martes, 26 de abril de 2016

El horror de nuestra barbarie (I) y (II) - Antonio Sánchez García


“El horror, el horror…”
Kurz, en El corazón de las tinieblas, de Joseph Konrad
Los venezolanos de bien, que, así sorprenda, existen, deben tolerar que su país sea conocido en el mundo por los repugnantes desafueros de la barbarie chavista. Ayer el periódico El Mundo, de España, traía un reportaje sobre los rituales de brujería, santería y magia negra a la que el Kurz de nuestras tinieblas fuera tan aficionado.  Acompaña el reportaje que da cuenta del sórdido universo de supercherías del llanero que enloqueciera a Venezuela, con una foto en que conviven en fraternal abrazo una historiadora de profesión, que era su amante, una quiromántica – su hermana – y el flacuchento conspirador por entonces amamantado en los tenebrosos cuarteles del golpismo venezolano, que ya afilaba sus colmillos para hincar sus ambiciones en los tobillos nacionales.

Nada de que sentirnos orgullosos. Los tiranos se mueven en las brumas de la barbarie y todos, cual más cual menos, llevan en sus genes la parafernalia totémica de que se sirvieran todos los monstruos políticos, desde Atila a Adolfo Hitler y desde el Dr. Francia a Fidel Castro. Las tiranías se nutren de la ignorancia y su instrumental quirúrgico de dominación recurre a los ancestrales trucos del dominio de brujos y chamanes de la prehistoria. Que aunque no se crea, palpita bajo la piel del Poder donde quiera se encuentre. Mucho más en el Caribe, en donde la esclavitud, el salvajismo y la barbarie africanas están a flor de piel. Como también lo recordaba ayer otro periódico español, ABC, que destacaba la sombría impronta de las peores dictaduras africanas en la inflación que amenaza a Venezuela con cifras siderales.
Gabriel García Márquez, tan genial en sus ocurrencias literarias  como banal e irresponsable en sus devaneos políticos, quiso retratarlo en El Otoño del Patriarca. Quedó corto. Como también se quedaría corto Ramón del Valle Inclán y su esperpento, El Tirano Banderas. O Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos. Incluso la genial recreación literaria de Norberto Fuentes, Fidel Castro, la autobiografía. La maldad se resiste a la literatura, como lo señalara en su momento Theodor Adorno, quien afirmara que después de Auschwitz, la poesía ya no tenía ningún sentido. Más le hubiera valido al Nobel colombiano entrar en el sórdido misterio de la comunicación del maquiavélico personaje de sus adoraciones con las esclavizados criaturas de la cubanidad y escarbar en el uso despiadado que hiciera Fidel Castro de la criminalidad proto religiosa de la santería, paleros y otros rituales de la barbarie afrocubana para convertirse en el Tótem del Caribe.
De toda esa pervertida sabiduría tribal del chamán de la tribu se sirvió Fidel Castro, el gallego, para seducir, encantar y esclavizar al pobre e infeliz  teniente coronel, el esperpento que se arrastrara hasta su templo caribeño, carente de toda estructura ético emocional, para postrarse y encontrar un sustituto al padre que no tuvo – el suyo era tanto o más infeliz y desangelado que él – y una contrafigura autoritaria suficientemente poderosa como para neutralizar el efecto demoledor de la odiosa y castradora matrona que le tocó de madre biológica en desgraciada suerte.
No se entiende la tragedia venezolana sin ese juego aterrador de dominio y subordinación totémica, mágico religiosa bajo cuyas siniestras garras caería el país en el peor y más desgraciado momento de su historia. Ni el papel jugado por Castro, el bastardo hijo de la infanta hija de la cocinera de su familia legal, apoderándose del país desnortado y abierto de pies y manos a la traición de sus ejércitos, sus jueces, sus académicos, sus empresarios, su clase política. Corrió desesperado el esperpento venezolano hacia el corazón de sus tinieblas y alzó, en los sótanos de su palacio presidencial, altares al descuartizamiento de presas de sacrificios rituales, manejos de osamentas saqueadas por centenas del cementerio de la pobresía, incluso el ultraje de los restos de su principal referencia histórica, Simón Bolívar, convertido en objeto de paleros, babalaos, santeros, exhibición y culto en un acto que pasará a la historia de la infamia de la infamante Venezuela chavista.
Una de nuestras mejores periodistas se hizo entonces a la investigación del sórdido suceso del ultraje, los criminales y ominosos objetivos del manejo de huesos y cenizas del libertador, la novela de crimen, asesinato y traición que encubrían los religiosos rituales puestos en práctica en Palacio y transmitidos en vivo y en directo para seducción masiva de la esperpéntica sociedad del espectáculo, las amenazas que se expresaron a quienes tuvieran la osadía de denunciar ese viaje al corazón de nuestra barbarie. Si entonces su publicación acarreaba el riesgo de perder la vida, ahora, cuando ninguno de esos atroces rituales sirviera para impedir la muerte temprana del Kurz de nuestras tinieblas en los sospechosos brazos del hechicero  y los herederos próximos y lejanos del chamán se disputan a dentelladas la herencia de los despojos, publicar sus resultados sería una extraordinario contribución al aireamiento espiritual y moral de nuestras vergüenzas. Proceso de recuperación moral imprescindible que está muy lejos de haberse iniciado.
Se verá que jamás fuimos el modelo de democracia moderna que jugamos a ser. Siempre latió en nuestras entrañas el monstruo de nuestra barbarie. Para nuestra eterna vergüenza.

