Fraude es mentira, engaño, tramoya,
truco, trácala. Cuando estas cosas se hacen habituales y autorizadas devienen
en valores, en referentes sociales. El fraude se hace una manera de ser.
Con total conciencia, que se desprende
de sus ya largos años de ejercicio, el gobierno insiste en la probidad de las
maquinitas de votar. El fraude terminal en el conteo de los votos y las actas
consiguientes fue en Venezuela lo tradicional. La digitalización del proceso se
aplica para superar eso. Escapar de la perversidad humana entregándose a las
máquinas. Pero esa técnica se ha usado ahora para cubrir el fraude lento, el
fraude continuado. El uso de los recursos del Estado para la propaganda
política y la intimidación. Las rectoras saben eso y son las principales
asesoras electorales del gobierno, recomendándole mantenerse en una línea de
apariencia donde el ventajismo se acepta como supuesta divulgación de las obras
de gobierno.
Pero ese ventajismo es un fraude. Y no
solo un fraude, es un delito, es peculado de uso.
El efecto mayor de eso no es solamente
la derrota del adversario –¡enemigo!– político. Es la perversión de la gente.
Es la legitimación de la mentira, es la normalización gubernamental de la corrupción.
Desde esa altura y hacia abajo se sigue el ejemplo: si el gobierno miente, hace
fraudes, engaña y se apropia de los bienes ajenos, ¿por qué yo –cualquier
persona– no puedo hacerlo?
Es una variante previa que explica el
bachaqueo, que es un fraude del sobreviviente. Es un fraude que está en el
programa populista que compra con dádivas y favores la conciencia de la gente.
¿Por qué, entonces, extrañarse de los
índices de delincuencia y violencia?
La pedagogía social tiene un
protagonista mayor: el gobierno. Y la pedagogía no solo sirve para enseñar el
bien: es muy fértil al modelar el mal. El gobierno no actúa para el futuro. No
es el destino de la gente el que les preocupa. Es solo el ahora, el conservar
el poder y, para eso, cualquier revolución hecha de engaños se vale. (A
propósito, ¿qué se hizo la revolución del siglo XXI y el “hombre nuevo”?).
Ciertamente, y está en las cuentas,
ocultas o no. Se ha malversado la riqueza económica y se ha descoyuntado el
aparato productivo. Pero peor que eso es la malversación moral. La legitimación
del fraude como manera de ser.
Eriza ver la televisión y actores de
gestos y tonos violentos usar los canales del Estado para denigrar, a título
personal, a los opositores. En periodismo la peor falta es ser fastidioso. Pues
las emisoras y diarios serviles lo son: fastidiosos, predecibles, reiterativos.
Sin creatividad ni originalidad, con vocabularios escasos y lugares comunes
abrumantes.
Desde el gobierno parece desprenderse
un aroma de desbandada, una caída hacia el sálvese quien pueda. La campaña
electoral y el gobierno pasarán y a pesar del fraude lento será
derrotado, pero quedará para mucho tiempo este daño moral de legitimar el
fraude y la mentira. Una compleja tarea, no solo para la nueva Asamblea Nacional
que deberá iniciar, aun sin ser gobierno, la reconstrucción del país. Una
reconstrucción que atiende, en primer lugar, a lo ético, entendiendo esto como
la cohesión, la integración en torno a ciertos valores. El ponerse de acuerdo
para el abordaje y superación de un grupo de problemas, tan graves y profundos
que requieren una participación concertada.
No será nada fácil y la tentación más
seductora, luego del triunfo, será la retaliación, el ajuste de cuentas.
Un curso que no tardará, si lo siguen, en igualarlos con este gobierno y sus
peculiares integrantes. Será cosa de superar no solo el presente sino el pasado
que nos trajo a este presente.
7 DE NOVIEMBRE 2015 - 12:01 AM
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