El científico Fernando Valladares, del departamento de
Cambio Global del CSIC, aboga por un empoderamiento de las personas que obligue
a actuar a los gobernantes
Fernando Valladares (Mar del Plata, Argentina,
1965), del grupo de Biogeografía y Cambio Global del CSIC, se siente sobre todo
científico, pero también activista, no de boquilla sino de los que bajan a pie
de calle y se involucran. Son sus dos facetas, sus particulares doctor Jekyll y
señor Hyde, describe.
Lo demuestra delante de la puerta del Ministerio para la
Transición Ecológica en Madrid, en animado debate con activistas de Extinction
Rebellion, acampados la semana pasada en pro del clima, entre tiendas
de colores y pancartas reivindicativas contra el calentamiento global, que ese
día se muestra sin tapujos con un sol de justicia en pleno mes de octubre. No
le da "más la vida", pero este investigador que lleva desde los siete
años en España procura abrir huecos para participar en debates,
manifestaciones... Porque, explica, le “hierve la sangre” al detectar su propia
incapacidad y la del colectivo científico para conseguir que lo que saben
"lo utilicen los políticos y llegue a la sociedad”.
Pregunta. ¿El activista se come al científico o
viceversa?
Respuesta. Estoy muy concienciado desde pequeño.
Pero no quiero que mi nivel de activismo se mezcle demasiado con mi papel de
investigador, porque cuando digo algo no lo hago desde el corazón sino
apoyándome en datos, informes… Y esa es mi contribución al activismo. Siempre
que puedo estoy en debates, manifestaciones e intento bajar a nivel de calle,
porque me interesa mucho la psicología del cambio social que se está
produciendo.
P. ¿Qué aportan movimientos como Extinction
Rebellion?
R. Mantienen el tema del cambio climático arriba.
Iremos viendo su eficacia. Pero cada vez cuentan con más apoyos de
simpatizantes y personas como nosotros, que creemos que es una vía para sacar a
la luz el conocimiento. Uno de sus lemas es: "Qué digan la verdad".
Pero yo les pregunto: "¿Eso cómo se dice?". Porque si alguna de las
cosas que uno lee en un informe del IPCC [grupo de expertos internacionales del
cambio climático] se cuenta sin anestesia, algunas personas se pueden deprimir
mucho. Yo me llevo mucha preocupación a casa, tengo hijos, familia, doy clase a
jóvenes que lo tienen todo por hacer. Me da mucha pena cómo está el planeta y
me alegro de que se empoderen y nos quiten de en medio cuando no hacemos nada.
P. ¿Cómo afecta a la sociedad esa preocupación?
R. Ya se ha definido un síndrome de depresión por el
cambio climático. Si sumas que es un problema tan global, la dificultad de que
la acción individual pueda tener impacto, la velocidad que lleva y los
escenarios tan terribles que se plantean, no es raro que un sector de la
sociedad se bloquee.
P. ¿Ayuda a mitigar el desánimo emprender acciones
en la vida diaria?
R. Es un tema delicado. Creo que las iniciativas
individuales tienen más impacto por la toma de conciencia y el empoderamiento
de quien lo hace que por su efecto directo en la huella ambiental. Claro que es
bueno reciclar, ir en bici o una dieta más rica en vegetales, pero nunca será
suficiente. Lo importante es que hacer ese esfuerzo da derecho a exigir a
políticos, empresarios…, porque no estoy viendo la vida desde un sofá sentado.
Yo le digo a la gente qué puede hacer, pero también que no se desanimen si ven
que el vecino no lo hace.
P. ¿Hay negacionismo en el mundo científico?
R. Prácticamente el 100% está de acuerdo. Los
negacionistas en el campo científico son anécdotas, son personas tan raras que
son hasta llamativas e interesantes. Luego hay individuos que se ponen la
bandera de científico sin serlo.
