Sobre la miseria
simbólica y el complejo económico-político del consumo
«La filosofía de
nuestra época abandonó el proyecto de una crítica de la economía política,
y esto es desastroso. Porque si el economismo engendró efectivamente horrores,
la ausencia de crítica de la economía de hoy en día preparara otros
horrores, y deja a las nuevas generaciones trágicamente desamparadas». Esta es
una de las provocaciones de Stiegler en su ensayo Para una nueva crítica
de la economía política, del cual reproducimos a continuación un
fragmento. Se trata de un intento de pensar la crisis actual desde una crítica
que ponga en cuestión las bases del consumismo y de los modelos de
«reactivación» que hoy se ensayan como respuesta a esa crisis.
Hacer como el avestruz
Las tesis que se
adelantan aquí se originan en una conferencia pronunciada en la Maison de
l’Europe, por invitación de Évelyne Grossman y el Collège International de
Philosophie, y en una colaboración escrita para el catálogo de la
exposición Work: Meaning and Care, realizada desde junio de 2009
hasta marzo de 2010 en Dresde por iniciativa del Deutsches Hygiene-Museum, de
la German Federal Cultural Foundation y de Daniel Tyradellis.
Decidí publicarlas en el
mismo momento en que se reavivan los debates económicos y políticos en
prácticamente todos los países del mundo a propósito de los «planes de
reactivación» que sería necesario emprender para limitar los efectos
destructivos de la primera crisis económica planetaria de las sociedades industriales
capitalistas. Ahora bien, cuando en estos debates se oponen la «reactivación
por la inversión» y la «reactivación por el consumo», se confunden dos
cuestiones completamente distintas, que hay que tratar de manera simultánea
pero que están en dos escalas de tiempo diferentes, lo cual es tanto más
difícil puesto que la crisis presenta signos del fin del modelo de
consumo.
El fin del consumo es
aquello de lo que no quieren escuchar hablar los partidarios de una
reactivación por el consumo. Sin embargo, el gobierno francés, por ejemplo, que
preconiza una reactivación vía inversión, tampoco quiere que los partidarios de
la reactivación por el consumo cuestionen el modelo industrial consumista. La
«reactivación por la inversión» a la francesa (parece ser más sutil del lado de
Barack Obama) argumenta que la mejor manera de salvar el consumo es
invertir, es decir, reconstituir la «rentabilidad» y por medio de ello generar
un dinamismo emprendedor que se base en el consumismo y su simétrico, el
productivismo piloteado por el mercado.
Dicho de otro modo, esta
«inversión» no propone ninguna visión a largo plazo que pudiera extraer
enseñanzas del derrumbe del modelo industrial basado en el automóvil, el
petróleo, la disposición del territorio apoyada en las redes de caminos y las
redes hertzianas de las industrias culturales –conjunto que formaba la base del
consumismo, pero que se volvió caduco, como quedó en evidencia en el transcurso
del otoño de 2008–. Dicho de otra manera, esta «inversión» ya no es una inversión:
es, por el contrario, una desinversión, una dimisión que consiste en hacer
como el avestruz.
Esta «política de
inversión», que no apunta sino a reconstituir el modelo consumista, es la
traducción de una ideología agonizante que mantiene, gracias a una perfusión,
un modelo que se ha convertido en autodestructivo, negando y ocultando tanto
como sea posible que este modelo consumista será, de ahora en más, masivamente
tóxico (bastante más allá de los «activos tóxicos»), porque ha llegado a sus
límites. Se trata de negarlo para mantener los beneficios colosales que todavía
brinda a quienes lo explotan.
El modelo consumista
llegó a sus límites porque se ha convertido en sistémicamente
cortoplacista, porque engendra en el mismo movimiento una tontería sistémica queimpide
estructuralmente la reconstitución de un horizonte a largo plazo. Esta
inversión no es una inversión sino en el sentido puramente contable del
término; es una pura y simple reconducción del estado de cosas que apunta a
renovar el parque industrial amortizado sin modificar nada de su estructura ni
mucho menos de sus axiomas –lo que hará posible recuperar, tal como se espera,
las rentas derivadas de situaciones que el modelo consumista permitió
conquistar tanto a unos como a otros–.
Es lo que se espera;
pero son esperas de avestruz. El verdadero objeto del debate abierto por la
crisis y respecto de la manera de salir de ella es la superación del
cortoplacismo al cual ha llevado el consumismo intrínsecamente destructor de
toda inversión verdadera, es decir, de una inversión en el futuro, y que se
tradujo sistémicamente, y no accidentalmente, como la descomposición de las
inversiones en especulaciones.
