1. Que los opositores nos mantengamos divididos es una
situación ideal para la dictadura. Que, a pesar de compartir el objetivo
último, acabar con el régimen chavista, nos hallamos fraccionado entre quienes
esperan por una intervención extranjera, quienes apuestan a una salida
electoral y quienes pretenden presionar al régimen hasta su quiebre, es algo
que la dictadura promueve sin descanso. (Dentro de las fracciones opositoras no
incluyo al grupo que mantiene un supuesto diálogo con el régimen pues al
sumarse a esa iniciativa embaucadora dejaron de ser opositores para convertirse
en colaboracionistas). Mientras eso ocurre la mayoría de los ciudadanos solo
piensa en cómo sobrevivir, cómo acomodarse, cómo emigrar.
2. Sin unidad opositora no habrá democracia. Por eso no
debemos renunciar a la creación de puentes entre nosotros. Al respecto, un
artículo reciente de Carlos Blanco, titulado «Si es la fuerza, ¿cómo?», me
parece una buena oportunidad para plantear algunas ideas[1]. En ese texto,
breve pero sustancioso, Carlos sintetiza su opinión sobre la manera de acabar con
la dictadura. Critica, para empezar, a quienes proponen participar en
elecciones bajo dictadura. Hacerlo sería, en su opinión, simple entrega o
negociación acomodaticia. La opción realista y válida sería el uso de la
fuerza. Por fuerza entiende una «combinación de medidas de carácter cívico
–incluidas formas no violentas–, con desobediencia militar, con presión
internacional política, diplomática y militar.» Con tal definición toma
distancia, aunque no lo diga, de quienes se limitan a proponer o a esperar una
intervención armada extranjera. El desafío es, según Carlos, construir la
fuerza necesaria para desalojar a la dictadura del poder, algo distinto a
fuerza electoral. Esa fuerza –no electoral, repito–, ejercida con inteligencia
estratégica, podría quebrar al régimen. Para esto se requeriría de un liderazgo
capaz de alinear a todos los factores relevantes, sin subordinarse a ninguno de
ellos, especialmente a Estados Unidos.
3. Paso ahora a realizar un ejercicio de acercamiento
entre posiciones. Asumo la premisa de que el objetivo central de quienes las
promueven es el mismo –la salida del dictador– y que la discrepancia entre
ellas se ha referido y sigue refiriéndose a las estrategias sobre cómo
lograrlo. Podrá objetarse, con razón, que no toda la dirigencia opositora busca
realmente la caída de Maduro y que unidad no debe ser equivalente a unanimidad.
Asimismo podrá argumentarse correctamente que los demócratas venezolanos nos
enfrentamos a una compleja y corrupta red política y económica de carácter internacional
y no a una simple dictadura. Son precisiones que resultan muy relevantes pero
que no invalidan, creo, lo que plantearé.
4. Coincido con la tesis del uso de la fuerza, tal como
la presenta Carlos. Fuerza no es sinónimo de violencia ni de amenaza de su uso,
aunque no las excluye. Pero, me pregunto, ¿no es esto lo que ha llamado Guaidó
creación de capacidades? Y si no lo fuese ¿hay acaso una brecha insalvable
entre ambos planteamientos?
5. No estoy de acuerdo, por otra parte, con descalificar
a toda participación electoral como algo que se acuerde «al lado de un fruit
punch en una deliciosa playa de Barbados», como afirma irónicamente Carlos.
Participar de cualquier modo podría ser, efectivamente, simple cohabitación.
Pero participar en elecciones, con el objetivo real de acabar con la dictadura
es otra cosa.
6. Pienso, pues, que estar de acuerdo con el uso de la
fuerza y, al mismo tiempo, considerar la participación en elecciones no es
contradictorio. En efecto, el uso de la fuerza no electoral puede encontrar en
una coyuntura electoral una circunstancia propicia. Puede ser, para decirlo
brevemente, una legítima emboscada democrática. Se que no lo hemos logrado
antes. Se, también, que el poder electoral es ilegítimo. Se, además, que la
dictadura intentará, de nuevo, robarse las elecciones si anticipase una
derrota. Pero precisamente porque hemos aprendido y porque sabemos cómo
actuaría la dictadura es que tendría sentido plantearse esta nueva batalla.
7. La dictadura también sabe todo esto y, sin embargo, se
prepara para unas elecciones parlamentarias. No cabe duda alguna, insisto, que,
de ser necesario, cometerá un nuevo fraude. Pero tal vez no tenga que hacerlo.
