El segundo hombre fuerte de Venezuela, Diosdado Cabello,
enfurecido porque, debido a la vertiginosa inflación que azota a su patria, el
bolívar ha desaparecido de la circulación y los venezolanos sólo compran y
venden en dólares, ha pedido a sus compatriotas que recurran al “trueque” para
desterrar del país de una vez por todas a la moneda imperialista.
Es seguro que los desdichados venezolanos no le van a
hacer el menor caso, porque la dolarización del comercio no es un acto gratuito
ni una libre elección, como cree el dirigente chavista, sino la única manera
como los venezolanos pueden saber el valor real de las cosas en un país donde
la moneda nacional se devalúa a cada instante por la pavorosa inflación —la más
alta del mundo— a la que han llevado a Venezuela sus irresponsables dirigentes
multiplicando el gasto público e imprimiendo moneda sin respaldo. La alusión al
trueque de Cabello es una diáfana indicación de ese retorno a la barbarie que
vive Venezuela desde que, en un acto de ceguera colectiva, el pueblo venezolano
llevó al poder al comandante Chávez.
El trueque es la forma más primitiva del comercio,
aquellos intercambios que realizaban nuestros remotos ancestros y que algunos
pensadores, como Hayek, consideran el primer paso que dieron los hombres de las
cavernas hacia la civilización. Desde luego, comerciar es mucho más civilizado
que entrematarse a garrotazos como hacían hasta entonces las tribus, pero yo
tengo la sospecha que el acto decisivo para la desanimalización del ser humano
ocurrió antes del comercio, cuando nuestros antecesores se reunían en la
caverna primitiva, alrededor de una fogata, para contarse cuentos. Esas
fantasías los desagraviaban del espanto en que vivían, temerosos de la fiera,
del relámpago y de los peores depredadores, las otras tribus. Las ficciones les
daban la ilusión y el apetito de una vida mejor que aquella que vivían, y de
allí nació tal vez el impulso primero hacia el progreso que, siglos más tarde,
nos llevaría a las estrellas.
En este largo tránsito, el comercio desempeñó un papel
principal, y buena parte del progreso humano se debe a él. Pero es un gran
error creer que salir de la barbarie y llegar a la civilización es un proceso
fatídico e inevitable. La mejor demostración de que los pueblos pueden,
también, retroceder de la civilización a la barbarie es lo que ocurre
precisamente en Venezuela. Es, en potencia, uno de los países más ricos del
mundo, y cuando yo era niño millones de personas iban allá a buscar trabajo, a
hacer negocios y en busca de oportunidades. Era, también, un país que parecía
haber dejado atrás las dictaduras militares, la gran peste de la América Latina
de entonces. Es verdad que la democracia venezolana era imperfecta (todas lo
son), pero, pese a ello, el país prosperaba a un ritmo sostenido. La demagogia,
el populismo y el socialismo, parientes muy próximos, la han retrocedido a una
forma de barbarie que no tiene antecedentes en la historia de América Latina y
acaso del mundo. Lo que ha hecho con Venezuela el “socialismo del siglo XXI” es
uno de los peores cataclismos de la historia. Y no sólo me refiero a los más de
cuatro millones de venezolanos que han huido del país para no morirse de
hambre; también a los robos cuantiosos con los que la supuesta revolución ha
enriquecido a un puñado de militares y dirigentes chavistas cuyas gigantescas
fortunas han fugado y se refugian ahora en aquellos países capitalistas contra
los que claman a diario Maduro, Cabello y compañía.
Las últimas noticias que se han publicado en Europa sobre
Venezuela muestran que la barbarización del país adopta un ritmo frenético. Las
organizaciones de derechos humanos dicen que hay 501 presos políticos
reconocidos por el régimen, y, pese a ello, se hallan aislados y sometidos a
torturas sistemáticas. La represión crece con la impopularidad del régimen. Los
cuerpos de represión se multiplican y, el último en aparecer, ahora operan en
los barrios marginales, antiguas ciudadelas del chavismo y, debido a la falta
de trabajo y la caída brutal de los niveles de vida, convertidos en sus peores
enemigos. Las golpizas y los asesinatos a mansalva son incontables y quieren,
sobre todo, mediante el terror, apuntalar al régimen. En verdad, consiguen
aumentar el descontento y el odio hacia el Gobierno.
Pero no importa. El modelo
de Venezuela es Cuba: un país sonámbulo y petrificado, resignado a su suerte,
que ofrece playas y sol a los turistas, y que se ha quedado fuera de la
historia.
Por desgracia, no sólo Venezuela retorna a la barbarie.
Argentina podría imitarla si los argentinos repiten la locura furiosa de esas
elecciones primarias en las que repudiaron a Macri y dieron 15 puntos de
ventaja a la pareja Fernández / Kirchner. ¿La explicación de este desvarío? La
crisis económica que el Gobierno de Macri no alcanzó a resolver y que ha
duplicado la inflación que asolaba a Argentina durante el mandato anterior.
¿Qué falló? Yo pienso que el llamado “gradualismo”, el empeño del equipo de
Macri en no exigir más sacrificios a un pueblo extenuado por los desmanes de
los Kirchner. Pero no resultó; más bien, ahora los sufridos argentinos
responsabilizan al actual Gobierno —probablemente, el más competente y honrado
que ha tenido el país en mucho tiempo— de las consecuencias del populismo
frenético que arruinó al único país latinoamericano que había conseguido dejar
atrás al subdesarrollo y que, gracias a Perón y al peronismo, regresó a él con
empeñoso entusiasmo.
La barbarie se enseñorea también en Nicaragua, donde el
comandante Ortega y su esposa, después de haber masacrado a una valerosa
oposición popular, han retornado a reprimir y asesinar opositores gracias a
unas fuerzas armadas “sandinistas” que se parecen ya, como dos gotas de agua, a
las que permitieron a Somoza robar y diezmar aquel infortunado país.
Evo Morales, en Bolivia, se dispone a ser reelegido por
cuarta vez como presidente de la República. Hizo una consulta a ver si el
pueblo boliviano quería que él fuera de nuevo candidato; la respuesta fue un no
rotundo. Pero a él no le importa. Ha declarado que el derecho a ser candidato
es democrático y se dispone a eternizarse en el poder gracias a unas elecciones
manufacturadas a la manera venezolana.
El País
Digalo Ahi Digital
23 de Septiembre del 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario