viernes, 17 de enero de 2020

EL MITO DE LA SOBERANÍA POPULAR: LA DOCTRINA DE LA “SALVACIÓN PÚBLICA” I PARTE- POR JHONASKI J. RIVERA RONDÓN



Imagen: Obra “Picto hombre.Un humano cabeza grande” de John White




Thomas Hobbes decía que la soberanía era el “alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero”.[1] Ese magno cuerpo al que hacía referencia era el Estado, constituido por el arte del hombre para garantizar protección y defensa. Plantea esto en algún punto un dilema político, ¿seguridad o libertad?, tal como profundizó el psicoanalista Erich Fromm en Miedo a la libertad[2], cuando reflexiona sobre los convulsos años de totalitarismo que presenció la primera mitad del siglo XX.


Precisemos las interacciones conceptuales que se pueden dar. Pensar la soberanía implica pensar en una decisión, tal como dijimos, entre libertad y seguridad, ello conlleva a pensar al individuo y al Estado, pero además habría que pensar la idea de nación. Todos estos conceptos son necesarios mencionarlos porque están relacionados en el falaz ideal de la soberanía popular. Ciertamente en un mundo globalizado reflexionar sobre la soberanía nacional conlleva a problematizar nociones como autonomía y derecho en el plano internacional. Destaquemos algunas aporías que emergen al respecto.

Siguiendo al economista Alberto Benega Lynch (h), quien expresa: “…desde la perspectiva de la sociedad abierta, el único justificativo de las jurisdicciones nacionales estriba en que de ese modo se evitan los riesgos de abuso de poder por parte de un gobierno universal.”[3], nos preguntamos ¿quién contiene los abusos de poder de las soberanías nacionales? En este punto, es necesario tener presente que la idea de soberanía invoca un poder absoluto, lo cual precisa de un sistema político que vigile los potenciales excesos del Estado, lo que explica de algún modo la necesidad histórica y política del liberalismo.

No obstante, el siglo XX atestiguó abusos de poder aprobados en nombre de la soberanía nacional, y pareciera que entidades internacionales, como las Naciones Unidas, quedaran impotentes ante los abusos que se hacen en nombre de ella. Y precisamente dicha situación cuestionó en 1991 el filósofo Jesús Mosterin cuando trató el caso kurdo en Irak (y transcurrido más de 28 años en Siria pareciera reavivarse tal cuestión), al quedar frustrados los planes de invasión de Sadam Huseín en Kuwait, se replegó en su soberanía nacional, y a lo interno de Irak masacró una importante población kurda, sin tener freno alguno. Por esta razón Mosterin señaló lo siguiente: “En el actual orden jurídico mundial, el dolor y la muerte, la destrucción y el genocidio no son delitos, mientras se realicen dentro de las propias fronteras de un Estado soberano.”[4] Este problema de la soberanía nacional adquiere alcance histórico cuando Mosterin agrega que:

Hitler fue atacado y derribado porque invadió Polonia. Si se hubiera limitado a gasear a los judíos de su propio país, nadie habría movido un dedo para impedirlo, pues habría estado en su derecho de ejercer la soberanía en el interior de su territorio Por la misma razón nadie impidió las carnicerías de Stalin, ni el genocidio de Camboya, y nadie intervino para evitar las guerras civiles de España o de Nigeria, y nadie se preocupa ahora por la de Eritrea.[5]

Palabras duras ante la indiferencia paralizante que promueve el discurso de la soberanía nacional, porque pareciera que invocar la “autodeterminación de los pueblos” permite cualquier acto de injusticia y crueldad de los gobernantes hacia sus gobernados. De este modo, el mito de la soberanía nacional manifiesta el grado de perversión que produce la ideología del “contrato social”, en donde la transgresión de los derechos y la autonomía individual puede ser posible, ya que leviatanes autoritarios o totalitarios pueden potencialmente emerger de las oscuras fauces del miedo y el terror en tiempos de crisis, los que suele aprovechar oportunamente los proyectos políticos revolucionarios.

