“La casa es como
el templo, un santuario donde se crea, comes, sueñas, te sientes a salvo y
puedes llorar en paz”, la voz profunda y pausada de Claudia Acuña, cantante
jazz, parece una advertencia a medida que me interno en la sala de estar de su
departamento de amplios espacios y techo inalcanzable. Pero sus palabras tienen
sentido, porque mientras me acomodo observo adornos, libros, instrumentos y
recuerdos desparramados por aquí y por allá que me hablan de la calidez de un
hogar, de un “santuario” como ella describe su departamento en Brooklyn.
Claudia Acuña es una mujer que no teme los cambios y desde que llegó a Nueva
York, hace más de veinte años, ha tenido que inventarse una y otra vez con tal
de lograr un espacio en el exigente ambiente musical. Lo ha logrado. La prensa
especializada la considera parte de esa generación de jóvenes músicos que
cambiaron el eje del jazz neoyorquino. A fines de los noventa, fue la primera
mujer latinoamericana en firmar con Verve, el sello discográfico más
prestigioso del ritmo sincopado y ahora, en 2019, fue nominada en los Grammy
Latino 2019, con su último álbum, Turnig Page.
UNO, VIENTO DEL SUR. Claudia proviene de una familia
chilena de clase media, de aquellas en las cuales las labores están
inquebrantablemente definidas y el arte fuera de cualquier prioridad. Además,
creció en los tiempos de la dictadura militar del general Augusto Pinochet,
durante los cuales el arte estaba controlado con un fusil atento a disparar
ante cualquier acto de espontaneidad artística y la vida nocturna, era casi
inexistente. Su pasión nació con su memoria, y de pequeña sentía “que era un
alma reencarnada que vino a terminar algo que no pudo hacer en otra vida”.
Puede ser una forma metafísica de entender la vida, pero esa paráfrasis tiene
sentido cuando recuerda sus primeros acercamientos al jazz.
“Cuando chica,
junto a mi madre nos veíamos todas esos musicales que salían en la tele con Big
Bands donde descubrí a Billie Holiday, Louis Armstrong, Fred Astaire, pero no
sabía que esa música se llamaba Jazz. Mi mamá era fan de Elvis Presley, y se
veía todas sus películas, y allí había mucho blues porque Elvis amaba el blues.
En la radio se escuchaba tango, mucho rock and roll, y música que aquí llaman
“R&B” como los Temptations y cosas así. Hace poco me enteré que mi
bisabuelo, era trompetista y mi bisabuela trapecista, y que juntos se iban de
gira con un circo donde él era director de la orquesta”
DOS, OCEANO. Cuando Claudia o la “negrita”, como le
decían sus amigos en Chile, piensa en etapas difíciles de su vida, sus
recuerdos viajan a Concepción, una sureña ciudad industrial, universitaria, más
cosmopolita y revolucionaria que Rancagua, donde descubrió durante la
adolescencia que su pasión era el jazz; pero también entendió que, para
alcanzar esa sensación que llamamos felicidad, tendría que realizar un viaje
lleno de pruebas como una solitaria argonauta de la música. Cuando le pregunto
sobre qué sintió al descubrir que solo quiería cantar, su voz parece hacer una
acusación mediante una metáfora: “Debe ser como cuando un chico descubre a los
ocho años que es chica, y pelea contra eso porque todo el mundo le dice que él
es chico, ya que tiene un pene, aunque sabe que es una chica. Eso mismo me pasó
con la música”. Durante la secundaría sus cantantes favoritos eran Earth Wind
& Fire, Sara Vaugh, Witney Houston, Michel Jackosn, Steve Wonder, Víctor
Jara “y cuando todas las otras chicas estaban en la onda de Madonna, yo quería
a Michel Jackson”.
En esos años no pudo estudiar música, pero ella se las arreglaba
para aprender de cualquier forma, aunque siempre a escondidas. “Después de las
clases en el liceo, me iba a escuchar las del conservatorio de música de
Concepción y como no podía pagar, me sentaba afuera, junto a una puerta que era
de vidrio para escuchar a los profesores. Luego me iba para la casa memorizando
lo aprendido. Creo que si mis padres me hubiesen permitido estudiar música, yo
sería una tremendo pianista o tendría más armas para componer y hacer arreglos
para orquesta, área en la cual me he sentido limitada al no tener una educación
formal. Eso duele. Pero por otra parte, también me dio más hambre de aprender y
me impulsó a ser más “busquilla”. Es un hambre que te hace estar más atenta a
todas las posibilidades”.
