Son 800.000 millones de dólares
evaporados durante el ‘boom’ de precios en Venezuela
Un amigo documentalista anhelaba
emigrar al largometraje de ficción y anduvo largo tiempo proponiéndome escribir
el guión a partir de un argumento suyo. ¿El tema? La corrupción
latinoamericana, asunto complejo que tiene su según y cómo.
Yo me
resistía a hacer mío su relato y a él no le convencieron nunca mis propuestas,
así que lo dejamos amistosamente de ese tamaño. Hace poco, en Cartagena, supe
por boca suya que ha desistido de la idea. Eso me autoriza a servirme de su
argumento para animar mi bagatela semanal que, una vez más, versa sobre Venezuela
y por qué está al borde de la hambruna y el default.
Imaginemos, pues, que un magistrado
de la más alta corte constitucional de uno de nuestros países fuese sobornado
para dictar una “acción de tutela”, como en Colombia llaman a lo que en
Venezuela (y creo que también en México) llamarían “recurso de amparo”, en
favor de una poderosa petrolera transnacional y ecocida.
El magistrado suspende
indefinidamente la acción legal emprendida por una ONG que vela por los
derechos de una comunidad muy pobre de indígenas pescadores afectados por
derrames de crudo en un afluente amazónico cuya superficie amanece un día
tapizada de peces muertos, todos ellos con la rosada pancita vuelta hacia
arriba y las branquias rezumando petróleo y derivados.
El caso —por sus implicaciones
ambientalistas e indigenistas— llega a hacerse digno de un documental
independiente (“cine dentro del cine”, ¡válgame Dios!) ganador de premios en
Toronto y Berlín. Sin embargo, la petrolera se sale con la suya, perfora sin
controles gubernamentales de impacto ambiental y el magistrado nunca es
suspendido ni llevado a juicio. Para colmo, se registran defunciones entre los
niños de la comunidad, posiblemente causadas por comer pescado contaminado del
sulfuroso crudo nafténico.
En la ficción de filme, el documental
haría la fortuna política de su protagonista, un guapo y muy articulado
indígena ambientalista de quien se enamoran una ictióloga gringa —asesora de la
ONG—, la gran prensa y las redes sociales. El hombre va camino a hacerse
candidato presidencial con una plataforma programática verde. Al cabo, la
petrolera, como si no tuviese más recursos para neutralizarlo, ordena asesinar
al activista. Esclarecer el magnicidio se torna entonces una obsesión para la
gringa y… ¡para qué seguir!
Se trata del relato canónico sobre la
corrupción: El Gran Dinero capitalista y envilecedor, el funcionario venal, la
víctima que ha abrazado la causa de los excluidos sin voz, y una entrometida
estadounidense left-of-center, imprescindible para enderezar los entuertos del
mundo. Ciertamente, los desafueros de Dilma Rousseff y Lula en Brasil habrían
sido imposibles sin un agente corruptor tan colosal como Petrobras. Y no es,
desde luego, inverosímil que una petrolera ordene asesinar a un ambientalista:
ha ocurrido ya, al menos una vez, en Nigeria. Y para derrames letales, el
Deepwater Horizon de British Petroleum, que en 2010 contaminó al Golfo de
México posiblemente hasta la consumación de los siglos.
Pero, y este era el guión que me
habría gustado escribir, ¿qué ocurre cuando un régimen como el instaurado por
Hugo Chávez en el hoy desaparecido petroestado llamado Venezuela, imbuido de
filantrópicos y solidarios móviles anticapitalistas, propicia un tiránico
modelo económico, ineficaz y expropiatorio, lleno de incentivos perversos para
el saqueo indiscriminado que convierte precisamente al Gobierno revolucionario
en el único Gran Dinero que acaba corrompiéndolo todo?
Ochocientos
mil millones de dólares. Evaporados. Saldo de la verdadera guerra económica,
librada por el chavismo contra su propio pueblo durante el boom de precios más prolongado de toda la
civilización petrolera.
@ibsenmartinez
No hay comentarios:
Publicar un comentario