Brasil enfrenta un significativo déficit habitacional. En
la actualidad, millones de personas viven en condiciones inadecuadas y
enfrentan dificultades por falta de acceso a una vivienda. Sin embargo, muchos
de quienes sufren estos problemas buscan y encuentran respuestas gestionadas
«desde abajo» frente a las políticas excluyentes, mediante la ocupación de
edificios abandonados en zonas céntricas. El ejemplo de una vivienda ocupada en
Río de Janeiro sirve para analizar qué motivación tienen sus ocupantes para
participar activamente en protestas sociales, y también para observar los
efectos más amplios de su lucha en las políticas urbanas, así como en el desarrollo
personal.
Introducción a la crisis urbana
La crisis urbana en Brasil es real y la situación
política en 2017 no parece mostrar signos de mejora. Tras el impeachment de
Dilma Rousseff en 2016, asumió la Presidencia el vicepresidente
ultraconservador Michel Temer. Además de la cuestionable legalidad de su acceso
al poder, su gobierno representa un giro significativo hacia la derecha. De su
mano, la política neoliberal encontró el camino de regreso a los primeros
puestos de la agenda política y esto influye en la política y el desarrollo
urbano. En consecuencia, al ritmo de la dinámica global de la política urbana
neoliberal, la históricamente arraigada exclusión y el desplazamiento de la
población de bajos ingresos de las áreas centrales y prósperas de la ciudad
continúan y se refuerzan. Los primeros anuncios sobre política habitacional
indican que, a pesar de la escasez de viviendas, se esperan drásticos recortes
en el Proyecto Nacional de Viviendas «Minha Casa Minha Vida» [Mi casa, mi vida].
Frente a este proceso, varias organizaciones no
gubernamentales (ong), movimientos sociales y demás actores de la sociedad
civil se han movilizado y han expresado su preocupación. En un reciente
manifiesto conjunto, advirtieron sobre las consecuencias de esa política urbana
y se refirieron a situaciones similares del pasado para destacar la continuidad
histórica de la política y las prácticas urbanas excluyentes en Brasil: a
partir de 2016, un conjunto de otras reformas –recorte de gastos en salud y
educación, tercerización, [reforma] laboral, previsión social, mp 759–
da a entender que la tragedia urbana brasileña se va a profundizar (...)
podemos esperar un escenario análogo al de los años 1980: pauperización,
violencia, crecimiento de las favelas, dispersión familiar, aumento del número
de personas en situación de calle, aumento de la violencia contra las mujeres,
niños que mendigan en los semáforos, etc.
Sin embargo, a pesar de estos desafíos urbanos, desde
hace ya mucho tiempo las personas afectadas han buscado y encontrado sus
propias soluciones y respuestas a la política de exclusión dominante. El
heterogéneo espacio urbano en constante crecimiento siempre ha sido el contexto
y el marco dentro del cual se desarrolla la vida ciudadana. La negociación y la
construcción cotidiana de la ciudadanía abren nuevas posibilidades y espacios
para impulsar a diversos actores a la participación, la protesta y el cambio.
Entre otras formas de participación igualmente importantes, los movimientos
sociales urbanos se han organizado para luchar contra la exclusión y el acceso
diferenciado a los beneficios urbanos de ciertos sectores de la población. La
gente involucrada en estos movimientos reclama públicamente su derecho a la
ciudad mediante múltiples formas de activismo y señala las pobres condiciones
de vida de muchos pobladores urbanos que sufren cotidianamente la falta de
acceso igualitario a viviendas asequibles y decentes, así como a bienes y
servicios públicos.
Para enfatizar su capacidad de actuar y de desafiar las
políticas urbanas desde abajo, este artículo se enfocará –a partir del ejemplo
de Río de Janeiro– en los movimientos por la vivienda y su lucha para obtener
un lugar habitable digno mediante la ocupación de edificios en torre en el
centro de la ciudad. Mediante el ejemplo de una ocupación y sobre la base de
historias orales, analizaremos las motivaciones personales de los ocupantes
para involucrarse activamente en la protesta social y observaremos los efectos
más amplios de su lucha en la política urbana, como así también en su
desarrollo personal.
