la construcción social de la masculinidad, se da acceso a
algunos/as investigadores/as al examen de algo novedoso: el género masculino
(Barret y Phillips, op. cit). La novedad de este objeto de estudio consiste en
que una porción de hombres se dedicaban a los estudios de género. Es en los
ochentas cuando la producción sobre masculinidad se sitúa en relación con las
teorías de género, también porque diversas autoras consideran frontalmente que
una teoría tal, no puede serlo sin referirse a ambos sexos, ya que para abordar
de una manera más amplia la comprensión de las relaciones de poder, resultó
necesario involucrar el estudio de la condición masculina– Gayle Rubin, Linda
Nicholson y Joan W. Scott, por ejemplo-.
En las últimas décadas han aumentado y
se han formalizado los estudios de género, incluyendo la condición masculina
del macho de la espacie humana, frente a las problemáticas surgidas a partir de
los cambios estructurales en las sociedades occidentales. A partir de los
cambios sociales logrados por la lucha feminista en la emancipación de la mujer
y la necesidad de su inserción en el mercado de trabajo, se dio una
modificación en la dinámica relacional entre los géneros marcada hasta ese
entonces, con efectos en la percepción y construcción de las identidades de
género[4].
La
incorporación de la mujer al campo de trabajo y una percepción de detrimento en
el poder de los hombres, además del cambio en la definición de los roles
masculinos y femeninos han llevado a una crisis de la identidad masculina.
Mabel Burín lo menciona de la siguiente forma: “en los países occidentales ha
ocurrido un cambio en las mentalidades, las posiciones subjetivas y genéricas
de hombres y mujeres, a partir de la revolución industrial, la Revolución
Francesa y por último de la revolución tecnológica -posmodernidad- con nuevos
resultados”.
A
partir de los ochenta y más en los noventa, la condición masculina pasó a ser
un problema a enfrentar, con la puesta en crisis de un eje constitutivo de la
subjetividad masculina: el ejercicio del rol de género como proveedor económico
dentro del contexto de la familia nuclear y sus efectos, la pérdida de un área
significativa de poder masculino, y las nuevas configuraciones en las
relaciones de poder entre los géneros. En la actualidad, la clase, la raza, la
orientación sexual, la edad, etc; se han convertido en factores de diferenciación
masculina, por lo que en los estudios de género se habla de masculinidades (Burín,
2000), a diferencia de pensar la existencia de una sola masculinidad.
Michael
Kaufman profundiza en la explicación de las causas del surgimiento de
malestares en los hombres a partir de los cambios logrados por el movimiento
feminista y la alteración del balance entre el poder y el dolor[5] de los
hombres como consecuencia: “En sociedades y épocas en que el poder social
masculino fue muy poco cuestionado, éste superaba tanto al dolor, que
prácticamente lo disimulaba en su totalidad”, es decir, los privilegios sobre
otras personas, en especial mujeres, que el sistema patriarcal ha otorgado a
hombres concretos en momentos históricos específicos, sobrepasaba con creces el
dolor ocasionado por dichas prácticas. Pero con el surgimiento del feminismo
moderno, la balanza entre el poder de los hombres y entre las mujeres ha estado
experimentando un rápido cambio. Esto es particularmente cierto en las culturas
en donde la definición del poder de los hombres ya dejó de hacerse partiendo de
un control rígido sobre el hogar y de un fuerte monopolio en el dominio laboral
(Kaufman, 1997).
Cabría
preguntarnos en qué medida, o en qué esferas de la vida cotidiana, esta
alteración del balance entre el poder y el dolor de los hombres ha cambiado en
una cultura como la nuestra, o específicamente, en la Ciudad de México, ya que
pueden existir experiencias diferentes para los varones de otras regiones del
país; incluso, para los que habitan en una ciudad tan grande como la
mencionada. A medida que se desafía el poder de los hombres – cambios en el
ejercicio de poder, en detrimento de alguna forma tradicional de este
ejercicio-, aquellas cosas que llegan como compensación, premio o distracción
de por vida frente a cualquier dolor potencial, quedan progresivamente
reducidas o al menos, puestas en tela de juicio.
