Fotografía de
Sándor Márai tomada del portal de Ediciones Salamandra (salamandra.info)
Era la noche
del jueves 9 de noviembre de 1989. Veintiocho años después de su construcción,
el muro de Berlín, el de la vergüenza, empezaba a derrumbarse junto con todo lo
que representaba. Pocos meses antes, en febrero, se suicidaba en San Diego,
California, un escritor y pensador húngaro que, como muchos de su generación,
declinó su existencia ante el olvido y la soledad de un exilio impuesto por el
expansionismo soviético.
Sándor Károly
Henrik Grosschmied de Mára, Sándor Márai, nació en Kassa (entonces Hungría, hoy
Eslovaquia) el 11 de abril de 1900.
Proveniente de una adinerada familia
burguesa de origen alemán, Márai fue ante todo un apasionado observador e
intérprete del mundo, rasgos que alimentó con el ejercicio del periodismo
durante sus viajes por Europa central y occidental y que desarrolló plenamente
mediante una prosa de agudo realismo.
Aunque dominaba el alemán desde pequeño,
adoptó literariamente la lengua magiar debido a sus grandes posibilidades
estéticas y expresivas. Después de participar como soldado en la Primera Guerra
Mundial, Márai se posicionó entre los más notables autores del panorama
literario húngaro: poeta, narrador, dramaturgo, cronista; su obra cristalizaba
en armoniosa mezcla de estética y precisión al servicio de una mirada que
desentrañaba el contradictorio universo de la burguesía aquincense.
Esta
perspectiva se manifiesta en novelas como Los rebeldes (1931), Divorcio
en Buda (1935), La herencia de Eszter (1939) o La amante de
Bolzano (1940) y en su célebre autobiografía Confesiones de un
burgués (1935), en la que Márai entrelaza interesantes aspectos de su vida
personal –sus obsesiones amorosas y literarias, su sentimiento de desarraigo,
la tentación del alcoholismo– con el hundimiento de la Belle époque y
el imperio austro-húngaro a raíz de la Gran Guerra.
Sin embargo,
la Segunda Guerra Mundial significaría para Márai una ruptura vital y
literaria. En 1945, el ejército soviético expulsó a los alemanes de Hungría e
impuso allí un protectorado militar que derivó en anexión política. El
estalinismo había llegado a Hungría para quedarse y Márai, como tantos otros
escritores e intelectuales, se vio en peligro por su condición burguesa e
inclinación individualista.
Al entrar en contacto con los primeros oficiales y
soldados del ejército rojo llegados a su país, el autor comprendió plenamente
que los húngaros habían pasado del vasallaje fascista a la esclavitud comunista.
Esta y otras reflexiones producto del advenimiento de los nuevos invasores
quedaron grabadas en su libro ¡Tierra, Tierra!, de 1973. Veinticinco años
después de los hechos, Márai reflexionó sobre la destrucción de la vieja Europa
y la construcción de una nueva, esta vez a manos de una vigorosa y despiadada
potencia oriental: ideologizada, vigilada, sufrida, forjada en la escasez
material y, sobre todo, muy consciente de que su misión consistía en parir
forzadamente la civilización del futuro.
Una fuerza se
había presentado en Europa, y el Ejército Rojo sólo constituía su expresión
militar. ¿Qué fuerza era ésa? ¿El comunismo? ¿Los eslavos? ¿El Este?
¡Tierra,
tierra! fue el examen que Márai realizó sobre las condiciones culturales,
morales e históricas que posibilitaron la conquista soviética de media Europa,
incluida Hungría. Allí intenta un ejercicio de sincera objetividad al observar
y describir a los representantes de un mundo que la propaganda fascista y el
miedo burgués habían plasmado como bárbaro y anti-occidental.
Yo había
vivido en un ambiente donde el comunismo se mencionaba inmediatamente después
de los siete pecados capitales. Por eso llegué a la conclusión de que era el
momento apropiado para olvidarme de todo lo que había oído sobre los rusos y
los comunistas.