Las raíces de la crisis urbana: una historia de exclusión
Es importante remarcar que el acceso diferenciado a los
beneficios de la ciudad y la exclusión de ciertos sectores de la población no
son fenómenos nuevos, sino prácticas que se han desarrollado por décadas. Por
ende, para comprender mejor la crisis urbana actual y sus desafíos, es
necesario adoptar una perspectiva longitudinal sobre la dinámica urbana, desde
el surgimiento de las metrópolis latinoamericanas hace más de un siglo.
Debido al crecimiento económico que siguió a la
independencia de Brasil a fines del siglo xix, cada vez más trabajadores
se trasladaron a ciudades en expansión tales como Río de Janeiro, con la
esperanza de encontrar mejores empleos y condiciones de vida.
Junto con el crecimiento y el cambio urbano progresivo, la segregación social
de la ciudad –que se había iniciado en los tiempos coloniales– se profundizó
aún más. Como los lugares de trabajo –por ejemplo, las fábricas– estaban en su
mayoría ubicados en el centro de la ciudad, los trabajadores que tenían
limitaciones económicas para acceder al transporte se establecieron allí y
habitaban en viviendas colectivas superpobladas llamadas cortiços,
mientras que las clases acomodadas se establecieron sobre todo a lo largo de la
costa, en el sur de la ciudad8.
Pero los cortiçosubicados en el centro de la ciudad de Río de Janeiro se
convirtieron en una fuente de preocupación cada vez mayor para las elites, a
punto tal que fueron erradicados y sus habitantes fueron desplazados por el
gobierno con el pretexto de combatir las calamitosas condiciones sanitarias.
Estas prácticas se reforzaron con las primeras reformas
urbanas públicas que tuvieron lugar durante la administración del intendente
Francisco Pereira Passos (1902-1906). Las renovaciones urbanas que inició
condujeron a un incremento en el valor de las tierras y los alquileres, lo que
obligó a miles de personas de bajos ingresos a abandonar el centro de la
ciudad. De este modo, mientras la mayoría se mudaba a los suburbios del norte y
la periferia, otros se reubicaban en los morros y daban origen a una nueva
forma de asentamiento popular: las favelas. En
contraposición a las de los sectores prósperos, las viviendas de las favelas
eran en general construidas por sus propios ocupantes en asentamientos en
constante crecimiento, sin ningún tipo de apoyo gubernamental y, por lo tanto,
carentes de servicios y bienes públicos básicos.
En los años siguientes, la población urbana siguió
creciendo hasta alcanzar su máximo en las décadas de 1950 y 1970 La gente que
llegaba a la ciudad sin los medios económicos necesarios enfrentaba grandes
dificultades para lograr el acceso a una vivienda, y la única opción que le
quedaba era a menudo establecerse en las favelas o en otros asentamientos
ilegales de la ciudad. Los intentos del gobierno de
resolver los problemas habitacionales a lo largo de los años fueron en buena
medida simbólicos, ya que no tuvieron ningún efecto significativo en la escasez
de viviendas, al tiempo que el incremento constante de los precios de las
propiedades y la creciente especulación inmobiliaria exacerbaban aún más la
crisis habitacional.Solo
a partir de 1979 la política urbana comenzó a cambiar, y a través de los años,
se desarrollaron programas como el Favela-Bairro,
de 1994, que entre otras cosas apuntaban a la urbanización y a la integración
socioespacial de las favelas, antes que al desalojo de la población de bajos
ingresos.
Sin embargo, a pesar de los programas de vivienda y los cambios tras el retorno
de la democracia en la década de 1980, las políticas neoliberales y la crisis
económica condujeron a la caída de los salarios, el incremento de la
desocupación, el crecimiento del sector informal y la falta de desarrollo en
infraestructura y construcción en todos los espacios urbanos, lo que a su vez
alentó la suba de los precios de los alquileres y la especulación inmobiliaria
privada. En consecuencia, el déficit habitacional histórico se intensificó aún
más y la cantidad de favelas y asentamientos informales volvió a crecer.
Algo que resulta alarmante, y que debería quedar muy claro, es que, de acuerdo
con los últimos datos disponibles, la cantidad de propiedades desocupadas en
Brasil se equipara con el actual déficit de vivienda.
