“El horror, el horror…”
Kurz, en El corazón de las
tinieblas, de Joseph Konrad
Los venezolanos de bien, que, así sorprenda, existen, deben tolerar que
su país sea conocido en el mundo por los repugnantes desafueros de la barbarie
chavista. Ayer el periódico El Mundo, de España, traía un reportaje sobre los
rituales de brujería, santería y magia negra a la que el Kurz de nuestras
tinieblas fuera tan aficionado. Acompaña el reportaje que da cuenta del
sórdido universo de supercherías del llanero que enloqueciera a Venezuela, con
una foto en que conviven en fraternal abrazo una historiadora de profesión, que
era su amante, una quiromántica – su hermana – y el flacuchento conspirador por
entonces amamantado en los tenebrosos cuarteles del golpismo venezolano, que ya
afilaba sus colmillos para hincar sus ambiciones en los tobillos nacionales.
Nada de que sentirnos orgullosos. Los tiranos se mueven en las brumas de
la barbarie y todos, cual más cual menos, llevan en sus genes la parafernalia
totémica de que se sirvieran todos los monstruos políticos, desde Atila a
Adolfo Hitler y desde el Dr. Francia a Fidel Castro. Las tiranías se nutren de
la ignorancia y su instrumental quirúrgico de dominación recurre a los
ancestrales trucos del dominio de brujos y chamanes de la prehistoria. Que
aunque no se crea, palpita bajo la piel del Poder donde quiera se encuentre.
Mucho más en el Caribe, en donde la esclavitud, el salvajismo y la barbarie
africanas están a flor de piel. Como también lo recordaba ayer otro periódico
español, ABC, que destacaba la sombría impronta de las peores dictaduras
africanas en la inflación que amenaza a Venezuela con cifras siderales.
Gabriel García Márquez, tan genial en sus ocurrencias literarias
como banal e irresponsable en sus devaneos políticos, quiso retratarlo en El
Otoño del Patriarca. Quedó corto. Como también se quedaría corto Ramón del
Valle Inclán y su esperpento, El Tirano Banderas. O Yo, el supremo, de Augusto
Roa Bastos. Incluso la genial recreación literaria de Norberto Fuentes, Fidel
Castro, la autobiografía. La maldad se resiste a la literatura, como lo señalara
en su momento Theodor Adorno, quien afirmara que después de Auschwitz, la
poesía ya no tenía ningún sentido. Más le hubiera valido al Nobel colombiano
entrar en el sórdido misterio de la comunicación del maquiavélico personaje de
sus adoraciones con las esclavizados criaturas de la cubanidad y escarbar en el
uso despiadado que hiciera Fidel Castro de la criminalidad proto religiosa de
la santería, paleros y otros rituales de la barbarie afrocubana para
convertirse en el Tótem del Caribe.
De toda esa pervertida sabiduría tribal del chamán de la tribu se sirvió
Fidel Castro, el gallego, para seducir, encantar y esclavizar al pobre e
infeliz teniente coronel, el esperpento que se arrastrara hasta su templo
caribeño, carente de toda estructura ético emocional, para postrarse y
encontrar un sustituto al padre que no tuvo – el suyo era tanto o más infeliz y
desangelado que él – y una contrafigura autoritaria suficientemente poderosa
como para neutralizar el efecto demoledor de la odiosa y castradora matrona que
le tocó de madre biológica en desgraciada suerte.
No se entiende la tragedia venezolana sin ese juego aterrador de dominio
y subordinación totémica, mágico religiosa bajo cuyas siniestras garras caería
el país en el peor y más desgraciado momento de su historia. Ni el papel jugado
por Castro, el bastardo hijo de la infanta hija de la cocinera de su familia
legal, apoderándose del país desnortado y abierto de pies y manos a la traición
de sus ejércitos, sus jueces, sus académicos, sus empresarios, su clase
política. Corrió desesperado el esperpento venezolano hacia el corazón de sus
tinieblas y alzó, en los sótanos de su palacio presidencial, altares al
descuartizamiento de presas de sacrificios rituales, manejos de osamentas
saqueadas por centenas del cementerio de la pobresía, incluso el ultraje de los
restos de su principal referencia histórica, Simón Bolívar, convertido en
objeto de paleros, babalaos, santeros, exhibición y culto en un acto que pasará
a la historia de la infamia de la infamante Venezuela chavista.
Una de nuestras mejores periodistas se hizo entonces a la investigación
del sórdido suceso del ultraje, los criminales y ominosos objetivos del manejo
de huesos y cenizas del libertador, la novela de crimen, asesinato y traición
que encubrían los religiosos rituales puestos en práctica en Palacio y
transmitidos en vivo y en directo para seducción masiva de la esperpéntica
sociedad del espectáculo, las amenazas que se expresaron a quienes tuvieran la
osadía de denunciar ese viaje al corazón de nuestra barbarie. Si entonces su
publicación acarreaba el riesgo de perder la vida, ahora, cuando ninguno de
esos atroces rituales sirviera para impedir la muerte temprana del Kurz de
nuestras tinieblas en los sospechosos brazos del hechicero y los herederos
próximos y lejanos del chamán se disputan a dentelladas la herencia de los
despojos, publicar sus resultados sería una extraordinario contribución al
aireamiento espiritual y moral de nuestras vergüenzas. Proceso de recuperación
moral imprescindible que está muy lejos de haberse iniciado.
Se verá que
jamás fuimos el modelo de democracia moderna que jugamos a ser. Siempre latió
en nuestras entrañas el monstruo de nuestra barbarie. Para nuestra eterna
vergüenza.
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA14 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM
El
horror de nuestra barbarie (II)
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA / @SANGARCCS26 DE ABRIL 2016 - 12:01 AM
¿Quién negaría que literalmente así ha sido? ¿Qué esos 25.000 asesinatos
anuales, cometidos en la más absoluta impunidad y sin encontrar el menor
interés por esclarecimiento y castigo entre policías, jueces y fiscales
serviles al Ejecutivo, han terminado por instituir un estado de sitio? ¿Que el
hampa y esas decenas de miles de bandas asesinas que asuelan al país sirven de
gratuita escuadra parapolicial del régimen? El desiderátum del totalitarismo
zarrapastroso de la satrapía: la pobresía, de día, haciendo cola empujada a la
miseria por el Estado; de noche, encerrada bajo cuatro llaves asediada por sus
bandas hamponiles. Que el buen Dios se compadezca de los venezolanos.
Circula por la red una foto que en cualquier país medianamente
civilizado hubiera provocado una conmoción nacional y un irrefrenable escándalo
público: tres hampones exhiben la cabeza de un rival, decapitado por uno de los
tres delincuentes que exhiben en pose futbolística, las manos ensangrentadas
provistas de pistolas de alto poder, con amplias sonrisas e inocultable orgullo
el trofeo de su barbarie. Si el selfie y su difusión masiva demuestran la
certeza de la absoluta impunidad con que cuentan los degolladores ante una
sociedad devorada por el caos, la corrupción y el crimen, carente de auténtica
policía, fuerzas de orden y sistema judicial, otro tweet nos aclara incluso sus
nombres. La fiscal general de la república no puede tener más pruebas públicas
y notorias de un crimen alevoso, que nos retrotrae a las peores y más
repudiables formas de castigo practicadas por la Yihad. Con una diferencia que
nos aclara cuánto más criminal e impunes son nuestros asesinos, sin ni siquiera
una religión que legitime su barbarie: no ven la necesidad de enmascararse. La
cabeza que exhiben vale tanto, o menos, que un balón de fútbol. Ya andarán por
sus barrios recibiendo el aplauso, la admiración y el miedo soterrado del
vecindario.
Tampoco es una excepción. Aún no se sacude la pequeña parte aún no
contaminada de nuestra sociedad el horror de presenciar también gracias a un
video que circulara profusamente por la red el descuartizamiento con
motosierras de una docena de mineros asesinados por grupos de hampones
supuestamente dirigidos por asesinos ecuatorianos en medio de una disputa por
el control de las minas de oro de una región absolutamente abandonada de todo
control por parte del Estado, entregada a la arbitrariedad de la voracidad de
grupos hamponiles y que según afirmaciones de organizaciones internacionales
concentra la mayor cantidad de oro existente en el planeta. Ello, mientras el
país adolece de la más grave crisis económica de su historia y la indefensión
de sus habitantes alcanza los aterradores niveles de una crisis humanitaria.
