Retrato del escritor Robert Walser durante su juventud |
Wikimedia Commons
Milán, martes 4 de febrero de 2020
El segundo oficio de Montale
Con su ejemplo presente asumí hace ya más de veinte años la
responsabilidad de un “segundo oficio”. En mi caso, el de escribir diarios, lo
cual no he parado de hacer desde 1995, cuando comencé en serio a incursionar en
el género. Desde entonces, he publicado una docena de estos diarios y la otra
docena permanece inédita, mientras las páginas se siguen acumulando a medida
que los días van implacablemente pasando. En el caso del maestro Montale,
existía el aliciente económico que le procuraba la generosa
administración
de Il corriere. Por mi parte, la única gratificación ha sido la
fidelidad de un puñado de lectores y la satisfacción de ver publicados algunos
volúmenes gracias a la generosidad de algunas instituciones sin fines de lucro.
Eso no me ha desestimulado en la empresa. Como Montale, aunque sin su envidiada
disciplina, he asumido este oficio y he hecho todo lo posible para ejercerlo
con puntualidad. Si alguien me preguntara por la naturaleza de mi primer
oficio, respondería con la misma expresión del vate italiano: la poesía.
Montale expresó de la manera más justa lo que para él era
la poesía. Se trataba de su primera ocupación y desvelo. El verdadero centro de
sus necesidades, la propia esencia de su existencia. La primera de sus
prioridades. Quisiera creer que para mí es lo mismo. En todo caso, desde que,
como todos, comencé a escribir poesía, la entendí como el cumplimiento de una
necesidad. Pero no de otra necesidad sino de la primera necesidad. Lo cual
implicó los sacrificios conocidos, abandono de una profesión convencional,
descuido de otros compromisos e indiferencia ante muchos de los asuntos
humanos.
Quisiera ofrecer una respuesta más precisa a la pregunta inicial, pero
debo confesar mi incapacidad. Me consuelo pensando en Jacques Prévert, quien en
una situación parecida expresó que no tenía idea de qué era la poesía. O en
Robert Frost cuando, de lo más lapidario pero irrefutable, agregó que “poesía
es todo lo que se pierde en la traducción”.
Eugenio Montale. Fotografía de Kaj Hagman | Wikimedia
Commons
La herencia de Guillermo el Conquistador
El domingo, almuerzo en casa de Robert Vifian con Peter
Weisman, a quien encuentro más relajado y con razón, pues acaba de
entregar a la editorial los originales de su diccionario de galicismos en
inglés; mil quinientas páginas a la cuales dedicó los últimos catorce años. En
estos tiempos de Brexit, la gran obra debería recordar a los ingleses los orígenes
de buena parte del léxico que utilizan, que no es otro que el francés, llevado
a la isla por Guillermo el Conquistador en 1066, y el mismo idioma que se habló
en la corte por decenas de años. Siempre me ha parecido poco menos que patético
y lamentable la exaltación del anglosajonismo como la raíz principal de la
cultura inglesa. Cuando no menos del 40% de las palabras del inglés son de
origen latino. Con Peter hablo de los grandes poetas “latinos”; el primero,
Chaucer y, entre los más actuales, Eliot y, sobre todo, Pound, por quien siente
una admiración no menor que la mía. Sin saberlo, en ese momento vivía George
Steiner sus últimas horas.
Nacido en París y defensor de la tradición europea,
de la cual fue uno de sus más finos exponentes. También por Pound sintió
Steiner una sostenida admiración sin dejarse llevar por las provocaciones de
los que exageraron el supuesto antisemitismo de Pound convirtiéndolo en chivo
expiatorio. De Pound aprendió Steiner a considerar a Homero un contemporáneo y
de este convencimiento surgió uno de sus libros más permanentes y menos
considerado, Homer in English, una selección de las mejores versiones
homéricas en inglés desde Chaucer.
Un volumen de importancia parecida a su
temprano Poem into Poem, la brillante antología de poesía de todos los
tiempos traducidas al inglés moderno por los mejores poetas y que, según sus
propias palabras, le serviría como entrenamiento para su hidrópico Torre
de Babel, de 1975. Recuerdo con claridad la primera página
del TLS donde se reseñaba negativamente el magno esfuerzo. Tal vez
más interesantes hoy sean Extraterritorial, el primero que leí de sus
libros de ensayos, o Lenguaje y silencio con su memorable ensayo
sobre Lukács. Después vendrían muchos otros, de los cuales algunos he leído y
releído como su estudio sobre Heidegger. Fui el más fiel de sus lectores
durante los años setenta y ochenta, cuando colaboraba regularmente
para The New Yorker. Su luminoso estilo, su labrada prosa lo hizo popular
entre estudiosos y aficionados. Todos hemos leído al menos uno de sus libros y
recordamos alguna de sus frases, muchas dislatadas y cercanas al disparate,
como cuando aseguraba que sólo el Cantar de los cantares era
comparable a la Todesfuge de Celan. Nadie más cosmopolita ni europeo.
Tanto como sus libros queda un modelo de elegancia y dandismo, de cultura de la
más exquisita y de curiosidad más sostenida. Hasta el final escribió en sus
cuadernos con “pluma fuente”, lo cual sería suficiente para convertirlo en uno
de mis héroes.
Milán, miércoles 5 de febrero de 2020
Un gélido tramonto ha despejado los cielos y abierto el
espacio a un aire de cristal que lo hace todo más liviano, incluso la neurosis.
