Imagen: Partidarios del partido anti-inmigración
Alternativa por Alemania (AfD). Foto: © REUTERS / Aníbal Hanschke
En sus memorias Stefan Sweig se entristece y
alarma por el surgimiento del espíritu tribal de la cerrazón entre países que
advertía conducen a estados de belicismo y confrontación que en el caso de
Europa estimaba se trataba en verdad de una “guerra civil” debido a las
estrechas relaciones entre las poblaciones.
Ahora resurge el nacionalismo sobre lo que he
escrito en distintas oportunidades pero es el caso de repetir las advertencias.
Dejando de lado la manifiesta incomprensión del actual presidente de Estados
Unidos respecto a la falacia de lo que en economía se conoce como “el dogma
Montaigne” (su ex Secretario de Estado, Rex Tillerson, consignó
públicamente que Trump “no tiene idea del significado del comercio libre”)
y de las barrabasadas extremas de gobiernos como los de Cuba, Venezuela,
Nicaragua, y Bolivia en el continente americano, dejando de lado estos casos
decimos, hoy en Europa el espectáculo es desolador.
Con suerte electoral diversa pero siempre con
crecimientos llamativos, irrumpe el rostro desagradable de la referida
tradición de pensamiento que tantos trastornos ha provocado y provoca. Así, ese
caudal electoral ha exhibido resultados llamativos: en Francia el Frente
Nacional, en Inglaterra el Partido Independiente del Reino
Unido, en Alemania el Partido Alternativa para Alemania,
en Dinamarca el Partido del Pueblo Danés, en Suecia los Demócratas
Suecos, en España Podemos y Vox, en Austria el Partido
de la Libertad, en Grecia el Amanecer Dorado, en Italia la Liga
del Norte, en Hungría el Movimiento por una Hungría Mejor, todas
propuestas trogloditas apuntan a implantar una cultura alambrada, es decir, la
palmaria demostración de la anticultura.
Es del caso recordar trabajos como los de J. F.
Revel que muestran el vínculo estrechísimo entre el nacionalismo y
el socialismo, aunque cual bandas de las mafias, en el campo de batalla
han sido circunstancialmente aliados y circunstancialmente enemigos. El comunismo apunta
a abolir la propiedad, mientras que el nacionalismo la permite nominalmente
pero el aparato estatal usa y dispone de ella. Uno es más sincero que el otro
que recurre a una estrategia que estima más aceptable para los incautos. Es
curioso en verdad (y tragicómico) que muchos de los partidarios de esos
gobiernos emplean la expresión fascista para referirse a sus supuestos
contrincantes cuando aplican esa política a diario puesto que mantienen el
registro de la propiedad pero el flujo de fondos es manipulado desde la casa de
gobierno.
En una sociedad abierta el término “inmigración ilegal”
constituye un insulto a la inteligencia ya que todos debieran tener la facultad
de ubicarse donde lo estimen conveniente y solo deben ser bloqueados los
delincuentes, sean nativos o extranjeros. Como ha explicado Gary Becker,
el pretexto para poner barreras a la inmigración debido al uso de lo que provee
el mal llamado Estado Benefactor (mal llamado porque la beneficencia
es realizada con recursos propios y de modo voluntario), lo cual puede
incrementar el déficit fiscal, se resuelve al no dar acceso al uso a los
inmigrantes al tiempo que no se les retiene del fruto de sus trabajos para
mantener el sistema estatal.
Como ha puntualizado en sus múltiples obras Julian
Simon, habitualmente el inmigrante aprecia especialmente el trabajo, es
empeñoso en sus tareas, tiene gran flexibilidad para moverse a distintos
lugares dentro del país anfitrión, realiza faenas que muchas veces los nativos
no aceptan, sus hijos muestran excelentes calificaciones en sus estudios,
exhiben gran capacidad de ahorro y algunos comienzan con empresas chicas de
gran productividad.
Es llamativo y muy paradójico que muchos se rasgan
las vestiduras con el drama que estamos viviendo a raíz de las fotografías
horrorosas de refugiados, cuando no parece verse que se fugan de lugares donde
en gran medida se aplican las recetas políticas que los que se dicen espantados
aconsejan y se fugan a lugares donde algo queda de los sistemas libres que no
hacen más que criticar. La hipocresía es alarmante por la actitud
contradictoria de muchos que se dicen contrariados con la foto del niño muerto
en las playas de otros lares en plena lucha por la libertad y, sin
embargo, cuando opinan sobre la inmigración defienden las posturas que
provocan aquella muerte por la que dicen estar angustiados.
