Multitudinaria marcha en Caracas contra el injerencismo
del TIAR.
Ni personeros de la administración Trump como el
subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Michael Kozak,
ni el supuesto «líder» de la oposición golpista venezolana, Juan Guaidó,
tuvieron reparos para exponer clara y públicamente que los anima el deseo de
«aumentar la presión y el aislamiento» contra el Gobierno de Nicolás Maduro.
Han sido honestos en eso. Ahí está la razón de las nuevas
sanciones aprobadas contra funcionarios del ejecutivo venezolano, y no en toda
la mentira que se habló en la reunión que los cancilleres de los países
miembros del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) celebraron
este martes, por convocatoria nada menos que de Colombia, para seguir enfilando
ese instrumento de dominación contra Caracas.
Digo la frase «nada menos» porque el argumento principal
es la supuesta vinculación de esos funcionarios con el narcotráfico, actividad
en la que presuntamente Venezuela no solo estaría implicada, sino
«exportándola». A eso agregaron el alegado auspicio a grupos armados ilegales,
la necesidad de sanciones efectivas contra quienes pertenecen a «grupos de
poder (…) que están desangrando al pueblo venezolano», y hasta acusaciones de
terrorismo y vínculos con redes de delincuencia organizada transnacional.
Muchas de esas palabras son del mandatario colombiano
Iván Duque, un crítico «sin piso» para hablar del tráfico ilegal de
estupefacientes, porque el flagelo del narcotráfico floreció durante décadas en
su país como resultado de políticas que apostaron a la militarización
para combatirlo, y prestaron esa «causa» a la injerencia de Estados Unidos (no
olvidar el Plan Colombia), sin enfrentar la pobreza de los campesinos, quienes
acudieron a la siembra de plantas que pueden elaborarse como drogas, solo para
sobrevivir. Ahora, al evadir el cumplimiento de los Acuerdos de Paz y, sobre
todo, los postulados que tienen que ver con el tema agrario, Duque, agobiado en
estos momentos por movilizaciones de protesta donde se unen los de la ciudad y
los del campo, adopta la misma (y en algunos casos, peor) actitud de sus
antecesores.
Pero, desde luego que esos razonamientos no estuvieron ni
por asomo en la cita de los cancilleres del TIAR quienes, otra vez haciendo uso
estrecho del acta de ese convenio, volvieron a soslayar que su propósito
fundamental era asegurar la unión hemisférica cuando un país de la región fuera
agredido, sobre todo si el agresor viene «de afuera».
Ello no es relevante cuando la invocación del TIAR —por
demás, extemporáneo y moribundo— ha sido solo una excusa para solventar el
problema que tienen ante sí Washington y sus acólitos de la derecha regional:
no han podido doblegar a Venezuela, mientras buena parte de América Latina arde
en protestas contra un modelo que materializa el modo de dominación que quiere
imponerle Estados Unidos.
Marchas y actos públicos dieron respuesta en Caracas y
otras ciudades venezolanas al nuevo acto injerencista contra una nación que,
por demás, tampoco es ya miembro del TIAR, y a la que se castiga en ausencia.
Después de golpes de Estado infructuosos y bloqueos
económicos y financieros que son los reales responsables de que se endurezca la
vida de los venezolanos, las limitaciones de movimiento y otras medidas
aplicadas contra los funcionarios sancionados podrían parecer más ruido que
nueces… si no fuera porque ese paso sienta pauta para abrir sendero a otros más
peligrosos.
Aunque supuestamente el TIAR prioriza la salvaguarda de
la paz y las soluciones pacíficas, ya sabemos que hoy todo se manipula. Y
aunque el secretario de Estado de EE. UU., Mike Pompeo, ha dicho que su
país no planea una intervención militar en Venezuela, también ha reiterado la
enigmática y abierta frase de otros personeros de Donald Trump: todas las
cartas, reiteró, se siguen manteniendo sobre la mesa.
Juventud rebelde
14 de Diciembre del 2019
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