Las puertas principales del hospital estaban cerradas
(la principal del HULA clausurada). Se me explicó que era el cierre simbólico
de unas horas de llamado a la conciencia como reflexión ante la gravísima
situación del Hospital Universitario de Los Andes. Un llamado de conciencia a
las autoridades nacionales de salud que
deben brindarle al hospital el apoyo suficiente para que pueda funcionar a
plenitud en la promoción y atención de la salud de la población.
Recordé que el hospital como el templo, debe estar a
puertas abiertas para el pueblo. Jesús de Nazaret expulsó del templo de
Jerusalén a los mercaderes porque el templo para orar lo habían transformado en
un vulgar mercado. El hospital es el lugar que el pueblo acude en la búsqueda
de la salud.
Estoy con la protesta, con las medidas de presión y la
con manifestación pública sin violencia. El hospital vive tiempos inéditos en
los 45 años de existencia, se inauguró en diciembre de 1973. Estamos frente a
un cierre técnico y operativo. No hay condiciones para atender pacientes, no
hay condiciones para prestar una atención médica oportuna y eficiente. Los
residentes y los médicos especialistas perciben salarios de miseria.
En la historia del hospital nunca se había vivido una
situación tan deplorable, tan caótica, tan triste y dolorosa, expresiones estas
que tal vez son insuficientes para la escena dantesca que agobia la vida
hospitalaria. En la sala de emergencia
el olor a pseudomona se dispersa por todo el ambiente, es una sensación de
desaseo de gran intensidad. No hay agua, la luz falla, los ascensores son
insuficientes, los gases medicinales igual. La comida para el desayuno es “una
arepita y una naranja", el aporte proteico no está incluido desde hace
tiempo.
No podemos desmayar ni permitir que una actitud
indolente y negligente afecte nuestro estado de ánimo para continuar en nuestra
lucha por el rescate del hospital universitario.
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