Las respuestas a la crisis: los movimientos por la
vivienda urbana y sus luchas
Así como el acceso diferenciado y la exclusión de ciertos
sectores de la población de los beneficios de la ciudad no son un fenómeno
nuevo, tampoco lo es la resistencia. Ya desde el comienzo de la urbanización a
fines del siglo xix ha habido resistencia frente al carácter
excluyente de la política urbana, tanto en Brasil como en otros países.
Actualmente, esta resistencia toma principalmente la forma de movimientos
sociales urbanos que buscan hacer cumplir sus derechos y mejorar la situación
de la población de bajos recursos. Desde la década de 1950 y, en particular, la
de 1970, se desarrollaron en las favelas y en toda la ciudad en el nivel local
movimientos de base –como asociaciones cívicas y organizaciones vecinales– para
organizarse en torno de los servicios y bienes básicos y para presionar por la
legalización y en contra de la expulsión. En la década de 1980, mediante
la progresiva vinculación entre estas organizaciones, surgieron grandes
movimientos urbanos organizados a escala nacional.
Después de la transición a la democracia, al igual que otros actores de la
sociedad civil, estos movimientos se involucraron con entusiasmo en el debate
por la nueva Constitución e intentaron integrar sus reclamos de reforma urbana.
Una de sus victorias más importantes fue la incorporación legal de una sección
sobre política urbana, compuesta por los artículos 182 y 183, que entre otras
cosas ancló por primera vez en la Constitución la función social de la ciudad. Pero, a pesar de estos logros, su
lucha continuó, y cuando en la década de 1990 las condiciones de vida se
deterioraron aún más como resultado de las reformas neoliberales, estos
movimientos se expandieron y radicalizaron su forma de protesta. Además de la
ya utilizada estrategia de ocupar áreas urbanas desocupadas y reclamarlas como
propias, de manifestarse y de tomar acciones legales, comenzaron a ocupar
edificios vacíos como una manera concreta de reclamar por la función social de
la vivienda
Su protesta y su organización tuvieron efectos más
amplios, y en 2000 el derecho a la vivienda fue por fin incluido en el artículo
6 de la Constitución de 1988. Además, en 2001 se aprobó la ley 10257 –el
Estatuto de la Ciudad–, que reglamenta los artículos constitucionales 182 y 183
sobre política urbana.
Esto fue un paso importante para los movimientos por la
vivienda ya que, entre otras cosas, el Estatuto de la Ciudad debería
contrarrestar la especulación inmobiliaria y la existencia de edificios
desocupados a través de la expropiación de construcciones que han permanecido
en desuso luego de cinco años o mediante impuestos progresivos sobre la
propiedad
Podemos entonces decir que, desde los comienzos del
desarrollo urbano, las luchas ciudadanas desde las bases confrontaron la
política de exclusión dominante y lograron la inclusión formal del derecho a la
vivienda. Sin embargo, desafortunadamente hasta el presente, rara vez se ha
respetado este derecho en forma sistemática y los gobiernos son todavía
incapaces de hacerlo cumplir y aplicarlo en la prácticaEn consecuencia, los
movimientos por la vivienda continúan su lucha para lograr una reforma urbana
mediante la ocupación de edificios en torre vacíos en áreas centrales de la
ciudad. Un caso es el de la Ocupación Manoel Congo, en el centro de Río de
Janeiro
Tomar parte en el cambio urbano: la participación y sus
efectos
La ocupación de un edificio es un proceso a largo plazo
que requiere una meticulosa organización preliminar y planificación. Además de
elegir con cuidado un edificio desocupado –preferiblemente público–, el movimiento
responsable organiza reuniones regulares preparatorias con los participantes
para que haya más probabilidades de éxito. En el caso de la Ocupación Manoel
Congo, estos preparativos habían sido iniciados por el Movimiento Nacional de
Lucha por la Morada (mnlm) un año antes de la ocupación del edificio elegido,
el 28 de octubre de 2007. El mnlm, fundado en 1990, está hoy activo en 15
estados de Brasil.
