Las malas ideas persisten, a menudo por la necesidad de la sociedad de creer en un líder
Todos conocemos a alguien así. Una amiga que, una y otra vez, se enamora
de hombres que la maltratan. O el talentoso colega que salta de un empleo a
otro porque no logra controlar su propensión a insultar al jefe.
Sigmund Freud llamó esto la compulsión a la repetición: volver a hacer
lo que ya se hizo y que se sabe que da malos resultados.
Pero esto no solo le pasa a los individuos. También le sucede a grupos
políticos y hasta a naciones enteras, que se entusiasman con líderes cuyas
propuestas ya han sido probadas y siempre han terminado mal. La sorpresa es que
estas malas ideas, que deberían estar muertas y enterradas, suelen reaparecer
periódicamente.
Hace años llamé a este fenómeno necrofilia ideológica: “La necrofilia es
la atracción sexual por cadáveres. La necrofilia ideológica es el amor ciego
por ideas muertas. Resulta que esta patología es más común en su vertiente
política que en la sexual. Encienda su televisión esta noche y le apuesto que
verá a algún político apasionadamente enamorado de ideas que ya han sido
probadas y han fracasado. O defendiendo creencias cuya falsedad ha quedado
demostrada con evidencias incontrovertibles”.
El maoísmo es un buen ejemplo de esto. Esta doctrina le costó la vida a
más de 55 millones de chinos. En 1981 el Partido Comunista Chino emitió su
diagnóstico final sobre la gestión de Mao: “Cometió errores de enorme magnitud
y larga duración [...], y lejos de hacer un análisis acertado de muchos
problemas, confundió lo correcto con lo incorrecto y al pueblo con el enemigo.
En esto se centra su tragedia”. Uno pensaría que esta conclusión debería ser
suficiente para que las ideas de Mao se quedaran sin seguidores. Y estaría
cometiendo un error: en un sorprendente número de países aún hay agrupaciones
políticas que con gran entusiasmo se definen como maoístas.
El peronismo es otro ejemplo de necrofilia ideológica. Argentina es el
único país que, habiendo alcanzado niveles de vida equivalentes a los de países
desarrollados, se las arregló para subdesarrollarse. En esa involución tuvo
mucho que ver el prolongado entusiasmo nacional por el peronismo en sus
diferentes corrientes y momentos. El presidente Juan Domingo Perón fue un
virtuoso del populismo que tan común se ha hecho en América Latina y más allá.
Prometer lo que de antemano se sabe que no se podrá cumplir o distribuir lo que
no hay o despilfarrar ahora lo que se necesitará más adelante son algunas de
las características del populismo. Hugo Chávez es el mejor ejemplo de esto en
el siglo XXI.
Todos los políticos, en todas partes, prometen lo que saben que la gente
quiere oír. Es lo normal. Pero los populistas van mucho más allá.
Donald Trump, por ejemplo, nos ha dado extraordinarias muestras de
populismo turbocargado. Extraditar a 11 millones de latinos de EE UU, construir
un muro con México o prohibir la inmigración de musulmanes son algunas de sus propuestas.
¿Verdad que suenan tenebrosamente conocidas? Y no solo no van a funcionar, sino
que son imposibles de llevar a cabo, aun cuando Donald Trump ganara las
elecciones, cosa que no va a pasar. Pero eso no importa. Esas pueden ser ideas
muertas y sin futuro pero, para los seguidores de Trump, son las razones que
justifican su entusiasta apoyo.
Otro ejemplo nos lo da Ted Cruz, el vencedor de las recientes elecciones
primarias del Partido Republicano en Iowa y quien claramente padece de
necrofilia ideológica. Según Cruz, la manera de acabar con el Estado Islámico
es a través del carpet-bombing, el bombardeo hasta la saturación de una vasta
zona de Siria donde opera el ISIS. Cruz ignora convenientemente el hecho de que
las proclamas del ISIS —y sus adeptos— están floreciendo en Europa, EE UU y
Asia, y que hoy el ISIS es más una idea que una organización. A Ted Cruz
tampoco parece importarle que el uso de la “solución” militar en Vietnam,
Afganistán, Irak y Libia no haya ayudado mucho a la seguridad de su país o a la
estabilidad del mundo.
El punto es que la necrofilia ideológica aparece en todas las
corrientes: en la derecha, la izquierda, los verdes, los secesionistas, los
nacionalistas, los defensores del libre mercado, los promotores de más Estado,
los partidarios de la austeridad económica y sus detractores.
En un mundo tan conectado, informado y donde con solo teclear breves
frases en un ordenador se puede llegar a saber todo sobre los efectos de una
propuesta económica o política cuando ha sido puesta en práctica, sorprende que
la necrofilia ideológica sea aún tan común.
Las razones para la persistencia de las malas ideas son muchas, pero
quizás la más importante es la necesidad que tiene una sociedad de creer en un
líder cuando hay tantos cambios, ansiedad e incertidumbre. Y la disposición de
los demagogos a prometer cualquier cosa con tal de obtener y retener el poder.
En la terrible frase del ensayista H. L. Mencken: “El demagogo es quien
predica doctrinas que sabe que son falsas a personas que sabe que son idiotas”.
6 FEB 2016 - 21:34 CET EL PAIS
Hugo Chávez en Caracas en 2012. JORGE SILVA REUTERS
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