El cierre de 2019 nos abofetea con la cruel constatación
de que Maduro y su claque militar continúan ahí, usurpando el poder. Quienes
quebraron a PdVSA; encogieron la economía a menos de la mitad; destruyeron los
servicios públicos; condenaron a miles a muertes prematuras por falta de comida
y/o de medicamentos; reprimieron brutalmente a protestas masivas que año tras
año se movilizaban en su contra; aventaron a millones a un exilio forzoso; y
mostraron su absoluta insensibilidad ante las penurias de la gente, siguen al
frente del estado.
Conforman un régimen represivo y torturador como no se veía
desde J.V. Gómez, repudiado por los países más importantes del mundo
occidental. La situación es tanto más bizarra por las notorias limitaciones que
exhibe quien aparece a la cabeza.
En los años ’40 del siglo pasado el fascismo destruyó a
sus propios países incursionando en terribles aventuras bélicas contra otras
naciones. La Venezuela de Maduro desató la guerra interna contra su propia
población. Sin legitimidad política, moral, social e histórica, no tiene razón
de ser. Su insólita permanencia obliga, por tanto, a ir más allá de los
análisis convencionales para entender su naturaleza, sus fortalezas y
debilidades y la manera de enviarlo, como merece, al basurero de la historia.
Razones de una abominación
Estamos frente a una dictadura militar que ha secuestrado
el juego político. Pero no es una dictadura militar cualquiera. Más
específicamente, es una dictadura de oficiales corruptos, pues la institución
militar --la Fuerza Armada Nacional-- se encuentra entre las víctimas del
destrozo: dejó de existir como tal. Su descomposición dejó una autocracia
castrense dedicada a expoliar la riqueza social.
Hoy corona un Estado
Patrimonialista1. Pero a diferencia del patrimonialismo
clásico --que no implicaba quiebre institucional, pues respondía a
la voluntad del propio soberano--, bajo el chavismo conllevó una ruptura ex
profeso con el Estado de Derecho. Consustanciado con prácticas ilícitas
posibilitadas por el uso arbitrario de la fuerza o por la amenaza de ella, y
por la complicidad desvergonzada de quienes fungen de magistrados de un tsj
abyecto, ha devenido en un estado mafioso. ¿Cómo pudo ocurrir?
Amparado en una prédica populista que supo llegarle al
corazón de muchos venezolanos, Chávez fue sustituyendo el orden constitucional
por una estructura de poder político-económico que determinaría a discreción
quién y cómo debía usufructuarse la riqueza social. Con mitos patrioteros y
comunistas, buscó legitimar la apropiación del Estado por él y por su camarilla
cívico-militar, en nombre de un “socialismo del siglo XXI”. Carente de carisma
y de la auctoritas de su mentor y habiendo perdido buena parte de su
base civil, Maduro optó por entregarle las riquezas del país al control directo
de cúpulas militares corruptas aliadas con intereses foráneos –Cuba, Rusia y
China—y con bandas criminales (ELN y las FARC cimarronas) para asegurar, con su
apoyo, que no sería depuesto. Ascendió a los ficiales leales –hoy existen unos
2.000 generales, más que en el ejército de los EE.UU.—y puso al frente de la
contrainteligencia militar a esbirros cubanos para amedrentar y castigar a
quienes no lo fueran.
Pero la complicidad e impunidad de un estado mafioso en
manos de oficiales corrompidos no es suficiente para explicar el absurdo de que
alguien como Maduro siga todavía mandando. El fascismo se refugia en un
imaginario construido con base en simbolismos maniqueos para desconectar a los
suyos
Parte central de ello es inventar un enemigo externo que,
con complicidad interna, es culpable de todos los males que afectan a la
nación. En una grotesca inversión, la oligarquía militar “legitima” su opresión
de los venezolanos alegando propósitos “revolucionarios y antiimperialistas”, y
proyectándose como campeona de los pobres (¡!). Con este manto, se arroga una
supuesta supremacía moral, extraída de la mitología comunista, que la blinda
contra toda increpación por su violación de derechos humanos y por sus
corruptelas. A través de un habilidoso juego de espejos, le devuelve a cierto
“progresismo” mundial, anacrónico y primitivo, la imagen que éste desea ver
--socialistas del siglo XXI, defensores de un Pueblo (con mayúscula) asediados
por el Imperio— para acallar críticas y fomentar solidaridades automáticas que
alcahuetean sus atropellos.