Teniendo en cuenta lo dicho, valdría preguntarse ¿Hasta qué punto la autonomía de la soberanía nacional permite “tolerar” el mal en la política? Al hablar del mal en la política aludimos a los excesos de la violencia política legítimamente aceptadas por el Estado, una situación en la que: “‘la violencia marcha con la frente en alto.”[6]

Cuando se llega a priorizar la tolerancia ante el respeto resulta la paradoja de la primera, brotes de radicalismos violentos son atestiguados silenciosamente para dar paso a la impunidad a nivel internacional. Por ello es que las Naciones Unidas sea quien mejor represente los absurdos a los que se puede llegar por el solo hecho de “tolerar”, en donde nombramientos como los del gobierno de Nicolás Maduro en el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU pasa como algo normal, así como también el hecho que Cuba y República Democrática del Congo sean también partes de dicho Consejo, países que han sido acusados reiteradamente por ser violadores de derechos humanos. Razón que motivó a Nikki Haley a anunciar el retiro de Estados Unidos del mencionado Consejo.

El mito de la soberanía nacional muestra ser un problema histórico estructural, producto de la tergiversación de la ideología del “contrato social”. Haciendo unas lecturas de Hobbes y Rousseau en torno al concepto de soberanía, el componente mítico es difícil de deslastrar, tal concepto está vinculado, o bien a la divinidad de Dios o al  principio fundante del Pueblo, sujeto abstracto y absolutizado que pareciera absorber  toda individualidad.

Por consiguiente, entre el carácter totalizador del concepto pueblo y la violencia ilimitada del Estado son condiciones que hacen potencialmente emerger un poder absoluto, cuestión que fue profundizada por el teórico Carl Schmitt[7]. Pero que el filósofo Giorgio Agambe[8] reflexionó en torno a la vulnerabilidad de la vida, y por tanto la individualidad, ante el permanente estado de excepción que supone el concepto de soberanía nacional. Pero que con anterioridad, desde la perspectiva liberal ya había sido abordado la propensión violenta del Estado hacia la totalización, siendo problematizado desde la idea del mal, en donde el idealismo alemán mostró una aporte importante.

Teniendo en cuento los componentes que comprende el mito de la soberanía nacional, se desprende otro mito, más vinculado a los proyectos revolucionarios socialistas y comunistas, por no decir, más populistas. Y estamos refiriendo al mito de la soberanía popular. Y precisamente al estar vinculado a todo el plexo simbólico de la revolución es que este último mito tiene su especificidad.

Ciertamente, la idea de soberanía prioriza la seguridad, haciéndolo hasta tal punto que lo hace ser el principal negocio del Estado, por no decir su mayor estafa, ya que hace de la salus populi (salvación del pueblo) el garante simbólico de la preservación y renovación de la revolución, dando apertura a un Estado totalitario, condición propiciada por la conjugación del mito del “salvador nacional”. De allí que la soberanía popular no solo busque el resguardo colectivo, sino la autogestión, incentivando así el aislacionismo de un país para instituir la dictadura revolucionaria, siendo “quizá la única posibilidad que se le ofrece a la revolución de sobrevivir sin oponerse a sí misma en su naturaleza.” [9]

Así también el mito del “salvador nacional” permite una constante actualización del mito de la soberanía popular al manifestar una redención ante la búsqueda de un nuevo ideal de libertad, tal como supone la dictadura del proletariado que pretende alcanzar una sociedad sin clases. Ello implica asumir concepciones mesiánicas y milenarista de la política que le da entrada al fanatismo mediante la elaboración de toda una doctrina de “salvación pública”. Tal mecanismo simbólico le ha permitido al régimen de Maduro en Venezuela para aprovecharse de los bloqueos a individuos del gobierno chavista, asociando tal acción como un ataque a la “soberanía del pueblo”. De esta manera el mito de la soberanía popular puede lograr encubrir la corrupción y el robo que hace la clase gobernante revolucionaria.

Al contar con un sector civil fanático, el mito de la soberanía popular permite contar con contingente de reserva armado ajeno a la institucionalidad policial y militar, de allí que la autogestión implique la autoprotección, lo que permite a los colectivos y milicianos tener su razón de ser dentro del sistema de poder chavista. Una fuerza de ataque ilegal que pretende eximir al Estado de toda transgresión de los derechos. No obstante, la intervención directa del Estado para ejercer tales abusos también se lo permite el mito de la soberanía popular, ya que le tolera invocar enemigos imaginarios que le permite el propio concepto de pueblo. Un concepto que permite institucionalizar al enemigo, y ello le permitió al filósofo Heinz Dieterich el siguiente acto de posicionamiento para desprestigiar a la empresa privada: “Los planes de inversión de la empresa, al igual que los presupuestos del Estado, están fuera de la soberanía del pueblo.”[10]

Con la idea de autogestión y autoprotección que fomenta el mito de la soberanía popular, termina siendo el medio en el que el Estado revolucionario logra totalizarse en la cotidianidad de los individuos. Porque le permite al gobierno revolucionario fomentar formas de organizaciones económicas, políticas y sociales que sirven de base para instituir todo un mecanismo de vigilancia, en donde el fiel adepto a la revolución hasta los administradores del terror del régimen interactúa para regular cualquier “desviación” de la revolución.