Su principal objetivo es impulsar la reforma urbana en todos los niveles
políticos y legales y, en especial, establecer una política de vivienda de
interés social, tal como se garantiza en la Constitución. También entiende que
estos temas se relacionan con otras necesidades, como el cuidado de la salud y
la educación, que por lo tanto incorpora en sus reclamos.
Nuestra idea es luchar por la reforma urbana. (...) La
ocupación es una forma de denunciar los vacíos urbanos que existen en Río de
Janeiro. Es para denunciar la especulación inmobiliaria. Es por políticas
públicas. Porque la reforma urbana no está desvinculada de las políticas
públicas, que son la salud, la educación, el transporte, la alimentación
saludable, etc. Todo eso está involucrado. Solo que nosotros entendemos que esa
lucha es la lucha por una ciudad en la que se pueda convivir.
Así, se invitó a gente que necesitaba vivienda a debatir
sobre la organización necesaria y los desafíos futuros en el contexto de la
ocupación, al mismo tiempo que se la informaba sobre los antecedentes políticos
de una ocupación y la estructura interna del movimiento. En esa etapa también
se discutieron y organizaron las normas y las tareas obligatorias, que entraron
en funcionamiento tan pronto como la gente ingresó en el edificio. Mientras que
las reglas incluían la prohibición de las peleas y del consumo de drogas dentro
de la vivienda ocupada, las tareas se organizaban bajo la forma de comisiones,
por ejemplo a cargo de la limpieza y el mantenimiento del edificio y el control
de la entrada principal (portería). Los habitantes también estaban obligados a
participar en las reuniones regulares de la ocupación, en las que tomaban
decisiones como parte de un colectivo (coletivo). El incumplimiento de las
tareas y las reglas era rigurosamente penalizado y podía incluso llevar a los
coordinadores del movimiento a decidir la expulsión de la vivienda
ocupada.
Con el tiempo, algunas de estas tareas y la frecuencia de
su cumplimiento fueron cambiando y a veces incluso se interrumpieron. No
obstante, la organización interna y la influencia del movimiento responsable en
la Ocupación Manoel Congo –en contraste con otras ocupaciones– han permanecido
muy fuertes hasta el presente.
Los que participaban en la ocupación, y por ende en la
construcción y el ejercicio de la ciudadanía desde las bases, eran en su
mayoría personas que habían vivido antes en áreas de bajos recursos, como los
suburbios de la Bajada Fluminense y
las favelas de la ciudad. En su caso, vivir en estas áreas no solo significaba
estar obligados a lidiar cotidianamente con una infraestructura insuficiente,
sino también enfrentar la desagradable presencia del narcotráfico, la milícia (grupos
paramilitares) y la policía, además del riesgo de verse involucrados en
altos niveles de violencia o afectados por ella. Muchos de los participantes no
tenían un lugar propio para vivir y tenían que hacerlo con sus familiares, una
situación que con frecuencia derivaba en problemas y conflictos. Otros habían
tenido que vivir en las calles del centro de la ciudad. Así, la mayoría de los
ocupantes había estado en una situación económica difícil y cubrían los gastos
de su vida diaria con mucho esfuerzo. En particular, percibían la necesidad de
pagar un alquiler como una pesada carga.
Muchos de los entrevistados también enfrentaban problemas
para encontrar empleo y la mayoría de ellos había trabajado (y aún lo hacía) en
el sector informal. Por estas razones, instalarse en una vivienda ocupada
mejoraba la calidad de sus vidas en forma significativa, como lo describía una
habitante del Manoel Congo en 2011: Estoy contenta de estar aquí, y de saber
que esa lucha fue mía y de todos los que viven aquí, las 42 familias. Cada uno
luchó para tener su espacio, estoy feliz por estar en el centro de la ciudad.
Tenemos ómnibus hacia todas partes. Tenemos subterráneo, clubes, cines, teatro,
servicio fácil, porque uno va y vuelve a pie. Escuela, volví a estudiar. Desde
que estoy acá. Fui a hacer un curso de derechos humanos. Quiero decir, fue muy
bueno para mí. ¡Fue muy bueno para mí! Para mi hijo, que lo dejé en la escuela,
hoy mi hijo sabe leer, sabe escribir.