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA14 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM




El horror de nuestra barbarie (II)
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA / @SANGARCCS26 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM

¿Quién negaría que literalmente así ha sido? ¿Qué esos 25.000 asesinatos anuales, cometidos en la más absoluta impunidad y sin encontrar el menor interés por esclarecimiento y castigo entre policías, jueces y fiscales serviles al Ejecutivo, han terminado por instituir un estado de sitio? ¿Que el hampa y esas decenas de miles de bandas asesinas que asuelan al país sirven de gratuita escuadra parapolicial del régimen? El desiderátum del totalitarismo zarrapastroso de la satrapía: la pobresía, de día, haciendo cola empujada a la miseria por el Estado; de noche, encerrada bajo cuatro llaves asediada por sus bandas hamponiles. Que el buen Dios se compadezca de los venezolanos.

Circula por la red una foto que en cualquier país medianamente civilizado hubiera provocado una conmoción nacional y un irrefrenable escándalo público: tres hampones exhiben la cabeza de un rival, decapitado por uno de los tres delincuentes que exhiben en pose futbolística, las manos ensangrentadas provistas de pistolas de alto poder, con amplias sonrisas e inocultable orgullo el trofeo de su barbarie. Si el selfie y su difusión masiva demuestran la certeza de la absoluta impunidad con que cuentan los degolladores ante una sociedad devorada por el caos, la corrupción y el crimen, carente de auténtica policía, fuerzas de orden y sistema judicial, otro tweet nos aclara incluso sus nombres. La fiscal general de la república no puede tener más pruebas públicas y notorias de un crimen alevoso, que nos retrotrae a las peores y más repudiables formas de castigo practicadas por la Yihad. Con una diferencia que nos aclara cuánto más criminal e impunes son nuestros asesinos, sin ni siquiera una religión que legitime su barbarie: no ven la necesidad de enmascararse. La cabeza que exhiben vale tanto, o menos, que un balón de fútbol. Ya andarán por sus barrios recibiendo el aplauso, la admiración y el miedo soterrado del vecindario.
Tampoco es una excepción. Aún no se sacude la pequeña parte aún no contaminada de nuestra sociedad el horror de presenciar también gracias a un video que circulara profusamente por la red el descuartizamiento con motosierras de una docena de mineros asesinados por grupos de hampones supuestamente dirigidos por asesinos ecuatorianos en medio de una disputa por el control de las minas de oro de una región absolutamente abandonada de todo control por parte del Estado, entregada a la arbitrariedad de la voracidad de grupos hamponiles y que según afirmaciones de organizaciones internacionales concentra la mayor cantidad de oro existente en el planeta. Ello, mientras el país adolece de la más grave crisis económica de su historia y la indefensión de sus habitantes alcanza los aterradores niveles de una crisis humanitaria. Ayer circuló otra foto por la red, esta vez la de un niño de 10 años, que habría sido violado y decapitado en el Zulia, flotando a la deriva de un caudal a vista y paciencia de quien quisiera observarlo.
