La educación de la percepción se da un forma
inconsciente. Es muy difícil darse cuenta cómo es que aprendimos a mirar o a
escuchar. Es difícil pensar que estas acciones se puedan aprender, ya que
habitualmente creemos que son condiciones dadas por la existencia. Creemos que
teniendo la función visual uno mira, y con capacidad auditiva uno escucha, como
algo dado naturalmente. Es justamente la decodificación de estas percepciones
lo que nos hace humanos. Es nuestra condición humana que nos hace interpretar
nuestras percepciones en forma múltiple y variable de acuerdo a nuestro estado
de ánimo, al momento vital, al lugar, la compañía, a nuestra historia y nuestra
experiencia. Es esta percepción la que aportará las comparaciones necesarias
para esta explicación de la realidad que nos rodea.
Construimos nuestro cuerpo al percibirlo, muchas veces
como un otro dentro de nuestro diálogo interno
Decía que la percepción no es algo dado, sino que es una
construcción, un aprendizaje, y es una construcción cultural. Decodificar fondo
y figura, tanto en la mirada como en la escucha, no es solamente una cuestión
de planos o de distancias, y a veces ni siquiera de intensidades sonoras o
luminosas. Esta decodificación se realiza por la importancia dada a cada
elemento de la percepción, por el interés que despierta determinada cosa, por
las resonancias y reverberaciones que nos producen, alentando significaciones,
sentidos que vuelven familiar lo que percibimos para poder explicarlo,
encuadrarlo y así situarnos. Entonces esta percepción es subjetiva y personal.
Construimos el mundo al percibirlo, al decodificar lo que percibimos.
Construimos nuestro cuerpo al percibirlo, muchas veces como un otro dentro de
nuestro diálogo interno. Nos construimos en la decodificación de nuestras
percepciones y desde ahí tomamos una posición en este mundo en donde actuamos
realizando las acciones que son leitmotiv de nuestra existencia (lo que motiva
nuestra acción en el mundo y en la vida) mientras fluctuamos en la vida
cotidiana.
Nada de esto es mecánico (aunque parecería), ni tampoco
es puramente orgánico. Tenemos la capacidad de aprender, de poner atención e
intervenir los automatismos del cuerpo y la conducta que, como dije, no son
universales sino que son culturales, vale decir que no son los mismos en
diferentes épocas, lugares u organizaciones sociales. Hoy día, centrados en un
egocentrismo fomentado por la estrategia de dominación de una sociedad de
consumo impulsada por un capitalismo cada vez más inhumano, estamos seguros que
“las cosas son así”, en todas partes, siempre. Desde esta visión individualista
desde el ombligo, el mundo es como uno es y ser humano es ser como uno.
Esta aparente falta de contradicción al estilo del
fundamentalismo, está asentada en una brecha que es el enajenamiento necesario
para poder tomar una parte por el todo y atrincherarse allí. Este enajenamiento
es una estrategia política fomentada desde el Estado y por los medios de
comunicación. El “estado de confort” cada vez está más escamoteado socialmente
porque justamente el Estado se ha retirado de sus deberes en defensa de los
ciudadanos y “consumidores” (como dice la Constitución), dejándolos a merced de
las “leyes del mercado”, leyes arbitrarias que sin la regulación y mediación
del Estado, arrasan con recursos naturales y derechos humanos en función de la
acumulación de poder y de riquezas. Como los capitales no tienen patria, luego
de arrasar un país, migran para arrasar a otro mientras a los grandes y
poderosos los desangran chupándoles la sangre pero manteniendo su vitalidad, ya
que son “aliados estratégicos”
. Esta salida del estado de confort social,
obliga a refugiarse en subjetividades que se desarrollan dentro de los márgenes
permitidos y donde las contradicciones son mitigadas temporalmente por medio de
la identificación con “convicciones universales” generadas desde los medios de
comunicación. Esta identificación permite una sensación de identidad que
encubre la terrible fragmentación que estas políticas sociales producen. La
fragmentación se refleja en que personas aisladas terminan batallando en
desventaja con enormes dinosaurios. Es decir que enormes conglomerados de
empresas, con todo su poder económico y político (porque en este momento sus
gerentes son quienes nos gobiernan), enfrentan a consumidores, a personas
aisladas, disgregadas, porque el Estado Nacional, máxima institución civil no
comercial, está desmantelado y en manos de las empresas, no ejerciendo el
contralor de las mismas ni defendiendo los intereses del propio Estado y de los
ciudadanos.