De las entrevistas a los habitantes de la vivienda
ocupada también surgía que algunos de ellos habían participado en el pasado en
acciones ciudadanas, tales como movilizaciones sociales, ocupaciones de tierras
o trabajos comunitarios, antes de ingresar en el Manoel Congo. Estas personas
–con frecuencia, mujeres– ya contaban con muchos años de participación en el
activismo político y podían usar su experiencia y sus conocimientos para la
organización de la ocupación.
En conclusión, las condiciones de vida y actividades
pasadas de los habitantes tenían un rol importante en su decisión de participar
en la toma. Debido a su situación socioeconómica, habían sufrido la exclusión
de una vivienda adecuada, del transporte, del cuidado de la salud y la
educación, y también de la vida cultural y pública en la ciudad. Vivir en el
edificio ocupado –en pleno centro de la ciudad– les ofrecía entonces una
verdadera oportunidad de mejorar sus vidas y las de sus familias. De ahí que la
principal razón para la decisión de participar fuera una necesidad personal,
mientras que solo algunos señalaban también una motivación política. Este era
en particular el caso de los habitantes que ya se habían involucrado en
acciones ciudadanas antes de entrar en el Manoel Congo. Sin embargo, no podían
darse por sentados ni la conciencia política previa de los actores involucrados
ni su desarrollo posterior.
De hecho, al comienzo, muchos apenas sabían qué esperar
de la ocupación.
No obstante, cuando se los consultó acerca de los cambios
y los efectos que habían notado luego de mudarse a la vivienda ocupada, los
habitantes también hacían referencia con frecuencia al desarrollo personal que
habían experimentado desde la ocupación y por vivir en la vivienda ocupada.
Mencionaban una nueva confianza en sí mismos ganada gracias a la participación
y la experiencia exitosa de ocupar el edificio. Decían sentirse más fuertes,
más confiados, capaces y esperanzados de alcanzar logros y hacer cambios en sus
vidas a futuro. Esto se veía aún más impulsado por la nueva situación de vida
colectiva en la ocupación, con sus nuevas reglas y condiciones de vida, que
venían de la mano de un significativo desarrollo y un cambio personal en
términos de aprendizaje y tolerancia de las necesidades de los demás, o de
ignorar las opiniones o prejuicios de la gente que no vivía en la ocupación.
En algunos casos, la evolución personal también se
relacionaba con el desarrollo de una (nueva) conciencia política. Las
entrevistas sugieren que la convivencia diaria con la fuerte presencia de un
movimiento social y la obligación de participar, de involucrarse en acciones y
objetivos ciudadanos –como reuniones, manifestaciones y educación– tenían
aparentemente el potencial de convertirse en una fuerza transformadora y de
marcar la diferencia en términos del desarrollo de una conciencia política.
Conclusión
La Ocupación Manoel Congo es un ejemplo de la actual
resistencia popular a la crisis urbana. El éxito de los habitantes en
permanecer en el corazón de la ciudad de Río de Janeiro demuestra que cuando
son influyentes y activos en todos los niveles políticos, los movimientos
urbanos pueden dar forma a las políticas urbanas y ser un contrapeso «desde
abajo» frente a las políticas de exclusión dominantes «desde arriba». Como
hemos apuntado en este artículo, esos movimientos urbanos han dado forma a la
política urbana por décadas, y el modo en que manejaron la crisis ha resultado
muy exitoso, sobre todo en relación con la inclusión del derecho a la vivienda
en la Constitución. Pero su continua resistencia no solo ha mostrado resultados
y efectos más amplios en el nivel político. Debido a su iniciativa, personas
que nunca se habían involucrado antes en la protesta política comenzaron a
participar y de ese modo presionaron activamente para lograr cambios y reformas
urbanas. En consecuencia, estos actores y su capacidad de acción son también
una importante fuerza reguladora en el contexto de la política neoliberal
vigente y sus procesos. Aunque sus intentos puedan fracasar o sus éxitos puedan
parecer en algunos casos poco significativos, su lucha es de una coherencia
importante, una denuncia constante de la política excluyente que demuestra así
que el cambio social es posible.
·
Nuso. Org
http://nuso.org/articulo/la-crisis-urbana-brasilena-y-sus-soluciones-desde-abajo/
06 de Noviembre del 2019
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