Unas elecciones, tal como están las cosas ahora en el mundo opositor,
ahondarían nuestras divergencias, interna y externamente. La dictadura,
contando con nuestra desmovilización, nuestra desunión y nuestra emigración,
podría hacer algunas concesiones para ganar algo de legitimidad. Tal vez ni
siquiera necesite hacer trampa para obtener la victoria. Intentaría conseguir
así lo que tanto requiere: una Asamblea Nacional chavista que le sirva para
destrancar la situación en la que las sanciones internacionales la han
colocado.
8. Un evento electoral en dictadura no se enfrenta con
una campaña tradicional. Es preciso concentrar toda la fuerza opositora
–electoral y no electoral– en ese encuentro ante el adversario. No es cuestión
de exigir condiciones para participar pues ello supone depender de lo que la
dictadura decida o no hacer. Nuestra creatividad política nos debe servir para
pasar a la ofensiva y acometer iniciativas propias. ¿No podríamos, por ejemplo,
partidos y ciudadanos, en cumplimiento de la obligación de restablecer la
Constitución, organizar en el extranjero los futuros eventos electorales? La
experiencia del 16J del 2017, la existencia de embajadores democráticos y el
apoyo de numerosos gobiernos le darían factibilidad a una jugada como esa.
9. La meta no debe ser, en todo caso, que Maduro acepte
un resultado desfavorable para él sino que los militares lo hagan. En este
punto surge, naturalmente, la referencia a la reciente experiencia de Bolivia.
Cualquier comparación, sin embargo, debe considerar las diferencias entre las
fuerzas armadas venezolanas y las de ese país. La dictadura venezolana es,
entre otras cosas, una dictadura militar. Es de esperar, por tanto, que las
fuerzas armadas actúen como corporación y eviten un enfrentamiento entre ellos.
¿Por qué los militares aceptarían entonces quitar su apoyo a Maduro? Porque un
cálculo utilitario les haría ver que es su mejor opción. En ese caso, incluso
la dictadura cubana tendría que negociar la salida del dictador.
10. En Venezuela existen hoy tres ámbitos de
negociaciones decisivas y todas ellas se refieren a la esfera militar. Es lamentable
que así sea pero hay que ser realista en esta materia. Los militares negocian
con la élite izquierdista en el poder, negocian con los factores opositores,
interna y externamente, y negocian entre ellos mismos. Hasta ahora ha sido la
élite madurista la que lo ha hecho mejor. Un artículo de Pedro Benítez, llamado
«Esto pasa en Venezuela: Maduro desconfía de los militares y los militares
desconfían de Guaidó», arroja importantes pistas sobre el asunto[2]. De
cualquier modo, toda futura elección pondrá en alerta al mundo militar. Éste
deberá sacar de nuevo sus cuentas antes de decidir apoyar, otra vez, un fraude
electoral que tendría que ser enorme si la participación opositora es masiva.
Que la oposición, con el apoyo internacional, ejerza la máxima presión posible
en esas circunstancias tiene pleno sentido. Hablo pues de una conjunción de
fuerza electoral y fuerza no electoral en una coyuntura propicia.
11. No me resigno, en definitiva, a que el encono y la
desconfianza que han surgido entre los opositores nos impidan acordar y
ejecutar una estrategia conjunta. Sería terrible que, como consecuencia de
ello, no acumulásemos la fuerza necesaria para fracturar al régimen y que,
siendo innegable mayoría, divididos y desmovilizados, tampoco pudiésemos ganar futuras
elecciones.
12. Es mucho lo que los ciudadanos comunes podemos hacer
en estos tiempos de desaliento y confusión. Primero, ser parte de la fuerza no
electoral a la que me he referido pero también, eventualmente, de una fuerza
electoral. Segundo, ser, dentro del ámbito de influencia de cada quien,
factores de integración y concordia. Tercero, aprender a administrar nuestras
expectativas para evitar frustraciones. Cuarto, exigir a nuestros líderes que
acuerden una estrategia única. Quinto, aceptar que la información que manejamos
es limitada (sobre todo la relativa a la esfera militar) y no juzgar, por
tanto, de manera tan categórica como a veces hacemos, las acciones de nuestros
líderes.
Que todo esto ocurra es uno de mis deseos para esta
Navidad. Es también, seguramente, el deseo de muchos compatriotas.
Noticiero Digital
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Ideas de Babel
15 de Enero del 2020
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