Por ejemplo, respecto del
espacio público considerado como exclusivo de los hombres y “lo masculino”, la
inserción de las mujeres en el mercado laboral y con ello, la modificación del
rol tradicional de los varones como el principal proveedor -con la autoridad y
poder que se le asocia- se ha visto afectado en diversas formas. Debido a este
y otros logros de las mujeres en las relaciones de género en diversos espacios
o esferas, muchos hombres tienen una percepción de detrimento de poder en sus
hogares y vidas en general, y muchas mujeres se han hecho de diversos recursos
–por lo menos económicos- con los que cuentan para enfrentar sus relaciones de
pareja y sus vidas en general:
“Al
mismo tiempo que la opresión de las mujeres se problematiza, muchas formas de
esta opresión se convierten en problemas para los hombres. Las experiencias
individuales de dolor e inquietud generadas entre los hombres y relacionadas
con el problema de género se manifiestan cada vez más y han comenzado a lograr
una audiencia y una expresión sociales en formas diversas, incluyendo distintas
vertientes del movimiento de los hombres, desde grupos reaccionarios,
antifeministas, hasta movimientos mítico poéticos[6] u organizaciones
masculinas partidarias del feminismo” (Kaufman, op. cit.).
Un
cierto equilibrio entre el mayor poder masculino frente al dolor que puede
acarrear su ejercicio, se alteró al modificar en alguna medida “la balanza” del
poder entre hombres y mujeres. Los estudios de las masculinidades son una
respuesta a este desequilibrio, al explorar lo antes invisible o “normal”: la
condición genérica de los varones y el malestar producto del desequilibrio. Los
logros del movimiento feminista en varios ámbitos, incluyendo las legislaciones
locales y los tratados internacionales, la inserción de las mujeres en el mercado
de trabajo y la modificación en la dinámica relacional y familiar que conlleva,
así como el establecimiento de la sexualidad gay y lesbiana como alternativas
públicas, además de las recientes libertades sexuales, simbolizan una amenaza
para el orden social y de género dominante, que tiende a conservarse. Esto
implica una perspectiva bastante cercana a la realidad, donde existe una
tendencia a la crisis en el orden de género y respuestas a ésta, que van desde
movimientos reivindicadores de la masculinidad hegemónica, hasta los grupos de
hombres que trabajan a favor de la equidad entre los géneros[7].
Desde
esta visión teórica o con la mirada de género, se han realizado diversos
estudios que abordan las vidas de hombres concretos o reales, y su intento por
significarse “hombres” mediante sus prácticas. Martha Zapata comenta sobre la
llegada de los estudios de masculinidades a América Latina, que éstos se deben
primero, al impulso generado por la creación de grupos de hombres en Estados
Unidos, que debido a las consecuencias dramáticas del SIDA, comenzaron a
reflexionar sobre las prácticas sexuales de los hombres. Los enfoques teóricos
que se utilizan para el estudio del tema, provienen de la discusión Europea
relativa a las condiciones de género y a los enfoques de Butler, Bourdie y
Connell, que llegaron por diversas vías a América Latina: a través de la
difusión de la investigación antropológica anglosajona, por medio de su
historial de recepción y del efecto de estudios latinoamericanos en Estados
Unidos, así como a través del análisis de algunos trabajos de autores
franceses, tales como, Elizabeth Banditer (1993), Michel Foucault (1983), entre
otros (Zapata, 2001).
Desde
los estudios feministas[8] se considera que las epistemologías son estrategias
diseñadas para justificar creencias. Ejemplos de ello serían las apelaciones a
la autoridad divina, a la costumbre y a la tradición, al “sentido común”, a la
observación, a la razón y a la autoridad masculina. La feministas argumentan
que las epistemologías tradicionales excluyen sistemáticamente, con o sin
intención, la posibilidad de que las mujeres sean sujetos o agentes del
conocimiento (Harding, 1998). En congruencia con estas consideraciones y sobre
la relación de las epistemologías tradicionales con los estudios de los
hombres, Guillermo Núñez comenta que la producción del conocimiento dominante
no sólo excluye a las mujeres en varios sentidos, sino que, también puede
excluir a los hombres como objeto de conocimiento; por ejemplo, al ser
excluidos como poseedores de conocimientos, desprovistos de conocimientos
sobre sí mismos, al ser excluidos por falta de credibilidad social como
productores de conocimientos por razones de su identidad genérica y que en
general, las concepciones sobre el conocimiento y su producción excluyen a
muchos hombres.