Nuestra salud depende de la salud social, del trato con
mis semejantes, de mi conciencia que los síntomas son expresión de una unidad y
no partes aisladas
La fragmentación se produce por la naturalización (a
fuerza de repetición) de mensajes esquizofrénicos emitidos por los gobernantes
que declaran una cosa y hacen lo contrario, para luego explicar profundas
cuestiones políticas y económicas como si fueran cosas simples que se pueden
resolver en la vida diaria cerrando un interruptor o cambiando una lamparita.
La fragmentación se basa en subrayar las diferencias con los otros
planteándolas como antagonismos que justifican guerras, y no pensar estas
diferencias como complementarias. Sembrar cizaña, abrir la “brecha”, azuzar el
odio hacia nuestros semejantes, produce el efecto deseado por el poder
hegemónico que es la infelicidad para tod@s. La gente infeliz es más fácil de
dominar, es más fácil de dirigir hacia objetivos que no le son propios, pero
que ayudan a calmar la angustia y el malestar. Así se produce la identificación
con causas “ganadoras” que en definitiva responden a la clase o grupo que la
tortura.
Somos depositarios de una cantidad de información basura
que ocupa espacio neuronal, que requiere esfuerzos de refutación o una
impermeabilización voluntaria
Un curioso dato antropológico es que en la conquista de
América, los españoles, sin haberlo calculado, encontraron un recurso esencial
para sojuzgar a los temibles guerreros aztecas. Cuenta la historia que la reina
Isabel La Católica sólo se bañó en su vida 2 veces. Parte de la razón que la
motivó a tan discutibles hábitos higiénicos era que los musulmanes, los
“infieles”, hacían sus abluciones diarias lavándose con agua los brazos y la
cara. Por lo tanto, estas prácticas que formaban parte del ritual religioso
musulmán, eran consideradas paganas. Cuando los españoles llegaron a
Tenochtitlán, encontraron que los aztecas hacían un culto del cuerpo, al que
exhibían manteniéndolo descubierto en gran parte, y al que prodigaban cuidados
bañándose y acicalándose diariamente. Junto con la prohibición del culto a sus
propios dioses, a los aztecas se les prohibió bañarse, porque era considerada
una práctica demoníaca. Como consecuencia de esto, la suciedad corporal hizo
bajar su autoestima y comenzó a limitar sus encuentros eróticos y amatorios
debido a la degradación que sufrían sus cuerpos que otrora exhibían orgullosos.
Con esta creciente pérdida de la identidad y aumento de la infelicidad, fue más
fácil para los españoles fomentar las brechas sociales preexistentes y
conseguir aliados. Las estrategias de dominación actuales se refinan y cuentan
con más recursos (lo que las hace más masivas e intrusivas), pero mantienen su
precepto básico de fomentar la desunión y nunca la unión. Todo esto haciendo
parecer que hacen lo contrario, ya que invitan al ciudadano a formar parte del
espacio de bienestar al que solamente acceden quienes detentan el poder
económico y al que jamás accederá el pueblo. Y esto es una posición política:
para que haya ricos es necesario que haya pobres. Va más allá de una cuestión
económica: el dominador necesita del dominado para mantener su identidad. Por
eso le promete lo que nunca va a cumplir, mostrándole la zanahoria al burro
para que avance en la dirección que quiere, y dándole con el palo cuando se
sale del camino. Promesas falsas y represión para mantener esclavos en
democracia.