P. ¿Llegan sus conocimientos a la sociedad?
R. No llegamos, nos hacen falta altavoces, no solo
de los medios de comunicación. Tenemos que aprender a resumir el mensaje y
dejar a un lado las sutilezas científicas. No todo en un informe de 1.500 o
3.000 páginas es igual de importante. Los expertos del IPCC elaboran resúmenes
para gestores y políticos, pero siguen siendo densos y tienen que caer en una
persona que tenga cierto conocimiento y con bastante tiempo para leérselo.
P. ¿Cuál es la solución?
R. En general, somos muy prudentes, no soltamos algo
hasta que estamos muy seguros, pero no podemos esperar a saber todo. Ese sería
el gran cambio en los científicos, no tanto variar la forma de investigar,
porque mejorar el modelo del clima llevará horas de computación y tomar datos
en el campo, meses y años. Pero no puede ser que el IPCC publique un informe
sobre los océanos y la criosfera con cuestiones que ya sabíamos desde hace
años. Muchos nos dimos de cabezazos.
P. ¿Pueden ayudar los científicos a que los
políticos adopten medidas?
R. Hay una forma muy directa, porque estamos en
comités de expertos, de asesores. Pero tenemos que ser más incisivos y
directos. La vía más poderosa es hacer que la gente entienda el mensaje y que
pida a los políticos que incluyan el cambio climático de una vez en su programa
electoral, en la parte que se cumple, no la que va cara a la galería. Por
ejemplo, ahora estamos en emergencia climática. ¿Y eso que medidas implica?
Ninguna que se sepa, es un poco de postureo como dicen los jóvenes.
P. Le noto escéptico con los gobernantes
R. ¿Por qué va a estar motivado un político que va a
durar solo unos años en invertir en algo tan a largo plazo y tan complejo como
el cambio climático? Por eso no podemos contar con ellos. No es que yo les
tenga manía. La mayoría de ellos no están formados, pero aparte de eso, con las
reglas del juego político que tenemos últimamente, su mirada abarca un plazo
tan ridículamente corto que se van a mover por acciones muy diferentes al
cambio climático, porque no van a estar en su sillón cuando las medidas comiencen
a tener efecto.
P. ¿No hay esperanza?
R. Puede llegar un líder político carismático,
visionario, que apueste decididamente a riesgo de perder muchos votantes que no
le entiendan y de comprometer otras posibilidades de desarrollo del país.
Décadas después le juzgarán y dirán: "Menos mal que estuvo". Pero la
probabilidad de que esto ocurra es mínima.
P. ¿Está la pelota en el tejado de los ciudadanos?
R. El cambio que hay que hacer es tan profundo que
no se puede emprender por la fuerza, hay que sumar motivaciones, es la única
forma. Naciones Unidas apunta a que la sociedad ya está enfadada. Pero con el
enfado se mueve solo una parte de ella. Lo mismo aplica al miedo, se ha jugado
y se juega mucho con él a partir de escenarios bastante catastróficos, pero no
toda la sociedad es miedosa.
P. ¿Cómo afecta a España el cambio climático?
R. Estamos entre mal y muy mal. No lo digo yo, lo
dicen informes europeos, que nos sitúan entre los países más vulnerables y más
castigados con eventos de calor y de sequía. A lo que hay que añadir la falta
de recursos e infraestructuras para enfrentarnos a esas circunstancias.
P. ¿Sería la solución un pacto de Estado?
R. Eso solo se puede lograr con un convencimiento
global. Por desgracia el cambio climático está politizado y hay unas opciones
políticas que lo tienen más presente que otras. Pero ya hay iniciativas de esos
otros grupos políticos, no tan sensibles, que se plantean una mayor implicación
y piensan que es un tema transversal que no les va a hacer perder votos si se
explica bien. Tenemos el caso del activismo en Alemania, que con todo lo bien
que se ha hecho nos ha mostrado que existe un techo. España podría llegar a ese
punto haciendo muy bien los deberes ambientales, pero hay que saltarlo y lograr
encontrar algo que nos una a todos, que nos haga sumar, no dividir.
El pais
La tierra en rotacion
15 de Diciembre del 2019
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