Para evitar una
catástrofe económica mayor, y para atenuar la injusticia social agravada más
todavía por la crisis, puede resultar tan urgente como legítimo relanzar el
consumo y la máquina económica tal como es hoy en día –aunque conduzca a
agravar la situación a golpes de miles de millones de euros o dólares
disimulando la verdadera cuestión, que es la de producir una visión y una
voluntad política capaces de salir progresivamente del complejo
económico-político del consumo para entrar en un complejo de un nuevo tipo de
inversión que debe ser una inversión social y política, dicho de otra manera,
una inversión del deseo común, es decir, de lo que Aristóteles denominaba
la philia, y como base de un nuevo tipo de inversión económica–.Entre la
urgencia absoluta que evidentemente se impone como el imperativo para salvar la
situación presente –y para evitar el pasaje de una crisis económica mundial a
una crisis política mundial que no podría sino desembocar en conflictos
militares de dimensiones mundiales–, y la necesidad absoluta que consiste en
producir un porvenir potencial bajo la forma de una voluntad política y social
que rompa con la situación presente, hay evidentemente una contradicción.
Semejante contradicción es característica de aquello que atraviesa un sistema
dinámico (aquí, el sistema industrial y capitalista mundial) cuando entra en mutación.
La cuestión es política
tanto como económica: es una cuestión de economía política en la que se trata
de saber en qué consiste precisamente la mutación, y a qué opciones políticas,
pero también industriales, conduce: se trata de saber qué nueva política
industrial se requiere. Solo en función de esta respuesta se puede tratar
conjuntamente la cuestión de las medidas a tomar de modo urgente para salvar el
sistema industrial y la cuestión de la inscripción de dichas medidas en el
tiempo de una mutación económica y política que constituye una revolución, si
es cierto que, cuando un modelo está acabado, su transformación, único medio
por el que puede evitarse una destrucción total, constituye una revolución.
Farmacología del
proletariado: del comercio al mercado
Hace ya más de 150 años,
en el mes de enero de 1859, se publicaba la Contribución a la crítica de
la economía política de Karl Marx y, bregando aquí por una nueva crítica
de la economía política, celebro este aniversario con un homenaje a una
revista, La Nouvelle Critique, a propósito de la cual dije, en septiembre
de 2008, como invitado a la fiesta de l’Humanité, qué lugar había adquirido en
mi historia personal de adolescente y de jovencísimo militante: fue en este
órgano del Partido Comunista donde escuché hablar por primera vez de
psicoanálisis, de lingüística, de antropología y de filosofía.
Finalmente, y sobre
todo, hablo hoy de una nueva crítica en diálogo polémico
con una tradición intelectual de la cual provengo en gran medida, que se
origina en la filosofía francesa de la segunda mitad del siglo xx y
que ha planteado como posestructuralismo –después de Roland Barthes, el autor
de los Ensayos críticos, texto del cual también escuché hablar por primera
vez en La Nouvelle Critique– que la crítica era un concepto inseparable de
la metafísica, que era él mismo metafísico, y que de ahí en adelante se iba a
tratar menos de «criticar» que de deconstruir.
Ante mis ojos la
deconstrucción sigue siendo una crítica, y es en esto que es preciosa. Pero
esto no queda muy claro, y diría que de algún modo la deconstrucción no ha
criticado su crítica de la crítica, a tal punto que su realización histórica es
metafísica. Dicho de otro modo: no aclaró lo que sucedería con una crítica
que no estuviera fundada en un sistema de oposiciones.
¿Qué quiero decir cuando
hablo de la necesidad de criticar desde nuevas bases la economía política? A
decir verdad, no me adentraría en aquella cuestión que Gido Berns explora con
tanta meticulosidad. Diría simplemente que, mientras que Berns acerca la definición
que Antoine de Montchrestien (1615) ofrece sobre la economía política, es
decir, la economía que supera la esfera doméstica del oikos, a la cuestión
del comercio formulada por Arnaud (1791), aquí se tratará de una economía
política que ya no es estrictamente comercial, si es cierto que el
comercio es un tipo de intercambio que no se reduce a aquel en el que se
convierte en el mercado cuando la industria y el maquinismo inducen
un nuevo tipo de intercambio.
El comercio siempre es
un intercambio de saber-hacer [savoir-faire] y de saber-vivir [savoir-vivre].
Por otra parte, y en francés, es en este sentido que puede designar también la
conversación y, más en general, toda forma de relación social fructífera. Ahora
bien, el mercado consumista supone, por el contrario, la liquidación
de los saber-hacer y de los saber-vivir (la diferencia entre comercio y mercado
fue recientemente afirmada y explorada por Franck Aggeri, Olivier Favereau y
Armand Hatchuel en ocasión de un coloquio en Cerisy-la-Salle, «L’activité
marchande sans le marché?»).
Los filósofos, la
economía y la ideología hoy en día
En la primavera de 2008,
Évelyne Grossman me invitó a pronunciar una conferencia en el Collège
International de Philosophie, y le propuse el tema que constituye el título de
este opúsculo con la convicción de que nos encontrábamos entonces a punto de
entrar en una crisis sin equivalente histórico, y titulé mi conferencia, por
esa razón, una nueva crítica de la economía política (analicé
luego con más detalle su especificidad en Pour en finir avec la
mécroissance. Quelques propositions d’Ars Industrialis).
Sin embargo, adelanté
este tema también por otra razón: quise provocar una discusión con la filosofía
actual en cuanto a su discurso político. Con gran frecuencia, la mayor parte
del tiempo, los filósofos franceses de mi generación y de la generación que la
precede, con algunas excepciones notables, no dicen nada respecto de
la economía contemporánea, como si no hubiera aparecido ningún elemento nuevo
en este campo desde los años de la posguerra; o incluso como si pesara una
prohibición sobre la palabra filosófica en economía después del economismo –el
del famoso «homo economicus», que se ha convertido en vergonzoso–, economismo
en el cual habría consistido el marxismo (liquidando «lo político»), lo que
habría engendrado los errores espantosos que experimentamos hoy en día.
Entonces intento abrir
aquí una discusión con quienes provienen de ese siglo xx. Pero quisiera
también, y sobre todo, invitar a sus lectores, y entre ellos a quienes todavía
son jóvenes filósofos (lo que no es mi caso) y a aquellos que no son filósofos
asalariados pero que estudian filosofía porque hicieron de ella su otium:
todos aquellos que no son profesionales de la profesión filosófica, sino amateurs de
la filosofía y en esto amigos de la sabiduría –y en verdad verdaderos
filósofos–.
Intento abrir aquí una
discusión con algunos interlocutores para decirles primero lo siguiente: la
filosofía de nuestra época abandonó el proyecto de una crítica de la economía
política, y esto es desastroso. Porque si el economismo engendró efectivamente horrores,
la ausencia de crítica de la economía de hoy en día prepara otros horrores y
deja a las nuevas generaciones trágicamente desamparadas. En cuanto a la
dimisión económica que caracteriza a tantas actitudes filosóficas como renuncia
a pensar el propio tiempo, y que es un correlato de la renuncia de los
políticos a luchar contra un estado de hecho que arruina el derecho, esa
dimisión fue inducida por una cierta relación con la crítica, o más bien por
una no-relación tal que condujo a una no-relación con la economía actual –con
frecuencia enmascarada por una relación obsesiva con los textos filosóficos
consagrados a las economías del pasado–.
Ahora bien, esta
no-relación que se convirtió en una ocultación, y a veces en una denegación,
también fue producida, en gran parte, por los mismos procesos que llevaron a
los financistas, a los industriales, a los tecnócratas y a los actores
políticos a interiorizar como evidencias, situaciones que en realidad eran
artefactos insostenibles, que estaban consagrados a encontrar sus límites y que
tenían que ser sometidos a una crítica de esos límites en el sentido kantiano
del término crítica. Estos procesos constituyen lo que en otros tiempos
llamábamos ideología. Esta ideología comienza a reaparecer como tal: por
lo que es, y por el hecho de la revelación mundial tan brutal de dichos
límites. Y sin embargo, el mutismo filosófico respecto de estas cuestiones
sigue siendo casi total.Pensar y criticar la economía política
como comercioconvertido
en intercambio bajo las condiciones de una sociedad industrial, es
decir, comercio sometido a una mutación del trabajo, a una
funcionalización de los lugares dentro de los procesos de producción y de
consumo, a una funcionalización de las relaciones sociales que
resultan de ellos y tales que solo una tecnología maquínica permite
encararlas, todo esto es ambicionar inclinarse sobre la economía y sobre la
política y discurrir sobre ellas en tanto que son indisociables.
Ahora bien, en cuanto al
discurso político de los filósofos, en Francia no dicen prácticamente nada
respecto de la economía. Hablan de inmigración, de Europa o de la democracia,
pero no hablan ni del capital, ni del trabajo, ni de la industria, ni del
marketing. En cuanto a quienes hablan filosóficamente del trabajo, y los hay,
son muy interesantes e importantes, y en general no son filósofos: son más bien
sociólogos o economistas, incluso personas que trabajan en informática.