Pero este juego de espejos también se le revierte a la
mafia militar, impidiéndole discernir la realidad. Tal impostura les obnubila
todo referente moral con el cual confrontarlos con la perversidad de sus
acciones. Su crueldad y maldad para con sus compatriotas aparece así
justificada. Su sufrimiento no perturba sus conciencias: le importa un bledo.
Son inventos de la “derecha”, enemiga de la “revolución”. Su reiterada
mendacidad anula toda culpa para con la terrible tragedia que ha urdido
sobre los venezolanos. Los criterios de verdad del fascismo y de lo que es
correcto e incorrecto se derivan de su funcionalidad para con el constructo
ideológico que lo ampara: las mentiras no son tales si contribuyen a consolidar
su poder.
No hay freno moral, ético, ni mucho menos legal o humanitario, para
continuar con sus desmanes ni para justificar un cambio de política. Son
“revolucionarios” que la Historia absolverá. Se llega al colmo de convencerse
de que su vida opulenta y de privilegios es merecida, dados sus abnegados
servicios a favor de la “revolución”.
Lo anterior invalida, a mi entender, la estrategia de
comprometer a esta oligarquía en una negociación, asumiendo intereses básicos
del pueblo comúnmente reconocidos en torno a los cuales labrar acuerdos para, a
partir de ahí, reconquistar poco a poco áreas de libertad y de
institucionalidad. El fascismo vive una Venezuela de ficción, donde todo
funciona como el Cuento de Hadas revolucionario en el que desea ser retratado.
Posee la razón de la Historia, por lo que no ve sentido alguno en concertar
nada con la disidencia. Maduro denuncia ante la Convención sobre Cambio
Climático de Madrid la desertificación del “modelo retrógrado capitalista”,
mientras bandas criminales, aliadas con militares, arrasan con zonas del Parque
Nacional Canaima para saquear sus riquezas minerales.
Asimismo, el Padrino de
las mafias militares reclama (justificadamente) el uso de armas de fuego contra
manifestantes en Bolivia, pero avala su uso contra sus propios compatriotas,
con centenares de asesinados en protestas durante los últimos años.
En igual
tónica, Maduro ordena entregar 13.000 fusiles a su milicia, dizque para
proteger las empresas básicas que sus compinches (mayormente militares) han saqueado
hasta dejarlas exangües. Sepultada bajo el discurso patriotero y
“revolucionario” se esconden todo tipo de latrocinios, torturas, razzias de
exterminio (FAES), muertes y demás vejámenes a la población. Disfrazarse de
“izquierdas” sigue siendo un valioso baluarte para lograr que sus crímenes sean
absueltos.
Una metamorfosis de sobrevivencia
Pero al igual que el alacrán de la fábula que emponzoñó a
la rana que lo llevaba cargado al otro lado del río, está en la naturaleza
parasitaria de la mafia depredar la economía hasta acabar con ella. Ante una
producción encogida, un bolívar que carece de todo valor y una PdVSA quebrada,
se esfuman las oportunidades de lucro desmedido que antes florecían. Ahora que
las sanciones internacionales vetan el uso de los circuitos financieros del
dólar, se ha visto obligada a buscar nuevas formas de usufructuar sus dineros
mal habidos.
Como resultado, ha escindido a la economía en dos circuitos: uno
que se reserva para sí, basado en el saqueo de lo que queda del negocio petrolero
y del oro, el coltán y otras riquezas minerales, y el otro, de intercambio
entre privados, realizado crecientemente en dólares, para lo cual se han
aflojado los controles de cambio y de precios, de buena parte de las trabas a
la importación y de las transacciones en divisas.
El gobierno sigue financiándose, además, con emisión
monetaria para cubrir sus erogaciones, pues no tiene acceso a financiamiento
internacional y sus bases impositivas –PdVSA y la economía doméstica— están muy
mermadas. Al haberse multiplicado la masa monetaria por 50 durante el año
impulsó los precios al alza, incluido el del dólar, que hoy vale 65 veces más
que al comienzo. Pero las divisas de la exportación petrolera y de los
minerales de Guayana no acuden a estabilizar su precio, pues son de usufructo
discrecional exclusivo de la oligarquía militar - civil. Provienen sólo de las
remesas que envían los millones de emigrados, exportaciones no tradicionales
incipientes y, sin duda, del lavado de dinero sucio.
Quienes no tienen acceso
al billete verde sufren los rigores de la hiperinflación, que cerrará este año
en torno a 8.000%. Deben apañárselas con los CLAPs, en un marco de inseguridad
y destrozo de servicios y de infraestructura, que hace muy cuesta arriba su
sobrevivencia. La dádiva “revolucionaria” se amplía ahora con una orden de
compra emitida para ser usada en determinadas tiendas –el Petro— que abrirá
nuevas oportunidades para manejos turbios por parte de quienes controlan este
circuito. ¡Y Maduro tiene el cinismo de declarar que 2019 fue un año de
estabilidad!
En fin, las sanciones han obligado a la mafia a
reinventarse, atrincherándose en la expoliación de los recursos minerales en
complicidad con algunos agentes externos (rusos, ELN), y abriendo espacios de
mercado para lavar los dineros sucios que ya no pueden procesar a través de los
circuitos financieros convencionales. Puede mantenerse indefinidamente con este
arreglo, pero no porque haya “triunfado”. Se trata de una situación de
equilibrio frágil, favorecida por los errores de la dirigencia opositora, el reflujo
de las movilizaciones y la ocupación de la comunidad democrática internacional
en otros asuntos. Pero la economía seguirá encogiéndose como durante 2019, que
se redujo en torno al 10%.
La lucha por la Asamblea Nacional
La mafia no está en una posición de su agrado, razón por
la cual ha decidido pasar a la ofensiva. Pone a los leguleyos a sueldo que
tiene en el tsj, comandados por el impresentable Jorge Rodríguez, para que
violen la Constitución, despojando de su inmunidad a los parlamentarios opositores
–ya son más de 30 en esta condición— a la vez que redobla esfuerzos por comprar
a otros, buscando desesperadamente arrebatarles a las fuerzas democráticas el
control de la Asamblea Nacional.
Su intento de sepultarla con la idiotez del
desacato y con la usurpación de sus funciones por una supuesta asamblea
constituyente fraudulenta, sólo condujeron a exponer con mayor nitidez su
vocación totalitaria, incitando las sanciones en su contra. Por tanto, la
oligarquía militar – civil considera un desiderátum quitarse el estigma
dictatorial conquistando la Asamblea para que éstas le sean levantadas. Le han
hecho daño y prueba de ello es que su anulación es condición previa para
acceder a cualquier negociación. La batalla por la democracia ocurrirá,
entonces, por la Asamblea Nacional.
Y digo “batalla” porque el fascismo no
concibe la política de otra forma que no sea una guerra. Ante el repudio masivo
de la población, sabe que no será a través de elecciones transparentes con
garantías como habrá de apoderarse de esta instancia tan emblemática de la
voluntad popular. Su gran desafío, entonces, será aplicar sus trampas de manera
que, en lo posible, no aparezcan como tales y confundan a la opinión
internacional. En este afán, cuenta con las divisiones e inconsistencias de la
dirección política democrática, amén de algunas complicidades.
