La
socialdemocracia no solo marcha en la dirección equivocada sino que también lo
hace de modo incorrecto. Su crisis no es táctica ni cíclica: es existencial. La
izquierda democrática debe despojarse de la perspectiva materialista del pasado
industrial para comprender y gobernar el nuevo tiempo. En lugar de luchar
contra los cambios culturales y tecnológicos, los socialdemócratas deben guiar
la modernidad hacia los valores históricos de la solidaridad y la democracia.
La socialdemocracia reformista tiene solo dos
problemas, que resultan en la crisis en que se encuentra. El primero es que
marcha en la dirección equivocada. El segundo es que marcha en la dirección
equivocada de la manera incorrecta. Entonces, para evitar la crisis, es
necesario entender por qué los fines y los medios son equivocados y establecer
un conjunto diferente de objetivos y de formas de alcanzarlos, que sean
aplicables al final de la segunda década del siglo XXI.
Determinar un rumbo alternativo y un proceso para
alcanzarlo no es tan difícil. A continuación se ofrecen algunas ideas, hay
otras. Lo que es complicado y bien podría convertirse en imposible es que los
socialdemócratas sean capaces de adaptar tanto el rumbo como su cultura. En
lugar de cambiar, su respuesta típica es culpar a los medios, a la mala
comunicación o incluso a la gente y seguir haciendo lo mismo a la espera de un
resultado diferente. Aun cuando algunos reconocen el alcance de la crisis, se
encogen de hombros con desdén porque un cambio significativo es más difícil de
enfrentar que la perspectiva de una aniquilación electoral. Si los
socialdemócratas no pueden o no quieren transformarse, dependerá de otros
llevar la antorcha de una sociedad que sea más igualitaria, democrática y sustentable
y luchar contra una derrota aplastante a manos de la extrema derecha.
Comencemos por observar que la crisis no es táctica
ni cíclica sino existencial, porque es cultural y estructural. Esto se
evidencia con máxima claridad y dramatismo en el derrumbe electoral de casi
todos partidos socialdemócratas de Europa. Los partidos de Holanda, Francia y
Grecia han sido erradicados en forma total o casi total. Los de Alemania e
Italia, incluso los de los países escandinavos, luchan por sobrevivir. El socialismo
español está gobernando, pero apenas. El Partido Nacional Escocés puede
proclamar algún tipo de mandato socialdemócrata, al tiempo que los portugueses
están tomando un rumbo más de izquierda en un gobierno de «alianza
progresista», pero se trata de dos países pequeños que se encuentran en
circunstancias particulares. En Gran Bretaña, el Partido Laborista está
resucitando de la mano de Jeremy Corbyn y ofrece destellos de esperanza, pero
todavía está en la oposición y alcanza su mejor nivel en las encuestas con la
ayuda del gobierno de derecha más incompetente del que se tenga memoria. Que
sea capaz de ganar y efectivamente gobernar, incluso con la ayuda del sistema
electoral mayoritario británico (de mayoría simple), parece una prueba
abrumadora. Incluso si desafía los pronósticos y gana la mayoría, el Partido
Laborista quedará aislado en el mundo. Por lo tanto ¿qué pasa con los medios y
los fines que metieron a la socialdemocracia en este lío y cuáles son las
alternativas?
Los orígenes de la crisis
Para evitar la crisis, antes debemos entenderla.
Abordemos primero los fines. El proyecto socialdemócrata se focaliza en esencia
en la igualdad de los fines materiales, esto es, en la redistribución
suficiente y justa del ingreso y la riqueza. Es una lucha dentro del
capitalismo por un capitalismo más justo. En consecuencia, tiene muy poco para
decir sobre el trabajo bueno y virtualmente nada para decir sobre el no
trabajo. Todo tiene que ver con lo material. Para la izquierda, la pantalla del
televisor del trabajador, comparada con la de su jefe, nunca puede ser
suficientemente grande. Trabajamos para gastar, y si no podemos gastar, pedimos
prestado. Es una vida diseñada para comprar cosas que no sabíamos que
necesitábamos, para impresionar a personas que no conocemos con dinero que no
tenemos. El crecimiento se ve como algo inexorable y bueno. La dignidad del
trabajo se considera vital para darnos sentido e identidad y para construir la
solidaridad de clase que es esencial para el éxito político de los socialdemócratas.
