El pasado viernes 24 de enero concluyó la 50ª reunión
anual del Foro Económico Mundial. El mismo tuvo lugar donde siempre, en Davos,
Suiza, y se dieron cita políticos, empresarios e intelectuales, con el fin de
mirar cómo anda el planeta, identificar sus problemas y asomar las posibles
soluciones. En función de ese propósito se abordaron los desafíos
cruciales que enfrenta el mundo hoy en día: “…
Impulsar la ecología y una
respuesta a los retos del cambio climático, disminuir radicalmente la
desigualdad, crear un consenso global sobre el despliegue de tecnologías de
la cuarta revolución industrial, la re invención de internet, volver a
capacitar y mejorar a mil millones de personas en la próxima década, crear
puentes para resolver conflictos globales y ayudar a las empresas a crear los
modelos necesarios para impulsar la emergencia de las nuevas
tecnologías…”. La interrogante que envolvía la discusión de estos temas
era, me parece, como combinar la sustentabilidad ambiental, la justicia social
y la democracia, en el marco de lo que pareciera estar configurando una crisis
civilizatoria.
Como resulta fácil suponer, hubo un tema que, de una u
otra forma, recorrió el evento. Me refiero al cambio climático y a los escasos
resultados obtenidos a pesar de los acuerdos firmados en París y de la
aparición de ciertas iniciativas auspiciosas, entre las que cabe mencionar
particularmente el “El Pacto Verde”, suscrito por la Unión Europea. De
nuevo se denunció la fragilidad institucional para encarar un asunto del que,
literalmente hablando, depende la vida de los terrícolas. Se insistió, en este
sentido, en la evidente incapacidad para globalizar la política.
Imposible no hacer referencia, por lo emblemático del
hecho, al enfrentamiento que hubo entre Donald Trump y Greta Thunberg. El
Presiente norteamericano, fiel a la posición que asumió desde el principio de
su mandato, señaló que había que rechazar las "predicciones del
apocalipsis " y que Estados Unidos defendería su economía de la
desmesura de los ecologistas. Por otra parte, al referirse a los activistas
climáticos, afirmó que … "estos alarmistas siempre exigen lo mismo: poder
absoluto para dominar, transformar y controlar cada aspecto de nuestras
vidas". Son "los herederos de los tontos adivinos del pasado".
Greta, por su parte, aludió a Trump sin nombrarlo reiterando su mensaje : “¿qué
le dirán a sus hijos sobre la razón por la que fracasaron y los dejaron
enfrentando el caos climático que trajeron a sabiendas?". Se ha
renunciado, añadió “… a la idea de asegurar las condiciones de una vida futura
sin siquiera intentarlo". Trump confirmó, así pues, que la gravedad
de la crisis climática no ha sido digerida por una buena parte del liderazgo
mundial y Greta que se trata de una presión cada vez más fuerte de los
“millenials”.
¿Qué será del capitalismo?
Vinculado a la crisis ambiental, en Davos – recuérdese
que es el cónclave del capitalismo mundial, ahora con la inclusión entusiasta y
militante de China, algo que el camarada Mao jamás habría podido imaginar-, se
pasó revista a los principales indicadores económicos y sociales que dibujan al
planeta y que, según diversas fuentes, no lucen muy bien desde hace unos
cuantos años, al punto de que el capitalismo se esta repensando como lo
muestra, por citar un solo ejemplo, el último libro del premio Nobel
Joseph Stiglitz.
Por otra parte, toma fuerza, así mismo, una corriente de
economistas más radicales, que no figuraron entre los invitados el evento,
quienes argumentan que el capitalismo está alcanzando el límite de su capacidad
para adaptarse a las nuevas realidades, en buena medida porque las tecnologías
emergentes les resultan incompatibles. En otras palabras, la mayor amenaza a la
supervivencia del capitalismo proviene, ¿irónicamente?, del conjunto de
“innovaciones disruptivas” que fundamentan a la Cuarta Revolución Industrial, las
cuales han abierto nuevos ámbitos a otras formas de producción más allá de los
mercados.
¿Y la democracia?
Este es un asunto que vuelve a ser preocupación en Davos.
Tal y como lo escribe el renombrado filósofo español, Daniel Innenarity,
nuestros sistemas políticos no están siendo capaces de gestionar la creciente
complejidad del mundo. De haber sido invitado a la reunión - lamentablemente no
lo fue -, habría dicho, además, que… “la política que opera actualmente en
entornos de elevada complejidad no ha encontrado, todavía, su teoría
democrática. Tenemos que redescribir el mundo contemporáneo con las categorías de
globalización, saber y complejidad. La política actual debe suponer la
capacidad de gestionar la complejidad social, las interdependencias y
externalidades negativas. Se requiere otra forma de pensar la democracia, otro
modo de gobernar si queremos que la democracia sea compatible con la realidad
compleja de nuestras sociedades. En suma, llama a reflexionar sobre si puede
sobrevivir la democracia “ … a la complejidad del cambio climático, de la
inteligencia artificial, de los algoritmos...”.
Yendo un poco más allá, pero en parecida dirección, el
historiador israelí, Yuval Noah Harari, a veces más considerado como profeta
que como científico y, seguramente, la voz más alarmante que se escuchó en
Davos, esbozó algunos temas que califico de inquietantes, asociados a los
cambios tecnológicos y que generan interrogantes para las que aún no se tienen
respuestas. A manera de ilustración expresó que “quizá en el siglo XXI las
revueltas populistas se organicen no contra una élite económica que explota a
la gente, sino contra una élite económica que no la necesita…”. Tenemos que
reconocer, dijo, que no sabemos lo que está ocurriendo, al tiempo que recalcaba
la urgencia de formular una nueva Agenda Humana que determine qué hacemos con
nosotros mismos
Digalo Ahi Digital
21 de Febrero del 2020
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