Es lo que ha sucedido de manera
pautada, concertada y sistemática, ante el silencio de las conciencias, desde
1998: el regreso de nuestra vida histórica al caos.
Ya en prensa mis Anotaciones
sobre Chávez, cae en mis manos el libro de Klaus Heinrich, mi padre
doctoral en el Berlín estudiantil y revolucionario de la segunda mitad de los
años sesenta, con su Ensayo sobre la dificultad de decir No.
En rigor, como lo expresa su título en alemán, un ensayo sobre Parménides que fuera su tesis de habilitación para postular a la cátedra de Filosofía. Un bello trabajo que leyera en el momento de su primera edición en alemán por Suhrkamp, en 1964, y que ahora, editado en español por Fondo de Cultura Económica en una primorosa edición, magníficamente traducido, adquiere para mí otras connotaciones: aquella lectura estaba condicionada por la experiencia de la protesta como decisión existencial ante el nacionalsocialismo y sus secuelas, cuya memoria seguía viva en la conciencia de los alemanes a veinte años del fin de la guerra. La inautenticidad a la que se refiere en sus páginas era la de la alienación hitleriana, convertida en “conformismo auténtico en la República Federal Alemana”, como apuntaba Jürgen Habermas en la contraportada. A la que Heidegger prestara su genio y talento legitimador. Lo leo hoy, sobre el trasfondo de esta sangrienta comedia bufa de la inautenticidad venezolana, con el desasosiego de dar con una fenomenología apenas considerada por la intelligentsia nacional, no hablemos de su élite política: la farsa de la revolución, escenificada por una pandilla de asaltantes de camino que expresan, por doloroso que resulte reconocerlo, la inautenticidad de nuestra conciencia democrática, de nuestras instituciones, de nuestra idiosincrasia. Inautenticidad multiplicada al infinito en el monstruoso salón de los espejos del monopolio mediático del régimen. Solo en una sociedad aquejada de una profunda inautenticidad la revolución puede adquirir los caracteres hamponiles, motinescos, saqueadores y criminales, que en su momento de fulgor contara con el aplastante respaldo que adquirió como venganza protestaría de las clases medias en Venezuela. Solo con unas fuerzas armadas y unas instituciones estatales aquejadas de una profunda inautenticidad pudo imponerse un régimen como el que ha terminado de pervertir la esencia nacional.
En rigor, como lo expresa su título en alemán, un ensayo sobre Parménides que fuera su tesis de habilitación para postular a la cátedra de Filosofía. Un bello trabajo que leyera en el momento de su primera edición en alemán por Suhrkamp, en 1964, y que ahora, editado en español por Fondo de Cultura Económica en una primorosa edición, magníficamente traducido, adquiere para mí otras connotaciones: aquella lectura estaba condicionada por la experiencia de la protesta como decisión existencial ante el nacionalsocialismo y sus secuelas, cuya memoria seguía viva en la conciencia de los alemanes a veinte años del fin de la guerra. La inautenticidad a la que se refiere en sus páginas era la de la alienación hitleriana, convertida en “conformismo auténtico en la República Federal Alemana”, como apuntaba Jürgen Habermas en la contraportada. A la que Heidegger prestara su genio y talento legitimador. Lo leo hoy, sobre el trasfondo de esta sangrienta comedia bufa de la inautenticidad venezolana, con el desasosiego de dar con una fenomenología apenas considerada por la intelligentsia nacional, no hablemos de su élite política: la farsa de la revolución, escenificada por una pandilla de asaltantes de camino que expresan, por doloroso que resulte reconocerlo, la inautenticidad de nuestra conciencia democrática, de nuestras instituciones, de nuestra idiosincrasia. Inautenticidad multiplicada al infinito en el monstruoso salón de los espejos del monopolio mediático del régimen. Solo en una sociedad aquejada de una profunda inautenticidad la revolución puede adquirir los caracteres hamponiles, motinescos, saqueadores y criminales, que en su momento de fulgor contara con el aplastante respaldo que adquirió como venganza protestaría de las clases medias en Venezuela. Solo con unas fuerzas armadas y unas instituciones estatales aquejadas de una profunda inautenticidad pudo imponerse un régimen como el que ha terminado de pervertir la esencia nacional.
Algunos de mis ocasionales lectores se
quejan por el supuesto daño que hago con mis comentarios, preñados de
pesimismo. La inautenticidad se ofende al verse desvelada. Y considera que la
crítica y la denuncia contra el esperpento chavista, de esencia medularmente
nacional, pretenden la aviesa intención de impedir el encuentro con el Ser. Ya
absolutamente extraviado en los meandros de la complicidad, de la connivencia,
de la alcahuetería. Ella quisiera que el pensamiento no fuera más que la excusa
para liberarse de las pesadas responsabilidades del no ser, del ser
inauténtico. No ser lo que debiéramos ser, el imperativo socrático, sino ser lo
que apenas somos: banales sobrevivientes de superficies. Auxiliados por lo que
el quehacer colectivo, la política ha llegado a ser en Venezuela: permisividad
y atropello, asalto y sometimiento, complicidad y evasión. Una farsa colectiva
con consecuencias devastadoras.
La pregunta por el Ser que es,
necesariamente, una pregunta por el No Ser, por la inautenticidad, debiera
ocupar prioritariamente al quehacer filosófico en Venezuela. ¿Pero cómo habría
de serlo si ese quehacer sirvió la alfombra roja al asalto de la barbarie, de
la inautenticidad, del militarismo caudillesco como parodia mesiánica del
Führer heideggeriano? Una bastarda trasposición de pre-ocupaciones filosóficas
hizo de algunos profesores de filosofía cercanos a la Iglesia ilustrados
propagandistas de la barbarie. Algunos jesuitas sirvieron de arquitectos de la
plataforma de ataque. Quienes confundiendo el cacicazgo deciminonónico,
gomecista y prototiránico con el Ser venezolano creyeron ver en los frágiles
esfuerzos por construir una democracia popular la expresión de la
inautenticidad. Chávez, el golpista, surgió como la emanación del Ser
venezolano.
Es un tema escabroso el de nuestra
inautenticidad, de la ausencia de Ser, de la perversión de nuestra esencia.
Ante lo cual, la crítica ante Chávez, el chavismo y todas las figuras que lo
representan, aparece como un imperativo moral: “La crítica a estas figuras de
la vida inauténtica –escribe Jürgen Habermas en la presentación del ensayo de
Heinrich en 1964– que ya no tienen conciencia de su falta de autenticidad, no
se mide, como la ontología, por un ser purificado del no ser, por una
autenticidad en la que vale la pena participar, a la que vale la pena escuchar.
La crítica no retorna al origen de los poderes que amenazan al ser humano con
la pérdida del yo y le quitan el lenguaje; la crítica quiere más bien romper su
poder, ‘escapar del origen’; la crítica quiere, con la identidad lograda del yo
nacido de los conflictos, conjurar aquellos peligros que tanto en las neurosis
individuales como en las catástrofes colectivas aniquilan la continuidad de la
historia y regresan la vida histórica al caos” (Jürgen Haberman, Merkur, 1964).
Es lo que ha sucedido de manera pautada
y sistemática, ante el silencio de las conciencias, desde 1998: el regreso de
nuestra vida histórica al caos.
ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA el nacional, 5 DE NOVIEMBRE 2015 - 12:01 AM
@sangarccs
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