ANTONIO LÓPEZ ORTEGA eL nACIONAL, 5 DE NOVIEMBRE 2015 - 12:01 AM
Quizás el último recurso sea ofender, amedrentar, atemorizar. Amenazar a
los empleados públicos: decirles que los siguen, los espían, los graban.
Intimidar a los pocos beneficiarios de las misiones: que ya no habrá víveres,
que ya no habrá nada. Entregar las casas sin puertas, sin ventanas, sin
cloacas. Que lo poco que quede vaya para la maquinaria oficial, para los
“patriotas cooperantes”.
Que la culpa siempre sea de otros. Que estamos llenos de enemigos, internos y externos. Anuncian un cataclismo, el fin del paraíso en la tierra, la muerte del hombre nuevo. Y siempre bajo el argumento de que no nos han dejado, de que después de tres lustros los enemigos han sido más poderosos, de que nos han impedido el reparto de las bondades, lastrados como estamos por culpa de la guerra económica.
Que la culpa siempre sea de otros. Que estamos llenos de enemigos, internos y externos. Anuncian un cataclismo, el fin del paraíso en la tierra, la muerte del hombre nuevo. Y siempre bajo el argumento de que no nos han dejado, de que después de tres lustros los enemigos han sido más poderosos, de que nos han impedido el reparto de las bondades, lastrados como estamos por culpa de la guerra económica.
Quizás el último recurso sea cerrar las fronteras, militarizar las
ciudades, decirle al otrora amado pueblo que ahora se gobernará sin el pueblo.
Los borregos no saben pensar, los borregos no saben decidir. Persistir
obcecadamente, presionar, pervertir. La carencia de alimentos la genera un siniestro
enemigo, las fallas eléctricas son siempre sabotajes, la ruina de nuestros
suelos la provocan conspiradores de nuevo cuño, la gasolina que importamos es
un complot de potencias extranjeras, las reservas que se esfuman es
planificación minuciosa de organismos multilaterales, la violación de derechos
humanos es una ficción diseñada por el “enemigo interno”, las malas noticias
son falsedades gestadas por aquellos medios que se escapan a la “hegemonía
comunicacional”.
Quizás el último recurso sea la rabia, la impotencia, la necesidad de
entorpecer y dañar hasta el último de los días. Sacar las bandas armadas a la
calle, alentar a los “caballos de hierro” a que disuadan a los votantes, darle
rienda suelta a la delincuencia. Tierra arrasada, fuego en la pradera, voz de
alerta hacia los cuatro vientos. Esa invitación hacia el abismo, ese llamado de
los infiernos, esa imagen de los vociferantes cuando sostienen que todos los
demás son traidores, apátridas, gusanos.
Quizás el
último recurso sea la negación de todo: de la política, del diálogo, de los
acuerdos, del civismo, de la humanidad. No cuenta quien disiente, quien opina,
quien hace ver que el país está en la ruina y por eso ejerce su voto. No para
propiciar el desmadre, o un cataclismo, o una epidemia, sino para tener en
cuenta de que en democracia hay un vocablo sagrado: la alternabilidad. Léase
también como sustitución, cambio o relevo. La aspiración a ver otra cosa, a
sentir otra cosa. El deseo de respirar otro aire, de que no haya muertos en las
calles, de que te puedas desayunar en paz. Que crezcan tus hijos, que estudien,
que prosperen. Que sonrían tus nietos, que aprendan a caminar en un parque, que
se mojen en una fuente. Algo muy distinto al miedo, al temor, a la cizaña. Algo
que tiene que ver más con nuestra historia de lentos logros, con nuestra
conformación republicana, con nuestra deuda social que nadie salda y todos
debemos. Basta de las actitudes y opiniones que nos condenan como gentilicio,
que nos desean la guillotina o que nos niegan el futuro. Es hora de
reconstruir, sin miedo, sin amenazas. Las urnas no son para nosotros, sino para
otros muertos.
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