1.- Los acontecimientos de los
últimos días, la reunión de la OEA y las decisiones del TSJ, plantean a la
conciencia de los que habitamos este país una seria reflexión. Lo sucedido ha
repercutido en las instancias políticas, jurídicas y sociales nacionales e
internacionales. Es un claro indicio de que se trata de una nueva crisis
nacional sumamente grave que lesiona la democracia y la convivencia de
los venezolanos.
2.- En nuestra condición de pastores
de la Iglesia Católica, sentimos que estamos ante unas ejecutorias que
desconocen e inhabilitan el órgano público que representa la soberanía
popular, en función del ejercicio omnímodo y unilateral del poder, sin tomar en
cuenta a la gente. Son decisiones moralmente inaceptables y, por tanto,
reprobables. Las dos sentencias, producto de unas medidas que sobrepasan
el ejercicio equitativo del poder, han provocado reacciones de numerosos países
y pueden generar en Venezuela una escalada de violencia.
3.- Existe una distorsión en el
ejercicio del poder en Venezuela. Pareciera que todo gira en torno a lo
político, entendido como conquista del poder, olvidando que las
necesidades reales de la gente reclaman otra visión del poder. La incapacidad
para dar solución a la escasez y carestía de los alimentos y medicinas, la
creciente violencia, la incitación al odio y el desconocimiento de las normas
elementales para una convivencia en paz, son, entre otras, las causas que nos
tienen sumidos en un marasmo que entorpece el entendimiento y el progreso.
4.- Más allá de las consideraciones
jurídicas y constitucionales, la eliminación de la Asamblea Nacional,
suplantándola por una representación de los poderes judicial y ejecutivo,
es un desconocimiento absoluto de que la soberanía reside en el pueblo y de que
a él le toca, en todo caso, dar su veredicto. Una nación sin parlamento
es como un cuerpo sin alma. Está muerto y desaparece toda posibilidad de
opinión divergente o contraria a quienes están en el poder. Se abre la puerta a
la arbitrariedad, la corrupción y la persecución, un despeñadero hacia la
dictadura siendo, como siempre, los más débiles y pobres de la sociedad los más
perjudicados. Por estas razones, repetimos, esta distorsión es moralmente
inaceptable.
5.- Desconocer la existencia del otro
y sus derechos es, sencillamente, destruir toda posibilidad de
convivencia democrática y plural. Es más bien una provocación a la desesperanza
ante el atropello de derechos fundamentales del que todo gobierno debe
ser el primer garante. Por el contrario, es necesario generar gestos
valientes e iniciativas innovadoras que motiven a esperar contra toda esperanza
(Cf. Rom. 4,18), para construir una convivencia libre, justa y fraterna; es
tarea que nos compete a todos, cada cual según su posición. Es una
responsabilidad ineludible porque frente al mal nadie puede permanecer como
simple espectador. El llamado es a ser protagonistas del presente y del futuro
de nuestro querido país (Exhortación de la CEV, Enero 2017).
6.- Estamos muy cerca de la Semana
Santa. Para los católicos la conmemoración de los atropellos contra
Nuestro Señor Jesucristo es un urgente llamado a tomar conciencia y a actuar de
manera pacífica pero contundente ante la arremetida del poder. No se puede
permanecer pasivos, acobardados ni desesperanzados. Tenemos que defender
nuestros derechos y los derechos de los demás. Es hora de preguntarse muy
seria y responsablemente si no son válidas y oportunas, por ejemplo, la desobediencia
civil, las manifestaciones pacíficas, los justos reclamos a los poderes
públicos nacionales y/o internacionales y las protestas cívicas.
7.- Como católicos, debemos vivir los
actos religiosos de la Semana Santa, conmemoración de la pasión y
resurrección de Cristo, las celebraciones litúrgicas y los actos piadosos, con
un contenido social que nos ayude a mantener la esperanza, la alegría y la
solidaridad, en medio de las naturales diferencias, propias de los seres
humanos.
8.- Invocamos la Intercesión
del Nazareno y de María Santísima para que esta hora menguada que vive
nuestra patria encuentre, en la sensatez y prudencia de sus hombres y mujeres,
los caminos para superar tan grave y riesgosa crisis.
Con nuestra afectuosa bendición episcopal.
Diego Rafael Padrón Sánchez
Arzobispo de Cumaná
Presidente de la CEV
José Luis Azuaje Ayala
Obispo de Barinas
1° Vicepresidente de la CEV
Mario Moronta Rodríguez
Obispo de San Cristóbal
2° Vicepresidente de la CEV
Víctor Hugo Basabe
Obispo de San Felipe
Secretario General de la CEV
Emmo. Sr. Cardenal
Jorge Urosa Savino
Arzobispo de Caracas
Presidente de Honor de la CEV
Emmo. Sr. Cardenal
Baltazar E. Porras Cardozo
Arzobispo de Mérida
Presidente de Honor de la CEV
Prensa CEV
31 de marzo de 2017
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