El nuevo anticapitalismo tiene una correlación directa
con la desestabilización financiera y con el acelerado cambio tecnológico. Sin
embargo, es un error pensar a los críticos del sistema como neoluditas.
Actualmente estamos atravesando la transformación
tecnológica y económica más dramática en la historia de la humanidad. También
somos testigos del menor respaldo con el que cuenta el capitalismo en todo el
mundo. ¿Estas dos tendencias están conectadas y, de ser así, de qué manera?
Es tentador decir que la creciente impopularidad del
capitalismo no es más que un síntoma de ludismo –el impulso que llevó a los
trabajadores artesanos a comienzos de la Revolución Industrial a romper la
maquinaria que amenazaba sus empleos-. Pero esa explicación no capta la
complejidad del movimiento actual en contra del capitalismo, que está siendo
liderado no tanto por trabajadores angustiados como por intelectuales y
políticos.
La actual ola anticapitalista se produce en un momento en
el que el neoliberalismo de libre mercado y la globalización son fustigados
casi universalmente. La oposición al neoliberalismo surgió originariamente de
la izquierda, pero ha sido adoptada –quizás hasta de manera más vigorosa y
rencorosa- por la derecha populista.
Después de todo, ha habido más que un toque de
sentimiento anticapitalista de épocas de entreguerras a la antigua usanza en el
discurso de 2016 de la ex primera ministra británica Theresa May al denunciar a
los «ciudadanos cosmopolitas del mundo» como «ciudadanos de ninguna parte». O
como lo expresó su sucesor, el actual primer ministro británico, Boris Johnson,
de manera más sucinta: «los negocios, que se jodan». Del mismo modo, en Estados
Unidos, el presentador de Fox News Tucker Carlson ha canalizado el pathos de la
derecha trumpiana a través de extensas diatribas contra el capitalismo,
quejándose de los «mercenarios que no sienten ninguna obligación de largo plazo
con la gente a la que gobiernan» y «ni siquiera se preocupan por entender
nuestros problemas».
Una explicación parcial para el nuevo espíritu de la
época es que se trata de una reacción predecible ante la desestabilización
financiera. De la misma manera que las condiciones monetarias luego de la
Primera Guerra Mundial parecían injustas y generaron una reacción feroz, la
crisis financiera de 2008 alimentó una creencia generalizada de que el sistema
está amañado. Mientras que los gobiernos y los bancos centrales rescataron a
grandes instituciones financieras para impedir un colapso de todo el sistema
financiero global y una repetición de la Gran Depresión, los millones de
personas que perdieron sus hogares y empleos tuvieron que arreglárselas por su
cuenta.
La crisis financiera por sí sola bastó para sembrar las
semillas del sentimiento anticapitalista. Pero también coincidió con una
transformación tecnológica y social mucho más amplia. Innovaciones como los
teléfonos inteligentes –el iPhone se lanzó en 2007- y las nuevas plataformas de
Internet han cambiado esencialmente la manera en que la gente se conecta y hace
negocios. En muchos sentidos, la nueva modalidad de negocios es la antítesis
del capitalismo, porque está basada en pagos opacos y mercados asimétricos y
duales. Ahora obtenemos servicios «vendiendo» nuestra información personal.
Pero, en realidad, no somos conscientes de que estamos involucrados en una
operación de mercado, porque no hay ningún precio de etiqueta que podamos ver:
el precio que pagamos es nuestra privacidad y autonomía personal.
Al mismo tiempo, el pensamiento de suma cero se ha vuelto
la forma predominante del análisis económico. Esto también, claramente, tiene
raíces en la crisis financiera. Pero también ha sido alimentado por las nuevas
tecnologías de la información (TI), debido al poder de los efectos de red al
interior de los mercados donde predomina el concepto todo para el vencedor
–particularmente con respeto a la economía de plataformas y el desarrollo de
inteligencia artificial (IA)-. Cuanta más gente hay en una red, más valiosa se
vuelve para cada usuario, y menos espacio hay para un segundo actor en el
mercado. Según un famoso anuncio de Avis de 1962, «cuando uno es el número 2,
se esfuerza más». Pero ahora, si uno es el número 2, no hay nada que hacer. Ya
se ha perdido.
Es más, el nuevo capitalismo de la TI y la IA tiene una
geografía específica. Está arraigado en Estados Unidos y China, pero los chinos
apuntan a alcanzar un predominio en 2030. El capitalismo siempre ha impulsado
el cambio geopolítico, pero ahora que está cada vez más asociado con China
–después de haber sido sinónimo de Estados Unidos desde el período de
entreguerras en adelante- genera objeciones de fuentes diferentes que en el
pasado.
Si miramos para adelante, se seguirán desarrollando los
cambios radicales del mundo post-crisis financiera, y la revolución de la TI/IA
alterará la naturaleza de gran parte de la actividad económica. Los bancos
desaparecerán, no porque sean malos o sistémicamente peligrosos, sino porque
son menos eficientes que las nuevas alternativas. A pesar de todas las mejoras
en la comunicación electrónica, los costos y cargos bancarios prácticamente no
han caído; de hecho, para muchos consumidores en zonas con tasas de interés
iguales a cero o negativas, los honorarios en verdad han aumentado. En algún
punto en el futuro no tan distante, la mayoría de los servicios bancarios
probablemente estarán desglosados y serán ofrecidos individualmente –y de
maneras nuevas y mejores- a través de plataformas online.
La originalidad del capitalismo reside en su capacidad
para producir respuestas orgánicas a la mayoría de los problemas de escasez y
asignación de recursos. Los mercados tienden naturalmente a recompensar las
ideas que demuestran ser más útiles, y penalizan el comportamiento disfuncional.
Pueden producir desenlaces generalizados, cosa que los estados no pueden hacer,
impulsando a grandes cantidades de individuos a adaptar su comportamiento en
respuesta a las señales de precios.
En el mundo cada vez más caliente de hoy, existe
obviamente la necesidad de encontrar maneras efectivas de limitar las emisiones
de gases de efecto invernadero. Pero inclusive un problema tan complicado como
el cambio climático no debería dejarse en manos de tecnócratas. Todos tenemos
que estar involucrados, como ciudadanos y como actores del mercado. Por su
parte, los defensores del capitalismo tienen que descifrar cómo hacer que el
sistema sea más inclusivo, para que pueda ganarse otra vez el respaldo de la
población.
Fuente: Project Syndicate
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