Comenta
que ello se debe a no considerar el vínculo íntimo entre el poder, el “ser
hombre” y las posibilidades de conocimiento sobre “el ser hombre” como
construcción social, ya que las epistemologías tradicionales masculinas-sexistas
implican una complicidad entre las definiciones dominantes de “hombría” y el
“conocimiento”. Ello produce un silencio, y por ende, una exclusión del
conocimiento de ciertas facetas importantes de la vida de los “hombres”
relacionadas con su construcción como sujetos genéricos. Concluye comentando
que estos silencios y encierros “masculinos” se perciben en la vida cotidiana
de muchos varones en su diversidad (Núñez, 2007).
Así,
encontramos a un nuevo objeto de conocimiento antes invisibilizado por las
epistemologías tradicionales, aparecen los varones como sujetos genéricos, es
decir, el universalismo del “ser hombre”, que ahora implica el preguntarse
sobre sus posibles significados en sus diferentes condiciones. Los estudios de
género definen a una masculinidad dominante o hegemónica, como las creencias
sociales y culturales que demandan a los hombres a ser de una manera
específica, y algunos de ellos han explorado cómo los hombres aprenden ciertas
creencias y las reproducen en actos de violencia, control, competencia,
alcoholismo, etc; entre hombres y hacia las mujeres (Liendro, Garda y
Carevantes; 2002). Sobre estos esfuerzos de comprender las masculinidades y su
relación con las vidas de los sujetos concretos en sus relaciones, Víctor Seidler[9]
propone para estudiar a las masculinidades un modelo alternativo a las teorías
clásicas de la investigación científica, que identificaron la masculinidad con
la racionalidad y que trata de responder a los retos planteados por el
feminismo. Ofrece un modelo que rechaza la interpretación de la masculinidad
sólo como una relación de poder e insiste en considerar las contradicciones a
las que se ven enfrentados los propios hombres en relación con la masculinidad
dominante: “necesitamos tomar en cuenta seriamente lo que los hombres piensan y
sienten acerca de sí mismos [...] escuchar a los hombres y permitirles expresar
su propia experiencia”. Sostiene que es necesario introducir una nueva
metodología de investigación que recoja las propias emociones que la visión
clásica dejó de lado (Minello, 2002)[10].
Considero
que en las historias de los hombres se encuentran las respuestas del porqué de
muchas de sus prácticas, incluyendo el ejercicio de la violencia contra la
pareja, los/as hijos/as, hacia otros hombres y contra sí mismos. Así, al
explorar las formas en que los hombres encarnamos las masculinidades, podremos
acercarnos a lo que se considera como una “ciencia de la masculinidad realmente
significativa” (Connell, 2003), la cual es parte de una mayor exploración de
las posibilidades humanas, y sus negociaciones o apropiaciones específicas en
cada sujeto.
Vemos
que el surgimiento de los estudios de masculinidades responde a la alteración
de un cierto orden de relaciones de género en diversos espacios, producto de
procesos históricos e impulsados principalmente por mujeres y abiertamente por
las feministas, con un sentido de resistencia, reivindicación de derechos, en
pro de relaciones con equidad -y no con la intención de reproducir o invertir
las relaciones de dominación-.
Como
respuesta a esta modificación en el equilibrio de poder entre los géneros en lo
grupal y en lo individual, y en ciertos aspectos de la vida social, es que
nacen los estudios de las masculinidades, para ser específicos, como una
respuesta académica a un movimiento social con un ala académica.
Con
estos estudios se ha podido comprender como las mismas propuestas,
dispositivos, discursos y prácticas hegemónicas de género que mantienen
oprimidas a muchas mujeres, también oprimen y constriñen las vidas y relaciones
de muchos hombres, ello, al problematizar el poder que se detenta desde un
cierto papel en el orden de dominación, el papel del que posee más poder.
Vemos
como la problematización de la realidad y sus fenómenos específicos a la luz de
la categoría género, incluidos los sujetos hombres y mujeres, implica la
desconstrucción de las masculinidades y las feminidades dominantes en los
cuerpos, en lo social y las instituciones, pero principalmente, implica tener
una mirada relacional y visibilizar las inequidades de poder construidas por
género y que se articulan con otras condiciones sociales. Con esta nueva mirada
es que muchos grupos de personas y organizaciones alrededor del mundo pretenden
abordar las condiciones de los hombres para mejorara sus vidas y sus
relaciones, incluida en ello la violencia que generan en contra de otras
personas (principalmente mujeres).
Los
hombres que trabajamos en contacto más directo con los varones y más alejados
de la práctica académica que involucra la mirada de género, usualmente no
consideramos esa relación al mirar los fenómenos, y nos puede resultar fácil
pensar que es un asunto sólo de hombres, de conocimiento de hombres en
prácticas de hombres, para hacer cambiar a los hombres, para “curarlos” y/o
para mejorar sus condiciones de vida, y olvidamos que en la realidad los
fenómenos humanos, es decir, sociales, no los podemos dejar de mirar en lo
relacional y nombrar y confrontar las inequidades y abusos de poder, incluyendo
el género.
¿Por
qué hago este comentario sobre muchos hombres que nos dedicamos al trabajo con
hombres? ¿Basado tal vez sólo en una percepción mía? Ojalá y sea así. Desde
hace algunos años he tenido la oportunidad de escuchar a otros hombres que
trabajan con hombres en políticas públicas o en espacios de las organizaciones
civiles, ya sea con jóvenes o adultos, sobre derechos sexuales y reproductivos
o sobre violencia de género, sobre los temas de la agenda de trabajo con
hombres y sobre cuáles son los obstáculos a enfrentar, y sobre ello hay
opiniones que me llaman la mucho atención.
Primero,
sobre los temas de trabajo con hombres, parece que la agenda actual sobre los
principales temas de interés de las agrupaciones que trabajan con hombres cada
vez se inclina más a ver los costos que implica la masculinidad dominante en la
vida de los varones, ello, aunado las condiciones de clase, raza, condición
social, edad, etc. Temas como la salud de los hombres, la construcción de
nuevas formas de ser padres, el desempleo, el dolor en la vida de los hombres
que ejercen violencia, y otros, suelen ser parte de esta agenda. Lo que me
llama la atención, no es la pertinencia o necesidad de el abordaje de estas
condiciones de los varones (ya que comparto el interés y también las considero
muy necesarias), sino que cuando aparecen estos temas, pareciera que la
poblematización sobre el abuso de poder y violencias de los hombres en contra
de mujeres y niñas en diversos espacios queda como un asunto “del pasado” o
saldado, sin necesidad de nombrarlo, y por ello, de generar reflexión y prácticas
para abordarlo de una manera más eficiente y efectiva. Ello podría ser sólo mi
percepción, es posible que haya respondido a factores situacionales y no como
una generalidad, pero hay algo más en estas reuniones que me hace preguntarme
sobre qué es exactamente lo que hacemos en nuestras prácticas, y respecta al
surgimiento de un “nosotros”.
Este
“nosotros” me lleva al segundo punto, que consiste en que en ocasiones he
escuchado a algunos compañeros mencionar ante ciertas tensiones con “las
feministas” (que habría que empezar por saber a qué feminismo se refieren,
porque como sabemos no hay sólo uno) que implican la no credibilidad en el
trabajo con hombres o la falta de interlocución, que “ellas” y su agenda
difieren de la agenda de “nosotros”. Estoy consciente de la agenda de las
mujeres desde el feminismo es diferente respecto de varios fenómenos y
problemáticas concretas al trabajo que es necesario con los varones, sus
construcciones simbólicas o reales y sus condiciones de vida, pero lo que me
hace reflexionar es la forma de nombrar a las diferentes personas, experiencias
y abordajes teóricos metodológicos que son producto de la inclusión de la
mirada de género en la realidad, es decir, “Ellas” y “nosotros”.
Esta
forma de nombrar la realidad ¿No suena conocida? ¿Los temas de hombres y los de
mujeres? ¿No es una dicotomía más pero ahora como grupos organizados? ¿Los
hombres somos iguales y las feministas (ellas) también? ¿Se puede abordar la
realidad de los hombres y las mujeres por separado? ¿La equidad no implicaría a
las personas de diversas condiciones independientemente de su sexo y en un
sentido relacional? ¿El trabajo con varones excluye los aportes del pensamiento
feminista? ¿La categoría de análisis género no es un aporte del feminismo
académico?
Teniendo
en cuenta que los estudios de las masculinidades surgen como respuesta de la
problematización de la misma realidad que las mujeres y el feminismo
problematizaron para develar las inequidades de poder y sus costos debido al
género (masculino/ femenino), ¿No estaríamos reduciendo una vez más la realidad
a dicotomías simplistas para mirar los fenómenos y sus abordajes? Peor aún,
esta manera de nombrar construyendo un “ellas” (mujeres) y un “nosotros”
(hombres) ¿No guarda parecido con una lectura patriarcal de la realidad?
Teniendo en cuenta este segundo punto es que me nacen preguntas sobre los
discursos de los varones u organizaciones que se dedican al trabajo con
hombres.
Las
últimas preguntas queme surgen ante ello son: ¿Por qué es que se da esto? ¿Es
falta de reflexión y consciencia histórica? ¿Falta de rigor en la formación en
torno a la categoría de análisis género y su surgimiento desde los aportes
feministas? ¿O no se considera que tengan relación con los estudios de las
masculinidades? ¿Las agendas de verdad se han separado? ¿Es una resistencia
política a un cambio social profundo en busca de nuevos privilegios reales o
simbólicos por parte de algunos “nuevos hombres”? ¿Puede existir verdaderamente
una agenda y concepción de la realidad separada de esa menara tan simple y
total? Ahí dejo las preguntas que me hago a este respecto, realmente me
gustaría escuchar algunas respuestas si es que es necesario, ya que
posiblemente, como dije al inicio, sólo sea mi errónea percepción.
Finalmente,
y si no es solo mi percepción, creo que sería importante abrir un espacio para
debatir y reflexionar sobre lo mencionado, involucrando a las personas que
trabajan con hombres, a quienes teorizan sobre los varones, a las compañeras
feministas interesadas en el tema, y en general a las personas que tienen
experiencia de trabajo con hombres desde la categoría de análisis género, ya
sean feministas, masculinistas, pro-feministas, antisexistas, que trabajan en
pro de la equidad o cualquier auto-denominación o etiqueta se que quiera
utilizar, lo importante es, considero yo, hacerlo con responsabilidad, rigor
teórico, postura política clara, respeto y con actitud de apertura y escucha
mutua.
NOTAS
[1]
Anteriormente existió una fase del feminismo sufragista, cuyo principal
objetivo fue la obtención el voto en la mayoría de las sociedades occidentales,
todo esto, en las primeras dos décadas del siglo XX. Gomáriz (1992).
[2]
Esta discusión implica el planteamiento por parte del feminismo de la igualdad
del reconocimiento del carácter de “iguales” para las relaciones entre hombres
y mujeres, y con ello, la modificación de orden social y genérico. El de la
diferencia plantea que esta noción de “igualdad” acunada desde el liberalismo,
tiene raíces masculinas y ello implica, la lógica de la desigualdad en la
propia definición. Sostiene que además de existir diferencia entre hombres y
mujeres, es importante reconocer las existentes en las propias mujeres, y que
tiene su origen en la raza, etnia, clase, etc.
[3]
Los géneros son históricos, por resultar de la conjugación inextricable que en
cada momento conforman lo bio-psico-socio-cultural; en cada cultura, en cada
sociedad, en cada época, el género es diverso y permanentemente mutable. En ese
sentido, el género se integra históricamente por el conjunto de cualidades
biológicas, físicas, económicas, sociales, psicológicas, eróticas, políticas y
culturales asignadas de manera diferenciada a los individuos según su sexo.
El
género es más amplio que el sexo y lo contiene: es el conjunto de maneras
aceptadas históricamente de ser mujer u hombre en cada época, en cada sociedad
y en cada cultura (CONAPO y Comisión Nacional de la Mujer, 2001).
[4]
Gomariz juzga que la coincidencia en el tiempo del desarrollo de los estudios
sobre masculinidad y el debate sobre el agotamiento de la modernidad no es
casual, comenta que nos encontramos ante una crisis que refleja un profundo
cambio de época. Un salto tecnológico ha incorporado nuevos elementos a
nuestras vidas, la crisis económica de los años setenta se ha mostrado como el
inicio de una transformación profunda en las estructuras económicas mundiales,
el quiebre ecológico, se ha pasado de un mundo bipolar a otro unipolar. Con
relación a todo ello, los paradigmas cognitivos y valóricos muestran grietas.
Gomariz comenta que algo semejante pasó con el acceso de la sociedad a la
electricidad y el motor de explosión durante el siglo XIX y con ello, una
profunda transformación sociológica. Entre esas transformaciones el autor ubica
el referido a las relaciones entre los géneros y el desasosiego sobre la
identidad masculina. Gomariz, Enrique, 1997.
[5]
Para más información revisar la tesis de Kaufman sobre lo que denomina las
experiencias contradictorias de poder y dolor de los hombres en relación con el
concepto de masculinidad hegemónica y su operación en los sujetos.