No fue fácil para Claudia Acuña cantar contra la voluntad
de sus padres: «Para ellos, cantar era casi como ser prostituta. Entonces me
las ingeniaba para escaparme a escondidas de la casa y participar en cualquier
actividad que tuviese relación con la música. Hubo un momento en que simultáneamente
cantaba en una banda que se llamaba “Sesión”, otra de Rock, otra de jazz y
además en el coro de la Universidad de Concepción. Recuerdo que a veces mi
vecina me sacaba a escondidas de la casa para llevarme a cantar en un bar. Una
de esas noches, yo con catorce o quince años y sin nada de personalidad
escénica, me paré a cantar una canción de Witney Houston y el bar, que estaba
lleno de borrachos, quedó en silencio. Todos me escuchaban y mi vecina y su
mamá lloraron de emoción porque cuando terminé todos aplaudieron como locos.
Es durante esta época cuando descubre que esa música que
tanto la motivaba y era natural para ella, tenía nombre. Fueron los propios
integrantes del coro de la Universidad de Concepción, mucho mayores que ella,
quienes al escucharla supieron identificar su estilo, le enseñaron nuevos
músicos como Erroll Garner, Sara Vaughan, le compartieron sus grandes
bibliotecas de discos, conversaron sobre música. Un día uno de ellos le dice,
“Negrita, a ti te gusta el jazz, ¿qué? le respondo, Jazz ¿tu sabes lo que es el
jazz?, me pregunta, y yo le digo que no, que no tengo idea”.
TRES, GRACIAS A LA VIDA. Recién terminada la dictadura, a
principio de los noventa, en Chile no existían escuelas de jazz, así que al
salir del liceo ingresó a la escuela de Canto Clásico en la Universidad de
Chile, estudios que dejó al poco tiempo para llevar a cabo uno de sus grandes
sueños: Vivir en Nueva York. Lo que la convenció a tomar esa decisión fueron
los constantes reproches de sus profesoras cada vez que improvisaba un tema de
Mozart, o el rechazo del subdirector del coro del Teatro Municipal de Santiago
quien la echó porque no sabía leer partituras y aprendía todo de memoria. Y así
en el año 1995 llegó a Nueva York.
«Soñaba Nueva York desde chica. Fue gracias a las
películas de musicales que veía y en las cuales todo pasaba en Nueva York.
Además, después de la dictadura, comenzaron a llegar a Chile músicos como Dizzy
Gillespie que tocó junto a la Orquesta de las Naciones Unidas en el año noventa
y uno, Paquito Rivera, Claudio Roditi. Cuando conversaba con ellos me contaban
lo que pasaba en Nueva York y empecé a soñar despierta con esta ciudad que
nunca duerme y donde podías ir a un show de Broadway, a la filarmónica, a comer
y finalmente a una jam session y luego a otra. Y seguir así hasta el amanecer.
Era algo apasionante».
Llegar a Nueva York, fue una historia común a la de todo
inmigrante. Sin embargo, para una joven que nunca había salido de su país,
llegar al centro del mundo, fue algo muy atemorizante. No tenía escuela de
música, no sabía el idioma y tampoco tenía como pagar una universidad. “Fue
entonces que una profesora me dijo hazlo como los viejos, tu escuela va a ser
la calle. Me pasó un listado de clubes de Nueva York que tenían Jam Session,
horarios con clases grupales donde por diez dólares un maestro te enseñaba y
ahí empieza la historia de Claudia Acuña en Nueva York recorriendo todos los
clubes de Manhattan. La ciudad fue mi escuela, trabajando en lo que fuera como
cualquier inmigrante, paseando perros, cuidando niños, lavando platos en clubes
de jazz, saliendo a cantar a las cinco de la mañana.
Fue una etapa muy dura
pero sentía que si tanto quería cantar, tenía que probar que estaba dispuesta a
trabajar para lograrlo”. Cuando le pregunto por los clubes más importantes, me
responde al instante: Smalls. Fue allí, en ese pequeño y vibrante sótano del
West Village, ubicado a una cuadra de la Christopher St. Station, donde conoció
a su mentor Harry Whitaker y su primera banda. Recuerdo esas tertulias durante
las cuales me sentaba con otros jóvenes músicos de Israel, África, Grecia, Asia,
en la parte de atrás de Smalls (donde ahora están los baños) a escuchar discos
y ver videos de músicos legendarios, todos pegados, como súper nerd, como dicen
acá.
Smalls fue un hogar para mí y en ese tiempo era más austero; por ejemplo,
no había barra, así que cada uno debía llevar su propia bebida y comida, era
todo muy familiar, incluso después de un tiempo, como yo ayudaba en la limpieza
del local, me pasaron una llave para que entrara a ensayar cuando quisiera. Lo
mismo permitían a otros jóvenes músicos y nos íbamos turnando los lugares de
ensayo. El peor estaba en la parte de atrás, al lado de los congeladores.
