A la hora
de buscar los responsables, nuestros políticos siempre han escurrido el bulto
Los actores principales, casi
únicos, de la política venezolana actual mantienen un enfrentamiento discursivo
muy virulento, cuyo propósito primordial es ganar la batalla por la aceptación
de la opinión pública. Ninguna otra motivación existe en las conductas del
Gobierno y de la MUD. Muy lejos de sus intereses está la situación de
empobrecimiento en que se encuentra el país. Las lacras sociales existentes
sólo tienen expresión dentro de una diatriba que las utiliza para descalificar
al oponente, para responsabilizarlo de las mismas y para rechazar cualquier
iniciativa que pretenda eliminarlas.
La nefasta emergencia
económica propuesta por el Gobierno no tenía como objeto enfrentar y corregir
los desequilibrios existentes; su única motivación era lograr que la Asamblea
Nacional la rechazara, como en efecto lo hizo, para descargar sobre la MUD las
culpas de la eternización de la inflación, la escasez, la devaluación
monetaria, el deterioro de todos los servicios, la insalubridad, la violencia,
la corrupción y la impunidad. La tesis es polarizar para mantenerse.
En su desesperación post
derrota electoral, la canalla gubernamental recurre a todo su ingenio y
capacidad de mentir, para demostrar cosas como que asignarles la propiedad de
la vivienda a los beneficiarios de las diferentes “misiones vivienda” es algo
perverso, negativo y peligroso, a lo cual se tienen que oponer los propios
beneficiados de esa legislación. Oír a Maduro explicar lo inexplicable,
tratando de convencernos de que tener la propiedad de una vivienda es algo
horroroso, es digno de una novela o película sobre el reino de la
esquizofrenia. Ver una manifestación de unas 150 personas, supuestamente de la
Misión Vivienda, gritando: “no queremos casas”, “no queremos propiedades”,
“rechazamos ser propietarios”, “no aprueben esa ley”, no sólo es inaudito, sino
que nos da una idea del desprecio del Gobierno por el bienestar de la
población, además de constituir la prueba viviente de la necesidad de que
tengan su título de propiedad, precisamente para evitar que los obliguen a
manifestar incluso contra sus propios intereses.
Imagino que la aprobación de
leyes que obligaran a una oportuna y suficiente prestación de servicios básicos
como el agua, la electricidad, los teléfonos, las comunicaciones en general,
así como de salud, educación, seguridad personal, sería respondida por el
Gobierno “revolucionario y popular” del chavecismo con manifestaciones en los
barrios que griten “no queremos agua”, “nos gusta la oscuridad”, “abajo los
teléfonos” (celulares incluidos), “cierren esos hospitales”, “fuera los
maestros y demás educadores”, “que nos asalten y nos maten”, “vivan los
malandros”, “viva Iris Varela”… Vivimos, sin lugar a dudas, en un mundo al
revés, el mundo del presidente Maduro y de sus ministros. Ni qué hablar de que
se apruebe una nueva ley anticorrupción, que se sume a las miles existentes.
Los manifestantes organizados por el Gobierno saldrían a exigir “respeto a los
corruptos” y “larga vida a los deshonestos”.
Pero quien se la comió en relación
a justificar lo injustificable fue el amigo Aristóbulo, nuestro flamante
Vicepresidente Ejecutivo. En recientes declaraciones dijo algo como: “No
fracasó la revolución” o “no fracasó el gobierno”, “fracasó el rentismo”. Quiso
decir que el gobierno y el chavecismo, Maduro mismo, lo habían hecho muy bien,
pero que un señor llamado “el rentismo” la había puesto, había sido un fracaso.
Este ser sobrenatural, el rentismo, de alguna manera se le impuso a Maduro y lo
obligó a hacer mal las cosas, a tomar medidas equivocadas. Otro tanto habría
hecho con Chávez. No se sabe cómo, el señor “Rentismo” también se le impuso a
Chávez. Y digo: “no se sabe cómo”, porque Chávez no permitía que nadie le
objetara nada, ni siquiera en forma mínima y dentro de la mayor cortesía. Su
soberbia se lo impedía. ¿Cómo lo hizo “el rentismo”? No lo sabemos, pero, en
todo caso, según Aristóbulo, el señor “Rentismo” es el responsable del fracaso.
Este actor de la política
venezolana, “el rentismo”, no sólo ha estado presente durante los 17 años de
gobierno chaveco, sino que existe prácticamente desde hace un siglo, desde que
se inició la explotación petrolera en Venezuela. Pero, actuando impunemente
existe desde 1958, cuando ya el país era completamente urbano y tenía
conciencia clara de lo que hacía con el petróleo. Luego, siguiendo a Aristóbulo
podríamos decir que los gobiernos adecocopeyanos no fracasaron, que fueron
exitosos, que quien fracasó fue “el rentismo”. La salsa que es buena para el
pavo lo es también para la pava. Venezuela, entonces, ha tenido unos gobiernos
excelentes desde 1958 para acá, sólo que “el rentismo”, un ente incorpóreo,
omnipresente y omnipotente, se les ha impuesto a todos nuestros presidentes y
demás gobernantes llevándolos a conducir el país basados solamente en la venta
de materia prima, combustible fósil, petróleo crudo, en lugar de transformar el
petróleo en productos de mayor valor agregado.
A la hora de buscar los
responsables, nuestros políticos siempre han escurrido el bulto. En 1983,
cuando el país quebró económicamente y se inició la devaluación monetaria que
aún continúa, el liderazgo adecocopeyano hizo responsable de la crisis a la
caída de los precios petroleros en el mercado internacional. La culpa no había
sido de los gobernantes que dilapidaron una tremenda riqueza recibida por el
aumento del precio petrolero, riqueza que llegó a 400 mil millones de dólares.
La responsabilidad fue de la caída de los precios petroleros. Hoy es igual: la
culpa no es de quienes botaron 1,3 billones de dólares, sino de la caída de los
precios del petróleo. Les recuerdo que la crisis arrancó en 2012 y el precio
del petróleo, en el primer semestre de ese año, era superior a los 100 dólares
por barril. La realidad termina por descubrirlos a todos: a los farsantes actuales
y a los farsantes anteriores.
La Razón, Feb 10, 2016
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