Este abordaje fue espléndidamente exitoso desde la
mitad del siglo pasado hasta el final de la década de 1970 («los treinta
gloriosos»), cuando todo comenzó a derrumbarse. Todo lo que hacía posible la
socialdemocracia fue socavado y se debilitó cuando las fuerzas tecnológicas y
culturales desplazaron la producción fuera de las grandes fábricas y de los
Estados nacionales y hacia diversos lugares de todo el mundo. El poder de la
clase trabajadora se erosionó y con eso el motor de la socialdemocracia se
atascó. El interés del productor ha sido ahora derrotado por el interés del
consumidor. El individualismo creciente, alentado activamente por la ideología
neoliberal, borró el suelo institucional en el que se podía fomentar la
solidaridad. La vida se convirtió en una guerra de todos contra todos entre turbo consumidores, en la que los pobres y los débiles no podían más que ser
humillados como vagos e irresponsables. Lo mejor que se podía hacer no era
lograr un acuerdo entre el trabajo y el capital, sino que lograr el trabajo se
ajustara al capital.
Así, la política de la tercera vía agravó el
problema con la acelerada introducción de reformas orientadas a favorecer al
mercado, que en definitiva abrieron el camino a un declive más veloz una vez
que se percibió que la izquierda se traicionaba a sí misma y a su gente. Para
decirlo con claridad, no se trata de que los líderes de la izquierda se
vendieran, ni de que las políticas fueran equivocadas y la comunicación, mala,
aunque todo importa. Tiene que ver más con la debilidad estructural y cultural
que ha minado fatalmente la moral y el poder de la izquierda, lo que ha hecho
imposible recrear la socialdemocracia del siglo XX en el siglo XXI.
La crisis de los fines se agrava. En primer lugar,
al menos desde 2008, la promesa del materialismo se ha visto limitada por la
austeridad, de la que muchos socialdemócratas fueron cómplices. Pero en segundo
lugar, debido al tipo de globalización defendida por el
neoliberalismo hoy hegemónico, que hace que la gente sienta una profunda
pérdida de control sobre sus vidas y comunidades. En parte esto se relaciona
con el efecto material de la inmigración, ya sea real o percibido, sobre los
puestos de trabajo y los salarios, aunque también involucra temas de gran
profundidad como la identidad, los propósitos, el sentido y el control. Por
ejemplo, para muchos el Brexit tenía que ver, al menos en parte, con la
reafirmación del control democrático, aun cuando los votantes sabían que
estarían en peor situación material al salir de la Unión Europea. Pero los
socialdemócratas solo pueden ver la política en términos de economía, puestos
de trabajo y salario social y están cegados por estos cambios culturales.
La buena sociedad
Si no es el materialismo, ¿entonces qué? La
izquierda debe construir su finalidad sobre la base de la simple observación de
que no morimos deseando tener más, sino deseando tener la posibilidad de pasar
más tiempo con los que amamos y de hacer lo que nos gusta. Si tratáramos de
construir una buena sociedad sobre ese concepto simple pero profundo, entonces
empezaríamos a luchar por cuestiones como el tiempo, el cuidado, la compasión,
el ocio, la belleza y el arte como base de la renovación política. Por supuesto
que el materialismo es importante, pero como sociedad, desde el punto de vista
moral y ambiental, debemos saber cuándo decir basta. El trabajo creativo sería
un factor importante en nuestras vidas, pero no el determinante, especialmente
a la luz de la cuarta Revolución Industrial, cuando el trabajo se vuelve más
precario o simplemente es desplazado por la tecnología.
En lugar de luchar contra estos cambios culturales
y tecnológicos, los socialdemócratas deberían guiar la modernidad hacia los
valores históricos de la solidaridad y la democracia y comprometerse con la
urgente necesidad de sustentabilidad, sobre todo porque el cambio climático
afecta más duramente a los más pobres. Una semana laboral más corta, combinada
con un ingreso básico y servicios básicos universales, se correspondería con la
escala y la ambición de las reformas sociales y laborales del siglo XX, lo que
aseguraría que viviéramos como seres humanos plenos; trabajadores, pero también
ciudadanos activos. La esperanza es que una oferta tal puede y debe volverse
más atractiva que una vida vacía de turboconsumo. En el proceso, podemos
contribuir a solucionar no solo la crisis climática y de solidaridad, sino
también la cuestión de la capacidad de acción para los socialdemócratas, al
reconstituir el suelo social mediante nuestra ciudadanía activa.