La luz es de una claridad interminable y uno recuerda a Bernal Díaz del
Castillo “Insigne Conquistador de América”, cuando hablaba de la “región más
transparente” para referirse a Tenochtitlán, a la cual llegó acompañando a
Cortés. Es una de esas paradojas climáticas que aquí, en Milán, urbe famosa por
sus nieblas, tenga lugar esta experiencia que relaciono con Caracas en sus
mejores días, Nueva York a comienzos del invierno y Margarita en los últimos
tres meses del año. Con temperaturas alrededor de 15 °C, los cielos más azules
y tan altos como los de Roma, la luz de una dulzura llena de sensualidad, uno
no puede sino darle la razón, como siempre, a los griegos cuando entendieron
que no era posible la existencia de otro mundo en el más allá que fuera más
excitante que este, el mismo que la necrofilia judeo-cristiana ha querido
convertir en “valle de lágrimas”.
Wolfgang Amadeus Mozart retratado por Joseph Lange en
1782 | Wikimedia Commons
Ignorancia de Mozart
Una muestra más, como si no fueran suficientes, de mi
supina ignorancia en materia musical ha sido mi desconocimiento de la versión
que Mozart escribió del Mesías de Haendel. Como ha declarado Rolando Villazón,
organizador del reestreno de la obra, se trata de una reinterpretación
neoclásica del barroco original. Y mucho de eso hay, por supuesto, a pesar de
que, en ocasiones, ambas poéticas se confunden y ya no sabemos de quién
es qué. No obstante lo haendeliana de la música, el tono es inconfundiblemente
mozartiano. Para esta presentación en Salzburgo, Villazón ha reunido los
talentos de Bob Wilson para la mise en scene y de Minkowski, el
mismo del pasado Lucio Silla de la Scala, para la dirección orquestal. Después
de escucharla por primera vez, no pide menos que avergonzarme por haber
ignorado, hasta ahora, una pieza de tan sutil belleza, fragilidad y brillo
espiritual. El montaje de Wilson convierte la partitura Haendel-Mozart en la
música de nuestros mejores sueños.
Milán, jueves 6 de febrero de 2020
Uno se acostumbra tanto a la seguridad de estas ciudades
que tiende a olvidar, por increíble y dolorosa, la violencia que se ha
instalado en Venezuela de una manera tan insidiosa que ha comenzado a
integrarse que comienza a las condiciones de nuestros tristes trópicos, como el
calor, las lluvias incesantes y la luz más brillante. Un querido amigo me
escribe para aclararme que más que por razones políticas, que en su caso
podrían ser muchas, es la inseguridad lo que lo ha hecho dejar el país para
establecerse en Sevilla. Después de intentos de secuestros, chantajes, sobornos
y reiteradas amenazas, le pidió a su esposa que escogiera entre la viudez o la
huida del país, ante la cual no se sentía inclinada. Escogió bien y ahora
disfrutan lo que es normal como el aire, que es la seguridad de estas ciudades.
El hombre según Robert Walser
La generosidad de los amigos de Pretextos me hace
llegar Los cuadernos de Fritz Kocher, uno de los libros tempranos que, por
alguna circunstancia inescrutable, no había leído. En una de sus conmovedoras y
exquisitas historias, Walser, en una prosa que es como los movimientos de
ballet de Ana Pavlova, escribe sobre el hombre:
El ser humano es de una naturaleza llena de matices. Sólo
tiene dos piernas,
pero posee un corazón repleto de pensamientos y sensaciones agradables. Se podría
comparar al hombre con una especie de jardín de las delicias, si nuestro
profesor permitiera este tipo de alusiones. El hombre resulta en ocasiones
poético, y cuando se da esta circunstancia, se dice que es un poeta. Si todos
lo fuéramos, y así, debía ser, pues Dios nos ha brindado a todos esa
cualidad, seríamos infinitamente felices. Por desgracia, nos dejamos llevar
por inútiles pasiones que hacen desaparecer nuestro bienestar y ponen fin
a nuestra dicha. El ser humano debería estar siempre por encima de su semejante
irracional, el animal, aunque, sin ir más lejos, un simple colegial puede
observar a diario cómo el hombre se comporta cual animal desprovisto
de inteligencia.
pero posee un corazón repleto de pensamientos y sensaciones agradables. Se podría
comparar al hombre con una especie de jardín de las delicias, si nuestro
profesor permitiera este tipo de alusiones. El hombre resulta en ocasiones
poético, y cuando se da esta circunstancia, se dice que es un poeta. Si todos
lo fuéramos, y así, debía ser, pues Dios nos ha brindado a todos esa
cualidad, seríamos infinitamente felices. Por desgracia, nos dejamos llevar
por inútiles pasiones que hacen desaparecer nuestro bienestar y ponen fin
a nuestra dicha. El ser humano debería estar siempre por encima de su semejante
irracional, el animal, aunque, sin ir más lejos, un simple colegial puede
observar a diario cómo el hombre se comporta cual animal desprovisto
de inteligencia.
El que habla es Fritz Kocher, el joven ficcional de
Walser, cuyos “fragmentos de ejercicios de redacción” fueron recogidos y
publicados por el anónimo editor. Se trata del primer libro de Walser, pero su
estilo es el mismo de sus obras de madurez y tardías, como Jakob
von Gunten o sus Micrografías, amorosamente editadas en sus tres
tomos por Siruela. Pocos autores más unitarios que Walser. Su dicción es la
misma de principio a fin, lo mismo que sus largas y pacientes caminatas; hasta
la última que realizó hasta la nieve helada de su último día, en esa tierra de
montañas blancas que tanto amó.
https://prodavinci.com/diario-literario-2020-febrero-parte-i-montale-brexit-mozart-walser/?utm_source=Bolet%C3%ADn+diario+Prodavinci&utm_campaign=4a0fd7bd50-EMAIL_CAMPAIGN_2020_02_10_12_45&utm_medium=email&utm_term=0_02b7f11c26-4a0fd7bd50-196253549
21 de Febrero del 2020
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