Sin dejar de insistir ante la comunidad internacional
sobre la necesidad de que se celebren cuanto antes unas elecciones
presidenciales legítimas, debe quedar claro que nos jugamos la vida con las de
la Asamblea Nacional en 2020. No es redundante instar, a pesar de tanto
repetirlo, en que las fuerzas democráticas trasciendan sus visiones e intereses
de grupo y aúnen esfuerzos para que el fascismo no se salga con las suyas. El
acuerdo por reelegir a Juán Guaidó como presidente del cuerpo es un paso en la
dirección correcta.
Estemos alerta ahora ante los intentos de anular el voto
virtual de los diputados perseguidos, alegando artificios leguleyos, y de
tergiversar una vez más el nombramiento de un nuevo CNE por la vía expedita del
tsj. Exijamos abiertamente unas elecciones con todas las garantías y con
presencia de observadores internacionales. Denunciemos contundentemente las
tentativas del fascismo por torcer el proceso a su favor.
Es decir, debe
hacerse lo posible para que la amenaza de nuevas sanciones a estos criminales,
aún más severas, se conviertan en realidad de no cumplirse con estas
exigencias. Esto implica jugar cuadro cerrado con nuestros aliados
internacionales, pero, sobre todo, activar el respaldo mayoritario de una
población hastiada de los abusos y comprometida con un proyecto de país
democrático, libertario y justo. Como parte de esta conducción, es menester un
amplio proceso de consultas a fin de que las fuerzas democráticas acudan de
manera unida a estos comicios.
Debe entenderse que la actual ofensiva fascista es señal
de desesperación. Abandonar tradicionales cotos de caza vinculados a controles
y al arbitraje de precios, junto al deterioro continuado del país que afecta a
familiares, amigos y aleja cada vez más el apoyo otrora incondicional de sus
aliados, tiene que ser objeto de preocupación entre los integrantes de la
oligarquía militar – civil. Es más que evidente, además, el extendido malestar
entre los remanentes de la Fuerza Armada.
Ello obliga a Maduro a depender cada
vez más de fuerzas paramilitares –FAES, guerrilla colombiana, milicias y
colectivos— para reprimir y a colocarse claramente en el radar internacional
como cabeza de un estado forajido. Es el Talón de Aquiles
de un régimen que no vacila en
perpetuar cualquier crimen para continuar despojando a
los venezolanos. Con ello, invita a que se estreche el cerco de sanciones
internacional en su contra y dificulta el apoyo de sus compinches de fechorías:
Putin, Cuba, Erdogán y China.
La clave para un desenlace positivo en 2020 es una
oposición fortalecida, unida bajo un mensaje claro, creíble y factible, capaz
de conectarse con las ansias de cambio de los venezolanos. Entre éstos están
los militares traicionados por la mafia enquistada en el mando, a quienes debe
ofrecérseles una opción valedera para no seguir convalidando al régimen
criminal de Maduro. Con el repudio y las sanciones en su contra de la comunidad
internacional, la reactivación de las protestas y las presiones crecientes
buscando ampliar la rendija abierta por la liberación incipiente de algunas
actividades económicas, el régimen hace aguas. Afianzarse en la represión, los
ilícitos y la trampa, no tiene futuro. Cada nueva trastada debe convertirse en
un clavo adicional en su féretro.
En fin, si las fuerzas opositoras logramos superar
nuestras desavenencias y presentamos un mensaje bien claro al país y a la
comunidad internacional, la maldad no podrá triunfar. ¡Feliz Año, 2020!
1 Se refiere a la confusión de que hablaba el sociólogo
alemán, Max Weber, entre el manejo de la hacienda pública por parte de quienes
emergían como monarcas de naciones incipientes, con el de su propio pecunio. de
la realidad.
Economista, profesor de la UCV
Digalo Ahi Digital
15 de Enero del 2020
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