Además de las soluciones políticas cada vez más lejanas
por el devenir del mundo (aunque es importante insistir en ellas), hay un
trabajo que podemos hacer con nosotros mismos y con nuestro entorno, que
empieza por la relación con nuestro cuerpo. El problema es que no hemos educado
nuestra percepción para darnos cuenta de que somos una integralidad. Somos un
sistema de energía (psíquica, biológica, social…) inmersos en un universo de
energía (psíquica, natural, social…). Si bien tenemos una identidad que nos
identifica y nos diferencia de los demás, en esta construcción de lo que yo
soy, en general la mente no es el cuerpo, las emociones son una cosa y los
músculos son otra (y no vemos que tengan una relación entre sí), comer y
respirar no parecen vínculos con el cosmos que nos rodea, y mucho menos tenemos
conciencia que de ese vínculo depende la construcción de nuestra vida, célula
por célula. Esta falta de visión integral, y la percepción fragmentada donde yo
es una unidad que no incluye a las partes y su relación con el medio, permite
que se inserte el mandato de que somos individuos aislados del medio ambiente y
de los demás. Que debemos ocuparnos cada uno por sí mismo de su propia salud,
de su propia economía, de auto sustentarse como si viviéramos solos en un mundo
post apocalíptico y no formáramos parte de una sociedad que también construimos
y debería contenernos. Todo el tiempo nos proponen medicar partes, síntomas,
dolores, como si no formaran parte de un sistema que somos. Hay una
integralidad que si bien es evidente, se nos escapa. De este modo se nos escapa
también que nuestra salud depende de la salud social, del trato con mis
semejantes, de mi conciencia que los síntomas son expresión de una unidad y no
partes aisladas.
La mente no domina al cuerpo, sino que forman una unidad
en acción
Para que la falsa información se difunda y arraigue, es
necesario que haya personas dispuestas a creerla. Y es aquí donde está el
trabajo personal para ubicarnos más allá de esta maraña de discursos y falsas
informaciones conque nos envuelve diariamente una vida cotidiana manipulada por
los medios. Carteles publicitarios, radios y televisores en los transportes
públicos, continuos mensajes publicitarios e “informaciones” en los celulares.
En el siglo XXI somos sujetos sujetados por la publicidad. Somos depositarios
de una cantidad de información basura que ocupa espacio neuronal, que requiere
esfuerzos de refutación o una impermeabilización voluntaria. Esto afecta
directamente nuestros cuerpos sobrecargados de información, casi toda
innecesaria para la vida.
Debemos recuperar el espacio de chamanes, de actores del
cambio en nosotros mismos y del cambio social. Recuperar la eficacia simbólica
para operar en estos tiempos donde a veces todo significado parece perdido. Es
el trabajo en la solidaridad ante la miseria que amenaza en un país empobrecido
económica y culturalmente. Educarse y educar en tiempos de crisis requiere compromisos
más profundos para cambiar de acuerdo a nuestras convicciones los modelos
heredados. Buscar energía en cuestiones elementales como el cielo, la tierra,
el agua y la respiración, no son cuestiones menores. Sirve para mantenernos
centrados en estos tiempos de caos.
El cuerpo también es político y de esta
relación elemental con él dependen nuestros vínculos con el afuera y nuestra
percepción del mundo. No queremos dominar la naturaleza, sino trabajar con
ella. La mente no domina al cuerpo, sino que forman una unidad en acción. No
queremos dominar a otros, sino contemplar su camino y su estilo diferente
mientras caminamos, formando vínculos para crear nuevos espacios que permitan
desarrollarnos y resistir esta cacería que apunta sus balas a nuestra subjetividad
y a nuestros cuerpos.
G miradas multiples
04 de Noviembre del 2019
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