[6]
En nuestro país y en especial en la Ciudad de México, se han creado algunos
grupos similares a los mencionados por el autor, algún grupo en defensa de los
hombres frente a procesos de litigio por divorcio o patria potestad, o el
“movimiento” que invitó a una marcha masculina el 20 de marzo del 2005, para
exigir algunas “reivindicaciones para los hombres” frente a lo que llamaron
“hembrismo”, entre otros calificativos y desde una postura de victimización.
Considero que sería importante documentar estas expresiones, independientemente
de la falta de seriedad con la que se erijan, ya que pienso dan cuenta de un
fenómeno mayor envergadura y seriedad, que emerge en las relaciones sociales y
como producto de cambios en éstas. En México durante, como parte de este mismo
fenómeno, en el 2005-2006 se crea la Academia Mexicana de Estudios de Género de
los Hombres –AMEGH-, con el fin de crear espacios de interlocución científica
sobre las producciones en materia de hombres y género.
En 2008, en la Ciudad de
México, se reunió un grupo de personas representantes de instituciones, grupos
que trabajan con hombres en Latinoamérica, con el fin de conformar el grupo de Men
Engage para América latina, iniciativa de Naciones Unidas que ha creado
estos grupos regionales en otros continentes con el objetivo de generar las
agendas regionales para impulsar políticas públicas para hombres. El grupo de
México, en sus sesiones de trabajo como tales, primeramente declara: “No somos
un movimiento de hombres”.
[7]
Si consideramos a la violencia como una práctica que apuntala un sistema de
dominación, podemos comprender cómo esta misma lógica se utiliza para las
relaciones de pareja y el espacio doméstico. Cuando el orden patriarcal de las
relaciones de pareja se ve modificado o se pone en riesgo cierta lógica de
poder –el dominio de un hombre sobre la pareja mujer, hijas/os y el espacio
doméstico en general-, la violencia se utiliza para reestablecer ese orden de
dominio, es decir, ante la posibilidad de cambio, se utiliza la violencia como
forma de restablecimiento de cierta dominación.
[8]
Los estudios feministas poseen una visión filosófica y ética destinada a
transformar las relaciones desiguales y opresivas entre los géneros y al
interior de ellos, los estudios feministas originaron la formulación y el
desarrollo de la perspectiva de género, aunque también utilizan otras
categorías teóricas para sus estudios académicos, por ejemplo, Patriarcado
y Diferencia sexual; en general, estos estudios son parte sustantiva de la
respuesta histórica a la opresión. La perspectiva de género es un enfoque
teórico y metodológico para la ciencia.
Estos aportes no sexistas de la
sexualidad influyen en la modificación del paradigma central de las ciencias y
de la política. Repensando al “hombre” como paradigma de las ciencias, los
estudios feministas intentan crear en términos reales a la humanidad con sus
humanas y humanos en coexistencia dialéctica. Con ello, la diferencia y la
diversidad, justificadoras de desigualdades, están siendo resignificadas en
términos de la igualdad construible de maneras concretas (CONAPO y Comisión
Nacional de la Mujer, 2001).
[9]
Seidler, Victor. Man enough. Embodying masculinities. 1997, citado en
Minello, (2002).
[10]
El autor hace una importante aclaración y concuerda con otros respecto de lo
mencionado, al recordar que si bien los principales filósofos de la Ilustración
fueron sexistas y elitistas, el Liberalismo del siglo XXVIII es una de las
principales bases de los movimientos de liberación, incluyendo el feminista.
Por ello, el rechazar por completo los métodos clásicos de las ciencias
sociales implica graves riesgos. Además, alerta de otros trabajos que basan sus
conclusiones en la experiencia personal, es decir, sin un trabajo de
investigación que las sustente. Minello, Nelson; op. cit.
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Eduardo; Francisco Cervantes y Roberto Garda, “Manual del facilitador” Programa
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2002.
Minello,
Nelson, “Masculinidad/es: un concepto en construcción” en Nueva
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Guillermo, “La producción de conocimientos sobre los hombres como sujetos
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Amuchástegui e Ivonne Szasz coordinadoras; El Colegio de México, 2007.
Zapata,
Martha, “Más allá del machismo. La construcción de masculinidades” en Género,
feminismo y masculinidad en América Latina, Ediciones Böll, Fundación Heinrich
Böll, El Salvador, 2001.
http://gmiradasmultiples.blogspot.com/2020/01/los-estudios-sobre-las-masculinidades.html
16 de Enero del 2020
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