En mi artículo anterior discuto el antagonismo entre el
desarrollo económico y el conflicto político y dejo por sentado que este ultimo
causa estragos en el segundo y ahora toco el tema de la relación entre la
dimensión política y la necesidad de enfrentarse a un programa de
estabilización, en especial de aquellos diseñados por el Fondo Monetario
Internacional, en coordinación o el apoyo del Banco Mundial.
Primero que nada, hay que definir de que tratan esos
programas y porque tienen su origen en esas instituciones. “Estabilizar”
significa poner orden en un cierto desorden, en los términos más generales,
“equilibrar lo que está desequilibrado” y, en lo económico, estabilizar la tasa
de cambio, la balanza de pagos y el déficit fiscal, estimular el crecimiento
económico y, especialmente, alinear los precios de bienes y servicios al
mercado.
Lo diseñan y los ejecutan estas dos instituciones
porque son las únicas que realizan préstamos para déficits de balanza de pagos
y para el desarrollo y, por consecuencia, aplican una serie de condiciones
(condicionalidades), todas ellas dominadas por principios de austeridad y de
mercado.
En general su aplicación implica convencer a los
gobiernos y al país entero que deben aceptarlos, a veces, con duras o graves
consecuencias políticas, tales como perder elecciones y, aun peor, entrar en
crisis recurrentes de sostenibilidad política y económica. Se comprenderá que
se trata de un tema de alta complejidad, porque afecta todos los componentes
del aparato económico y tienen serias implicaciones sociales y políticas.
Hasta ahora, esas instituciones no han evaluado el tema
de la conexión entre la dimensión política y la económica, de tal forma que su
diseño y ejecución sea lo menos dolorosa posible. Tanto el FMI, como el Banco
Mundial han pagado bien caro sus resultados y su respuesta, a mi juicio
insuficiente, ha sido desarrollar programas auxiliares para proteger su impacto
sobre la pobreza y unas consideraciones de lo que denominan “costo social”,
colocándolos en un plano subordinado, cuando ellos deberían ser, precisamente,
sus objetivos primarios. (*)
Una reflexión sobre la necesidad de un consenso
político para ponerlos en práctica debería entrar en su ecuación valorativa y
no darle un privilegio excesivo al programa mismo, lo cual termina
etiquetándole como “tecnocrático”. Quizás, el caso venezolano de los 90’s sea
un buen ejemplo de ello, porque la ausencia de un consenso político bien
estudiado y concebido nos habría evitado las dolorosas consecuencias que aun se
viven.
(*)IMF/World Bank Comprehensive Review
Digalo ahi digital
http://www.digaloahidigital.com/articulo/consenso-pol%C3%ADtico-y-programas-de-estabilizaci%C3%B3n-econ%C3%B3mica of
the Poverty Reduction Strategy Papers.
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