Desde el
inicio de la presencia soviética en su país, Márai intentó comprender las
intenciones y metodología de los invasores. Observó cómo, en un primer momento,
estos se mostraban ávidos en el pillaje pero cautos en las relaciones
personales; conversó con varios oficiales y soldados que le manifestaron
aprecio debido a su condición de escritor pues, al parecer –eso pensó Márai
entonces– la generalidad de los rusos sentía respeto por quienes podían
escribir y publicar sus ideas. También constató la gran impresión que se
llevaban los soldados rusos al ver la cantidad y variedad de bienes que había
en todas las casas de la hasta entonces pujante clase media húngara; así fue
como Márai vislumbró una de las fortalezas doctrinarias del comunismo: curtir a
la gente en la escasez y la precariedad para apuntalar el modelo colectivista.
De hecho, en varios pasajes de ¡Tierra, tierra! menciona que inmensos
contingentes de soldados rusos que habían luchado en occidente y visto su nivel
de vida fueron premiados por Stalin al regresar a la URSS con la deportación al
archipiélago gulag.Márai explica
en ¡Tierra, tierra! que, rápidamente, la incertidumbre dio paso a la
certeza al confirmarse el relato burgués sobre el comunismo. Los rusos
prohibieron el comercio y la propiedad privada, censuraron los medios de
comunicación y confiscaron las tierras.
En dos años de ocupación, los invasores
impusieron en Hungría el colectivismo que en Rusia costó ocho años. Márai
explica que esto fue posible gracias a dos fuerzas colaboradoras.Una, la de los
propios comunistas húngaros, quienes «llegaron en la parte trasera de los
camiones rusos» después de años de proselitismo y anuncios de «la Buena Nueva y
la Verdad Revelada del comunismo»; la otra, la del comunismo internacional,
cómplice y alcahuete del totalitarismo expansionista soviético de postguerra.
Márai cuenta con amargura en ¡Tierra, tierra! que durante un viaje a
París en 1947 comprendió que gran parte del éxito comunista se debía a la
complicidad de un amplio contingente de intelectuales y escritores occidentales
abocados a la defensa del estalinismo, ya fuera por convicción o por un odio
«neurótico» al capitalismo. Estos intelectuales defendían con vehemencia los
supuestos logros del colectivismo estalinista, mientras evadían cobardemente
–cuando no justificaban– la bárbara brutalidad rusa que gente como él,
proveniente de los países ocupados, podía testimoniar.
Sin embargo,
Márai explica que la verdadera clave del éxito invasor soviético radicó en su
despiadada metodología social. A los soviéticos no les importaba hacerse querer
por los invadidos ni convencerlos de las bondades del comunismo; su único
interés consistía en cumplir metas políticas, económicas, militares y sociales,
las cuales se lograban a marchas forzadas suprimiendo radicalmente cualquier
obstáculo. En Hungría, la sociedad manifestó su franco rechazo al comunismo en
dos elecciones (1945 y 1947), pero eso no detuvo a los comunistas húngaros y
rusos, quienes «calificaron ese rechazo como una herencia fascista, y, en 1947,
comenzaron a aniquilarla con las armas y el terror más espantosos de los que
dispone un Estado policial»
. Desde entonces, se desencadenó en Hungría una
feroz represión que buscaba liquidar los restos de la sociedad liberal; «los
comunistas decidieron demoler ‘los monumentos del pasado’: se empeñaron en
hacer desaparecer todo lo que pudiera recordar a los húngaros su pasado
burgués. Y un ‘monumento del pasado’ era, para los comunistas, la literatura
húngara de raíces burguesas». Así doblaron las campanas para la intelligentsia húngara,
ya convencida del inamovible Nuevo Orden que la obligaba a escoger entre
resistir silenciosamente, plegarse a las nuevas directrices del Partido
Comunista o, sencillamente, emigrar. Márai prefirió esta última opción debido
al miedo que le producía no la posible censura o el ostracismo, sino que él
mismo terminara convirtiéndose en un escritor del régimen empujado por su
imperiosa necesidad de escribir.
Finalmente,
en 1948, Sándor Márai decide abandonar Hungría. Tras un breve periplo por Suiza
e Italia, emigró a los Estados Unidos, donde pasó la mayor parte del resto de
su vida. Aunque el comunismo húngaro fue cuidadoso ocultando la prolífica obra
de Márai por más de cuarenta años, la caída del muro de Berlín hizo emerger sus
libros y su pensamiento como un tesoro hallado en el fondo de un antiguo
naufragio; así, el mundo redescubría nada menos que al mejor narrador magiar
del siglo XX.
18 de Noviembre del 2019
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