Cuando hable de sí mismo, asegúrese de que entendamos que no
es usted gran cosa. Eso nos facilitará meterlo en el cajón apropiado. Los
tiempos han cambiado. Nadie ha tomado la Bastilla, ni ha prendido fuego al
Reichstag, el Aurora no ha disparado una sola descarga. Y, sin embargo, se ha
lanzado el ataque y ha tenido éxito: los mediocres han tomado el poder.
¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre?
Reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la
espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de
un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a
sus semejantes. Lo que de verdad importa no es evitar la estupidez, sino
adornarla con la apariencia del poder. “Si la estupidez […] no se asemejase
perfectamente al progreso, el ingenio, la esperanza y la mejoría, nadie querría
ser estúpido”, señaló Robert Musil.
Siéntase cómodo al ocultar sus defectos tras una actitud
de normalidad; afirme siempre ser pragmático y esté siempre dispuesto a
mejorar, pues la mediocridad no acusa ni la incapacidad ni la incompetencia.
Deberá usted saber cómo utilizar los programas, cómo rellenar el formulario sin
protestar, cómo proferir espontáneamente y como un loro expresiones del tipo
“altos estándares de gobernanza corporativa y valores de excelencia” y cómo
saludar a quien sea necesario en el momento oportuno. Sin embargo –y esto es lo
fundamental–, no debe ir más allá.
El término mediocridad designa lo que está en la media,
igual que superioridad e inferioridad designan lo que está por encima y por
debajo. No existe la medidad. Pero la mediocridad no hace referencia a la media
como abstracción, sino que es el estado medio real, y la mediocracia, por lo
tanto, es el estado medio cuando se ha garantizado la autoridad. La mediocracia
establece un orden en el que la media deja de ser una síntesis abstracta que
nos permite entender el estado de las cosas y pasa a ser el estándar impuesto
que estamos obligados a acatar. Y si reivindicamos nuestra libertad no servirá
más que para demostrar lo eficiente que es el sistema.
La división y la industrialización del trabajo –tanto
manual como intelectual– han contribuido en gran medida al advenimiento del
poder mediocre. El perfeccionamiento de cada tarea para que resulte útil a un
conjunto inasible ha convertido en “expertos” a charlatanes que enuncian frases
oportunas con mínimas porciones de verdad, mientras que a los trabajadores se
les rebaja al nivel de herramientas para quienes “la actividad vital […] no es
sino un medio de asegurar su propia existencia”.
[…] Laurence J. Peter y Raymond Hull fueron de los
primeros en atestiguar la proliferación de la mediocridad a lo largo y ancho de
todo un sistema. Su tesis, El principio de Peter, que desarrollaron en los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, resulta implacable en su claridad: los
procesos sistémicos favorecen que aquellos con niveles medios de competencia
asciendan a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los
supercompetentes como a los totalmente incompetentes.
Se dan ejemplos
impresionantes de este fenómeno en los colegios, donde se despedirá a un
profesor que no sea capaz de seguir un horario ni sepa nada sobre su
asignatura, pero también se rechazará a un rebelde que aplique cambios
importantes a los protocolos de enseñanza para lograr que una clase de alumnos
con dificultades obtenga mejores calificaciones –tanto en comprensión lectora
como en aritmética– que los alumnos de las clases normales.
Asimismo, se
desharán de un profesor poco convencional cuyos alumnos completen el trabajo de
dos o tres años en solamente uno.
Según los autores de El principio de Peter,
en este último caso al profesor se le castigó por haber alterado el sistema
oficial de calificaciones, pero sobre todo por haber causado “un estado de
ansiedad extrema al profesor que habría de encargarse al año siguiente del
grupo que ya había realizado todo ese trabajo”. Así es el proceso que va dando
lugar a los “analfabetos secundarios”, por emplear la expresión acuñada por
Hans Magnus Enzensberger. Este nuevo sujeto, producido en masa por
instituciones educativas y centros de investigación, se precia de poseer todo
un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus
fundamentos intelectuales […]
La norma de la mediocridad lleva a desarrollar una
imitación del trabajo que propicia la simulación de un resultado. El hecho de
fingir se convierte en un valor en sí mismo. La mediocracia lleva a todo el
mundo a subordinar cualquier tipo de deliberación a modelos arbitrarios
promovidos por instancias de autoridad. Hoy figuran entre sus ejemplos el
político que explica a los votantes que se tienen que someter a los designios
de los accionistas de Wall Street; o el profesor universitario que considera
que el trabajo de un alumno es “demasiado teórico y demasiado científico”
Cuando sobrepasa las premisas que se habían expuesto previamente en un PowerPoint;
o el productor cinematográfico que insiste en adjudicarle a un famoso un papel
protagonista en un documental sobre un tema con el que este no tiene ninguna
relación; o el experto que demuestra su “racionalidad” argumentando largamente
a favor de un crecimiento económico (irracional). Zinoviev ya era consciente de
las posibilidades del trabajo simulado como fuerza psicológica para alterar las
mentes:
"La imitación del trabajo al parecer solo precisa de
un resultado, o más bien de la mera posibilidad de justificar el tiempo que se
ha invertido: la comprobación y la evaluación de los resultados las llevan a
cabo personas que han participado de la simulación, que guardan relación con
ella y tienen interés en perpetuarla".
Cabría pensar que un rasgo común entre quienes comparten
este poder sería el de una sonrisa cómplice. Al creerse más listos que todos
los demás, se complacen con frases cargadas de sabiduría tales como: “Hay que
seguir el juego”. El juego –una expresión cuya absoluta vaguedad encaja perfectamente
con el pensamiento del mediocre– requiere que, según el momento, uno acate
obsequiosamente las reglas establecidas con el solo propósito de ocupar una
posición relevante en el tablero social, o bien que eluda con ufanía tales
reglas –sin dejar nunca de guardar las apariencias–, gracias a múltiples actos
de colusión que pervierten la integridad del proceso.
4 de septiembre de 2019
Alain Deneault es filósofo y escritor, profesor de
Sociología en la Universidad de Québec y autor de Paraísos fiscales. Una estafa
legalizada (2017). Este texto es un extracto de su libro Mediocracia. Cuando
los mediocres toman el poder, que publica Turner el 4 de septiembre.
El Pais
https://elpais.com/elpais/2019/08/30/ideas/1567166223_815812.html
Digalo Ahi Digital
http://www.digaloahidigital.com/articulo/cuando-los-mediocres-toman-el-poder
25 de Septiembre del 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario