Ante el
resurgimiento del populismo de derecha, la debilidad relativa de la izquierda
refleja el declive de los sindicatos y los grupos laborales organizados que
históricamente han formado la columna vertebral de los movimientos progresistas.
Pero cuatro décadas de abdicación ideológica también han jugado un papel
importante. ¿Está dispuesta la izquierda a desarrollar una política reformista
que actúe efectivamente contra la desigualdad?
Es justo decir que, hasta el momento y dentro del
ámbito político, los principales beneficiarios de las fracturas sociales y
económicas forjadas por la globalización y el cambio tecnológico han sido los
populistas de derecha. Varios políticos, como por ejemplo Donald Trump en
Estados Unidos, Viktor Orbán en Hungría y Jair Bolsonaro en Brasil, han llegado
al poder porque ellos capitalizaron la creciente animosidad en contra de las élites políticas establecidas y explotaron a su favor un latente sentimiento nativista.
Los grupos de izquierda y los grupos progresistas,
en gran parte, han estado desaparecidos del mapa. La relativa debilidad de
la izquierda refleja en parte el deterioro sufrido por los sindicatos y los
sectores laborales organizados, los cuales históricamente se constituyeron en
la columna vertebral de los movimientos socialistas y de izquierda. Sin
embargo, la abdicación ideológica también ha jugado un papel importante. A
medida que los partidos de izquierda se iban tornando cada vez en más dependientes de
las elites educadas, en lugar de apoyarse en la clase obrera, sus ideas
políticas se alinearon más estrechamente con intereses financieros y
corporativos.
Consiguientemente, los remedios ofrecidos por los
partidos de izquierda provenientes de las corrientes dominantes continúan
siendo limitados: mayor gasto en educación, mejores políticas de bienestar
social, un poco más de progresividad en los impuestos, y eso sería casi todo lo
que ofrecen. El programa de la izquierda consistiría, así, más en endulzar el
sistema prevaleciente en lugar de abordar las fuentes fundamentales de
desigualdades económicas, sociales y políticas.
En la actualidad, hay una creciente toma de conciencia sobre el hecho de que
los efectos de las políticas fiscales y las transferencias solo pueden llegar
hasta cierto punto. Si bien hay mucho espacio para mejorar el seguro social y
los regímenes impositivos, especialmente en Estados Unidos, son necesarias
reformas más profundas para ayudar a brindar igualdad de condiciones con el
propósito de favorecer a los trabajadores y sus familias en una amplia gama de
ámbitos. Eso significa centrarse en productos, mercados laborales y
financieros, en políticas tecnológicas... y en las reglas del juego político.
La prosperidad inclusiva no se puede lograr
simplemente redistribuyendo el ingreso de los ricos hacia los pobres o de las
partes más productivas de la economía a los sectores menos productivos.
Requiere que los trabajadores menos calificados, las empresas más pequeñas y
las regiones rezagadas se integren con mayor plenitud con los sectores más
avanzados de la economía.
En otras palabras, debemos comenzar con la
reintegración productiva de la economía nacional. Las empresas grandes y
productivas tienen un papel crítico que desempeñar al respecto. Deben reconocer
que su éxito depende de los bienes públicos que suministran sus gobiernos
nacionales y subnacionales –todo, desde la ley y el orden y las normas de
propiedad intelectual hasta la infraestructura y la inversión pública en
capacitación e investigación y desarrollo. A cambio, dichas empresas deben
invertir en sus comunidades, proveedores y mano de obra locales –no meramente
como responsabilidad social corporativa, sino como actividad principal–.
En épocas pasadas, los gobiernos realizaban
actividades de extensión agrícola para difundir nuevas técnicas a los pequeños
agricultores. Hoy en día existe un papel similar en lo que Timothy Bartik, del
W.E. Upjohn Institute for Employment Research, denomina «servicios de extensión para la
manufactura», a pesar que dicha idea se aplica también a los servicios
productivos. Los gobiernos que colaboran con empresas para fomentar la difusión
de tecnologías de vanguardia y técnicas de gestión al resto de la economía
pueden aprovechar un bien establecido repertorio de tales iniciativas.
Una segunda área de acción pública es aquella que
se preocupa por la dirección que toma el cambio tecnológico. Las nuevas
tecnologías, como la automatización y la inteligencia artificial (IA),
reemplazan generalmente a la mano de obra, afectando de manera adversa a los
trabajadores, en especial a aquellos poco calificados. Sin embargo, no hay
razón por la que esto, necesariamente, deba ocurrir en el futuro. En lugar de
políticas (como los subsidios de capital) que promueven inadvertidamente las
tecnologías que reemplazan a la mano de obra, los gobiernos podrían promover
tecnologías que aumenten las oportunidades en el mercado laboral para los
trabajadores menos calificados.
El fallecido economista Anthony B. Atkinson, en su
magistral libro Desigualdad, cuestionó la sabiduría de los
gobiernos que apoyan el desarrollo de vehículos autónomos, sin prestar la
debida atención a cómo ello afecta a los taxistas y conductores de camiones.
Más recientemente, los economistas Daron Acemoğlu, Anton Korinek, y Pascual
Restrepo han escrito sobre cómo la inteligencia artificial puede implementarse
en nuevas formas que aumenten la demanda laboral, por ejemplo, al permitir que
los trabajadores comunes participen en actividades que antes estaban fuera de
su alcance. No obstante, avanzar en esta dirección requerirá un esfuerzo
consciente por parte de los gobiernos con el propósito de revisar sus políticas
de innovación y establecer los incentivos apropiados para el sector privado.
Los mercados laborales también necesitan
reequilibrarse. El debilitamiento de los sindicatos y las protecciones para los
trabajadores ha erosionado las fuentes tradicionales de poder
compensatorio. Investigaciones recientes han demostrado
que las empresas mantienen una importante ventaja de negociación sobre los
empleados, lo que disminuye los salarios y empeora las condiciones de trabajo.
Revertir estas tendencias requerirá de una variedad de políticas a favor de los
trabajadores, incluyendo la promoción de la sindicalización, salarios mínimos
más altos y normas reglamentarias adecuadas para los trabajadores en la
«economía de los trabajos ocasionales».
Las finanzas son, además, otra área que requiere de
un procedimiento quirúrgico complejo. Los sectores financieros de las economías
más avanzadas siguen inflados. Presentan riesgos continuos para la estabilidad
económica sin proporcionar beneficios compensatorios en términos de mayor
inversión en actividades productivas.
Como ha sostenido Anat Admati, de la
Universidad de Stanford y otros, los bancos requieren que como mínimo se les
imponga mayores requisitos de capital y un control regulatorio más estricto. El
hecho de que las instituciones financieras hayan escapado relativamente ilesas
de la crisis del período 2008-2009 dice mucho sobre su poder político.
Tal como sugieren las fallas en las regulaciones
financieras, por importantes que sean tales reformas económicas, ellas deben
complementarse con medidas que remedien la asimetría en el acceso político. En
Estados Unidos, la celebración de elecciones en días laborales, en lugar de
fines de semana o días festivos – junto con las normas de registro electoral
que son restrictivas, la práctica de gerrymandering (manipulación
de las circunscripciones electorales de un territorio, uniéndolas,
dividiéndolas o asociándolas, con el objeto de producir un efecto determinado
sobre los resultados electorales) y una miríada de otras normativas
electorales– coloca a los trabajadores comunes en una desventaja significativa.
Todo esto viene de manera adicional a las reglas de financiamiento de campañas
electorales que han permitido que las corporaciones y los miembros más ricos de
la sociedad ejerzan una influencia excesiva sobre la legislación.
El Partido Demócrata de Estados Unidos se
enfrentará a una prueba de importancia crítica en las próximas elecciones
presidenciales, que se celebrarán en menos de dos años. Mientras tanto, este
partido tiene que tomar una decisión: ¿Seguirá siendo el partido que
simplemente agregar edulcorantes a un sistema económico injusto? O, ¿tiene el
coraje de abordar la injusta desigualdad atacándola desde sus propias raíces?
Traducción: Rocío L. Barrientos.
Fuente: Project Syndicate
Nueva Sociedad
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