Tengamos en cuenta que, desde la perspectiva de la
sociedad abierta, las fronteras (siempre consecuencia de acciones bélicas o de
accidentes geológicos) son únicamente para evitar los riesgos graves de un
gobierno universal. El fraccionamiento en naciones que a su vez se subdividen
en provincias y municipalidades tienden a descentralizar el poder. A pesar de
los problemas de abuso del poder, hay que mirar el contrafáctico si no hubiera
el antedicho fraccionamiento. Hannah Arendt dice que “la misma noción
de una fuerza soberana sobre toda la Tierra que detente el monopolio de los
medios de violencia sin control ni limitación por parte de otros poderes, no
sólo constituye una pesadilla de tiranía, sino que significa el fin de la vida
política tal como la conocemos”.
También debe tenerse siempre presente que la cultura es
un proceso que significa permanentes donativos y recibos de lecturas,
arquitecturas, músicas, vestimentas, gastronomías, costumbres que las personas
aceptan o rechazan en un contexto evolutivo. La cultura no es estática sino
cambiante y multidimensional. Si no somos momias, nuestra cultura no es la
misma hoy que la de ayer. De allí la estupidez de la “cultura nacional y
popular” el “ser nacional” y otras sandeces superlativas que podríamos
catalogar como “los anti- Borges”, el ciudadano del mundo por antonomasia.
Buena parte de las propuestas nacionalistas se basan en
el desconocimiento de aspectos económicos elementales. Se dice que la
inmigración provocará desempleo puesto que la incorporación de nueva fuerza
laboral desplazará a los nativos de sus puestos de trabajo, sean estos
intelectuales o manuales.
Sin embargo, dado que las necesidades son ilimitadas y
los recursos son escasos (de lo contrario estaríamos en Jauja), nunca sobran
los recursos y el recurso central es el trabajo puesto que no puede generarse
ningún bien o servicio sin el concurso del trabajo. Solo hay sobrante de
trabajo (desocupación) cuando no se permiten arreglos salariales libres y
voluntarios, es decir, cuando se imponen las también mal llamadas “conquistas
sociales” concretadas en salarios superiores a las tasas de capitalización que
son las únicas causas de ingresos en términos reales. Esa es la diferencia
clave entre el Zimbabwe y Canadá, no es el clima, los recursos
naturales o aquél galimatías denominado “raza” (las características físicas
proceden de las ubicaciones geográficas, de allí es que los criminales nazis
tatuaban y rapaban a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios). Lo
que hace la diferencia son marcos institucionales civilizados que garantizan
derechos. Sería muy atractivo que los salarios pudieran decidirse por decreto
en cuyo caso podríamos ser todos millonarios pero las cosas no son así.
Al igual que la incorporación de nueva tecnología o la
liberación de aranceles aduaneros, la inmigración libera recursos materiales y
humanos para producir otras cosas en la lista infinita de necesidades a las que
nos referíamos con el interés del mundo empresario de capacitar para nuevos
emprendimientos. Es lo que ocurrió con el hombre de la barra de hielo antes de
las heladeras y con los fogoneros antes de las locomotoras modernas.
Una gran cantidad de trabajadores inmigrantes y no
inmigrantes operan en negro por el salario de mercado que, como queda dicho, se
debe a la correspondiente inversión disponible y trabajan en negro
para evitar los impuestos al trabajo como ocurre en otros muchos
países donde provocan desempleo que también afecta a la economía
general.
Aquellos que se las pasan declamando sobre “derechos
humanos”, una redundancia grotesca puesto que los minerales, los vegetales
y los animales no aplican a la noción de derecho, tratan a los inmigrantes como
si no fueran humanos, más bien se preguntan “¿qué debemos hacer con los
inmigrantes?” como si estuvieran haciendo referencia a su estancia personal y
no de un país donde debe primar el respeto recíproco, y en esta línea
argumental no debiera haber bajo ningún concepto diferencias entre nativos y
extranjeros. Es del caso subrayar que cuando se está haciendo alusión al
derecho, se está aludiendo a la Justicia y ésta significa “dar a cada
uno lo suyo”, lo cual remite a la propiedad que, a su vez, constituye el eje
central del proceso de mercado.
Todos descendemos de inmigrantes, incluso los denominados
pueblos originarios ya que el origen humano procede del continente africano.
La fertilidad de los esfuerzos del ser humano por
cultivarse, es decir, por reducir su ignorancia, está en proporción directa a
la posibilidad de contrastar sus conocimientos con otros. Eso es la cultura.
Sólo es posible la incorporación de fragmentos de tierra fértil, en el mar de
ignorancia en el que nos debatimos, en la medida en que tenga lugar una
discusión abierta. Se requiere mucho oxígeno: muchas puertas y ventanas abiertas
de par en par.