La cuestión del trabajo
En cuanto al trabajo,
frente al aumento de las ganancias de la productividad generado por la
automatización y la digitalización, y frente al desempleo derivado de todo
ello, se abrió un amplio debate a fines del siglo xx respecto de la
posibilidad y la necesidad de distribuirlo de otra manera. En este contexto, el
gobierno de Lionel Jospin adoptó e implementó en Francia, bajo la autoridad de
Martine Aubry, la ley de reducción del tiempo de trabajo a 35 horas semanales.
Esta ley se inspiró en
sendos trabajos publicados en 1995 por Jeremy Rifkin, en Estados Unidos (cuya
traducción francesa llevó un prefacio de Michel Rocard), y en Francia por
Dominique Méda, que a su vez se inspiraba en las investigaciones de André Gorz,
y en particular en la obra Metamorfosis del trabajo. Búsqueda del sentido.
Crítica de la razón económica. Más recientemente, y luego de la elección de
Jacques Chirac en 2002, el cuestionamiento por parte de la Unión Nacional
Interprofesional para el Empleo en la Industria y el Comercio (Unedic) apoyado
por el ministro de Cultura, Jean-Jacques Aillagon, del estatuto de los
trabajadores intermitentes del espectáculo y las condiciones en las cuales
pueden acceder a las indemnizaciones por desempleo, llevó a Antonella Corsani y
a Maurizio Lazzarato a abordar la cuestión del trabajo bajo otra luz.
En el transcurso de ese
mismo periodo, aparecieron nuevas prácticas del trabajo junto con las
tecnologías digitales y reticulares alrededor de las cuales se desarrollaron,
tanto en Francia como en el extranjero, discursos originales que invitan a
revisitar en profundidad la definición de trabajo en su relación con lo que
aquí describiría como un pharmakon; y como un pharmakon hipomnésico,
es decir, como una tecnología del espíritu que, en su carácter de
retención terciaria, puede conducir tanto a la proletarización de la vida del
espíritu como a su intensificación crítica cuando se ve confrontada con lo que
Kenneth McKenzie Wark denomina «la abstracción». Estas nuevas prácticas del
trabajo, que cuestionan profundamente la distribución surgida de las épocas
industrial, productivista y consumista, y sobre las cuales la revista Multitudes se
detuvo en varias oportunidades al igual que su director, Yann Moulier-Boutang,
abren entonces la cuestión de una economía de la contribución que reactiva el
debate sobre la propiedad.
En este contexto, de
Rifkin a Lazzarato, vuelve a presentarse una proposición de la mayor
importancia que había sido adelantada por primera vez por Milton Friedman –y
que retorna con renovado vigor gracias a la crisis mundial–: la implementación
de un impuesto negativo que permita remunerar formas de trabajo no asalariado,
un caso de los cuales es el régimen de indemnización de los trabajadores
intermitentes del espectáculo, como demuestran Corsani y Lazzarato.
Pero a través de esta
proposición, así como con las nuevas prácticas del trabajo que inventaron
aquellos a los que Pekka Himanen y McKenzie Wark denominan los hackers, lo
que se plantea desde nuevas bases es la cuestión del tiempo de trabajo
fuera del empleo tal como la ley sobre la reducción de los tiempos de
trabajo lo ignoró, precisamente, ignorando en ese mismo movimiento el
agotamiento del modelo industrial consumista en el que la producción y el
consumo constituyen una oposición funcional que ahora se volvió caduca.
Hoy, cuando atravesamos
una crisis económica mundial de una rara violencia y que parece constituir el
término de un largo ciclo a la vez industrial y económico, ¿se puede plantear
la cuestión del trabajo en los mismos términos? El cimbronazo del modelo
consumista que acaba de producirse ¿no desplaza acaso muy en profundidad los
desafíos, e incluso las definiciones del trabajo, si es cierto que este ha sido
concebido esencialmente, en el transcurso del siglo que acaba de terminar,
según el modelo industrial que descansaba sobre la pareja producción-consumo, y
si es cierto que, precisamente, esa pareja funcional parece estar agotada? Es
esa cuestión lo que los trabajos de Corsani y Lazzarato dejan en evidencia
cuando se los considera desde el punto de vista de la crisis contemporánea y de
sus efectos destructivos sobre las formas clásicas del trabajo.
Nota: este texto recoge la
introducción y un fragmento del primer capítulo del libro Para una nueva
crítica de la economía política (Capital Intelectual, Buenos Aires, en
prensa). Traducción del francés de Margarita Martínez.
G miradas multilples
04 de Noviembre del 2019
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