Además yo parrandeaba mucho por ese sector junto a músicos mayores como Harry,
quien fue una figura paterna para mi, y también con otros músicos de mi edad.
Nos animaba otra energía, queríamos hacerlo todo. Íbamos hasta las cinco de la
mañana de club en club en el West Village, y muchas veces alguien, de pronto,
daba el aviso de que en tal club había un concierto de Prince o George Benson o
Billy Higgins y corríamos de un lado a otro para alcanzar a entrar antes de que
cerraran el club”. Luego, ya más pausada, menciona otros clubes importantes,
muchos de los cuales ya no existen como el Tenth Street Club, Visiones,
Metronome, donde conoció y tocó junto a músicos como el pianista Janson Linder,
Avishai Cohen, Jeff Ballard y Abi Leibovich.
Claudia Acuña grabó en el año 2000, su primer disco “Wind
from the South”, bajo el alero del sello Verve, donde han fichado figuras como
Diana Krall, Natalie Cole, Ella Fitzgerald, Nina Simone. Claudia fue la primera
mujer latinoamericana en lograrlo. Luego vendría “Rhythm of Life” (Verve,
2002), “Luna”(Maxijazz, 2004) “In These Shoes”(Zoho Music, 2008), “En este
Momento” (Marsallis Music, 2009) y recientemente “Turning Pages” bajo su
propio sello (Plaza Independencia), siendo un nuevo cambio en su carrera.
En todos ellos siempre ha incluido temas del repertorio latinoamericanos , como
“Volver a los diecisiete” o “gracias a la vida” de Violeta Parra, “esta Tarde
vi llover” de Armando Manzanero, “Oceano” de Djavan o “El Cigarrito” de Víctor
Jara, “Yo confirmé mi compromiso con mis raíces y me comprometí a que siempre
iba a cantar, aunque sea una canción, que representara de donde vengo, para que
al publico le quedara clarísimo que yo soy una mujer inmigrante.
FINAL, TURNING PAGE. Este álbum es la historia de los
últimos nueve años de la cantante: el amor y luego la separación, un hijo,
sentirse destrozada para luego tener que volver a levantarse y dar vuelta a la
página.
Su álbum tiene el aval de una exitosa carrera musical. “En una
entrevista una periodista me dijo que soy parte de esa generación de músicos
que llegamos de distintas partes con nuestras propias raíces e instrumentos
para cambiar el eje del jazz”. Pero por otra parte, siente que salir con un
sello propio tiene la limitante de que los festivales siempre van a preferir a
las cantantes que viene respaldadas con sellos más grandes. Pero recientemente
su trabajo obtuvo uno de los más importantes reconocimientos al ser nominado
por el Grammy Latino 2019, entre uno de los mejores álbumes de jazz siendo ella
la única mujer.
“siento que es un verdadero honor que mi trabajo sea reconocido
por mis colegas, la academia y la industria como uno de los mejores seis álbumes
del año, y para mi tiene un doble mérito ya que fue realizado con mis propios
recursos, a pulso, junto al trabajo de mucha gente que creyó en mi y me apoyó
en todo momento. Como dicen acá, este trabajo fue un labor of love, un
decreto de amor de mucha gente.
¿Qué significa ser mujer, artista y madre?
Cuando se supo lo de mi embarazo algunos me dijeron: “mi
amorcito, tu carrera llegó hasta aquí no más”. ¿Por qué eso no se lo dicen a un
hombre cuando va a ser padre? Es algo que está tan arraigado que ni siquiera se
dan cuenta de lo que están diciendo. En este momento mi prioridad es mi hijo.
Lamentablemente estoy divorciada, y era algo que no estaba planeado. Mi hijo
está en una etapa en la cual me necesita y eso no lo voy a transar con nada.
Eso ha tenido un costo para mi carrera ya que no estoy disponible en todo
momento.
¿Que es para ti el éxito?
Es ser lo que soy ahora, una artista reconocida. Que mi
hijo me diga ‘mamá a todos les gustó tu show’. El éxito es que mi hijo tenga su
canción favorita en mi álbum. El éxito es tener la oportunidad de seguir
intentándolo.
Si te marcharas de Nueva York, ¿qué te llevarías?
A esta ciudad llegué a los veinte años, y aquí perdí la
inocencia en muchos aspectos, por lo que me llevaría la experiencia, las
heridas, las lágrimas, las risas, los recuerdos y las lecciones aprendidas.
@lavidadepantagruel
ViceVersa
Digalo Ahi digital
15 de Diciembre del 2019
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