Ayer circuló otra foto por la red, esta vez la de un niño de 10 años, que
habría sido violado y decapitado en el Zulia, flotando a la deriva de un caudal
a vista y paciencia de quien quisiera observarlo.
Es la culminación del retorno a los orígenes de nuestra barbarie
propiciada en nefasta hora por el militarismo golpista venezolano ante la
complacencia y complicidad de todas las clases y élites sociales: la Guerra a
Muerte. No es necesario freír como entonces las cabezas para preservarlas
y exhibirlas en jaulas montadas al efecto en cruces de caminos para espantar
con ellas a las tropas enemigas. Práctica común de patriotas y realistas y que
Chávez recordara medio en broma y medio en serio como amenaza directamente
dirigida a los capitostes de los partidos del sistema –adecos y copeyanos–
durante su avasallante campaña presidencial de 1998. Basta con una
fotografía y una cuenta en Twitter. El efecto es infinitamente mayor en
cantidad, si bien también lo es la banalización del horror que provoca. ¿Quién
le tiene miedo a una degollina?
Quien crea que este abominable ejercicio del horror y la proliferación
del crimen a escala industrial es mero efecto del caos que sufrimos, y que ese
caos no ha sido deliberada, racional y metódicamente implementado por la
dictadura, no sabe en qué país nos encontramos ni cuán grave y profunda es la
crisis existencial que sufrimos. El terror ha sido una de las armas
privilegiadas del poder, desde que el hombre es hombre. La muerte y el
asesinato son la crítica de la razón práctica del poder, como lo sabemos desde
Caín y Abel. Está en la esencia del dominio del hombre por el hombre, pues ese
dominio solo es posible mediante la virtual amenaza de la muerte. Reducir al
adversario a sunuda vita. O exterminarlo. Y su periódica puesta en
práctica. No hubo régimen ni sistema que no lo pusiera en práctica, si bien,
después de la Revolución francesa y su carnaval del terror solo con el
nacionalsocialismo y el socialismo soviético se convertiría en práctica
indisolublemente ligada al ejercido del poder del Estado: “En su forma externa,
en cuanto propaganda, la ideología totalitaria difiere de las ideologías democráticas
no solo por ser única y exclusiva, sino porque está fundida con el terror… La
ideología democrática tiene éxito cuando puede convencer o atraer; la ideología
nacional-socialista convence mediante el uso del terror”. Franz Neumann,
Behemot,Pensamiento y acción en el nacional-socialismo.
A la quintuplicación del número de asesinatos entre 1998 y este trágico
2016 no es ajena la práctica totalitaria del castrochavismo: es su producto más
legítimo. Como tampoco la sorprendente y primitiva barbarización del crimen.
Hoy por hoy ni siquiera es la muerte el objetivo principal del homicida: es
rematar a la víctima. Humillar al cadáver y utilizarlo como prueba de su brutal
barbarie. Y de la nada que valen las víctimas. Y, más recientemente, exhibir su
cabeza para culminar la faena con ese siniestro toque de estética homicida.
Recién asaltado el poder se cuenta de un encuentro del teniente coronel
golpista con su padre espiritual y modelo autocrático, Fidel Castro, en La
Habana, quien, ante la pregunta de su discípulo recién estrenado en el manejo
totalitario del poder sobre qué hacer con el hampa, uno de los problemas que
junto a la práctica de la corrupción más repudiaban los venezolanos, le habría
contestado: “Déjala tranquila. Podría servirte de importante aliado en la lucha
por el control del poder total”.
¿Quién
negaría que literalmente así ha sido? ¿Qué esos 25.000 asesinatos anuales,
cometidos en la más absoluta impunidad y sin encontrar el menor interés por
esclarecimiento y castigo entre policías, jueces y fiscales serviles al
Ejecutivo, han terminado por instituir un estado de sitio? ¿Que el hampa y esas
decenas de miles de bandas asesinas que asuelan al país sirven de gratuita
escuadra parapolicial del régimen? El desiderátum del totalitarismo zarrapastroso
de la satrapía: la pobresía, de día, haciendo cola empujada a la miseria por el
Estado; de noche, encerrada bajo cuatro llaves asediada por sus bandas
hamponiles. Que el buen Dios se compadezca de los venezolanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario