Postulado: “Proposición no evidente en sí y por sí, pero que
hemos de aceptar por no disponer de otro principio que fundamente verdades
indubitables o acciones de incontestable legitimidad” (Lalande).
1- Nuestra entera herencia de ideologías, cosmovisiones y
revoluciones huele hoy a naftalina; postulado doloroso pero
pragmáticamente impuesto por novísimos horizontes tecno-científicos,
demográficos, ecológicos y económicos que por el momento nadie ha intentado
sintetizar.
El chavismo, amasijo de momificadas y no emulsionables ideologías,
es polilla pura, y sus consejas del género “ser rico
es malo” o “el conuco es la forma más perfecta de producción”,
la prueba de su tragicómico apolillamiento ante una diversa humanidad que
converge rauda hacia un solo y mismo desiderátum: tener una vida de calidad. El chavismo
degradó espiritual y materialmente el vivir de la gente; la nueva democracia
habrá de devolver al venezolano, en prioridad y sin discursos, toda la calidad
de vida que pueda.
2- La calidad de vida se mide en democracia por la eficiencia de sus
servicios públicos. La manipuladora pacotilla de
“patria, Bolívar, antiimperialismo, comandante eterno” ha de remplazarse con un
adulto y legítimo orgullo del venezolano por la excelencia de sus servicios
públicos: inmejorables sistemas educativos y sanitarios, abundancia de agua,
luz, gas, tecnologías y bienes de consumo, cárceles humanizadas, modernidad de
transportes, comunicaciones libres, plurales y up to date. La nueva democracia debe
agigantar los enanos servicios públicos actuales y asegurar su universalidad,
continuidad y versatilidad. Ellos son motores de justicia distributiva y por
eso grandes inductores de democracia.
3- Toda
democracia cuenta con un imparcial “padre de todos”. El
pendenciero e insultante chavismo, con su fundador regurgitando odio diario
contra los “escuálidos”,
significó para la mayoría del país la angustiante pérdida de un buen referente
paterno, de alguien con poder y encima de todas las partes en quien confiar: un
presidente gentilhombre, un Poder Judicial imparcial. La democracia nueva
tendrá que devolverle al país el padre simbólico a) redescubriendo a
Montesquieu, b) mudándose al sistema presidente/primer ministro, o c)
introduciendo en la Constitución un solemne juramento del electo de ser, so
pena de decaer de su mandato, presidente de todos y enemigo de nadie.
4- Fuerzas
Armadas curadas de pulsiones militaristas. La nueva democracia habrá de estrenar
vigorosas iniciativas para liquidar a plazo el militarismo; 26 presidentes
militares en los dos siglos poscoloniales son demasiadas botas en los jardines
de la civilidad. El militarismo criollo busca eternizarse consolidándose como
casta armada de las clases sociales D y E, cargadas de justos o injustos
resentimientos y por eso sensibles a la arenga populista, anticlase media y
anticivilista. Tocará a la democracia nueva dar un salto atrás y reintroducir
el servicio militar obligatorio, costoso pero eficaz remedio para erradicar el
clasismo militarista de sempiternas pulsiones golpistas, haciendo del cuartel
una escuela de convivialidad interclasista, intercultural e interregional que
perdure y asegure continuidad al civilismo.
5- Sancionar
a los ladrones, o ser por la eternidad una sociedad del robo.
Lo sustraído a la nación durante el régimen chavista parece haber alcanzado
dimensiones colosales (entre 165 millardos y 300 millardos de dólares)
generando laxitud y desmoralización masivas pero insuficientes para acallar el
clamor nacional por castigos ejemplares. Si un robo de ese calado fuere a pasar
también esta vez sin que haya sancionados, habrá que incorporar al escudo
patrio, cual mote, la boutade de Gonzalo Barrios: “Un país
donde no hay razones para no robar”. A los honestos que fundarán la
nueva democracia venezolana convendrá estrenarse con una histórica y no
imposible misión: producir un solemne y muy eficaz escarmiento, un histórico “Nuremberg”nacional
que condene a los grandes y pequeños saqueadores del país e inaugure una larga
y redentora era de “tolerancia
cero”.
29 Feb 16
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