¿Para qué sirve la Asamblea Nacional si el régimen, empleando a fondo la
militancia roja rojita de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia,
invalida sus decisiones y leyes?
Mírese como se quiera, ese es, a partir de esta semana, la esencia de la
inestable realidad política de Venezuela.
La causa eficiente de esta tormenta por venir es la sentencia del TSJ
devolviéndole su vigencia al decreto de emergencia económica, rechazado por el
poder legislativo de acuerdo con la inequívoca norma constitucional sobre los
estados de excepción. Una reacción que, por supuesto, no toma a nadie por
sorpresa, pero que tal como lo hemos repetido en esta columna desde el mismo y
crucial instante en que los electores le dieron su abrumador voto de confianza
a la propuesta de cambio formulada por la oposición, nos recuerda que los
deseos no empreñan.
A partir de esta encrucijada, grosero autogolpe de Estado contra la
constitución, contra las leyes y contra la voluntad de la inmensa mayoría de
los ciudadanos, ha estallado en Venezuela lo que el lunes pasado calificamos de
“confrontación de todas las confrontaciones. Un conflicto absoluto”, que
sencillamente reproduce el trágico desenlace de la pugna del presidente José
Tadeo Monagas y la mayoría opositora del Congreso, ocurrida la tarde del 24 de
enero de 1848, con el asalto al convento de San Francisco, sede entonces del
Congreso, y la muerte de varios diputados.
La sentencia del TSJ representa para la Asamblea un ingrato ultimátum. O
enfrenta con todas sus consecuencias este último desmán del oficialismo por
conservar el poder “como sea”, o sus diputados se hacen los locos, como siempre
han propuesto algunos dirigentes pobres de espíritu en nombre del falso
argumento de que “los tiempos de Dios son perfectos.” Sin asumir en ningún
momento el desafío político y existencial que el chavismo le ha presentado a
Venezuela desde hace 15 años. Como si el estado de derecho reinara
soberanamente en el espacio venezolano y nuestro proceso político discurriera
apaciblemente por los senderos de la normalidad democrática.
En el fondo se trata de no ver ni escuchar lo que en realidad configura
la conmovedora realidad de un pueblo que ya está a punto de perder
irremediablemente la paciencia. De ahí que nos preguntemos si a las víctimas
sistemáticas del hampa, de la violencia y de la miseria total, sin precedentes
en la Venezuela republicana, cuya representación más cabal son las colas y la
indignación sin límites de los ciudadanos de todas las tendencias, les bastará
la respuesta que Henry Ramos Allup, acompañado de los diputados de la
oposición, le dio el viernes al TSJ.
En esta ocasión, en rueda de prensa, denunció una vez más Ramos Allup la
complicidad del tribunal y el Ejecutivo en el empeño de sostener al gobierno
Maduro contra viento y marea, y reiteró que el régimen tiene los días contados,
pero, y eso abrirá sin duda un amargo debate en el seno de la oposición,
aceptó, si no la legitimidad, sí la legalidad de la medida judicial. Y añadió
que si bien el objetivo del TSJ es negar la legalidad de los actos de la AN,
ellos continuarán cumpliendo con sus funciones de legislar y controlar. O sea,
que aun sin confesarlo, admitió que el poder legislativo acepta pasar a ser en
la práctica un simple jarrón chino, aunque con una diferencia de importancia.
En los próximos días, declaró, la Asamblea informará cuál será el mecanismo
constitucional acordado por la oposición para producir el cambio del gobierno,
ya no en el plazo de 6 meses, sino mucho antes.
Ese es, por
supuesto, el clamor desesperado del silencio que se escucha en todas las
esquinas de Venezuela. Un grito todavía silencioso, pero que en cualquier
momento, si Maduro y compañía no abandonan la inútil y muy costosa defensa
numantina de su “revolución” y si la oposición no encuentra la forma de
concretar por las buenas su promesa de cambio, puede impulsar a los ciudadanos,
indignados con unos y otros, a transformarse por las malas en una fuerza
incontenible y colectiva del cambio. ¡Ojala que no sea necesario!
15 DE FEBRERO 2016 - 00:01 EL NACIONAL
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