Aludir a la antedicha “cultura nacional” como un valor y
contrastarla con lo foráneo como un desvalor es tan desatinado como referirse a
la matemática asiática o a la física holandesa. La cultura no es de un lugar y
mucho menos se puede atribuir a un ente colectivo imaginario. No cabe la
hipóstasis. La nación no piensa, no crea, no razona ni produce nada. El
antropomorfismo es del todo improcedente. Son específicos individuos los que
contribuyen a agregar partículas de conocimiento en un arduo camino sembrado de
refutaciones y correcciones que enriquecen los aportes originales. Como bien
señala Arthur Koestler, “el progreso de la ciencia está sembrado, como una
antigua ruta a través del desierto, con los esqueletos blanqueados de las teorías
desechadas que alguna vez parecieron tener vida eterna”.
Quienes necesitan de “la identidad nacional” ocultan
su vacío interior y son presa de una despersonalización que pretenden disfrazar
con la lealtad a una ficción. Desde esta perspectiva, quienes comparten
el cosmopolitismo de Diógenes e insisten en ser “ciudadanos
del mundo” aparecen como descastados y parias sin identidad. El afecto al
“terruño”, a los lugares en que uno ha vivido y han vivido los padres y el
apego a las buenas tradiciones es natural, incluso la veneración a estas
tradiciones es necesaria para el progreso, pero distinto es declamar un
irrefrenable amor telúrico que abarcaría toda la tierra de un país y segregando
otros lugares y otras personas que, mirados objetivamente, pueden tener mayor
afinidad, pero se apartan sólo porque están del otro lado de una siempre
artificial frontera política.
El nacionalismo está imbuido de relativismo ético, relativismo
jurídico y, en última instancia, de relativismo epistemológico. “La verdad
alemana”, “la conciencia africana”, “la justicia dinamarquesa” (en el sentido
de que los parámetros suprapositivos serían inexistentes) y demás dislates
presentan una situación como si la verdad sobre nexos causales que la ciencia
se esmera en descubrir fuera distinta según la geografía, con lo cual sería
también relativa la relatividad del nacionalismo, además de la contradicción de
sostener simultáneamente que un juicio se corresponde y no se corresponde con
el objeto juzgado. Julien Benda pone de manifiesto el relativismo
inherente en la postura del nacionalismo, escribe que “desde el momento que
aceptan la verdad están condenados a tomar conciencia de lo universal”.
Alain Finkielkraut ilustra el espíritu nacionalista
al afirmar que “replican a Descartes: yo pienso, luego soy de algún
lugar”. Juan José Sebreli muestra cómo incluso el folklore proviene
de una intrincada mezcla de infinidad de contribuciones de personas
provenientes de lugares remotos y distantes entre sí.
Estas visiones nacionalistas se traducen en una
escandalosa pobreza material, ya que los aranceles aduaneros indefectiblemente
significan mayor erogación por unidad de producto, lo cual hace que existan
menos productos y de menor calidad. Este resultado lamentable contrae salarios
e ingresos en términos reales, con el apoyo de pseudoempresarios que se alían
con el poder al efecto de contar con mercados cautivos y así poder explotar a
la gente.
En la historia de la humanidad hay quienes merecen ser
recordados todos los días. Uno de esos casos es el de la maravillosa Sophie
Scholl, quien se batió en soledad contra los secuaces y sicarios del sistema
nacionalsocialista de Hitler. Fundó junto con su hermano Hans el movimiento
estudiantil de resistencia denominado Rosa Blanca, a través del cual
debatían las diversas maneras de deshacerse del régimen nazi, y publicaban
artículos y panfletos para ser distribuidos con valentía y perseverancia en
diversos medios estudiantiles y no estudiantiles.
La detuvieron y se montó una fantochada que hacía de
tribunal de justicia, presidido por Ronald Freisler, que condenó a los
célebres hermanos a la guillotina, orden que fue ejecutada el mismo día de la
parodia de sentencia judicial, el 22 de febrero de 1943 para no dar tiempo a
apelaciones. Hay una producción cinematográfica dirigida por Marc Rothemund,
que lleva por título el nombre de esta joven quien en una conversación con su
carcelero explica el valor de normas extramuros de la legislación escrita.
Es pertinente recordar a figuras como Sophie Scholl en
estos momentos en que surgen signos de un nacionalsocialismo contemporáneo que
invade hoy no pocos espíritus en Europa y en otras partes de nuestro atribulado
mundo.
Ideas En Libertad
24 de Septiembre del 2019
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