Es la culminación del retorno a los orígenes de nuestra barbarie propiciada en nefasta hora por el militarismo golpista venezolano ante la complacencia y complicidad de todas las clases y élites sociales: la Guerra a Muerte. No es necesario freír como entonces las cabezas para preservarlas y exhibirlas en jaulas montadas al efecto en cruces de caminos para espantar con ellas a las tropas enemigas. Práctica común de patriotas y realistas y que Chávez recordara medio en broma y medio en serio como amenaza directamente dirigida a los capitostes de los partidos del sistema –adecos y copeyanos– durante su avasallante campaña presidencial de 1998. Basta con una fotografía y una cuenta en Twitter. El efecto es infinitamente mayor en cantidad, si bien también lo es la banalización del horror que provoca. ¿Quién le tiene miedo a una degollina?
Quien crea que este abominable ejercicio del horror y la proliferación del crimen a escala industrial es mero efecto del caos que sufrimos, y que ese caos no ha sido deliberada, racional y metódicamente implementado por la dictadura, no sabe en qué país nos encontramos ni cuán grave y profunda es la crisis existencial que sufrimos. El terror ha sido una de las armas privilegiadas del poder, desde que el hombre es hombre. La muerte y el asesinato son la crítica de la razón práctica del poder, como lo sabemos desde Caín y Abel. Está en la esencia del dominio del hombre por el hombre, pues ese dominio solo es posible mediante la virtual amenaza de la muerte. Reducir al adversario a sunuda vita. O exterminarlo. Y su periódica puesta en práctica. No hubo régimen ni sistema que no lo pusiera en práctica, si bien, después de la Revolución francesa y su carnaval del terror solo con el nacionalsocialismo y el socialismo soviético se convertiría en práctica indisolublemente ligada al ejercido del poder del Estado: “En su forma externa, en cuanto propaganda, la ideología totalitaria difiere de las ideologías democráticas no solo por ser única y exclusiva, sino porque está fundida con el terror… La ideología democrática tiene éxito cuando puede convencer o atraer; la ideología nacional-socialista convence mediante el uso del terror”. Franz Neumann, Behemot,Pensamiento y acción en el nacional-socialismo.
A la quintuplicación del número de asesinatos entre 1998 y este trágico 2016 no es ajena la práctica totalitaria del castrochavismo: es su producto más legítimo. Como tampoco la sorprendente y primitiva barbarización del crimen. Hoy por hoy ni siquiera es la muerte el objetivo principal del homicida: es rematar a la víctima. Humillar al cadáver y utilizarlo como prueba de su brutal barbarie. Y de la nada que valen las víctimas. Y, más recientemente, exhibir su cabeza para culminar la faena con ese siniestro toque de estética homicida. Recién asaltado el poder se cuenta de un encuentro del teniente coronel golpista con su padre espiritual y modelo autocrático, Fidel Castro, en La Habana, quien, ante la pregunta de su discípulo recién estrenado en el manejo totalitario del poder sobre qué hacer con el hampa, uno de los problemas que junto a la práctica de la corrupción más repudiaban los venezolanos, le habría contestado: “Déjala tranquila. Podría servirte de importante aliado en la lucha por el control del poder total”.
¿Quién negaría que literalmente así ha sido? ¿Qué esos 25.000 asesinatos anuales, cometidos en la más absoluta impunidad y sin encontrar el menor interés por esclarecimiento y castigo entre policías, jueces y fiscales serviles al Ejecutivo, han terminado por instituir un estado de sitio? ¿Que el hampa y esas decenas de miles de bandas asesinas que asuelan al país sirven de gratuita escuadra parapolicial del régimen? El desiderátum del totalitarismo zarrapastroso de la satrapía: la pobresía, de día, haciendo cola empujada a la miseria por el Estado; de noche, encerrada bajo cuatro llaves asediada por sus bandas hamponiles. Que el buen Dios se compadezca de los venezolanos.


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