22 DE OCTUBRE 2015 - 12:01 AM el nacional
El siguiente gobierno no debe ser antimilitar por
el hecho de que el actual es militarista. Todo lo contrario, son los militares
los que deben demostrar su civilidad democrática en correspondencia a una
sociedad que les confía en exclusividad las armas para ser guardianes del bien
común. Armas que no son de ellos, ni de los policías, como las de cualquier matón
que abusa del vecino desarmado, sino de la sociedad cuya vida garantizan y cuya
confianza y gratitud ganan por sentirse seguros y liberados del asalto traidor.
Los militares no son extraterrestres, sus esposas e
hijos sufren las mismas penurias del venezolano cuyo bolívar de ayer hoy vale
menos de un real, con la locura de que un cartón de huevos o una lata de atún
–cuando se consigue– cuesta más que 10.000 litros de gasolina. Serán unos
centenares los altos militares que disfrutan de modo privilegiado y escandaloso
de la apropiación privada del bien público de todos los venezolanos. Por las
manos de una minoría corrupta han pasado más de 1 millón de millones de
dólares, sin recibo ni obra realizada: enormes recursos públicos de pertenencia
común, apropiados por unos pocos, en un “socialismo” al revés, que convierte lo
público de todos en botín privado de unos pocos. Mientras decenas de miles de
familias de militares honestos pasan penurias, por ejemplo, con un seguro de
salud de pobre cobertura y con ingresos, que no alcanzan para las necesidades
básicas de su vida.
Todo venezolano –también los militares– tiene
derecho de soñar con una Venezuela mejor y a haberse ilusionado con un cambio
que prometía el paraíso. Lo imperdonable sería aferrarse al error evidente y no
querer contribuir a enderezar el disparate actual que tanto sufrimiento está
produciendo a 30 millones de venezolanos, con excepción de una “cúpula podrida”
en el privilegio mal habido. Está clara la falsedad de la propaganda oficial
que contradice la dura y evidente realidad cotidiana. Causas del desastre: el
estatismo en economía y la concentración anticonstitucional del poder, que ha
fracasado aquí y en todos los países donde se ha intentado. En Cuba, luego de
65 años de dominio total, es evidente la incapacidad de producir prosperidad
económica y vida civil digna en libertad con pluralidad de opiniones y de
iniciativas. Décadas antes en decenas de países de otros continentes, el
partido único convertido en “dictadura del proletariado” mostró su verdadera
naturaleza de dictadura sobre la sociedad sometida a la penuria y al terror
policial. Hoy es necesario hablar –también en los cuarteles– con plena libertad
de ese hecho evidente, con ánimo de liberación, de superación y de unión.
Tenemos en nuestra América ejemplos de salidas
razonables y pacíficas de dictaduras diversas. En Brasil luego de 20 años de
dictadura (1964-1984); en Perú cuando Fujimori o años antes cuando
Velasco Alvarado –luego de haber creído que la vía militarista era el camino para
superar exclusiones seculares y agravios históricos contra el mundo indígena–;
en Chile y Uruguay… Fueron los propios militares que obedeciendo a la población
abrieron la transición hacia la democracia, sin enfrentamientos armados.
Hoy está claro lo que para muchos no lo era hace
cinco años y no hay que recurrir a aventuras golpistas que siempre terminan
mal, solo hay que defender la Constitución vigente y la voluntad de la inmensa
mayoría de los venezolanos. Coincide el clamor del país por un cambio con la
próxima elección democrática (aunque amenazada) y con el papel no partidista
exigido a los militares en nuestra Constitución. Como pocas veces antes, la
República exige que se restablezca el monopolio legítimo de las armas, hoy
violado por los grupos fuertemente armados que se hacen llamar “colectivos” y
fueron indebidamente fomentados y protegidos desde el poder. Una república no
es solo de civiles, sino que necesita de los militares civilistas garantes de
la justicia, de las fronteras y de la paz desarmada de la población; sus armas
nos permiten, a todos menos a los delincuentes, andar desarmados y tranquilos.
¿Qué pueden hacer los militares? Simplemente
sacar las conclusiones de lo que ven sus ojos y su conciencia y defender
decididamente el tránsito pacífico hacia la democracia social. Recordar su
deber establecido en la Constitución: “La Fuerza Armada Nacional constituye una
institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por
el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la nación (…) En el
cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la nación y en
ningún caso al de persona o parcialidad política alguna” (art. 328).
Las elecciones venideras son una gran oportunidad
para iniciar un cambio a fondo de esta locura suicida.
¿Y los militares qué?
22 DE OCTUBRE 2015 - 12:01 AM el nacional
Nada infunde más seguridad que sentirse apoyado por
otros, sobre todo si el respaldo viene de muchos. La proximidad de
sentimientos, de ideas, produce confianza, certeza. En masa, en multitud, las
diferencias se diluyen para convertirse en una fuerza común. Socializados y
educados dentro del sistema democrático, nos acostumbramos a pensar en términos
de la voluntad de las mayorías. ¿Cuántas veces hemos escuchado decir que en
Venezuela manda el pueblo? Gran alivio deberíamos sentir, entonces, los que nos
hemos opuesto consistentemente al chavismo, al leer en todas las encuestas que
cerca de 90% de la población quiere un cambio en la conducción política del
país. Si la mayoría expresa su voluntad el 6 de diciembre, el 7 amanecerá con
una complicada pero certera apertura hacia un país de libertades y progreso.
El relato del deseo no es, sin embargo, el orden de
la realidad. Aunque haya numerosos casos en la historia política de las
naciones en que las mayorías marcaron el derrotero colectivo, hay igual número
de casos, o más, en que las minorías definieron el paso. Por citar solo un
ejemplo afín al espíritu de la revolución bolivariana, cuando en 1917 los
bolcheviques se encontraron con una Asamblea compuesta mayoritariamente por
opositores, decidieron asumirse como minoría y monopolizar el poder como tal.
Más que dejarnos llevar, entonces, por la
emotividad y el contagio sentimental que surgen de la adhesión y la esperanza,
el análisis político debería partir, más bien, del estudio de la estructura del
poder real. ¿Cuáles son las patas que soportan el poder?, ¿cuáles son los
cimientos del dominio?, sin duda, mucho más variados y complejos que el
moldeable respaldo de las mayorías. Sabemos que en la Venezuela actual los
militares dirigen y controlan las áreas más sensibles del gobierno y tienen
injerencia en las finanzas públicas, la alimentación, la energía, el transporte
y, prácticamente, todos los aspectos de la vida nacional. Estamos, de hecho,
frente a un gobierno militar. Un gobierno que tiene que ver, además, con los manejos
sombríos del país, la delincuencia, el contrabando, el narcotráfico. Llama la
atención, entonces, que muy pocos de los análisis políticos que leemos a diario
sobre la situación nacional profundice en el tema militar. Las fuerzas que
respaldan al régimen, los grupos desafectos y hastiados de la corrupción, las
nuevas aspiraciones de mando. Los militares son un factor real de poder.
Hablamos del devenir y proyectamos el futuro, sin embargo, como si ellos no
existieran.
@axelcapriles
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