En el futuro
Si estos son los desafíos en relación con los fines,
¿qué hay de los medios? El sistema operativo histórico de la izquierda es el de
la maquinaria y el trabajador industrial que realizan tareas definidas. Esto se
traduce en una política similarmente mecánica, en la que los trabajadores vota
por dirigentes que luego ocupan el Estado y proveen un salario económico y
social a «sus votantes». Es una forma de hacer política que, en el mejor de los
casos, implica un respetable paternalismo hacia y para receptores pasivos del
cambio mediante sistemas tecnocráticos de mando y control. Pero es un acuerdo
que ya no se puede cumplir, porque hoy las sociedades son demasiado complejas y
las economías demasiado globales. La buena sociedad nunca iba a ser algo hecho
por los políticos para la gente, solo puede ser construida por la gente para la
gente, con el apoyo del Estado.
El principio rector emergente del siglo XXI es la
acción colaborativa. El Estado todavía importa en este mundo cada vez más
conectado, pero ya no como proveedor de la buena sociedad sino como facilitador
de recursos, espacios, legislación y reglamentaciones que nos permitan –a los
nodos ciudadanos de la red– construir juntos nuestra propia buena sociedad.
Esto no significa únicamente transformar los viejos sistemas de la democracia
representativa, sino adoptar la democracia directa y deliberativa en la
política, en el trabajo, en los servicios públicos y en nuestras comunidades.
En el nivel más básico de un siglo XXI en el que
todos están conectados con
todos, donde todos podemos saber, compartir, conectar
y construir, existe el potencial para que las personas se conviertan en agentes
colectivos de su propio destino. Digo «potencial» porque, aunque la tecnología
de redes es favorable para una buena sociedad, no hay una conexión
determinista. Aquí es donde entra la política. Significa «recuperar el control»
de manos de las élites que monopolizan y privatizan las poderosas fuerzas
acumuladas de la sociedad en red, para asegurar que el bien público prevalezca
sobre el interés privado. Entonces, aunque podamos y debamos combatir muchas
cosas, lo que no podemos combatir es la modernidad y el Zeitgeistcultural.
La antigua modernidad sólida, lineal y predecible
del siglo XX, la cultura en la que la socialdemocracia se creó y llegó a su
cenit, va quedando rápidamente atrás. Nos guste o no, la cultura del presente y
del mañana es cada vez más fluida, líquida y contingente, una sociedad que es
tan impredecible como compleja. Los socialdemócratas no pueden tener la
expectativa de dirigir y controlar su rumbo a través del caos, solo pueden
construir las culturas y las prácticas para un futuro que se negocia con otros,
no se impone. Los socialdemócratas deben aprender a soltar o aprender a morir
como fuerza política.
¿Podrán adaptarse, sobrevivir y prosperar? El
tiempo se acaba. La larga sombra del siglo XX se desvanece aceleradamente, pero
fuerzas poderosas quieren arrastrarnos de vuelta a sus peores momentos: el
populismo autoritario. En última instancia, no se trata de la socialdemocracia,
sino de ver qué constelación o ecosistema de ideas y fuerzas puede desarrollar
una alternativa posible y deseable al estridente populismo de derecha. Los
socialdemócratas tienen solo dos opciones: cambiar o hacerse a un lado. El
peligro es que no hagan ninguna de las dos.
Por Neal Lawson
Enero 2019
Nueva Socoedad
Nueva Socoedad
Traducción: María Alejandra Cucchi
Fuente: https://www.socialeurope.eu/averting-the-death-of-...
http://nuso.org/articulo/socialdemocracia-izquierda-materialismo-europa-derecha/?utm_source=email&utm_medium=email
http://nuso.org/articulo/socialdemocracia-izquierda-materialismo-europa-derecha/?utm_source=email&utm_medium=email
No hay comentarios:
Publicar un comentario