De este modo es que el Estado comunal venezolano ha logrado tomar forma totalitaria al utilizar todos sus instrumentos de control de la pobreza para erigirse como absoluto. Desde las misiones, las cajas del CLAP y el carnet de la patria, son más que mecanismos de chantaje político, también suponen herramientas de control y vigilancia de la revolución bolivariana.

Delegar este trabajo a los sectores sociales más vulnerables en Venezuela fue una estrategia exitosa del chavismo, porque con ello, primero el difunto Hugo Chávez, y luego Nicolás Maduro, hicieron sentir a las personas ser parte de algo importante. Esto resultó sumamente significativo para las personas que se sintieron desplazadas por tanto tiempo, de allí que el chavismo afianzar fieles adeptos al sembrar el odio ante un régimen democrático que “relegó” a los pobres.

Este ideal de la autodefensa y la autoprotección es una concepción pervertida de la seguridad nacional que generó la articulación de los mitos del “salvador nacional” y el de la soberanía popular, que en suman forman parte de la versión ideologizada del “contrato social”, en donde deja a merced toda individualidad ante la fuerza coactiva de la comunidad.

Para no hacer extenuante la lectura quisiera cerrar con una reflexión. El éxito del chavismo no fue lograr manipular la pobreza, ni extenderla para acrecentar el poder de la clase gobernante revolucionaria, sino su mayor éxito fue humillar reiteradamente a los venezolanos hasta el punto de hacerlos miserables. Para ello habría que considerar la distinción que hizo el escritor F. Dostoievski entre pobreza y miseria:

…la pobreza no es una deshonra, he aquí una verdad. Asimismo sé que la embriaguez no es una virtud, lo cual es todavía más cierto. Pero la miseria, señor mío, la miseria, si es una deshonra. En la pobreza aún se conserva la nobleza de los sentimientos innatos: en la miseria jamás la conserva nadie. Por la miseria nos apartan de la compañía humana, no ya a palos, sino barriendo con una escoba, para que sea más humillante; y es justo, pues en la indigencia yo soy el primero dispuesto a afrentarme a mí mismo.[11]

Por consiguiente, hay que tener presente que el mito de la soberanía popular no solamente fomenta el despliegue sistemático del empobrecimiento de gran parte de la sociedad, sino como a partir de ese empobrecimiento logra hacer más dependientes a los individuos del Estado. Hasta hacerlo totalmente miserables, arrebatando lo más preciado de la vitalidad humana, su futuro.

Referencias

[1] Thomas Hobbes: Leviatán o la materia, forma y poder de un Estado eclesiástico y civil. Formato epub. Lector Calibre. [Editor digital: Pepotem2]. 2013.  7,1 / 672

[2] Erich Fromm: El Miedo a la libertad.

[3] Alberto Benegas Lynch (h): “Nacionalismo: Cultura de la incultura”. En Estudios Públicos, núm. 67, 1997. p. (1).

[4] Jesús Mosterin: “El mito de la soberanía nacional”. En El País, 2 de mayo de 1991. Versión digital en:
[5] Ídem. .

[6] I. Kant, Dm Meiaphysik der Sitien. Cita extraída en Denis L. Rosenfield: Del mal. Ensayo para introducir en filosofía el concepto de mal. México: Fondo de Cultura Económica: 1993. p. 89.

[7] Carl Schmitt: El Leviathan en la teoría del Estado en Tomás Hobbes. Argentina: Struhart & Cía, s/f.

[8] Giorgio Agamben: Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. España-Valencia: Pre-texto, 1998.

[9] André Decouflé: Sociología de las revoluciones. Buenos Aires: Proteo, 1968. p. 104.

[10] Dieterich, Heinz. Socialismo del Siglo XXI. (p. 40) http://gaiaxxi.trota-mundos.com/socialismo.pdf

[11] Fedor Dostoiewski: Crimen y castigo. Bogotá: Editorial Oveja Negra, 1983. p. 15

Ideas en Libertad


17 de Enero del 2020



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